Las Crónicas de El Gráfico

1997. La mordida

Las Vegas se vistió de gala para lo que sería la pelea del año. La revancha entre Evander Holyfield y Mike Tyson. Finalmente la decepción fue quien venció, aquella noche, Tyson le arrancó parte de la oreja de Holyfield.

Por Redacción EG ·

19 de julio de 2019

Tengo ganas de llorar. Y no puedo... Desde mi ventana, en el piso 24 del hotel Flamingo Hilton, me llega una catarata de luces trasnochadas. Gente feliz que viene a disfrutar, pienso. Estas mismas luces contagiaron la alegría de otras noches inolvidables. Aquélla de Durán frente a Hagler... Aquella otra de Leonard frente a Hagler... Grandiosa.

Enciendo un cigarrillo. El llanto me viene desde adentro, pero no aflora. Uno sufre por las cosas que ama. El boxeo es, ante todo, la dramática fiesta de la lucha leal entre dos hombres jugándose el futuro, la felicidad imaginada, la gloria cercana, la inmortalidad. Aquí, en Las Vegas, vi a Coggi sufrir una paliza frente a Randall y perder de pie, estóicamente, como un hombre.

Aquí, en Las Vegas, vi a Holyfield jugarse cara o cruz contra Bowe y perder por nocaut, arriesgando la victoria cercana, como un hombre. Y vi a Tyson ganarle a Tate, logrando unificar todas las coronas de los pesos pesados. Era, entonces, el tiempo de la ilusión: el chico surgido de la miseria, el desamor el desamparo y la delincuencia que alcanzaba la gloria con sus puños.

Tengo ganas de llorar. Y no puedo...

En el MGM Grand de Las Vegas, todo estaba preparado para una noche borracha de gloria y drama, de revancha, de boxeo puro. El eterno choque entre el boxeador (Evander Holyfield) y el peleador (Mike Tyson), con el agregado del desquite. Lo fuimos gozando de antemano con el querido Gordo García Blanco —compañero de transmisión por América—, mientras nos dirigíamos al estadio, bajo los calores inclementes del desierto, junto al técnico argentino Miguel Díaz, radicado aquí hace unos veinticinco años.

Imagen La revancha: Tyson y Holyfield ses habían enfrentado en Las Vegas el 9 de noviembre de 1996, con triunfo para Evander Holyfield. Esta pelea también fue en Las Vegas, el 28 de junio de 1997.
La revancha: Tyson y Holyfield ses habían enfrentado en Las Vegas el 9 de noviembre de 1996, con triunfo para Evander Holyfield. Esta pelea también fue en Las Vegas, el 28 de junio de 1997.
 

Sin quererlo, Díaz anticipó algo: "Hay más vigilancia que nunca, tienen miedo de que se repita la vergüenza del Madison cuando pelearon Bowe y Golota..." Y luego, con un gesto que pretendió conjurar el mal recuerdo, añadió: "Claro, eso fue una guerra de los rincones, la gente no tuvo nada que ver... No, aquí no puede pasar nada".

Se equivocó Miguel, nos equivocamos todos.

Después de aquella tremenda pelea de noviembre pasado, cuando Holyfield le dio una lección de boxeo a Tyson —paliza mediante—, hubo novedades... No fue sólo el cambio de técnico, con el retorno de Richie Giachetti como responsable de Tyson, a quien había dirigido tras su derrota en Japón ante Buster Douglas, sino también el pedido de John Horne —manager visible de "Irún Man", títere de Don King— de que no actuara el árbitro del primer combate, Mitch Halperti.

La Comisión... Atlética de Nevada, en votación no unánime (uno votó en contra, quedaron 4-1), resolvió que Halpern fuera el árbitro. Pero el jueves, a las once de la noche, el propio Halpern decidió dar un paso al costado. Dijo que no existieron presiones, aunque quizá las hubo: en un acto de soberbia, Horne aclaró que si repetían el referí, Tyson no peleaba. Por supuesto, ni la Comisión de Nevada ni la Asociación Mundial de Boxeo comentaron nada, aunque lo más lógico hubiera sido no ceder a la extorsión.

A las seis y media de la mañana lo llamaron al árbitro Mills Lane, para muchos —nos incluimos— el número uno, y aceptó... Paga: 10.000 dólares. ¿Quién iba a pensar lo que ocurriría luego?

 

La danza del guerrero

El show previo fue espectacular, pues la salida de los hombres marcó dos sensaciones. La mayoría aclamó a Holyfield con una cálida ovación; fueron también muchos —aunque menos— los que gritaron por Tyson. Holyfield subió al ring cantándole loas al Señor, envuelto en una coraza de fe y hasta de alegría: antes de la pelea estuvo bailando, como aquellos antiguos guerreros que encontraban en la danza la forma de alejar los malos espíritus. Tyson, con un extraño rictus en el rostro, parecía menos torvo y amenazante que otras veces, acaso por el respetuoso respeto de la paliza anterior.

Se preveía un Tyson más agresivo que nunca en los primeros asaltos, buscando la definición rápida. Y aunque lo intentó desde el comienzo, quedó en claro que era Holyfield quien dominaba el juego estratégico: rápido en la ofensiva, enmarañado en el cuerpo a cuerpo.

Ganó el primer asalto anticipando, peleando y aferrándose a su retador. Y en el segundo, tras un choque de cabezas, empezó el sufrimiento para todos, especialmente para el referí, pues los hombres se le empezaban a ir de las manos...

Tyson, malamente cortado en la ceja derecha, se quejó del cabezazo. En las tarjetas de los tres jueces no figura ningún descuento de puntos, pues el gesto de Milis Lane no dejó de ser ambiguo. Para los jurados —Jerry Roth, Duane Ford y Chuck Giampa—, Holyfield se impuso en los dos primeros asaltos: 20-18. Después vendría el caos...

Imagen La potencia de Tyson hizo que Holyfield quede contra las cuerdas.
La potencia de Tyson hizo que Holyfield quede contra las cuerdas.
 

Hasta ese momento, aún trabada, la pelea venía dura para los dos. Tyson apostando a la partida de derecha, Holyfield anticipando con el jab de izquierda y luego insistiendo con el gancho de derecha a la cabeza, como en el primer combate. Ya no había tiempo de acordarse de las celebridades presentes —Madonna, Al Pacino, Sylvester Stallone, Val Kilmer, Tiger Woods, James Caan...—, ni de toda la publicidad previa, ni siquiera de la estadística: sólo tres boxeadores de la categoría pesado se tornaron revancha y recuperaron sus coronas... Floyd Patterson ante Ingeniar Johansson (1960), Muhammad Alí frente a Leon Spinks (1978) y Holyfield ante Riddick Bowe (1993).

No, era tiempo de pelea, áspera, dura, friccionada, con el nocaut aleteando en cada arrebato. Verlo a Tyson retroceder ante el ataque de Holyfield marcaba una tendencia: el campeón era superior.

Después, el caos. Antes, toda una historia...

 

La fe mueve montañas

El viernes a la nochecita y para estirar las piernas, nos dimos una larga vuelta que incluyó un paseo por el Caesars Palace. En la cafetería más popular estaba comiendo el reverendo Jesse Jackson, figura de alta reputación entre los norteamericanos. No nos sorprendió demasiado verlo, pues suele presenciar casi todas las peleas. Agreguemos que el café no es convencional: tiene una especie de enorme balcón que da al pasillo.

De pronto, mientras pasábamos, vimos cómo el reverendo dejaba la mesa y se acercaba al borde del balcón... Es que, a nuestras espaldas, se encontraba el mismísimo Evander Holyfield, quien vestía impecable traje negro cruzado, camisa blanca y corbata de seda al tono.

Imagínese. A un día de la pelea estábamos a un metro de Holyfield y Jackson, separados por aquel balcón de hierro. Se abrazaron y —cosa no habitual en este país— se dieron un beso. El reverendo traspuso el balcón y hablaron entre ellos, absolutamente olvidados de la gente que se iba amontonando a su alrededor. Hablaron en voz baja, el reverendo le presentó a algunos amigos, intercambiaron teléfonos y luego, tras un nuevo abrazo y un beso, se despidieron...

Tal vez pasara por ahí uno de los hilos de la pelea ya que, en la anterior, no faltó quien hablara del enfrentamiento entre un cristiano (Holyfield) y un musulmán (Tyson). Algo sí pareció quedar en pie porque Evander es, de los dos, el que más proclama sus creencias y el que más firmemente cree en ellas.

Allá por 1995, cuando se divulgó su problema cardíaco, apareció en la vida de Holyfield el predicador evangelista Benny Hinn. Ocurrió en Filadelfia y es una pena que no se haya registrado el día exacto, pues en esa fecha cambió la vida de Evander. No sólo por su aspecto espiritual, sino porque conoció a Janice Itson (nótese que el apellido es muy similar al de "Iron Mike"... ¿Una señal del destino?).

Holyfield ha hilvanado, digámoslo de una vez, una agitada vida amorosa que le ha dejado como saldo seis hijos: el mayor, Evander, tiene 13; el menor, Eden, uno. Mínimo calculado: tres esposas oficiales.

Así que cuando Janice se metió en su vida, él no quiso saber nada: "No estoy buscando esposa, justamente", les decía a sus amigos. Y eso es lo que fue de Itson: un amigo. Tanto que ella se quedó cuidando a sus hijos cuando él viajó a Las Vegas para pelear con Tyson. Y en esa fecha, precisamente, Evander le propuso matrimonio. Ella aceptó, por supuesto. Se casaron en una de las capillas de trasnoche de Las Vegas, vestidos a la buena de Dios, con testigos ocasionales, a eso de las cuatro de la mañana...

Como en las más cándidas novelas infantiles, él cambió de ahí en más. Estaba a dos semanas de enfrentar a Mike Tyson y parecía haber perdido el fuego. Lo recuperó. Ahora tenía ganas, vigor y enjundia. Pero la noche anterior al encuentro, Holyfield aprendió una lección más. Estaba nervioso y su mujer, entonces, puso música. Y bailaron. Y bailando, ese hombre se encontró a sí mismo con un Evander Holyfield decidido, seguro de sí mismo y distendido.

El resto es historia, pero la historia ofreció una segunda parte la noche del sábado 28 de junio de 1997 en el mismo ring, en el mismo estadio, a la misma hora...

 

Un mordisco inesperado

En el tercero, alertado por Giachetti, Tyson salió a ganarle la ofensiva a Holyfield pues, ante todo, era el poder de sus puños el que podía desequilibrar la cosa. Cortado, impotente, incapaz de producir variantes, Mike era el pegador que buscaba la mano que lo salve, el golpe que termine con la historia.

Y, de pronto, Holyfield que comienza a saltar frente al estupor de todos. Salta. Se contrae. Grita. Gesticula. ¿Qué pasó? Confieso que no entendimos nada. Era una danza enloquecida, arrítmica, casi grotesca. Lane que detiene la pelea cuando Holyfield, retrocediendo de espaldas, es agredido por Tyson, quien le da un empujón brutal, mandándolo contra las sogas.

Imagen Momento de desconcierto, Evander Holyfield se toma su oreja luego de ser mordido por Mike Tyson.
Momento de desconcierto, Evander Holyfield se toma su oreja luego de ser mordido por Mike Tyson.
 

Empezamos a salir de la sorpresa cuando vimos que, en un cuerpo a cuerpo, Tyson había mordido la oreja derecha de Holyfield, escupía el pedazo de inmediato y el campeón, sangrando, era enviado a su rincón. Estupor. Sorpresa. Indignación. Vergüenza ajena. Bronca. Lástima. Súmele el sentimiento que quiera. ¿Qué era esto? Hubo cabildeos, pensamos que la pelea no podía seguir. A través de las pantallas gigantes, la gente empezó a tomar conciencia de lo ocurrido, pasando la información de boca a boca, si me permiten el término.

Entonces al caos se le sumó el ridículo, pues Lane, en lugar de descalificar a Tyson por una acción tan vergonzosa y vergonzante, procedió a quitarle dos puntos... Sí, ante el estupor de muchos, el combate seguía igual...

Aclaremos. Una cosa es un golpe bajo, a veces tirado en el fragor de la lucha: antirreglamentario, pero quizás comprensible. O un cabezazo, producto de una mala posición. Pero... ¿morder es un acto normal en boxeo o un modo volitivo de expresar impotencia y bronca? Morder —algo totalmente no contemplado en las leyes del boxeo— es, para decirlo con secillez, una salvajada.

No es el primer caso, por supuesto. La Cruz mordió a Castellini en la tetilla, como una vez hizo Bonavena ante Lee Can (eran aficionados, lo descalificaron) o Palma a Luján en un hombro (la pelea continuó). Muy distinto es, como si fuera poco, hacerlo en la oreja...

Sobre el final, casi con la campanada del tercero, Tyson lo volvió a morder. Y aunque el round terminó sin gesto alguno de Mills Lane, en el descanso fue a su rincón y procedió a descalificarlo, como debería haber hecho desde el comienzo. Indigna que un profesional que iba a ganar 30.000.000 de dólares por una pelea haga algo así, salvaje, cobarde y absolutamente primitivo.

En realidad, quizás ni siquiera llegue a cobrar esa cifra ya que en una reunión de emergencia, la Comisión Atlética de Nevada decidió retener la bolsa del retador, según lo informó Elias Ghanem, uno de sus miembros.

Tras la descalificación, Tyson quiso seguir peleando, lo que provocó un revuelo tremendo, con el subsiguiente escándalo. Hubo golpes, agresiones, pechazos, insultos y otras yerbas. Sin que se diera a conocer oficialmente el veredicto —tardaron demasiado—, Holyfield se fue corriendo a su vestuario, sangrante. Perdió un pedazo de una oreja y esa misma madrugada del sábado era sometido a una cirugía plástica: un auténtico horror, una pesadilla incalificable, una afrenta.

Tyson se retiró bajo una lluvia de insultos y pochoclos, enojado porque "él me dio un cabezazo y no le dijeron nada", según sus palabras, excusa propia de un infradotado, con perdón de aquellos cuya inteligencia no alcanza los límites normales. Don King, para muchos el promotor más grande de la historia y para otros un tirano caprichoso y cruel, trató de defenderlo con los mismos términos, desencajado y con razón: su más preciado tesoro —el negocio— se le va de las manos...

 

Imagen Así quedó la oreja de Holyfield. Mike Tyson fue descalificado.
Así quedó la oreja de Holyfield. Mike Tyson fue descalificado.
 

 

¿El ocaso de una leyenda?

Mientras, en las afueras del estadio, en el mismo casino, llegaron a escucharse dos balazos, lo que provocó una estampida que dejó cincuenta heridos como saldo.

Parece mentira. Aquel Tyson de los arrabales, ése que invirtió largos años de su vida en cárceles y reformatorios, no supo aprovechar la hermosa mano que le tendió la vida. El campeón de todos, el formidable guerrero, podría haber sido casi un ejemplo de cómo una actividad deportiva lo devolvió a la buena senda. Lo de este sábado quedará como una página de horror. Hacer lo que hizo Tyson es retrogradarse a la ley de la selva.

No es esto el boxeo, que se entienda. Hasta sus más enérgicos detractores —aquellos que sacan chapa de civilizados y olvidan que el boxeo es una forma de salir del barro y la miseria— estarán de acuerdo en algo: hay normas, hay reglas, hay códigos.

Tyson, apelando a las cavernícolas leyes de la jungla, hizo algo indebido, rastrero y cobarde. En lugar de pelear con las armas que Dios le dio —pues fue Dios quien pos regaló las manos y fue el hombre quien, cerrándolas, las convirtió en puños para su defensa—, apeló a un recurso vil, enlodando una actividad que entregó guapos capaces de jugarse la vida en un cruce, pero sin hacer trampas propias del presidio y de la delincuencia.

Tengo ganas de llorar y no puedo...

Este Tyson, que apareció en el mundo del ring como un gladiador enérgico y ganador, pasó de la noche a la mañana a ser apenas un histérico resentido que, impotente ante la habilidad del otro, apeló a un recurso de primate y no del sufrido y querido boxeador que va, pelea, ganando o perdiendo, pero con honor y dignidad.

El viejo Cus D'Amato se estará revolviendo en su tumba.

Y uno aquí, en Las Vegas, la ciudad de las luces y los ensueños, tiene ganas de llorar y no puede. El Boxeo no merecía este oprobio de vergüenza y cobardía...

 

 

Por CARLOS IRUSTA

Fotos: THE ASSOCIATED PRESS y REUTERS.