Las Crónicas de El Gráfico

Más que mil palabras [sobre racismo en el fútbol]: la creación

¿Cuánto tiempo lleva pintar una Capilla Sixtina y cuánto desterrar la discriminación étnica que hay en el fútbol?

Por Martín Mazur ·

04 de marzo de 2014
   Nota publicada en la edición de Febrero de 2014 de El Gráfico

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La imagen no permite distraerse. Fondo desenfocado y sólo dos elementos que saltan a la vista: dos brazos con las manos extendidas a punto de chocar en un saludo. Sin embargo, no son sólo los dos brazos los que aparecen en la foto, sino que también hay un tercer elemento, que actúa a modo de sujeto tácito y le da verdadera significación a la foto: es el racismo.

La foto viene del fútbol. Y también viene de Italia. Más precisamente, de la Serie A, la liga que ha sufrido diversos episodios de xenofobia y que no parece saber bien de qué forma abordar la lucha.
Sin el racismo, veríamos dos brazos. Con el racismo, vemos un brazo negro y un brazo blanco. Sin ser hinchas de uno de los dos equipos, veríamos también dos brazos. Siendo hinchas, quizás alguno vea algo distinto. Y lo grite en la tribuna.

No es natural (aunque a estas alturas, ya lo parezca) que jugadores dejen la cancha por los gritos del público. Que partidos amistosos se suspendan. Que tribunas se clausuren. Y que el racismo siga más fuerte que nunca.

Con una normalidad que alarma, Italia se acostumbró a convivir con el racismo en sus canchas. ¿Es peor que en Ucrania, Polonia o Rusia? No. ¿Alcanza con eso? Tampoco.




En Gente de Roma, el documental de Ettore Scola, un personaje extranjero habla con ironía de los graffiti que hay en la ciudad: después del Forza Roma y Forza Lazio, aparecía un “No es que nosotros seamos racistas, es que ustedes son negros”. Es apenas uno de los frescos que pinta Scola para graficar el racismo existente en una sociedad que va camino a ser multirracial. “Pero la ventaja de Roma –dice el personaje– es que misteriosamente los extranjeros se convierten en romanos, con sus pasiones y con sus racismos. No es que sean indiferentes, por favor, no. Aquí también los negros mueren quemados y mueren de hambre. La diferencia es que aquí, entre un negro y un laziale, el romano elige odiar al laziale”.

La Lazio está vista como la tribuna más fascista de Italia, pero eso no exime a las demás. En un clásico entre Roma y Lazio, hubo banderas que mencionaban estos términos: Auschwitz; hornos; negros; judíos. También flamearon banderas con cruces célticas, muy parecidas a las esvásticas, en ambas tribunas. “Alarma racismo”, publicó el Corriere della Sera. No pasó en diciembre de 2013, sino de 1998. En ese entonces, el presidente de la Federación Italiana, Luciano Nizzola, descartó de plano que se suspendieran los partidos ante episodios de esta naturaleza, a los que por supuesto condenaba de la forma más enérgica, siempre y cuando, está dicho, no afectaran al show de una liga que estaba manejada por tentáculos mafiosos y tenía árbitros que se equivocaban adrede, en pleno auge del calciopoli.

En 2013, cuatro tribunas se cerraron luego de que aparecieran consignas discriminatorias. Una de ellas fue la de la Roma, por los gritos “uuuh uuuh” contra Mario Balotelli.
Que Balotelli sea un jugador claramente identificable como potencial eje de agresión, a partir de muchas de sus actitudes dentro y fuera de la cancha, no sirve para dejar de lado que sufre el abuso de cada hinchada rival desde que empezó a jugar en la Serie A. La hostilidad partió de la curva de la Juventus, que instaló el cantito “Se saltelli muore Balotelli”, difundido como un hit nacional. Si saltamos, muere Balotelli. Y entonces, todos saltan. Y ríen. En aquel tiempo, Balotelli estaba en el Inter. Y es curioso que hoy, en internet, aparezcan muchos fondos de pantalla y fotomontajes firmados por los hinchas del Milan (su club actual), en el que Balotelli come una banana o está junto a King-Kong, con mensajes hirientes respecto de su historia personal. No es que los del Milan hayan sido racistas, se dirá ahora: es que Balotelli jugaba en el Inter.

Primer gran problema del racismo: cuando parece algo risueño, que no puede causar un gran daño. No es folclore futbolero, es racismo disfrazado dentro del folclore futbolero.

Kevin Prince-Boateng dejó el campo en un amistoso del Milan contra el Pro Patria, el 3 de enero del año pasado, harto de las cosas que le gritaban. Y harto siguió, tanto que eligió irse del Milan al Schalke 04. Una liga que ya no atrae a los mejores futbolistas del planeta, encima se da el lujo de perder a alguno de los mejores del campeonato por su color de piel.

La foto de las manos misteriosas se tomó en un Napoli-Catania, dos ciudades afectadas de modo cruzado por la discriminación. Desde el norte de Italia, a napolitanos y sicilianos se les endilga su condición de terroni. “Bienvenidos a Italia”, decía una de las pancartas que se pusieron en la curva del Milan para recibir a los napolitanos, cosa que motivó que el club terminara jugando a puertas cerradas. “Se les cayó esto del micro”, decía otra, con varias bolsas de basura que la rodeaban. Pero a su vez, dentro de Napoli y dentro de Catania opera el racismo contra los extranjeros. Espirales de intolerancia, cambiando sólo qué se le dice a quién.




El cielorraso de la Capilla Sixtina tiene más de 300 figuras pintadas, y cuando uno se para allí abajo, hace falta fijar la vista hasta encontrar el fresco más famoso en medio de la magistral obra de Miguel Angel. Uno de los paneles abovedados está dedicado al Génesis, y allí aparecen Dios y el hombre, brazos estirados que no llegan a tocarse y la chispa de la vida entre los dos índices. La escena de la Creación de Adán, tan conocida que hoy es una de las imágenes más reconocibles en el mundo, lo es gracias a que fue fragmentada y ampliada para resaltar su valor.

Esta imagen de las dos manos, un detalle rescatado por el fotógrafo dentro de un partido de fútbol, bien podría funcionar para promover la creación de un fútbol sin racismo. No alcanza con haber juntado medio millón de euros en multas durante una temporada, por 61 episodios de racismo con 29 hinchadas distintas, según se desprende del análisis de Orac, el observatorio contra el racismo en el fútbol italiano.

Los frescos de la Capilla Sixtina son del 1511. Al genio de Miguel Angel le llevó cuatro años completar la obra. Si eliminar el racismo del fútbol fuera tan fácil como pintar una Capilla Sixtina...

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Por Martín Mazur

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