Las Crónicas de El Gráfico

Más que mil palabras [sobre el KOA Bosco]: La resistencia.

El primer equipo de africanos en Italia nació en el pueblo que hace tres años intentó linchar a los inmigrantes. Un texto de Martín Mazur.

Por Martín Mazur ·

15 de diciembre de 2013
 Nota publicada en la edición de diciembre de 2013 de El Gráfico

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LAS PRUEBAS de resistencia son de las que menos disfrutan los futbolistas. Salvo que se esté en una pretemporada, con el paisaje y la amplitud de la sierra o de la playa, los entrenamientos de resistencia implican, generalmente, dar vueltas a la cancha. Pero la resistencia no es eso, podrían explicarnos, con toda razón, los personajes de la foto. Son los integrantes del KOA Bosco, un equipo de Calabria formado íntegramente por inmigrantes africanos. 

Hace tres años, en Rosarno se dieron los peores enfrentamientos entre italianos y extracomunitarios, en un contexto de crisis y racismo en aumento. El paese se transformó en una verdadera guerrilla urbana, con participación activa de la mafia local, la temida N’drangheta. Mientras vivían en condiciones infrahumanas, a los africanos les pagaban monedas por cosechar cítricos. Y se rebelaron. Hubo enfrentamientos graves, que incluyeron incendios y tiros.

Cuando los extracomunitarios se habían transformado en mala palabra, un cura de Rosarno, Don Roberto Meduri, tomó la iniciativa. “Decidimos formar un equipo de fútbol y también un coro gospel, un modo de integrarlos y de no ser tan sólo asistencialistas”, explica el sacerdote, contento de recibir un llamado desde el país del Papa Francisco. Se distribuyeron panfletos para una prueba. Tímidamente, algunos africanos empezaron a llegar. Pero el boca a boca fue más influyente que los panfletos. “Se trata de personas que están acostumbradas a que los traten de explotar, que vienen de historias terribles en sus países de origen. Hay refugiados políticos, gente que escapa de persecuciones y guerras civiles”, describe el cura antes de irse a dar misa.

Al ver que no era un engaño, pronto había más de 300 jugadores dispuestos a formar parte del primer equipo íntegramente africano de Italia. No fue fácil. Soportaron ataques y piedrazos de quienes intentaron boicotear la iniciativa. El capitán es Khadim, un senegalés que llegó a jugar en la selección Sub 17 de su país, antes de irse a vivir con un primo en Catania a los 18 años. Hoy tiene 25. “Juego de volante ofensivo, me gusta el estilo de Iniesta”, explica en un italiano casi perfecto, aprendido mientras vendía remeras y artículos en Sicilia. Sus cualidades futbolísticas y lingüísticas lo hicieron merecedor de la cinta. “Intentamos que todos hablen en italiano, pero yo puedo traducir a todos los que hablan en francés, mientras que un ghanés que también sabe bien italiano, les traduce a los recién llegados que sólo hablan en inglés”.




LOS MUCHACHOS del KOA (abreviatura de Knights of the Altar) tienen un talento superior al resto de los equipos de la tercera categoría del campeonato regional, primer estamento de la estructura en la que se organiza el fútbol italiano. “Les gusta jugar por abajo y tienen un potencial físico muy superior, aunque vienen de trabajar todo el día y viven en condiciones muy precarias”, explica el entrenador, Domenico Mammoliti, cuyo abuelo emigró a la Argentina. “Hace poco leí una de las crónicas de principio de siglo que se publicaban en Estados Unidos sobre los inmigrantes calabreses. Y es casi una descripción textual de los africanos que llegan hoy. Gente con ganas de trabajar, que viene de países ricos en tierra y en recursos, pero que habita en condiciones de las que quiere huir”.

Khadim vive en lo que los italianos llaman tendopoli: un gran terreno en las afueras de los pueblos donde se arman tiendas de campaña. “Es muy difícil, hace frío y no tenemos ni electricidad ni agua caliente. Vivimos 6 en cada tienda y ahora mismo hay 72 tiendas”, explica el capitán. Otros 500 personas tienen algo más de suerte y fueron trasladadas a containers que tienen energía. Antes de que llegara el primer triunfo en el campo, la victoria se vivió en las tribunas. “La analogía es que un equipo de africanos sea vitoreado por los rosarneses, justo aquí, que fue el epicentro de la revuelta contra ellos”, dice el DT, con una experiencia previa en el banco, dirigiendo nada menos que a River Plate. Pero en versión calabresa. “Me hicieron hinchas mis primos cuando visité Argentina, en 1999. Creo que no fueron años muy buenos, pero ojos que no ven, corazón que no siente”, bromea.

El periodista Francesco Iannello, del Quotidiano di Calabria, cubrió el primer partido del KOA Bosco, de visitante. “Pidieron un momento para encerrarse en el vestuario y después hicieron una plegaria. Fue algo muy emotivo. Se abrazaron, se dieron la mano, salieron sonrientes, con la idea de transmitir en la 
cancha su rabia de trabajadores explotados. Para ellos empezaba una nueva aventura”.




LO MAS difícil de conseguir, por supuesto, fue el arquero. “Como siempre en Africa, casi todos los que se probaron decían que eran delanteros, y si no, mediocampistas ofensivos. Después, volantes de contención, después venían los defensores y por último, los arqueros. Nos llevó cuatro meses conseguir al segundo arquero, teníamos uno solo”, dice el capitán sobre la reciente incorporación, desde Burkina Faso. Hay jugadores de Malí, Ghana, Senegal, Togo y Níger. Y apellidos futboleros, como Asamoah o Diop.

El KOA Bosco viste de verde y amarillo, símbolo de Africa. El escudo tiene una cruz y una medialuna que se funden, símbolo de unión entre la religión cristiana y musulmana que profesan los jugadores. Su grupo en facebook postea fotos y canaliza los mensajes de aliento. “El ambiente es muy lindo, estamos todos unidos”, refleja Khadim, que se ilusiona con una promesa del alcalde: que les consigan una casa para que todos los del equipo vivan juntos. “Algunos juegan para divertirse, otros sueñan con llegar en una categoría superior. Esto es fútbol, nunca se sabe, pero todos estamos muy contentos. El pasado ya está olvidado, hoy los rosarneses cambiaron de idea sobre nosotros”, concluye.

El sacrificio que hacen es muy grande. Trabajan desde la mañana recogiendo mandarinas, naranjas o aceitunas. Y tres veces por semana, se entrenan cuando empieza a caer el sol. El campo que consiguieron está en San Ferdinando, a unos 8 kilómetros de Rosarno. Después de trabajar todo el día, hacen esos kilómetros caminando o en bicicleta, con tal de ir a entrenarse. Luego, reciben un plato de comida y también tienen la posibilidad de darse una ducha caliente.Y emprenden el regreso.

Para ellos, al contrario de la mayoría de los futbolistas, dar vueltas a la cancha no tiene nada que ver con la resistencia. 

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Por Martín Mazur 

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