Las Crónicas de El Gráfico

Más que mil palabras (sobre la Bauhaus): el choque

Una imagen distintiva del período de la Bauhaus, simbolismo de la creatividad en el fútbol y algo más. Un texto de Martín Mazur.

Por Martín Mazur ·

13 de mayo de 2013
  Nota publicada en la edición de mayo de 2013 de El Gráfico

Imagen Deporte en la Bauhaus, la usina creativa del siglo XX.
Deporte en la Bauhaus, la usina creativa del siglo XX.
“¡SOY UN PINTOR y no un fotógrafo!”. Así se describía T. Lux Feininger cada vez que le elogiaban alguna de sus fotos. La que se reproduce fue sacada hace 85 años en Dessau, Alemania. La pelota de tiento desaparece en el pasto, como un meridiano divisor entre los protagonistas. El de blanco parece caer desde el espacio. El arquero, en cambio, intenta hacer pie, como si súbitamente hubiera perdido la gravedad y flotara sin remedio
.
El edificio que se ve de fondo no es una tribuna. Allí funcionaba la Bauhaus, la escuela de artes más influyente del siglo XX. El fotógrafo-pintor y los dos jugadores eran alumnos. Aunque no se vean ni el arco ni las líneas demarcatorias, lo que queda claro es una cosa: en esta imagen hay un choque. (Y también, diría cualquier árbitro, hay foul).

La Bauhaus significó en sí un choque para los parámetros de la época: integrar el factor humano al proceso de revolución industrial. Un movimiento que, según su manifiesto original, intentó repensar “la arquitectura y las artes plásticas en base a la artesanía de la construcción”.

Impulsada por una suerte de magma creativo de docentes y estudiantes, la Bauhaus se adelantó a su época e incluso después de su cierre –por los nazis en 1933–, siguió siendo influyente hasta hoy, gracias a la docencia de sus discípulos. Durante sus años de actividades, pertenecientes al efervescente período entre guerras, la escuela debió mudarse y reinventarse varias veces, sin resignar su idea madre: aplicar la creatividad en función de la construcción colectiva.

De la gran cantidad de obras creadas –entre objetos, muebles, diseños, pinturas y edificios–, esta es la única imagen deportiva que dejó el período de la Bauhaus. Y es curioso que en tanta creatividad, la imagen elegida no sea un gol de chilena, acrobacia trillada para denotar habilidad y técnica, sino una que simboliza el choque. Uno de blanco y uno de oscuro, colisionando en el aire.




EN EL FUTBOL, como en la Bauhaus, el espíritu creativo también fue mutando y mudándose de sedes a lo largo de la historia. Y en todos ellos debió someterse a ese choque, a esa batalla para medirse con lo establecido, con las reticencias que generan las nuevas ideas y el temor al cambio. El álbum genealógico de los grandes exponentes del fútbol creativo necesitó irremediablemente de estos choques para evolucionar.

Empezó con esos jugadores del Queens Park que, para no padecer su inferioridad física, le dieron forma a la estrategia defensiva más usada de la historia del fútbol: el juego de pase. Pasarse la pelota como recurso, moverse para recibirla libre, sufrir lo menos posible a través de la posesión. Cuando Robert McColl pasó al Newcastle, perfeccionó ese mismo principio y siguió contribuyendo a la idea de juego colectivo. Peter McWilliam, uno de los jugadores del Newcastle, trasladó esos principios al Tottenham, en 1912. Allí jugaba Vic Buckingham, quien ya transformado en técnico, llevó esas ideas al Ajax en 1964. En los juveniles estaba Johan Cruyff, quien las incorporó y las desarrolló con Rinus Michels. Cruyff volvió a sacarle punta a la matriz creativa en el Barcelona, influenciando a toda una generación de jugadores liderada por su lugarteniente, Josep Guardiola. Ya retirado, fue Pep quien generó la nueva avalancha creativa, transformando el fútbol total en el fútbol molecular.

Ahora, los ojos estarán puestos en una nueva transición y un nuevo choque. Con la llegada de Guardiola al Bayern Munich, se espera con ansiedad de qué modo continuará la evolución. Y quién será el que tome la antorcha para dar el siguiente paso. Discípulos, hay de sobra.

Pero la abstracción casi brutal de nombres obliga a omitir a muchos otros que contribuyeron a ayudar a la estética con ideas innovadoras. Con un buen mentor y alumnos dispuestos a escuchar, las transferencias de ideas pueden provocar una epidemia, con mutaciones en cada escala. Las ideas del fútbol socialista se desarrollaron en Hungría en los años 20, para dar forma a la generación que luego terminaría masacrando a los ingleses en Wembley. Y con Puskás y Kocsis, contribuiría a seguir mostrando modos mejorados de juego.

Curiosamente, fue otro húngaro de Budapest, Imre Hirschl, el que llegó a la Argentina en los años 30 y desarrolló el embrión de La Máquina en el campeonato que ganó por demolición River en 1937, equipo que ya tenía a Pedernera y a Labruna y en el que estaban Cesarini y Peucelle. Años después, fueron ellos los padres intelectuales de La Máquina, bautizada por El Gráfico en 1942.

La Máquina, como la Bauhaus, fue mucho más que un equipo de fútbol. Fue una escuela de pensamiento que delineó una identidad. Y a su vez generó nuevos seguidores. El equipo que dominó en los años 40 jugaba su propia versión de fútbol total mucho antes que los holandeses. Atacaba y defendía en bloque, triangulaba, rotaba y se escalonaba. La cancha se llenaba de círculos, triángulos y cuadrados. Era la Bauhaus argentina, con el revulsivo distintivo de la gambeta rioplatense. Y obviamente, influenció a los juveniles. Así llegarían los Di Stéfano y Sívori, para transformarse en profetas en otras tierras. Y continuar la cadena.




LA BAUHAUS se creó en 1919. Ese mismo año, aquí nacía El Gráfico. Algunas de las tapas de los años 20 parecen vanguardistas trabajos de la Bauhaus en sí mismos. Basta repasar las portadas de la época en que Feininger tomó la foto para notar las semejanzas: la del gol de Seoane a Independiente. La de Humberto Recanatini, “mejor back izquierdo sudamericano”. O esa otra de Racing con Sportivo de Almagro, casi calcada.

Testigo y fiel reflejo de los grandes eventos del último siglo, El Gráfico también se convirtió en fuente de inspiración para periodistas, diseñadores, fotógrafos y lectores, un acompañamiento sin pausas y con una marcada influencia silenciosa. Crónicas y entrevistas, composición de tapas y piezas publicitarias, diagramas tácticos y puntajes a los jugadores... Todo está en esos biblioratos que, a partir de este mes, reflejan los 94 años de El Gráfico en la calle.

Nada menos que 94 años de choques creativos, hasta llegar a la primera edición à la carte hecha por los lectores, que se lee en papel pero también se hojea en tabletas. Una muestra más de las ganas de chocar para seguir creciendo.


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Por Martín Mazur

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