Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: el señor administrador

¿Quiénes son más importantes en el fútbol: los directores técnicos o los jugadores? Aunque para muchos es una pregunta comparable a la del huevo o la gallina, no se parece ni un poco. Hace un tiempo que los clubes del fútbol argentino eligieron una respuesta. Y así les va...

Por Elías Perugino ·

30 de enero de 2014
   Nota publicada en la edición de enero de 2014 de El Gráfico

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Si Ernesto Lazzatti hubiera sabido que 25 años después de su muerte existiría Internet, y a través de ella un buscador como el de Google, se habría indignado con sólo imaginar que en el perfil que le editarían en Wikipedia no aclararían algo que, para él, era esencial, casi una declaración de principios. Punto.

Antes de seguir con la historia hay que recapitular, retroceder en el tiempo, anclar en el personaje. Porque si Lazzatti ya era una leyenda que flotaba en las nubes del pasado cuando este redactor era un imberbe de 15, imagínense para un quinceañero de hoy... A ellos va direccionada la explicación: Ernesto Lazzatti no fue un DJ, ni un fabricante de calzado como Franco Pasotti, ni el inventor de una red social, ni un diseñador de alta costura con una tienda exclusiva en la Via Condotti[1]. Nada de eso. Lazzatti fue un crack. Mejor sería escribir Crack, con mayúsculas. Un muchacho con cara gardeliana, que llegó a Boca desde Bahía Blanca cuando era un pichón y que tres meses después de su primera prueba se transformó en el volante central de Boca durante 14 temporadas. Cuando se piensa en un cinco de Boca, el inconsciente nos transporta hacia las siluetas de batalladores inclaudicables como Rattín, Suñé, Giunta, Serna o Cascini, como si en Boca no hubieran triunfado exquisitos como Trobbiani, Marangoni, Banega o Gago. Lazzatti tal vez haya sido el primer eslabón de esta última cadena.

Contando partidos oficiales y amistosos, entre 1934 y 1947 se puso 503 veces la camiseta de Boca[2] y la defendió con una caballerosidad jamás igualada. No es una exageración. ¿Se imaginan a un cinco de Boca jugando 503 partidos sin ser amonestado ni mucho menos expulsado? Bueno: eso hizo Lazzatti. Jamás una patada, nunca una entrada desleal. Tiempista excepcional, les extirpaba la pelota a los adversarios con maestría quirúrgica, iniciaba los avances con un pase con ventaja para el compañero y relevaba con eficacia en una época donde se atacaba con cinco delanteros. Era tan Crack, que lo bautizaron El Pibe de Oro.

Pero Lazzatti nunca soñó ese destino dorado. Quien sí lo imaginó fue su tío, Manuel González, fanático de Boca desde el blanco y negro de los años 20, cuando la única manera de ver una imagen bien xeneize –y más desde Bahía Blanca–, era conseguir algún ejemplar de El Gráfico, y pará de contar. El tío veía jugar a su sobrino en Puerto Comercial[3], el club de Ingeniero White, y el instinto boquense lo impulsó a escribirle una carta al club. Palabras más, palabras menos, les informó que ese chico de 18 años era un fenómeno y que Boca no se lo podía perder. La mandó sin saber quién la iba a recibir. Si llegaría o si correría el incierto destino de un mensaje en una botella. Semanas después, a la casa de la familia Lazzatti llegó un telegrama de Boca avisando que le enviarían un giro para viajar a Buenos Aires y someterse a una prueba. El dinero le llegó el 15 de diciembre de 1933 y el pibe se apareció por La Boca en medio del verano. Lo testearon en un amistoso, fue titular en dos partidos de Reserva y el 8 de abril de 1934 debutó en Primera en la victoria por 3-2 ante Chacarita. Y no se sacó más la camiseta hasta 1947. En ese lapso ganó títulos locales[4], integró una línea media mitológica (Sosa-Lazzatti-Pescia) y jugó en la Selección[5]. Pero no se agrandó ni un centímetro, su ego le siguió midiendo lo mismo que cuando se subió al tren en Bahía con la valijita de cartón.

Tanto amaba a Boca, que cuando terminó su contrato no quiso aceptar ningún ofrecimiento del medio local. “No puedo jugar en contra de Boca”, se excusaba. Y entonces aceptó la invitación del uruguayo Severino Varela[6], que había sido su compañero en tardes gloriosas de la Bombonera, y regaló dos años más de su jerarquía en Danubio, sin riesgos de toparse con una camiseta azul y amarilla en el camino. Se fue sabiendo que volvería. Y volvió en 1950, ya como entrenador. Se fue ese mismo año, ofendido porque un directivo osó sugerirle un nombre para integrar el equipo. Y regresó en 1954, para conducir al Boca campeón que cortó una racha de diez años sin títulos[7]. Punto.

Ahora volvamos al principio. Si hubiera sabido de Internet, del buscador de Google y de su perfil en Wikipedia, Ernesto Lazzatti, con ese proverbial buen decir que lo llevó a ser comentarista televisivo y analista de El Gráfico[8], se las habría ingeniado para sugerir una pequeña corrección: “Yo no fui director técnico. Hágame el favor: donde dice ‘director técnico’, ponga ‘administrador del fútbol’, que es lo correcto”.

Tenía sus razones, que eran las que alguna vez contó Lucho Sosa: “Para Lazzatti, la verdad del fútbol la tenían los jugadores. Y eso lo mantuvo cuando asumió como entrenador. Prefería que le dijeran administrador del fútbol, es decir, el encargado del club que atendía los ‘asuntos del fútbol’, y no director técnico. De ninguna manera iba a permitir que alguien pensara que él les enseñaba a jugar a los muchachos”.

Qué grande, El Pibe de Oro. Si el fútbol argentino quisiera, si comprendiera la profundidad de la pendiente por la que se desliza, tal vez escarbaría en su crisis y reacomodaría sus piezas a tono con la filosofía de Lazzatti.
¿Lo notaron? Hace un rato largo que la esperanza de los equipos argentinos no pasa por la contratación de un jugador, sino por la incorporación de un director técnico. Le sucedió a River con Ramón, a Boca con Bianchi, a Racing con Mostaza, a Huracán con Mohamed, a Newell’s con Martino, a Central con Russo… Todas las fichas a un mago, a un gurú con el respaldo de los éxitos del pasado. Como si ese figurón de proa fuera un alquimista capaz de transformar la realidad con un chasquido. Claro: es más sencillo depositar la responsabilidad en un entrenador que reconstruir desde los cimientos, desde los males enraizados en las categorías formativas.

Al fútbol argentino lo jaquean los magros fundamentos técnicos con que los jugadores desembarcan en Primera, el desamor por la pelota, los vicios del tacticismo, el temor al protagonismo, el desapego por las pequeñas sociedades dentro del campo, la fuerza por encima de la maña, el culto malsano al cuchillo entre los dientes, creer y creerse que un pizarrón sana los males que desvirtuaron lo que históricamente fue nuestra identidad… Es el altísimo precio que pagamos por fogonear la simplificación que amplifica la decadencia: eso de que los directores técnicos son más importantes que los jugadores. Son valiosos y necesarios, aportan un 20% de detalles accesorios, pero el reglamento todavía no los habilita para entrar a la cancha y meter un gol. En esa le doy la derecha al primer “administrador del fútbol”. A Ernesto Lazzatti, que por algo fue un Crack.

Por Elías Perugino

TEXTOS AL PIE
1- La Via Condotti es una refinada calle de Roma, vecina a la Piazza Spagna, donde tienen sus locales las marcas más exclusivas, como Prada, Gucci, Dior, Armani, Bulgari…

2- De esos 503 partidos, Lazzatti fue titular en 500 y jugó los 90 minutos en 481. Ingresó desde el banco en 3 encuentros y apenas salió reemplazado en 17 oportunidades. Conviritó 7 goles y disputó 44.338 minutos con la camiseta de Boca.

3- El club fundado el 1° de agosto de 1915 tuvo una fugaz participación en el fútbol de Primera. Jugó el Nacional 74, aunque sin demasiada fortuna: ganó 2 partidos y perdió 16.

4- Lazzatti fue campeón de Primera División en 1934, 1935, 1940, 1943 y 1944. Además ganó las Copas Carlos Ibarguren (1940 y 1944), Competencia (1946) y Confraternidad (1945 y 1946).

5- Con la camiseta de la Selección logró el Sudamericano de 1937, disputado en Buenos Aires. Argentina igualó el primer puesto con Brasil y le ganó 2-0 el desempate.

6- Le decían La Boina Fantasma, porque solía jugar con una boina blanca y tenía gran capacidad para convertir goles de cabeza, especialmente de palomita. Un delantero fantástico que estuvo en Boca entre 1943 y 1945, y ganó 2 títulos.

7- Lazzatti fue el puente entre las dos conquistas, ya que ganó como jugador el torneo de 1944 y celebró como entrenador en 1954.

8- Ingresó a El Gráfico de la mano del periodista Dante Panzeri. Y fue panelista del programa Deporte con opinión, que se emitía por Canal 7.