Las Crónicas de El Gráfico

Héroes de chocolate

Una golosina sirvió para apuntalar un imperio porque traía de regalo muñequitos de ídolos de fantasía. Si volviera al mercado y se enfocara en la temática deportiva, sobrarían estrellas para esa colección imaginaria, pero hay un guerrero de las canchas que no debería faltar.

Por Elías Perugino ·

23 de noviembre de 2015
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Una de las grandes derrotas de la supuesta “década ganada” es la extinción de los chocolatines Jack [1]. ¿Quién no compró uno alguna vez? Para los nativos de la generación digital es imperiosa la explicación. El Jack era un pequeño ataúd de chocolate, envuelto en celofán, en cuyas entrañas dormía la siesta un muñequito de plástico. Elaborado por Fel-Fort [2], noqueaba a los chicos con un irresistible uno-dos: un cacao riquísimo, tirando a dulzón, y un juguete para divertirse y ampliar los límites de la imaginación, generalmente vinculado a los personajes de dibujos animados. Los cincuentones creen que los Jack surgieron en la década del 70, cuando adentro venían los muñequitos ideados por García Ferré: Hijitus, Larguirucho, Anteojito, Neurus, Cachavacha… Pero los Jack nacieron en 1956, portando chucherías sin alma, como pulseritas, aros y minucias similares traídas desde China por los integrantes de la familia Fort. El estallido fue en los 70, cuando los empresarios advirtieron que la clave del negocio eran los juguetitos. Cada año renovaban la colección y lo anunciaban publicando avisos en las revistas infantiles del momento –Anteojito, Billiken, las historietas de Patoruzú o Isidoro- y distribuyendo láminas que los quiosqueros pegaban estratégicamente en sus vidrieras [3], a la altura de la vista de niños de entre 5 y 11 años, su consecuente y desesperada clientela. 

Los chocolatines Jack fueron el Homo sapiens de los huevitos Kinder. Aunque el diseño y la matricería eran rudimentarios, los personajes se identificaban con facilidad. Y si la pericia visual no era suficiente, allí estaban las láminas en los quioscos para pulverizar todas las dudas. Los “biógrafos” de los Jack cuentan que entre 1970 y 1990 los muñequitos eran fabricados por personal contratado especialmente por la factoría chocolatera de la calle Gascón. Una suerte de ejército criollo que pintaba a mano, con pulso tembloroso, cada una de las piezas. En los 90 se optó por comprarle a China la producción de figuras de plástico. Y en 2012 se discontinuó el producto debido a las restricciones para importar, una daga que se clavó en el alma de los Jack y también en las últimas remesas de huevos de Pascuas. ¿O no notaron que esta temporada solamente venían rellenos con confites?

Tan importante como el chocolate y los muñequitos era el envoltorio de celofán. Bien sellado y con la cara frontal pintada de blanco, no había modo de adivinar qué personaje contenía. Abrirlo activaba la misma adrenalina que develar el misterio que escondía un paquete de figuritas. Después de las creaciones de García Ferré, vinieron las colecciones con los personajes de Titanes en el Ring, Batman, Disney, Tarzán (Jane, Chita y un sinfín de animalitos) y los superhéroes de Marvel. Más cercanos en el tiempo, la saga de El Chavo y Los Simpson. Los chicos de los 70 solían tener dos de cada. Uno para jugar y otro para lucir en las repisas. Y varios se hicieron tan fanáticos que continuaron alimentando la colección siendo adultos, como el periodista Guillermo Andino [4].

Los Jack no fueron perfectos porque jamás incluyeron a los ídolos del deporte. Solo por eso. En aquellos tiempos de pantalones pata de elefante [5] no regían los tentáculos del merchandising ni los derechos de imagen. En esos últimos años del romanticismo deportivo, salir en los Jack hubiera significado un homenaje casi tan vigoroso como recibir un Olimpia. ¿Se imaginan? Un Vilas, un Monzón, un Porta, un Kempes, un Reutemann, un Cadillac… Tremenda colección. Tremenda.

Si volvieran los Jack y se enfocaran en el deporte argentino de los últimos años, ya sabemos quiénes no podrían faltar: Messi, Ginóbili, Nalbandian, Lucha Aymar, Del Potro, el Kun… Fueron y son abonados a las primeras planas, arquitectos de hazañas inolvidables, referentes para siempre. Pero en esa colección también debería aparecer Luis Scola. Sería imperdonable que al romper el celofán blanco no viéramos un muñequito con musculosa albiceleste número 4 y el pelo a dos aguas, con la melena obediente pasando por detrás de las orejas y los bíceps inflados por una energía inagotable.

La incidencia de Luifa en la selección supera, incluso, el aporte de Ginóbili, matiz que hasta el propio Manu reconoce: “Nunca faltó a un torneo. Es para sacarse el sombrero y hacerle un monumento en la puerta de la CABB”. Ya son 16 los años de servicio ininterrumpido de Scola, rumbo a los 17 que cumplirá en los Juegos Olímpicos de Río 2016 tras obtener la clasificación en el torneo FIBA Américas desarrollado el mes pasado en México. Un certamen que finalizó con el asterisco agridulce del subcampeonato, pero que encumbró en varios ítems históricos al gigante nacido en Floresta hace 35 años [6]. Fue consagrado el MVP del certamen por cuarta vez (récord en sí mismo), finalizó como máximo goleador por cuarto torneo consecutivo, superó al legendario portorriqueño Piculín Ortiz como el jugador con más encuentros en la cita continental (80) y a otra leyenda como el brasileño Oscar Schmidt para treparse a la cima de los artilleros [7]. Todo eso adosado a que se colgó cuatro medallas doradas con la camiseta de la Selección y que ostenta el privilegio de ser el máximo goleador de su historia. Datos inmensos que, sin embargo, cabrían en el espíritu de nuestro chocolatín imaginario.

Más conmovedor que sus récords ocasionales fue el sentimiento que él y el Chapu Nocioni –otro superhéroe para los Jack– le inocularon al grupo de chicos que heredaron la gloria de la Generación Dorada. ¿Sería irrespetuoso pensar que ellos les transmitieron más sabiduría que el propio entrenador Sergio Hernández? Seguramente, porque el técnico también fue partícipe de varios tramos de la etapa más fulgurante de nuestro básquetbol. Pero que Luifa y el Chapu transfundieron genes en la orfebrería de las prácticas, en los minutos ociosos de las sobremesas y en cada segundo de todos los partidos, denlo por hecho. Porque de eso se trata la evolución: de crecimiento personal y de generosidad para asfaltar el camino para los sucesores; de sembrar para cosechar, y de volver a sembrar.

Si un día volvieran los Jack, entre la ingenuidad de Hijitus y la nobleza Patoruzú, mezclado con el pecho henchido de Karadagián y la mirada transparente del Chavo, barnizado con el espíritu justiciero de Batman y la picardía de Bart Simpson, ahí, entre todos ellos, tendría que aparecer un muñequito de Luifa Scola. Más de un pibe querría jugar para siempre con él después de comerse el chocolate.

Por Elías Perugino

Textos al pie

1- El chocolate pesaba 14 gramos y los muñequitos medían 3,5 centímetros.

2- La denominación de la empresa es una reducción del nombre de su fundador, Felipe Fort, quien inició su emprendimiento en 1912, con apenas 12 años.

3- Generalmente, las colecciones cambiaban totalmente de un año a otro, aunque en algunas temporadas se adosaban muñequitos a los del año anterior.

4- El conductor del noticiero de América es un coleccionista apasionado. Además de los muñequitos Jack, en un cuarto especial de su casa tiene recreadas con soldaditos varias batallas trascendentales de la historia, souvenirs de Los Beatles y la colección de El Gráfico.

5- Aunque su auge en el mundo de la moda se sitúa en los años 70, fueron creados a principios del siglo XIX y solían ser utilizados por las armadas navales de Francia, Inglaterra y Estados Unidos.

6- Nacido el 30 de abril de 1980, el ala-pivot de los Toronto Raptors mide 2,06 metros. Sus clubes anteriores fueron: Ferro, Tau Cerámica, Gijón, Houston Rockets, Phoenix Suns e Indiana Pacers.

7- Los cinco primeros goleadores en los FIBA Américas son: Scola, con 1292 puntos; Oscar Schmidt (Brasil), 1288; José Piculín Ortiz (Puerto Rico), 1207; Jerome Mincy (Puerto Rico), 994; y Víctor Díaz (Venezuela), 915. 

Nota publicada en la edición de octubre de 2015 de El Gráfico

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