Las Crónicas de El Gráfico

Más que mil palabras (sobre Jorge Bergoglio): el Papa

El 13 de marzo, Jorge Bergoglio se convirtió en Francisco y desató una efervescencia sin precedentes. Un texto de Martín Mazur.

Por Martín Mazur ·

27 de abril de 2013
 Nota publicada en la edición de abril de 2013 de El Gráfico

Imagen El Papa Francisco, furor popular en Roma.
El Papa Francisco, furor popular en Roma.

ESTA FOTO NO SIMBOLIZA

una historia. Esta foto es la historia. La historia misma.
Jorge Mario Bergoglio es el Papa Francisco. El primer Sumo Pontífice latinoamericano. Jesuita. Argentino. Porteño. De Flores. El Papa número 266 desde San Pedro.

Se subió a un avión –clase turista, por supuesto– rumbo a Roma y llegó caminando al Vaticano. A pie, con los mismos zapatos viejos pero cómodos que usaba en las calles porteñas, mientras otros llegaban con comitivas y limusinas. No era la primera vez que lo hacía. Días después llegó el cónclave en la Capilla Sixtina, las primeras dos jornadas de votaciones sin acuerdo, la gaviota que se posa en la chimenea en el tercer día, la fumata bianca. Y el anuncio. En latín.

“¿Dijo Bergoglio?”. “¿¡Dijo Bergoglio!?”. “¡¡¡Dijo Bergoglio!!!”.

De presenciar un evento histórico, como lo es la elección de un nuevo Papa, a presenciar el evento histórico. El más importante en la historia de nuestro país, sin dudas. Inmediatamente, aquel 13 de marzo pasó a ser uno de esos momentos que ya nadie, indistintamente de su fe, podrá olvidar. Cada uno recordará dónde estaba, qué estaba haciendo, cuál fue su primera reacción, quién se lo dijo, con quiénes habló y con quiénes habría querido hablar, aquellos que siguen presentes aunque ya no estén.




EL MUNDO DEL DEPORTE

también se vio tocado por semejante hecho. Aunque a sus predecesores les gustaba el fútbol (Wojtyla era arquero y Ratzinger, hincha del Bayern Munich) y en misivas oficiales recibieron camisetas y ofrendas de todo tipo, en el caso de Bergoglio la onda expansiva fue más allá. El vínculo con San Lorenzo, un club fundado por un cura, se maximizó como una curiosidad más, de las tantas que escondía una vida llena de una anormal normalidad. Sí, de chico había ido al Viejo Gasómetro. Sí, escuchaba los partidos por radio. Sí, había bendecido la capilla de la ciudad deportiva, había dado la misa por el centenario y hasta había confirmado a dos jugadores que se hicieron famosos antes de que los confirmen para jugar en Primera. Y sí, quizás hasta haya jugado a la pelota en la calle con Di Stéfano, tal como dijo Don Alfredo desde Madrid.

La Mano de Dios fue título elegido en distintas lenguas. En Inglaterra, cuna de las apuestas sobre cualquier cosa, ahora ya se puede jugar a quién recibirá primero el Papa argentino: si a Messi o a Maradona. Pero el que menos paga es otro Francesco, Totti.

Aunque el Vaticano estaba en período de sede vacante, el campeonato de fútbol interno, la Clericus Cup, siguió jugándose sin alteraciones. Algún equipo se quedó sin técnico por “culpa” del cónclave, pero nada más.

La Clericus Cup es el torneo de fútbol que desde hace unos años se vive fronteras adentro en el Vaticano, en el que seminaristas y curas atacan un tiempo hacia Castel Santangelo y otro mirando a San Pedro. Proyectado por Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano por ahora ratificado por Francisco, el campeonato tuvo un impacto inmediato. Ya hubo partidos de apertura y de cierre en el Estado dei Marmi, sede de los Juegos de Roma 1960, y llegó a dirigir un partido Stefano Farina, abonado a la Champions League.

Como caja de resonancia, también fue necesario enfatizar el valor de la disciplina y el Fair Play, luego de que un fin de semana dejara el saldo de tres tarjetas rojas, entre las cuales aparecía la de un cura de Burkina Faso que se sacó la camiseta y se la tiró en la cara al árbitro.



EN LA FINAL DE 2007,

los jugadores rodearon al juez luego de que diera un penal. Para ellos, el seminarista costarricense se había tirado en el área. “Vos no podés dirigir ni a una parroquia”, le gritó un cura al referí, según consignó la BBC al día siguiente. ¿Y la otra mejilla? “Curas jugadores? Peores que Materazzi”, llegó a titular el diario La Stampa.

Este año, Vicente Del Bosque grabó un video en el que deseaba suerte al equipo español. Y les recordaba la importancia de jugar limpio, como equipo, y de ser buenos compañeros.

Más allá de tratarse de una competición amateur, la Clericus Cup ya recibió la felicitación de la UEFA en 2009. Y actualmente, está en estudio que el Vaticano pueda presentar un seleccionado de fútbol para las competencias internacionales, como el resto de las naciones europeas, otra idea de Bertone, fanático de la Juventus que llegó a comentar partidos por televisión, con algún exabrupto incluido.

Antes de la onda de austeridad que impuso el Papa argentino (el político Beppe Grillo lo definió como el primer Papa low-cost), Adriano Stefanelli, el zapatero oficial del Vaticano, le preparó unos botines especiales a Bertone. Llevan el sello papal junto al número 10 y su apellido.

Lejos del tono humorístico, a la Clericus Cup también se la veía como una forma de integración de los fieles con la comunidad, una fuente innegable de acercamiento para lo que de otra manera implicaba una infranqueable distancia natural: la curia romana por un lado, y la gente, por el otro.

Pero llegó Francisco, el Papa argentino. Y de pronto, muchas cosas parecen cobrar otro sentido. Esta será la primera de muchas fotos en la que su figura se destaque entre una multitud. Será un Papa entre la gente, con una devoción propia de las que generan las finales del mundo, con alguien que les sonríe y para colmo les levanta el pulgar. “Más que fieles, parecen hinchas. El Papa campeón”, se twitteó desde Italia.

En pocos días, el Papa Francisco se convirtió en el líder espiritual de 1200 millones de católicos y otros tantos de credos diversos, que se vieron conmovidos por la cercanía de su mensaje. Sólo en los funerales de Juan Pablo II se había visto tamaña cantidad de gente en la Plaza de San Pedro.

Desde su primer buona sera se instaló el dejo de cotidianeidad que marcará su pontificado. Cerca de la gente. Su ascenso no se produjo por el circuito de los escritorios, sino por el callejero. Y allí permanecerá, quizás a riesgo de alejarse del protocolo, pero no de la realidad.



Por Martín Mazur

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