Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: El baile del Tweet

La onda Twitter revolucionó la comunicación social y encontró adeptos entusiastas entre los deportistas. ¿A quién le importa si no se tiene nada interesante para decir? El que no twittea, no existe.

Por Elías Perugino ·

26 de octubre de 2011
Nota publicada en la edición septiembre 2010 de la revista El Gráfico.

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Maldito Jack Dorsey. Cibernético tenía que ser… Un día inventó Twitter, salvó su vida y condenó las nuestras. Un destripador virtual este chico Jack. Un asesino a texto. Tejió su red y envolvió a los usuarios hasta asfixiarlos. Dulce y voluntariamente, pero asfixiados al fin. No hay escapatoria posible: quien no emite o no recibe esos gorjeos de hasta 140 caracteres, es poco menos que un paria, un huérfano de modernidad. “¿No tenés Twitter? ¡No existís!”, espetan sus cultores acérrimos, derretidos de placer por compartir el vicio digital con celebridades como Britney Spears, Manu Ginóbili, Paris Hilton, Kun Agüero o el agregado cultural de la Embajada de Liberia en Kuala Lumpur.

El germen del Twitter se esparció entre los periodistas con una virulencia impactante. Lógico: es una herramienta de comunicación. Un puente con la gente. También, un disparador de noticias y una usina de rumores y mentiras verdaderas. Ni hablar del auge del Twitter en el ambiente del periodismo deportivo. Algunos colegas causan asombro. Incluso admiración. En el Mundial de Sudáfrica, por ejemplo, twitteaban (disculpen la expresión) a razón de una vez cada cinco minutos. Miraban más el teclado del teléfono que el partido –damos fe, estábamos rodeados- y aún así podían analizarlo, calificar a los jugadores, desmenuzar los sistemas tácticos. Genios, realmente. Hasta el propio presidente de la FIFA, el suizo Joseph Blatter, abrió una cuenta para transmitirles sus impresiones a los fanáticos del mundo. Compartió sensaciones memorables, conmovedoras: “Rumbo a Polokwane”, “Reunión de prensa en el Soccer City”, “España campeón”…

Son gustos, puntos de vista muy respetables. Así como al productor de Fútbol Para Todos le pareció atinado emitir un segmento para felicitar a Ray Bradbury por sus 90 años –un detalle de ciencia ficción, verdaderamente-, otros periodistas le agradecen a Twitter por permitirles el acceso al pensamiento de personajes herméticos, encriptados o sencillamente inalcanzables. También –por qué negarlo- el desquicio que enriqueció a Jack sirve para obtener una versión resumida de gente pública muy verborrágica, sutil definición para aquellos que hablan hasta por los codos. Convengamos: ¿no es más simple leer 140 caracteres de Aníbal Fernández –vicepresidente de Quilmes y, también, Jefe de Gabinete- que escuchar sus extensos parlamentos? Más vale leer en @fernandezanibal algo así como “Interpelación a Mauricio Macri, Jefe de Gobierno Procesado. Mostraron completo solo cuando se dedicó a denostar al Gobierno Nacional”, que llegar a la misma conclusión luego de oírlo una hora seguida en el set plural del programa “6, 7, 8”.

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A los famosos les encanta el Twitter. Juegan con él. Compiten para ver quién tiene más seguidores, como si eso reflejara astucia, magnetismo y poder. Y les divierte mandar mensajes cifrados, grageas de secretos inconfesables. Como a Luciana Salazar –la chica rubia que está treinta centímetros atrás de sus dos paragolpes delanteros-, que lo usó para incinerar la mente de sus seguidores con las peripecias amorosas de su supuesta relación con un ex funcionario, muchacho al que le encantaba estar sentado en un banco. También –hay que admitirlo- los famosos lo han utilizado para revelaciones más concretas. Como Ricky Martín y su frase “Es mi vida”, seguida de un enlace. O como Manu Ginóbili, que lo adoptó como “jefe de prensa” y se valió de él para comunicar desde el nacimiento de sus mellizos a la renovación de su contrato con los Spurs.

Los famosos, dicen los twitteros (perdón otra vez), escriben allí lo que no se animan a decir en público. Lo que piensan de verdad. El globito que dibujan los historietistas. Y ese dignísimo punto –la revelación de una verdad- podría saber a redención con el imputable de Jack si, por ejemplo, se sumaran a su red algunos personajones –mitad personajes, mitad chambones- del vapuleado fútbol argentino. Si así fuese, si ellos optaran por surfear esta nueva ola con la que todos se mojan a gusto y placer, tal vez podríamos advertir actos de alta sinceridad –ahora todo es “alta” o “alto”, sépanlo- de ejemplares únicos como @elferretero: “A Dieguito lo eché porque me tenía las tuercas por el piso, no lo banKba más, le hice Kso a mi Kbeza”. O nos convertiríamos en seguidores empedernidos de @quelamamen: “Esto me pasa por ponerlo en el freezer al Narigón.

Si me lo cruzo, le digo lo mismo que en Sevilla”. O seríamos fans de @bigNose: “¡Essssta que voy a renunciar! Yo sigo, sigo, sigo… Sigo con Bron, con Batista… Dale, dale y dale…”. Tal vez nos sorprenderíamos con las revelaciones de @lahechicerita: “Hoy se cumplen dos años del día que dio la última indicación”. Quizás despotricaríamos contra @cabezadura: “En vez de zafarlo, hundí a mi amigo. Pero el viejo no me va a ganar. ¡La Selección tiene que ser mía, mía y mía!”. Y hasta nos reiríamos –por no llorar- con la lectura coyuntural de @amorjuniors: “Si JR no vuelve pronto, en las próximas elecciones voy a tener menos convocatoria que Mauricio en la Villa 31”. Pero ellos, que deberían estar en Twitter, no están. Una lástima.

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A los apóstoles virtuales de Jack les encanta llenarse el display escribiendo que Barak Obama ganó las elecciones primarias del partido demócrata y los comicios nacionales de los Estados Unidos valiéndose, entre otros recursos tecnológicos, del Twitter. De hecho, es una de las personalidades con mayor cantidad de seguidores y acuñó (perdón por el arcaísmo) uno de los mensajes más recordados de la historia. Claro que esos apóstoles nunca se enteraron de lo que declaró Obama tiempo después en una conferencia en Shangai, ante un grupo de adolescentes chinos horrorizados porque el gobierno de su país les coartaba el derecho a navegar en la red: “Estoy a favor de la tecnología y del libre acceso a internet, pero nunca usé Twitter”. ¿Por qué no se enteraron los apóstoles? Porque la declaración de Obama salió en el diario, que admite más de 140 caracteres… Quienes sí lo usaron –igual que al Facebook- fueron los integrantes de su equipo de campaña, verdaderos manipuladores de la herramienta que supuestamente manejaba el presidente del norte con la misma destreza que El Zorro con su espada.

Maldito Jack Dorsey. Cibernético tenía que ser… Mal que nos pese, ha ganado la batalla. Y sólo Dios sabe en qué estará trabajando ahora. ¿Alguna red social para pibes de jardín de infantes? Tal vez. Es lo que falta y podría ser muy útil. Los chicos podrían avisar cosas como “se me cayó el primer diente”. Y ahí tendría que arreglarse @ratonperez...


Elías Perugino

1-Un cruce de inocentes mensajes entre periodistas disparó un rumor luego desmentido: que Riquelme pretendía salir con Luli Fernández, la novia de su compañero Mouche.

2-Se estima que su capital ronda los 1.000 millones de dólares. La revista Forbes lo ubicó en el sexto lugar entre los cibernéticos más ricos del planeta.

3-Sorpresa. Entre los muchachos del básquetbol, Oberto tiene más seguidores que Ginóbili: 357.112 contra 283.437. Periodistas. Juan Pablo Varsky, 87.506 seguidores; Gonzalo Bonadeo, 49.757; Víctor Hugo Morales, 10.209.

4-El enlace conducía a un artículo de la página web del cantante, donde confesaba su homosexualidad.

5-Obama tiene 2,6 millones de seguidores. Al instante de ganar las elecciones presidenciales, se leyó “This is history” (“Esto es historia”).

6- Los entendidos dicen que el principal beneficio de Twitter para un candidato presidencial consiste en debatir directamente con los ciudadanos. Si sale airoso de esos cruces personales, habrá cosechado infinidad de votos por el refuerzo de lo que llaman “marca candidato“.