Las Crónicas de El Gráfico

Más que mil palabras (sobre Franco Jariton): la colección

La conmovedora historia de un sobreviviente de la explosión en Rosario.

Por Martín Mazur ·

12 de octubre de 2013
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¿DESDE DONDE? ¿Desde dónde empezar a volver a vivir luego de haber perdido todo? Franco Jariton no intenta hacerse la pregunta demasiado, sino ponerse en movimiento.

Franco vivía en el 7°D de Salta 2141, en Rosario, el edificio que explotó por la fuga de gas el 6 de agosto de este año. La tragedia dejó 21 muertos. Franco fue uno de los primeros sobrevivientes entrevistados por las cámaras. Lo vieron en todo el país y en buena parte del mundo. El testimonio hablaba del abismo: fue el muchacho que despertó al borde del vacío, porque la pared había desaparecido.

No había logrado levantarse por los efectos silenciosos del megaescape de gas. Se despertó –volando– en el momento de la explosión. Pensó en un terremoto. Pero no entendía por qué el viento. “Ese viento caliente que te revuelve todo”, dice. El tiempo pasó a ser apenas una sensación. No había más departamento ni paredes. No sabe cuántos minutos pasaron hasta que escuchó la voz de la señora de enfrente. No había, tampoco, más enfrente. Todo era un monoambiente de polvo y destrucción. Caminó a tientas, descalzo, sobre vidrios y escombros. Sacó fragmentos de pared y encontró a la mujer debajo de una reposera y un tablón que le permitía respirar.

Mientras esperaba el rescate desde el abismo, Franco armó una mochila con algunas pertenencias, especialmente documentos. No tenía noción de si había muertos, pero sabía, antes de que se dijera en los medios, que un edificio entero faltaba. En el séptimo piso vivían siete personas. Murieron cuatro.




FRANCO PERDIO todo y no perdió nada. Se le fueron las cosas materiales, el auto, ropa, ahorros, libros, electrodomésticos y muebles. Pero le quedaron la vida y una serie de milagros que él enumerará mejor que nadie: “Tengo la suerte de estar vivo, de que mi novia esté viva, de estar entero. Tengo la suerte también de que la vecina de enfrente no se me haya muerto en los brazos, porque ese trauma hubiera sido difícil de superar. El octavo y el sexto piso de mi torre quedaron sin paredes. El mío quedó con un poco de pared abajo y a mí la onda expansiva me tiró en diagonal justo hacia ese lugar, pero podría haber ido para abajo”. Desde el abismo veía a su mamá, que vive a cuatro cuadras, y a su novia, Florencia Battilana, que se había ido temprano al trabajo: “Ese día casi que lo pedía para estudiar. Si lo hubiera hecho, habría estado estudiando en el living. El señor de abajo estaba en el living. Lo encontraron tirado en el techo del estacionamiento”.

Franco y Florencia consiguieron un departamento amueblado y recibieron solidaridad de muchísimos que donaron ropa. Está a unas materias de recibirse de ingeniero químico y busca trabajo de jefe de planta y producción. No quiere hablar de responsabilidades, ni canalizar su bronca, sino que prefiere usar la energía para destacar a los bomberos, a los familiares de las víctimas y a todos los que, de una u otra forma, ayudaron. “Es como que todos en Rosario tenían algún conocido en este edificio. Y lo que se gestó fue impresionante”. Franco asiste a las reuniones de los sobrevivientes y los familiares. Piensa en los vecinos que no llegó a conocer, pero que formaban parte de su vida. Tiene un gran dolor adentro y no es fácil dejarlo salir. “No sé qué se le puede decir a alguien que perdió a un ser querido. Pero hay que estar ahí”.




FRANCO NO VOLVIO al lugar de la tragedia hasta una semana después, junto a un rescatista. La segunda habitación la tenía llena de recuerdos: trofeos de básquet, carpetas del colegio, fotos de la primaria y dos cajas muy especiales. “Lo primero que hice fue ir al placard, a ver si las cajas estaban. Por suerte, las tenía en las puertitas de arriba. Las de abajo no se podían abrir por la pila de escombros encima”. En esas cajas estaba guardada su pasión, Newell’s Old Boys. También, buena parte de su vida. Los Gráficos de la campaña de 1974, del campeonato del 88 y del 91. Los autógrafos de casi todos los integrantes del 74: Marito Zanabria, Cucurucho Santamaría, el Mono Obberti, Carrasco, una foto del gol de Pavoni... También había un disco de pasta con las canciones del 74 y un vino de la cena de los campeones del 88, a la que asistió con su papá, que trabajó en la secretaría de Newell’s y fue el que lo hizo socio cuando tenía 6 años. En esa cena recolectó los autógrafos de todos: Balbo, Sensini, Llop, Theiler... También está guardado el debut de Maradona, en el 93. Y muchas entradas de partidos memorables.

Esas dos cajas de cartón llenas de recuerdos se transformaron, en cierto punto, en la caja negra, un puente directo para que su vida anterior y esta no queden disgregadas. Al volver a abrir las cajas, Franco notó que le faltaba el especial de Newell’s campeón del Torneo Final. Todavía lo tenía en el escritorio, con recortes de la última campaña. El escritorio, como todo lo demás, desapareció. La revista de Newell’s campeón se agotó rápidamente en Rosario. Franco la había reservado en el quiosco con antelación. Algo tímido, se contactó con El Gráfico para ver si quedaba algún ejemplar. Es el que está mostrando en la foto.

Las colecciones pueden ser la mera acumulación de objetos de un valor nominal. Pero cuando una colección la empezó un padre y la continúa un hijo, el valor es incalculable. Cuando una colección abarca la niñez y los años de adolescencia, cuando encierra vivencias de otra época y permite transportarse a otro tiempo, ¿cómo va a poder ser considerada algo material? Allí están sus ídolos, Tata Martino, Bielsa, Ortega, Maxi Rodríguez.

A través de esas revistas, de esa colección nuevamente completa, Franco puede volver. Y, también, seguir adelante. Allí también hay una carta, que escribió después del campeonato del 2004, el primero que vivió de cerca. Terminó su fiesta de graduación y, de traje, salió corriendo al micro que partía para Avellaneda, sin entradas. Terminaron contra el alambrado, tan cerca que hasta salieron en el poster gigante que publicó un diario. Al relato lo llamó “El día más feliz de mi vida”. Como el poster, el día más feliz de su vida está archivado en las cajas. En esas dos cajas que guardan mucho más de lo que cualquiera puede ver.

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Por Martín Mazur

@martinmazur en Twitter

 

Nota publicada en la edición de octubre de 2013 de El Gráfico