Las Crónicas de El Gráfico

Más que mil palabras (sobre Iniesta): El Cazador

Una postal de la Eurocopa que refleja el estilo de Andrés Iniesta, especie en extinción del fútbol actual. Un texto de Martín Mazur en una nueva sección de El Gráfico.

Por Martín Mazur ·

14 de agosto de 2012
 Nota publicada en la edición de agosto de 2012 de El Gráfico
Imagen Andrés Iniesta rodeado de jugadores croatas en la Eurocopa 2012 (AFP)
Andrés Iniesta rodeado de jugadores croatas en la Eurocopa 2012 (AFP)


Iniesta está cercado. Está solo.

Lo rodea una manada de lobos. Son croatas.

Iniesta parece ser la presa. No tiene escapatoria.

La primera lectura de la foto obtenida durante la Euro 2012 ofrece una sensación equívoca. Hemos visto, quizás, demasiadas escenas así en National Geographic. Si fuera el caso, entonces ya conoceríamos el desenlace. Pero esta no es una imagen de la vida salvaje, aunque acaso tenga el mismo código. En las cacerías en medio de la sabana, la diferencia está en los ojos. Predadores y presas se diferencian por la mirada.

En esta foto también hace falta llegar hasta los ojos para entender lo que pasa. Y la mirada de Iniesta no es la de una presa. Es la de un cazador.

El temor está en las expresiones de sus supuestos predadores. En los ojos de Vukojevic, Vida, Mandzukic y Rakitic, los que conforman el aparente cerco, más en los de Corluka, el que intenta correrlo. Al que no le vemos el pánico es a Modric. Está de espaldas. De frente al cazador Andrés, el único que no denota sufrimiento.

Ahora sí, la imagen finalmente cobra sentido. Iniesta está cazando, a corta, cortísima distancia, con una tranquilidad sorprendente. La pelota, pegada al pie derecho, está tan cerca y a su vez queda tan lejos de los seis croatas. Todos ellos dudan. Salir o quedarse, intentar quitársela o esperar lo que haga él para ver si los reflejos permiten sobrevivir. La supervivencia. De eso se trata la foto.

Iniesta es el cazador. La pelota es el arma.




¿Por qué aparecen imágenes como esta cada tanto? ¿Es mérito del fotógrafo? ¿Simple casualidad? En realidad hace falta algo más. Hacen falta jugadores como Iniesta, capaces de desafiar al fútbol de su tiempo.

Apenas una semana antes, el mismo Iniesta había quedado “prisionero” en otro cerco de rivales, esta vez de cinco jugadores italianos que cerraban filas con estética de ballet. Chiellini, en esa imagen, está a punto de despejar. Con el mismo terror que estos croatas.

Hay futbolistas que generan pánico colectivo. Son cazadores que cada tanto se disfrazan de presa. Iniesta hoy representa a uno de ellos, como en su momento fueron otros. Vaya paradoja: cazadores que son especies en extinción.

Quizás no haya foto más hermosa que la de Maradona, pie izquierdo semiabierto, pelota al pie, preparado para enfrentar a seis jugadores belgas que lo esperan en forma de pirámide. Parece una toma generada por miles de asistentes de producción, compensada en todos sus ángulos, que ni siquiera admite el parpadeo de alguno de los involucrados. Y sin embargo se dio naturalmente, asistida solamente por el terror a Diego. Aquella es una foto que huele a miedo. Como la de Garrincha contra un muro de ocho jugadores mexicanos en el Mundial 62, que nos recordó Martí Perarnau desde su magazine. Y es fácil recordar la de Messi contra seis de Corea del Sur, en el Mundial 2010.

Son imágenes casi astronómicas, propias de fenómenos que se dan en el universo muy de tanto en tanto, cuando todos los planetas se alinean durante medio segundo. Por supuesto que se requieren fotógrafos (o astrónomos) que estén listos para capturar el momento. Pero por sobre todo hacen falta estrellas para generar ese momento. Estrellas como Garrincha, Maradona, Messi o Iniesta.

En todas estas escenas quedan evidenciadas la búsqueda fuera de lo común y las agallas de seguir cuando otros frenan. Pero no se trata de una mera cuestión de valentía para pasar por un puente chino de botines afilados, sino que también se requiere una inteligencia superior. Primero hace falta perforar una montaña para luego, sí, animarse a atravesar el túnel que se acaba de dinamitar. Y encima, lograrlo. Iniesta no solamente se atreve a transitar caminos minados; lo suyo directamente son obras de ingeniería.

De otro modo cómo explicamos encontrarnos a un jugador, sin ningún compañero en el cuadro, enfrentándose a seis rivales. Dos veces en la misma semana. Normalmente pasa en los mundos de fantasía. Por eso no sorprende que la imagen más parecida a la de Iniesta sea de dibujitos animados. Es de los Supercampeones. Hizo furor en la web.




Las expediciones de Iniesta, incluso dotadas de un componente fantástico, nunca son suicidas. El hombre de Fuentealbilla ejerce su oficio sin temores. Y sus incursiones –más el pánico que le tienen sus rivales– provocan un desequilibrio manifiesto. Si hay seis marcando a uno, quedan cinco compañeros libres. Y entonces, como concluyó Vicente Del Bosque, quizás no haga falta tener centrodelanteros, sino delanteros fantasma: hombres dispuestos a enfrentarse al espacio como único rival. Así, España logró lo que ninguna selección había podido: Eurocopa-Mundial-Eurocopa. E Iniesta revalidó sus credenciales para ser Balón de Oro.

De todos modos, sus mejores trofeos no son los que atesora en sus vitrinas. Su máxima victoria fue la de haber llegado a que le permitan ser Iniesta. Desarrollarse como cazador auténtico en La Masía, justo cuando en el fútbol impera el paradigma de que mejor que ser cazador es no ser cazado.

¿Qué se haría con un jugador así en el fútbol argentino? Seguramente, en el final de su etapa de inferiores se llegaría a la conclusión de que como volante externo le faltan recorrido y marca. No sería segundo delantero por su bajo poder de gol, pero tampoco delantero por afuera porque no desborda para tirar centros. Como enganche (quien osara a ubicarlo allí), sería demasiado desordenado y le quedaría la cancha de espaldas. También se le inculcaría que no transportara tanto.

En Argentina, con suerte, a Iniesta lo habríamos convertido en un prolijo doble cinco. Lo tendríamos en cautiverio, en una jaula de 5 x 5 de un sistema que cada vez admite menos imprevisibilidad. Lo obligaríamos a desprenderse de la pelota lo antes posible, a jugarla fácil, a no romper la línea horizontal y a perder horas en saltos para que aprenda a cabecear los saques de arco del rival. El ingeniero ya no perforaría montañas, sino que haría fila para tomar el cablecarril. Como el resto. Aquí sí que Iniesta sería la presa.
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Martín Mazur
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