La jornada está aquí

JUGAR DE 85. UN TEXTO DE EDUARDO SACHERI.

El creador de tantos éxitos nos trae un nuevo cuento, en exclusiva para El Grafico. ¿Y vos de qué jugás?

Por Redacción EG ·

12 de mayo de 2013

Nota publicada en la edición de mayo de 2013 de El Gráfico

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Debe ser que me estoy poniendo viejo, y uno de los síntomas de la vejez es resentir los cambios, las novedades, las modificaciones. Seguro que las nuevas generaciones no tienen problemas al respecto. Asumen que las cosas de su tiempo son las naturales, las normales, como si hubieran existido siempre.

Somos los adultos los que no encajamos. Los que nos movemos con categorías perimidas. ¿Siempre habrá sucedido lo mismo? ¿O la velocidad de los cambios de las últimas décadas nos desactualiza a un ritmo pavoroso? A veces me pregunto si la distancia que separa mi mundo del de mis hijos es igual a la que supo diferenciar al mundo de mi padre del mío. Y por lo general me respondo que no. Que el mundo de mi viejo se parecía más a mi mundo, y también al de mi abuelo. Pero ahí está. Hablo de “mi mundo” como si este que habito ahora ya no me perteneciese. O al menos, que no me perteneciese del todo. Como si parte de sus razones, sus lógicas y sus principios me fuesen ajenos.

Como dije al principio, tal vez envejecer es eso. Vivir una distancia creciente, confusa y angustiante entre lo que tenemos dentro y lo que palpamos fuera. De ahí ese resentimiento que a veces destilan los ancianos. Esa mirada esquiva, esos ojos entrecerrados. Esa mueca con un costado de la boca. Ese chasquido de la lengua. Esa nostalgia emparentada con la rabia, con algo que valoramos y que se fue y que se extraña, y que ha venido a ser reemplazado por algo que nos disgusta, cuando no directamente nos agrede y nos subleva.

De modo que lo que voy a decir, lo que voy a escribir, ruego sea tomado con pinzas, como producto de esa desazón, ese despegue doloroso de no entender del todo los nuevos tiempos. Que nadie se enoje. Y que se atribuyan mis criterios a lo que son, desvaríos de un tipo al que el futuro le sienta un par de talles chico, o grande, o le queda mal de hombros, como un traje que heredó de algún pariente con otra contextura. Voy a empezar diciéndolo así “En mis tiempos…” para que quede claro que hasta mi modo de hablar, mi modo de encabezar mi filípica, pertenece a una época caduca. Pues bien, ahí vamos.

En mis tiempos los jugadores de fútbol usaban camisetas con números que iban del 1 al 11. Cosa natural, tratándose del noble deporte del balompié. El arquero, principio de la formación, llevaba el 1. El resto de la numeración no tenía tanta lógica. Hagan la prueba de preguntarle a alguien que no sepa nada de fútbol sobre qué números deben llevar los jugadores de la línea de cuatro. Les dirá que el 2, el 3, el 4 y el 5. Obvio. El sentido común indica que deberían ser correlativos. Sólo la gente del fútbol (los viejos carcamanes, entre los que prefiero contarme) sabrá responderme que el orden es 4 – 2 – 6 – 3. ¿Y eso por qué? Debo confesar que no tengo la menor idea de por qué. Tal vez algún futbolero, más estudioso que yo, o más viejo, podrá darme la razón de ese artificio.

A lo que voy es a que, para un tipo de mi generación, la frase “Fulano juega de 6” tiene un significado claro. Quiere decir que es uno de los defensores centrales, el que se ubica un poco más a la izquierda. Y lo mismo con los mediocampistas, con el 8 – 5 – 10. Estaría dispuesto a aceptar (un poquito dispuesto, tampoco exageremos) que la actual disposición táctica de los equipos complicaría la nomenclatura de los delanteros. El 7 – 9 – 11 era clarísimo en la época en que se jugaba con wines. Ahora, con esta tendencia a jugar con dos delanteros, con uno, con medio y hasta con ninguno, es entendible cierta confusión. Pero tampoco para tanto. Si jugás de delantero de área, que te den la 9. Si jugás por afuera y sos diestro (“derecho”, como se dice en el fútbol), que te den la 7. Y si sos zurdito, la 11.

A lo que voy, señores míos: ¿Qué significa que un fulano cualquiera luzca el 47 en la espalda? ¿Y el 31? ¿Y el 42? No significa nada. Y no significa nada porque si un día estás en la tribuna de tu cancha, y aparece algún jugador desconocido que tenga puesta la casaca, pongamos por caso, 65, vos vas a preguntar, simplemente: ¿El 65 de qué juega? Y la respuesta que te va a dar el tipo que está a tu lado será “Juega de 9”. Listo. Eso será todo. Y vos entenderás que el tipo juega de 9, es decir, como delantero de área. El 65 no te habrá servido de nada. Como tampoco te servirá de nada si te dicen “juega de volante ventilador”, o “rota en tres cuartos con perfil cambiado”. Cómo juega, y qué hace, lo verás después. De entrada, lo que necesitás saber es que juega de 9. Así de simple.

Ahora bien: ¿para qué semejante esfuerzo? ¿Por qué esta necesidad de andar traduciendo un número en otro? ¿Conocen ustedes algún deporte que requiera una traducción semejante? Y ya que estoy en tren de calentarme, sigo un poco más. Y digo: ¿Por qué nos hacemos los modernos si después la camiseta 10 la seguimos reverenciando por el aura especial que conserva? La 10 no se la dan a cualquiera. No, señor. Se la dejan al tipo que más sabe, que suele ser zurdo, que suele ser gambeteador, que es mejor jugador que la mayoría. ¿Y entonces? La 10 significa algo. ¿Y por qué la otra decena no quiere decir nada? Antes, todas las camisetas podían ser usadas por distintos jugadores. Si te tocaba ser titular, te la ponías, si te tocaba ser suplente, pasabas a tener del 12 al 16 (¿había un suplente menos, o yo recuerdo mal?). Pero entonces… ¿por qué hemos cambiado?

Una sospecha aflora a mi mente siniestra. Ahora, al principio de la temporada, le dan un número a cada jugador. Y el jugador lo conservará consigo toda la temporada. Volviendo a nuestro caso, en la de Fulano, a la espalda, luce su apellido, en imprenta mayúscula. Así: “FULANO”. Y debajo, ese ridículo número 65. Y la camiseta del mentado delantero costará bastante más cara que si no dijera nada, o si tuviera un sencillo, modesto e impersonal 9, y gracias.

Agrego otra falacia del fútbol actual: el dichoso asunto del doble 5. ¿Me quieren explicar qué corchos significa un doble cinco protagonizado por dos tipos que tienen a la espalda el 22 y el 23? ¿Por qué llamamos doble cinco a algo que, con propiedad, deberíamos llamar “22,5 x 2”? ¿O resulta que ahora, para recitar una formación, me tengo que aprender un algoritmo?

Veamos otro ejemplo. Un director técnico fuera de sí, con su equipo perdiendo un partido clave, llama a un suplente de los que están calentando a un costado. Le apoya la mano en el hombro y le señala al mediocampista por derecha, y que por azar del fútbol moderno tiene el 37 en la espalda. ¿Qué le dice? ¿Qué instrucciones le da, con las palpitaciones a mil y el hilo de voz que le queda? “Jugame de treinta y siete, pibe”. ¿Eso le dice? ¡No! Le dice “Jugá de 8, tratá de pasar al ataque tocando con el 7, y si podés, tirá algún centro buscando al 9”. Y el suplente, si puede, le hará caso. Listo. Punto. Eso es todo. A otra cosa mariposa. Fin. The end.

Mejor la corto acá, porque me va a subir la presión, o voy a mesarme el poco cabello que me queda. Pero no desvariemos, por favor. Imaginemos, para terminar, la siguiente escena. Pongamos que un periodista ávido de novedades se aproxima a un entrenamiento de inferiores y le pregunta a un pibe de catorce, quince años, cuál es su sueño. ¿Se imaginan, al pibe, con una sonrisa gardeliana y los ojos brillantes, respondiendo que su sueño es jugar de 85 en la Primera de su club? Ni por equivocación, mi amigo. Ni por equivocación. Así que punto. Punto y aparte.