Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: el sueño de Isaac

Los ideales son inmortales. Si sus raíces crecen nobles y superadores, perduran en el tiempo, incluso más allá de la existencia de quien los haya generado. El fútbol puede dar fe de eso, le sobran ejemplos. Ni más ni menos, el que empezó con un buque de cargas y una carta de recomendación.

Por Elías Perugino ·

08 de julio de 2013
  Nota publicada en la edición de julio de 2013 de El Gráfico

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A los 16 años se subió a un buque de cargas, pero todo su equipaje era una carta. Corría 1869 y en su mente –inquieta y fervorosa– se dibujaban fantasías de perfiles difusos. En el fondo, lo motorizaba un engranaje altruista, cierta inclinación a absorber conocimientos para poder transmitirlos. Pero en su interior eran tan poderosos los temores como las certezas. Al fin y al cabo, ese barco que zarpaba desde Inglaterra debía cruzar la inmensidad del Atlántico, y allí las cosas podían ser tal como las imaginaba o como jamás las había imaginado. Y él sólo tenía una carta.

Isaac Newell[1] había nacido el 24 de abril de 1853 en Taylor’s Lane, condado de Kent. Era hijo de Joseph Newell y Mary Goodger. Y sabía poco y nada de William Wheelwright, el destinatario de la carta, con residencia en la mansión de Entre Ríos 139, casi a orillas del río Paraná, en Rosario. Allí golpeó las manos y fue recibido con una calidez inesperada. Wheelwright era administrador y punta de lanza del tendido del ferrocarril que uniría a Rosario con Córdoba. Y ese pionero de la época también le tendió una oportunidad a ese muchacho de ojos vivaces, a quien empleó como telegrafista[2].

Con la tranquilidad de un trabajo sencillo pero seguro, Isaac inició los estudios para convertirse en profesor de inglés. Y en medio del curso conoció a una bella alemana llamada Anna Margretta Jockinsen. Se enamoraron, se casaron, se recibieron y comenzaron a dar clases en el Colegio Anglicano, hoy Colegio Inglés. Pero en 1884, cuando ya se perfilaba como un docente con métodos que escapaban a la habitual rigidez de la época, se peleó con el director del establecimiento y decidió fundar su propia escuela. Un colegio que dejaría una huella en aquella ciudad de marcados contrastes sociales, pero también en la historia del fútbol argentino.

Lo llamó Colegio Comercial Anglicano Argentino y lo instaló en Entre Ríos 139. Sí, en la misma casona donde fue a golpear con una carta debajo del brazo cuando tenía 16 años. Fue la primera escuela no católica de Rosario en ofrecer un internado para los chicos. Y la primera en incluir las actividades deportivas entre los cursos de artes y ciencias. Poco después del lanzamiento, Newell viajó a Inglaterra para resolver algunos asuntos familiares y volvió con dos tesoros: una pelota de cuero y un flamante reglamento de un nuevo deporte conocido como foot-ball. Por eso se considera a Newell como precursor del fútbol en la Argentina.

Mientras la mayoría de los jóvenes de la ciudad perfeccionaban su técnica para jugar al impoluto y aristocrático cricket[3], los chicos de Newell, más mundanos e irreverentes, se enredaban en multitudinarios partidos de ese deporte que la clase alta denominaba como “el juego de los locos ingleses”. Y que poco a poco les robaría al alma a todos, tal como lo certificó su crecimiento exponencial. Esa explosión que aunó a chicos provenientes de diferentes razas y credos.

En su colegio, Newell enseñaba a practicar y a disfrutar del fútbol. Instruía sobre el reglamento y la técnica, con su hijo Claudio como lugarteniente. Exaltaba el valor del juego colectivo, el respeto al adversario, la habilidad como llave maestra para las victorias. Fueron pasando las camadas de alumnos, pero jamás mermó el fervor. Y hasta aquellos que no eran estudiantes se acercaban a la escuela para entreverarse en los picados, no exentos de acaloradas discusiones. Esa pasión derivó en la fundación de un club en el mismísimo patio del colegio. El acta[4] se firmó el 3 de noviembre de 1903 y se decidió llamarlo Club Atlético Newell’s Old Boys (“los viejos muchachos de Newell’s”) para homenajear al maestros inglés y para honrar a la gestión de los ex alumnos, verdaderos fogoneros del fútbol durante los primeros años.

De aquel Newell’s Old Boys germinó este Newell’s Old Boys. Las raíces de los colores del actual campeón del fútbol argentino también hay que buscarlas en el escudo del colegio[5], rojo y negro a mitades. De un lado, con las alas de Mercurio (Dios de la elocuencia y el comercio) y la traza de la bandera inglesa. Del otro, la lámpara de la sabiduría y el bosquejo de la bandera argentina. El rojo inspirado en la bandera inglesa, nación de Isaac; el negro, en alusión a la bandera alemana, por su mujer Anna. Muy pronto, aquellos picados del patio y del campo de deportes se proyectaron hacia los desafíos barriales y las competencias federadas. Se concibió el uniforme primario[6] y luego el definitivo, fue miembro activo en el lanzamiento de la Liga Rosarina, hubo un partido bautismal[[7] y una copa para levantar, metabolizó la congoja por el fallecimiento de Newell, acuñó el apodo de La Lepra[8], se mudó de cancha una y otra vez hasta afincarse en el Parque Independencia, se incorporó a la elite del fútbol profesional…

Newell amaba tanto a la docencia como al deporte. Confiaba en el fútbol como vehículo de inserción social o, simplemente, como herramienta de esparcimiento. No se achicó cuando la aristocracia rosarina descreía de sus métodos y lo miraba por arriba del hombro. Se aferró a sus valores y los esparció desde ese convencimiento, sin claudicaciones ni dobleces.

Al pibe de la carta, al marido de Anna, al maestro del método irreverente, al viejo Newell, le hubiera encantado ver a cracks como Badalini, Libonatti, Perucca, Pontoni, Santamaría, Zanabria o Martino… Hubiera cruzado una y mil veces el Atlántico si le aseguraban que sobre su huella iban a pisar docentes de la redonda como Griffa, Yudica, Solari, Bielsa y también Martino.

Al pibe de la carta, al marido de Anna, al maestro del método irreverente, al viejo Newell, se le hubiera entibiado el alma con este equipo campeón de 2013. Tal vez por el título. Tal vez por ese fútbol de alta escuela, el mismo que pregonaba en la casona de la calle Entre Ríos. Pero más que nada por el gesto despojado de los cracks que dejaron la comodidad de la vida europea para rescatar a un club en terapia intensiva. Por ese sentimiento insobornable de pertenencia. Por anteponer el interés grupal al brillo individual. Por surfear la malaria con las armas legítimas de siempre. Por creer en sí mismos. Por respetar y respetarse. Por honrar a un escudo con alas de Mercurio y lámpara de sabiduría.

Al pibe de la carta, al marido de Anna, al maestro del método irreverente, al viejo Newell, siempre le sobraron sueños. Sueños de joven, de hombre, de docente. También sueños de fútbol. Si Isaac hubiera soñado un equipo ideal, seguramente habría sido como este que abrazó la gloria inmortal en 2013.

Por Elías Perugino

TEXTOS AL PIE

1- El fundador del club murió en Rosario, el 16 de octubre de 1907, a los 54 años.

2- El telégrafo es un dispositivo que utiliza señales eléctricas para la transmisión de mensajes de texto codificados, mediante líneas alámbricas o radiales.

3- Deporte de bate y pelota ideado por los ingleses. Compiten dos equipos de 11 jugadores en un campo de césped. Sus orígenes datarían de la Edad Media.

4- Entre los socios que firmaron el acta de fundación de NOB figuran Víctor Heitz (primer presidente), Armando Ginocchio, José Viale, Manuel y Faustino González, Alfredo Ferrando, Agapito Balbiani y Claudio Newell, hijo de Isaac.

5- Durante 2013, el equipo de Martino lució el escudo que fuera del colegio, inspiración para los colores de NOB.

6- La primera camiseta fue blanca con bastones celestes y la bandera inglesa en el bolsillo, pero luego Newell prefirió un uniforme rojo y negro.

7- El primer partido de NOB fue por la Copa Pinasco, bajo la organización de la Liga Rosarina, enfrentó a Argentino, que luego sería Gimnasia y Esgrima. Fue en 1905 y goleó 4-1.

8- En la década del 30, una Comisión de Damas de Beneficencia del Hospital Carrasco gestionó la realización de un partido a beneficio del dispensario que combatía el Mal de Hensen, o sea la lepra. Newell’s aceptó, mientras que Central no. Por eso unos fueron bautizados como Leprosos y otros como Canallas.