Las Crónicas de El Gráfico

1997. Córdoba es una fiesta

Talleres y Belgrano jugaron un partidazo ante treinta mil personas. El empate 2–2 fue celebrado por las dos hinchadas en un marco colorido y, lo más importante de todo, sin violencia.

Por Redacción EG ·

26 de marzo de 2020

Después de recibir sus respectivas plaquetas recordatorias, ambos se dirigieron al círculo central del campo de juego y saludaron a las treinta mil personas que deliraban en el Estadio Córdoba. Uno recibió la ovación de la popular Sur, atestada de Piratas, y el otro fue aclamado por la tribuna Norte, donde ya no cabía ni un solo fana más de la “T”.

En la figura de los dos se sintetizaba la pasión de un duelo que esta temporada cumple 83 años –sólo el superclásico River–Boca lo supera en antigüedad por apenas nueve meses– y que este sábado 15 de noviembre de 1997 escribió su capítulo número 215. La catarata de aplausos tenía como destino a los dos símbolos: José Omar Reinaldi y Daniel Willington, o mejor dicho “La Pepona” y “El Daniel”, la cara misma del clásico entre Celestes y Albiazules.

La Docta vive el choque como el máximo acontecimiento deportivo–cultural –social del año. Es el partido más esperado por Omar, un taxista, que cuenta: “Por el bien de todos, espeeeremos que gane Beeelgrano, loco. Aunque estos guanacos de Taieres nos hayan amargado las últimas tres veces”. Es el partido más esperado por Silvina, bellísima recepcionista de un hotel céntrico, que aclara: “El favooorito es la ‘T’, si a esos guasos del Ceeeleste los tinemos di hijo”. Es el partido más esperado, sin dudas, por el millón y medio de cordobeses que habitan la provincia.

 

Imagen El colorido de los hincha de la T.
El colorido de los hincha de la T.
 

“¡Y iá lo vé, y iá lo vé, es el invicto cordobés!”, se jactaban los de Talleres. “¡Dale la ‘B’, dale la ‘B’...!”, contestaban los de Belgrano. El terremoto no se hizo esperar. A las 17:33 se produjo el primer temblor con el ingreso a la cancha de los representantes del Barrio Jardín. Al minuto, con la aparición de los del Barrio Alberdi, que hacían de locales, llegó el segundo sismo. Tras los terribles sacudones –imposibles de medir en la escala Richter de las pasiones– y el consecuente diluvio de papelitos, Francisco Lamolina dio por comenzado un clásico que resultaría atrapante del principio al final.

De un lado, la ilusión de los Piratas de vencer al, por ahora, invencible Talleres para acercarse en la tabla. Del otro, la confianza de los Taiarines, con la escarapela del invicto pendiéndole orgullosa de su pecho. En el medio, la estadística, que no sabe del calor de los corazones sino que sólo se remite a mostrar la frialdad de los números: los últimos tres partidos los había ganado Talleres, que aventaja a su odiado rival en el historial general –85 victorias contra 64 triunfos celestes–, pero que todavía recuerda con amargura esa racha adversa de 24 clásicos, desde 1982 a 1996, sin poder doblegarlo.

La semana previa tuvo sus historias. En Belgrano se esperó hasta último momento el retorno de Luis Fabián Artime, que quedó finalmente descartado por un desgarro. Pero no era esto lo que más preocupaba al cuerpo técnico. Se cuenta por Córdoba que varios de los jugadores del plantel no se bancan el egoísmo de su compañero Adrián Rodrigo Avalos, representado por el polémico Negro Ludueña. Y esto no es todo...

Los “viejos” que llegaron, como Cosme Julián Zaccanti y Luis Ernesto Sosa, no lograron hacer buenas migas con dos de los líderes del grupo, el Luifa Artime y Bernardo Martín Ragg. El técnico Luis Manuel Blanco no quiso perder el control de la situación y recurrió a su ingenio. Juntó al plantel y, para terminar con el mal ambiente, los sorprendió con un video donde todos los familiares de los futbolistas les daban su palabra de aliento. Una idea que funcionó, por lo menos para este partido.

Imagen Los Piratas no se quedaron atrás y colmaron su sector del estadio.
Los Piratas no se quedaron atrás y colmaron su sector del estadio.

Talleres también vive su interna. A los dirigentes todavía les dura el fastidio con Humberto Zuccarelli. Es que el entrenador colgó, el mes pasado, al tucumano Aníbal Daniel Hernández, jugador por el cual el presidente Víctor Szumik hizo lo imposible para conseguir su transferencia desde el Coquimbo chileno. Pero los buenos resultados tapan las broncas.

Así llegaban los dos colosos de Córdoba, con un marco multitudinario y colorido, pero también con el temor latente de la violencia, habitué aguafiestas de los últimos tiempos.  El fresco recuerdo de Belgrano–Instituto y los antecedentes no del todo pacíficos que figuran en el currículum vitae del clásico entre los dos grandes de la provincia, representaban un llamado de atención para las autoridades policiales.

Imagen Centro sobre el área de Belgrano. Bernardo Ragg intenta sacar la pelota con un puñetazo, ante la carga de Ramón Galarza, de Talleres. Detrás, el multitudinario marco.
Centro sobre el área de Belgrano. Bernardo Ragg intenta sacar la pelota con un puñetazo, ante la carga de Ramón Galarza, de Talleres. Detrás, el multitudinario marco.

Gracias a Dios, el operativo que movilizó a 1.500 efectivos  funcionó a la perfección. Dentro del estadio no se produjeron desmanes y la desconcentración de los hinchas se llevó a cabo con total normalidad.

La fiesta, entonces, con una recaudación de 261.000 pesos, fue total. ¿El partido? Espectacular y cambiante. Lo podría haber liquidado Talleres en el primer tiempo, cuando se puso en ventaja con dos golazos. El primero, enganche y zurdazo del tucumano José Alfredo Zelaya. El segundo, definición magistral de Diego Héctor Garay, desde un ángulo cerradísimo. Lo podría haber liquidado Belgrano en el complemento, cuando com amor propio remontó el resultado con tantos de Guillermo Pablo Guendulain y Cristian Carnero.

 

Terminaron gritando los dos... “¡Y iá lo vé, y iá lo vé, es el invicto cordobés”, deliraban los de la “T” por la continuidad de la racha. “¡Dale la ‘B’, dale la ‘B’...!”, enloquecían los Piratas por la resurrección de su equipo, que había robado un punto del tesoro albiazul. Un extraño final donde las dos tribunas cantaban y disfrutaban... Sin violencia, sin agresión, sólo cargadas. Como debe ser el clásico de la Docta, en Paz.

 

 

Por ALEJO AVERSENTE (1997).

Fotos: EDUARDO FARRE y VICTOR HUGO SAAVEDRA.