Las Crónicas de El Gráfico

Cuando se peleaba a puntapiés... con espolones y todo...

Durante el siglo XIX, Principalmente en Inglaterra y Estados Unidos, prosperó con cierta popularidad una práctica predecesora del boxeo denominada “Purring”, tan violenta como letal.

Por Redacción EG ·

26 de septiembre de 2019

La pelea a Puntapiés constituyó, en un tiempo, un deporte con todas las de la ley en Inglaterra y Estados Unidos. En este último país hace rato que ha desaparecido por entero, no así en ciertas regiones mineras inglesas, donde, de tanto en tanto, se verifican algunos de estos originales combates. En los tiempos que no se conocía otro pugilismo que el pugilismo a puño limpio, la lucha a patadas dividía la atención de los aficionados a esta clase de espectáculos; pero mientras el uno se difundía por el mundo, la otra quedaba circunscripta a ciertas regiones de Inglaterra y a las minas del Oeste norteamericano, donde perduró durante algún tiempo, para desaparecer luego rápidamente. En realidad, el "purring", que así se le llamaba, se originó en Cornwall, Inglaterra. Un minero lo introdujo en las minas de plata del Colorado y el nuevo deporte se difundió por la región con sorprendente rapidez. Así, al poco tiempo, los rudos obreros de la zona no conocían otro pasatiempo para los momentos de descanso. Desde luego que no lo tomaban como un deporte en el estricto sentido de la palabra, sino como uno de los tantos medios de jugarse el sueldo... pagado todo en plata.

 

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¡Con espolones!

Para disputar encuentros de esta naturaleza, los contrincantes se desvestían de la cintura para arriba, como lo hacían los boxeadores, pero se dejaban los botines, a los cuales le habían ajustado agudos clavos, sirviéndose de éstos como los gallos de sus espolones.

Es de imaginarse el efecto que producirían aquellos implementos en las carnes de los contrarios. Tan es así, que varios combatientes recibieron, a consecuencia de ellos, heridas que los llevaron a la tumba. Por este motivo, los mineros decidieron suprimir los espolones y el asunto se redujo a un simple torneo de puntapiés más o menos artísticamente aplicados.

El dibujo que ilustra esta página es un apunte al natural tomado por un artista que tuvo ocasión de presenciar una de estas luchas, entre mineros del Oeste.

 

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Los campeones yanquis

En los Estados Unidos, los ases del deporte, si así puede llamársele, fueron Tom Leeds Y Bill Boody. Sostuvieron entre ellos la batalla más sensacional de este género; era a terminar y duró más de una hora. Los reglamentos eran bien sencillos. Generalmente, cada rival depositaba diez dólares, en concepto de bolsa; se elegía a continuación un referee y un ring, casi siempre rodeado de cuerdas. Si no se contaba con una cuerda, la lucha se desarrollaba dentro del círculo que dejaban en el medio los asistentes. Ambos oponentes se comprometían a no golpearse en-cima de las rodillas, y el que contraviniera esta regla se hacía pasible de foul, perdiendo, por consiguiente, el match y la apuesta. Las piernas estaban cubiertas solamente por las medias y las manos podían usarse tanto para asir al adversario, como para golpearlo. El que gritara primero: ¡Basta! ¡Basta!", era declarado perdedor.

Los campeones del "purring" eran ordinariamente eximios bailarines. Actualmente se hubiera dicho de ellos que poseían un maravilloso juego de piernas. Naturalmente, los combates resultaban siempre sangrientos y los actuales encuentros de boxeo nos dan apenas una idea de lo que serían aquellas luchas. Las fracturas de los huesos de las piernas estaban a la orden del día.

 

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El FINAL DE UN GRAN COMBATE

Al finalizar el combate que sostuvieron Leeds y Boody — cuenta un cronista de la época, — se ofrecía a nuestros ojos el espectáculo más terrible que pueda imaginarse. Leeds estaba tirado en el suelo, con las piernas hechas papilla, sangrantes; su rival, aunque en condiciones algo mejores, mostraba también las piernas horriblemente desgarradas. Las ganancias del vencedor, seguramente, apenas le bastaron para pagarse un médico y comprarse medicinas. Pero los espectadores, impresionados por la formidable demostración de coraje que les habían ofrecido los combatientes, reunieron por suscripción una suma igual a la bolsa y la repartieron entre los dos por partes iguales. Recuerdo que en una ocasión, allá por el 80, los mineros del Colorado encontraron un rico filón, y para celebrar el acontecimiento, organizaron una serie de juegos. Uno de los obreros, que era originario de Cornwall, propuso entonces un match de "purring". No fue fácil encontrarle adversario. Pero, al fin, se consiguió hacer venir uno de cierto campamento situado a sesenta millas de distancia... El día del encuentro, el visitante se presentó seguido por un centenar de compañeros, portadores todos ellos de sendas bolsas de plata, listas para apostar. El match fue fieramente disputado, venciendo al final el británico. Tan maltrecho quedó su oponente, que al cabo de cuatro días falleció de resultas de las heridas. Por fortuna, el sheriff era amigo de todos y en el sumario comunicó a sus superiores que la "muerte se había producido a causa de una infección..." Así quedó todo arreglado y el vencedor pudo volver a su trabajo.