Las Crónicas de El Gráfico

1959. Independiente jugó al bulto. Racing al vacío

Dante Panzeri escribió la crónica del último clásico de la década del 50 que fue para la Academia. Fue una lluvia de goles en la cancha de Independiente donde Racing terminó venciendo por 4 a 3.

Por Redacción EG ·

23 de febrero de 2019

El título de esta nota dice, con una de las maneras de decirlo, lo que también puede decirse de otra manera: Racing jugó a sacar el cuerpo e Independiente jugó a poner el cuerpo.

Imagen Así jugó Villegas, zambulléndose, chocando, pretendiendo romper el bulto de piernas y adversarios.
Así jugó Villegas, zambulléndose, chocando, pretendiendo romper el bulto de piernas y adversarios.

Racing jugó (aclaremos: en la ofensiva) a eludir la fricción con el adversario, a meter la pelota en el lugar con el que coincidiera el punto de llegada de algún pique muy alerta, para arribar de esa manera al remate dentro de un relativo despeje de obstáculos para el camino a recorrer por la pelota entre el pie de su rematador y la línea del arco de Independiente. Racing jugó al vacío. Buscó el vacío tanto para tirar como para pasar la pelota. Acaso esto último haya sido lo más importante para el rápido éxito que logró en lo primero.

Independiente entendió el partido de otra manera.

Imagen Así pretendió jugar Varacka, shoteando sobre el adversario al rebote, al entrevero.
Así pretendió jugar Varacka, shoteando sobre el adversario al rebote, al entrevero.

En el diccionario del idioma futbolístico (¿existe?) no damos con ningún calificativo de esa manera. Pero esa manera puede ser así definida: cuando se juega en los potreros, generalmente mucho más pequeños que las canchas reglamentarias, la amplitud panorámica del juego se ve anulada por el forzoso amontonamiento de la gente que quiere jugar y se gesta en el jugador la idea, la obligación, pero más que todo la necesidad de estar siempre encima de lo que llamamos "el bulto". El bulto es en el juego de potrero —bueno... en cualquier lugar donde se juegue fútbol— una imagen un tanto arbitraria de hombres, pelota, red, amontonamiento, entrevero, todo enmarcado por los tres palos del arco al que se quiere llegar, al que más que llegar se quiere perforar porque conforme se agudiza la dificultad para romper toda esa barrera de impedimentos, en la misma medida se fervoriza el afán del jugador por agujerear más que burlar la línea que hace de base a ese marco y que es símbolo universal del delirio o la simple satisfacción del gol.

Imagen Desventaja de delanteros, comodidad de jueces, ventajas de defensores: Abelardo carga correctamente. Negri le hará foul. Anido lo empujará don una mano. El juez sancionará tiro libre en contra de Independiente.
Desventaja de delanteros, comodidad de jueces, ventajas de defensores: Abelardo carga correctamente. Negri le hará foul. Anido lo empujará don una mano. El juez sancionará tiro libre en contra de Independiente.

Cuando se juega ese fútbol, ese fútbol de montoneros, de panorama visual cada vez más estrecho según se estrechen las dificultades que impiden llegar al gol; cuando se juega ese fútbol... no se juega a nada; se pelea, se porfía, se guerrea, se rebotea la pelota contra un frontón de piernas, pechos, cabezas y espaldas del que a cada rato surge al alcance de alguna pierna atacante el posible pelotazo (no podemos llamarlo remate, porque remate es puntada final de algo que termina), que tanto da lugar a un nuevo rebote como a una pelota apenas desviada o fortuitamente salvada por alguna otra pierna que se suma al enredo y que a la postre lleva a decir algunas de estas cosas:

"¡Qué mala suerte!"

"¡Qué baile!"

"¡Los tenemos en un arco!"

"¡Los metimos bajo los palos!"

"¡No quiere entrar!"

Imagen Abeledo, el mejor forward de Independiente, logra filtrarse con habilidad, pero tan rodeado como tan seguro de donde terminará… en otro rebote.
Abeledo, el mejor forward de Independiente, logra filtrarse con habilidad, pero tan rodeado como tan seguro de donde terminará… en otro rebote.

Muchas de todas estas expresiones deben haberse pronunciado a cada minuto del partido entre el público adicto a Independiente. Allá ellos con su manera de interpretar el fútbol.

Pero aquí nosotros con lo nuestro: normalmente la pelota no puede entrar de esa manera. Querrá que entre la voluntad, la vehemente voluntad del jugador que así pretende que entre, pero no es normal que así penetre ni es mala suerte que con esa manera de jugar no penetre.

Cuando salimos del potrero y pasamos al estadio o a la cancha verdadera, ocurren generalmente dos cosas, las dos extremistas entre sí. Esta es la primera y la que sufre la mayoría de los jugadores que parecieron cracks en el potrero: encontrarse con que el campo les resulta una estancia de grande, en la que se pierden y se enredan por la única costumbre que tienen de jugar en un área muy chiquita y con mucha gente encima. La segunda: que al levantar la cabeza que promueve la meditación que a su vez clarifica muchas cosas oscuras, algunos vean qué fácil resulta jugar bien rindiendo muchísimo, escapándole precisamente a lo que sea "montonerismo", entrevero, rebotes y pelotazos a "escrachos" para optar por el desplazamiento sin pelota para recibirla en un vacío de impedimentos y de la misma manera encontrar con esa comodidad la gran facilidad y el enorme lucimiento de ubicarla hacia otro vacío del terreno al que en libre carrera llegue el compañero que ha sincronizado su meditación con la intención de aquel otro. Puede que ésta sea una de las explicaciones de la frecuencia con que la gente se desconcierta de la conversión en cracks de muchos "malos" jugadores del campito. El que no era nadie en el potrero y es mucho en el estadio, es un ejemplar tan conocido como el que era mucho en el potrero y no es nadie en el estadio.

Independiente con posesión de la pelota mucho más frecuente que Racing nos recordó ese fútbol de la pelota que no quiere entrar y Racing (sus forwards y Cap), el opuesto del fútbol jugado para que la pelota entre sin "dominar", sin "merecerlo", sin chocar, ' sin fricciones, sin nada del fútbol hecho porfía y con muchísimo de fútbol convertido en juego. Eso: juego jugando, sacando el cuerpo. Independiente ponía el cuerpo, la pierna, la pelota y cuanto tuviera a mano para realizar por temperamento lo que no había planeado en posiciones.

Imagen Tercer gol de Independiente y renovación de una esperanza varias veces frustrada: la del empate que no llegó.
Tercer gol de Independiente y renovación de una esperanza varias veces frustrada: la del empate que no llegó.

Los hombres de Racing, especialmente Sosa, Belén, Ferrero y Pizzutti, en ese orden de sentido de ubicuidad, recibieron el 90% de los pases en la posición ideal para jugar totalmente libres, de primera y si no libres, para hacerle sufrir un desaire nunca grato al defensor que llegara hasta ellos con ese "todo al bulto" que tanto hace feliz a una hinchada como a largo plazo tanto hace incapaz a un equipo.

Independiente "dominó" (¡qué deformación se ha hecho de la palabra dominar!) chocando: Racing ganó fácil el partido escapándole al choque.

Nosotros no podemos decir que Racing sea esto, esto que fué el domingo: decimos que el domingo fué esto. Y puede que lo haya sido por influencia de un factor capitalísimo para que un equipo juegue bien: tranquilidad espiritual. Tranquilidad que le dió el colocarse 2-0 apenas iniciado el partido y 3-0 cuando estaba muy lejos de terminar el partido. Sin duda que encontró, en ese respaldo de goles, en esa liberación del apuro tan propio de la histeria del hincha, no sólo el margen sino el placer de jugar el fútbol fácil, cuya dificultad mayor estriba en verlo fácil, en tener coraje para hacerlo fácil.

Inyectado de ese coraje Rubén Sosa se llenó de luces como para encender incluso la que no siempre suele tener prendida: la de su "sentir" el fútbol fácil de contención difícil. Repartió pases de precisión y habilidad impecables; corrió a recibir otros con sentido de oportunismo de todo un shoteador; estuvo en la cortita y estuvo en la muy larga; estuvo donde quiso haciendo la que quisiera (menos esta vez las de cabeza), porque, además de ser él un buen jugador, la defensa de Independiente daba para mucho.

Imagen Derecha: Perfecta cortada de Ferrero al pique en diagonal de Sosa y espléndido tercer gol de éste para Racing.
Derecha: Perfecta cortada de Ferrero al pique en diagonal de Sosa y espléndido tercer gol de éste para Racing.

Más que acompañantes resultaron hombres de un mismo plano en importancia de intervención en cada jugada de Sosa, Ferrero, Pizzutti y Belén, el primero de ellos autor ignoto de los tres primeros goles de Racing, en todos los cuales fué decisiva para aprovechar espléndidas cortadas, su serenidad para parar la pelota, tranquilidad para jugarla, como felicidad en destinarla. Cap los acompañó con señorío de apoyador mucho antes que con vigor de defensor, tarea la primera en la que muchos de sus aciertos contaron con el despliegue que en su respaldo hizo Giannella, pero también es cierto que con el contrapeso de una extrema defensa que entendió el fútbol muy a la manera de como Independiente conceptuara que podía llegar al gol.

Lo muy distinto que suele ser Racing respecto de este partido, se origina a nuestro entender en la deficitaria condición de jugadora de su defensa en general, habitualmente defensora-corredora-sacadora, con arrastre hacia esa onda del propio Cap, que tan bien jugara en este caso.

El problema de Independiente fué exactamente el mismo con otra camiseta y con otros nombres, empezando por la total privación de apoyo con que deben jugar sus delanteros. Pero algo peor como son los disgustos que frecuentemente tienen con la pelota Navarro, Ferreiro y Víctor Rodríguez. Este último, con recursos para jugar bien ha optado por una disciplina personal muy egoísta, aunque es cierto que muy cómoda y de fácil asimilación para la hinchada: jugarla a zonas que por distantes como por muy pobladas, aunque cercanas, la pelota no "amenace" con regresar inmediatamente, poniendo en evidencia el error de su entrega y dando más bien lugar a que se piense que "él cumplió, la pasó", pero la pasó a cualquier parte. Con José Varacka ocurre lo contrario: teniendo mucho dominio de la pelota no aplica ese dominio para buscar que ella circule sino para gestar rushes que puedan transmitir idea de voluntad, ganas de ganar y amor a la camiseta, pero con lo cual no gesta ni concreta sino malogra jugadas con la agravante de que frecuentemente, por temor al silbido con que se premia al que la baja, prefiere reventarla con alguna corrida que termina con un shot a centímetros del adversario o con un tropiezo frente a algún obstáculo por el que no se puede pasar. La defensa de Independiente, incluida una exhibición de arrojo con artes de arquero, que hizo Ferreiro en media cancha... hizo de todo lo que no debe hacerse. Puede que ésta sea una explicación de lo embarullados que estuvieron sus forwards, barullo en el que no incluimos a Villegas, exponente de la antítesis del orden en el que incluso sus goles más brillantes pueden ser consecuencia del remoto acierto de su empecinamiento para hacerlo más difícil. Pero de todas maneras no se salva Jiménez del reproche de no haber sabido buscar zonas de desmarque para chocar menos produciendo más, tampoco Carbone de su retraimiento al juego cambiante, tampoco Cruz de concesiones tales como las de ejecutar dos córners seguidos con la misma pierna y al mismo lugar o no atreverse a cambiar de pierna para usar una derecha con la que trabaja bien y podría shotear mejor. Abeledo demostró que además de saber jugar la pelota es pícaro para estar donde el adversario puede no esperar que esté.

Independiente soltó amarras diciendo salir de un sistema, pero entrando en otro que configura otro extremo. El de no tener ningún método o mejor dicho el tener un solo método, el pelotazo: atrás, en el medio y adelante. A Racing le agradecemos el haber jugado como nosotros creemos haber dicho que debía jugar (claro que no a todo Racing…).

 

Por DANTE PANZERI

Fotos: Alfieri y Fumarola.

 

Por una camiseta

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Con su victoria del domingo Racing ya es subcampeón 1959. La cosa no tiene tanta importancia para un equipo que pretendía retener un título máximo, pero para, una chiquilinada que es, y no es chiquilinada porque ciertas barbas resultan tan crecidas como sus pantalones, cualquier motivo es bueno para invadir en tropel el campo de juego, avalanzarse sobre los jugadores, despojarlos de sus camisetas (a veces de algo más) y luego disputar entre sí trozos aunque sean minúsculos de un supuesto trofeo de transpiración que genera el vergonzoso espectáculo que ilustran estas fotografías. Vergonzoso decimos, luego de haberlos visto muy probablemente como acto de buen humor mientras fué un juego de niños, una cristalización de una infantil idolatría. Pero esto, esto que hoy ocurre por una camiseta se ha convertido en un juego de energúmenos envalentona dos Por un cada vez más fácil acceso a un campo que según los reglamentos nadie podría invadir. Estas exteriorizaciones todavía son inofensivas.

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