Las Crónicas de El Gráfico

Más que mil palabras (sobre Sarsak): La lucha

La increíble e inspiradora historia de Mahmoud Sarsak, el futbolista que para muchos ganó el Balón de Oro. Un texto de Martín Mazur.

Por Martín Mazur ·

09 de septiembre de 2012
 


 
Imagen Mahmoud Sarsak y su gente (AFP).
Mahmoud Sarsak y su gente (AFP).
 

En un festejo de gol hay marañas de brazos que se entrelazan. Manos abiertas que intentan tocar al autor. Banderas de fondo. Sonrisas amplias. Y alguna pelota que siempre se cuela en el cuadro
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En un festejo de gol no hay relojes ni anillos. La foto que están viendo no es de un festejo de gol. Lo que se ve de fondo no es un cartel ni una bandera, sino una ambulancia. El personaje con la pelota en la mano sí es un futbolista, aunque no está en acción de juego.

Mahmoud Sarsak acaba de ser liberado de prisión. En la ambulancia va él, debilitado hasta haber quedado en riesgo de vida, tras una conmovedora huelga de hambre que duró 92 días y en la que perdió casi la mitad de su peso.

Sarsak es palestino. Fue arrestado en 2009 en el cruce de frontera de Beit Hanoun-Erez, cuando se dirigía a jugar al fútbol para la selección de Palestina. Tenía 22 años.

Nativo de Gaza, el partido al que lo habían convocado se iba a jugar en Nablus, al norte de Jerusalén, dentro de los territorios de West Bank (Cisjordania). No hay modo de conectar Gaza y Cisjordania sin atravesar Israel. Allí lo detuvieron. Lo secuestraron, corrige él.

Sin cargos específicos en su contra, pero calificado como “una amenaza para la seguridad de Israel”, Sarsak estuvo tres años preso y pasó por 10 cárceles distintas, nueve de las cuales lo mantuvieron en régimen de aislamiento. Apenas le permitían enviar una carta a sus familiares cada siete meses. Se entrenaba diariamente haciendo abdominales y saltando a la soga.




El presidente de la Asociación Palestina de Fútbol, Jibril Rajoub, llevó el caso de Sarsak a la FIFA, lo que provocó el interés directo de Joseph Blatter. “Creo que el único motivo por el que me encarcelaron es porque soy un futbolista palestino y había viajado al exterior para representar a mi país y levantar nuestra bandera en competencias internacionales”, declaró Sarsak al periódico Al-Akhbar.

En la cárcel estudió Ciencias Vocacionales. Se recibió con un diploma de 9,60. Cada seis meses lo llevaban ante una corte. Sin juicio, el trámite consistía en recatalogarlo como combatiente ilegal y extender su período de detención administrativa. Hasta que comenzó su huelga de hambre y su caso generó una oleada de apoyo masivo. Hubo protestas en partidos de fútbol en Londres, Edimburgo, Casablanca y Burdeos. Amnesty International se interesó por su salud deteriorada. El filósofo Noam Chomsky lo puso como ejemplo de un conflicto irracional. Eric Cantona y Frédéric Kanouté fueron algunos de los que levantaron la voz para pedir por él. Su imagen, transformada en una ilustración con el Balón de Oro, se multiplicó y llegó a afiches, volantes y publicaciones. “Mahmoud Sarsak, el mejor jugador del mundo”, dice el ícono.

En 2013, Israel organizará la Eurocopa Sub-21. Había una fuerte presión sobre la UEFA para que le quitaran el torneo. Y aunque Michel Platini salió a defender a la organización, el de Sarsak ya estaba mutando en un serio caso político.

Palestina se afilió a la FIFA en 1998 y en su tierra se hizo el proyecto piloto del Programa Goal, que se extendió a otras zonas del mundo con riesgo humanitario.

Poco antes de la liberación, Blatter exhortó a la Asociación de Fútbol Israelí a que intercediera ante las autoridades por la situación irregular y la delicada salud de Sarsak.

En plena huelga de hambre, el futbolista rechazó una propuesta de liberación a cambio de firmar una confesión y exiliarse en Noruega. “No tienen caso contra mí”, respondió.

Al final, fue liberado sin más. Así como lo habían detenido, lo dejaron ir. “Se apropiaron del pico de rendimiento de mi carrera. Me robaron mi vida, me torturaron. Soy un jugador de fútbol, no un combatiente. Con mi huelga de hambre, las mentiras de Israel quedaron expuestas, entonces Blatter insistió en que me liberaran”, aseguró Sarsak.


 

En un festejo de gol no hay anillos ni relojes. Pero generalmente hay puños cerrados. Este no es un festejo de gol. Aquí las manos de todos están abiertas. Particularmente conmueve una, la que se posa sobre su cabeza a modo de bendición. En esta imagen no hay guerra. Qué lástima que a veces, una foto sea apenas una porción fragmentada de una realidad mucho más cruda.

El documental Route 181, filmado por el palestino Michel Khleifi y el israelí Eyal Sivan, muestra la vida de la gente a lo largo de una ruta imaginaria, cuyo número remite a la resolución de la ONU que decretó el nacimiento del estado de Israel, en 1947. En esa ruta imaginaria de límites difusos quedaron prisioneros Sarsak y su pelota de fútbol. Allí, también, quedan atrapados muchos otros. La asociación mundial de jugadores profesionales, FIFPro, declaró su alerta por la situación en Palestina. “Muchos futbolistas son molestados, arrestados y hasta asesinados”, denuncia el comunicado.

Para evitar los desplazamientos, Palestina tiene dos ligas de 10 equipos, una en Gaza y otra en West Bank. Los ganadores de cada una juegan entre sí la final del campeonato nacional. Pero la selección no logra ensamblarse si los jugadores no pueden moverse libremente por esa ruta 181, según advirtió FIFPro. Hay 19.060 jugadores palestinos registrados y más de 70 mil amateurs, según FIFA. Todos, de una u otra forma, se vieron reflejados en Sarsak.

“Hoy Mahmoud Sarsak es un héroe nacional”, responde desde Palestina Shahd Abusalama, tras haber compartido un día con él y su familia. Así describió Sarsak el día de su liberación: “Sentí una alegría inmensa. Regalamos caramelos y bailamos como si hubiéramos ganado la Euro o el Mundial”.

Después de su sufrimiento, Sarsak podría haber levantado un fusil frente a la multitud que lo aclamaba. En cambio, apareció con una pelota de fútbol. El valor de ese gesto es incalculable. Los jóvenes que se agolpaban para tocarlo, como si fuera una estampita viviente, tocaron al futbolista, al héroe de los afiches con el Balón de Oro, el mismo que ahora pide que se resista desde la unidad y el deporte. El puede dar fe.

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