Las Crónicas de El Gráfico

2002. Sangre de guerrero

Roy Keane fue uno de los jugadores más destacados de un Manchester United multicampeón, a veces jugando al límite del reglamento, el mediocampista es recordado por su vehemencia a la hora de disputar la pelota.

Por Redacción EG ·

16 de enero de 2019
Irlanda es una tierra misteriosa, riquísima en leyendas y en supersticiones provenientes de la cultura celta. Y sus habitantes, en especial los de la costa sudoeste, siempre tienen tiempo para contar una historia ante los oídos de un turista. Basta recorrer la isla para escuchar barrocos relatos sobre los orígenes de cada apellido. Se dice que los Keane -Mac Catháin en su versión gaélica- eran un clan de guerreros radicales y sangrientos con los que nadie quería enfrentarse, porque traían en su ser la mismísima furia del demonio. Al ver en acción al capitán de Manchester United y de la selección de Irlanda, nadie se atreve a poner en duda que se trata de un descendiente con todas las letras.

Roy Keane es un soldado feroz que pelea su propia guerra, una guerra en la que tiene sólo aliados circunstanciales, pero enemigos permanentes. Esclavo del "retroceder nunca, rendirse jamás", Keane es un impiadoso guerrero irlandés que no concibe otra cosa que no sea ganar, arrasando y demoliendo todo lo que se interponga en su camino. Su actitud en una cancha es la de una bestia salvaje y acaso por eso es que consiguió ser uno de los mejores del mundo en su puesto, el hombre mejor pago del plantel (73 mil dólares por semana) y el estandarte de sus hinchas.

Keane no tiene espacios para el disfrute ni para los recuerdos floridos. No guarda videos ni fotos de sus mejores momentos. No cuelga las medallas en su casa, sino que las deja archivadas en una caja de seguridad de un banco. No le interesa verlas. "No me importa el pasado, ése es el problema de la gente, siempre está mirando hacia atrás. Yo no me acuerdo de las veces que gané, sino de las que perdí, no me las puedo sacar de la cabeza, me duran años y las sigo sufriendo. Dicen que fui importante en la última década, pero creo que Manchester United tuvo muchos capitanes notables y nadie se acordará de mí en unos años. Y está bien, nadie tendría que hacerlo. Además, ¿quién dice que quiero ser recordado? No me interesa lo que la gente piense de mí. Mañana mismo puedo estar muerto", dijo hace poco en una entrevista. En el mundo de Keane siempre hay un rival que vencer, un objetivo que cumplir, un alarido de furia que gritar. Su carga de agresividad es inmensa.

Menos mal que se hizo jugador de fútbol y no alguna otra cosa que resultara perjudicial para la paz mundial, estarán pensando algunos. Y es verdad. En este sentido, un dato presumiblemente superfluo se transforma en insoslayable: en la cancha, Keane nunca mató a nadie. Y eso merece ser destacado, porque el número de defunciones entre los rivales podría haberse disparado si Roy progresaba en su carrera original: boxeador. Boxeo, sí, ése era el deporte que Keane había elegido en Cork, la ciudad donde nació. Pero en el gimnasio no le iba muy bien que digamos. Tanta agresividad que ya venía amasando no hacía juego con su físico, demasiado frágil a la vista. Keane andaba por los 16 años y no era la roca que es hoy. En cada combate amateur cobraba en serio. Sin embargo, se dice que igualmente era muy difícil de noquear. Por más que lo estuvieran desfigurando, el irlandés siempre ponía la cara dispuesto a seguir recibiendo. Perder así era otra forma de ganar. Y eso era preferible a tener que aceptar su derrota dándose por vencido.

De todos modos, en el boxeo no duró mucho. Bastó que por fin se cruzara en el ring con un muchachito que tenía entre ceja y ceja para que el termostato de su caldera interna explotara por primera vez: en el medio del combate, Keane no pudo contener la furia y le tiró una patada a su rival. El desbande que se produjo bien se habría llevado unos minutos de transmisión en vivo de Crónica TV. Con los códigos del boxeo hechos añicos, y tras haber mostrado un adelanto de lo que lo convertiría en uno de los futbolistas más temidos y odiados de Inglaterra, Keane plantó la banderita definitivamente en la pelota de fútbol y hacia allá enfiló.

Imagen El duelo con Haaland, su enemigo más enconado. Una vez se negó a saludarlo en el clásico encuentro de capitanes y minutos después le dio una patada criminal.
El duelo con Haaland, su enemigo más enconado. Una vez se negó a saludarlo en el clásico encuentro de capitanes y minutos después le dio una patada criminal.


Recorrió varios clubes ingleses que buscaban jugadores jóvenes. El rechazo que recibió fue unánime: "Sos muy livianito", le dijeron. Y lo mandaron con moñito de vuelta a Irlanda. Keane volvió como el Demonio de Tasmania. Enfurecido, consiguió trabajo en una fábrica de cervezas y se quedó con una tarea que la mayoría evitaba: cargador de barriles y cajas de embalaje. Nunca había dejado de sacar pecho. El nuevo objetivo era sacar músculos.

En Irlanda firmó con el Cobh Ramblers de la débil liga local. Brian Clough, técnico de Nottingham Forest, lo vio cuando debutó en su selección y lo contrató a cambio de 16 mil dólares. En su primer partido en el Old Trafford, Keane taladró a Bryan Robson a los 7 segundos de juego. "Cuando lo vi en acción -rememora Alex Ferquson-, recuerdo que le dije a mi asistente, consternado: 'iPor Dios! ¿Quién es ese muchachito que viene a Old Trafford y tacklea así? Hace mucho tiempo que nadie se atreve a hacer semejante cosa aquí. ¿Quién es ese descarado?". El tackleador precoz se transformó en el principal objetivo del Manchester United, que recién pudo comprarlo dos años después, en una suma récord para el mercado inglés de ese entonces: 3,75 millones de libras, unos 6 millones de dólares.

Aquel cambio de camiseta le significó una serie impresionante de títulos, pero también demasiados escándalos. Tanto que desde su arribo en 1993 lo expulsaron 9 veces en el fútbol local, casi siempre por perder la cabeza. Y recordemos que seguimos hablando de la Premier League, donde es más fácil ver a un hincha desnudo entrando a la cancha que una tarjeta roja.

Sólo una temporada (1997-98) no lo expulsaron y fue porque había sufrido una rotura de ligamentos. En uno de sus típicos tackles deslizantes que ponen en alerta a los huesos del adversario sucedió lo impensado: nuestro irlandés se encontró con otra roca, AlfeInge Haaland. Tras el choque, Keane se levantó con toda la bronca y le dio una patada al noruego, pero fue él quien se llevó la peor parte y terminó con la rodilla hecha pedacitos.

Volvió ocho meses después, para desplegar toda la furia que había compactado. Una de sus tantas suspensiones le costó nada menos que la final de la Champions League en Barcelona, donde Manchester le ganó 2 a 1 a Bayern Munich sobre la hora. Días antes, Keane diseñó una de sus noches moviditas para neutralizar su sufrimiento: empezó por el pub irlandés Mulligan's, siguió por el Henry's Café Bar, aportó su presencia en el non sancto Quo Vadis y terminó su itinerario en una celda de la estación de policía de Manchester, por atacar borracho a una mujer australiana. Salió libre al día siguiente, fianza de por medio.

Un periodista del diario The Guardian, escribió: "Keane, un ser de tackles ingobernables, pasó una linda noche de fiesta. Típica de cualquier irlandés respetado que vive en Manchester y que tiene poco, muy poco para celebrar". Y le añadió un paréntesis: "(iNo me va a encontrar si me escondo en este barril!)".

La suspensión en aquella final fue durísima de asimilar. Keane cayó en la depresión. Dijo Ferguson, en pleno festejo: "Lo veía y sentía mucha pena por él, se notó que pasaba por un momento muy difícil".

La enseñanza que le dejó aquel parate por acumulación de amarillas se enmarca en una de las frases predilectas que usaba Alberto Olmedo: "Si la vamo' a hacer, la vamo' a hacer bien". A partir de ese momento, Keane multiplicó su producción de tarjetas rojas directas y su carácter indomable se hizo todavía más salvaje.

"Nunca voy a cambiar. Si lo hiciera, sería la mitad del jugador que soy. Sé que me van a seguir expulsando y estoy prepárado para enfrentarme a eso", declaró cuando las críticas le llovían porque casi le pega a un árbitro que en el Old Trafford había osado cobrar el primer penal para los rivales en los últimos seis años. "Por un momento, después de expulsarlo sentí miedo", dijo el referí Andy D'Urso.

Imagen Fiel a su estilo, pelea con Di Matteo y Poyet.
Fiel a su estilo, pelea con Di Matteo y Poyet.


El técnico que lo compró para el Nottingham, Brian Clough, señaló: "Keane tiene un carácter que se asemeja a Jekyll & Hyde. Cuando trabajaba conmigo era muy difícil escucharle decir una palabra, apenas se comunicaba con sus compañeros. Él sabía que yo no le toleraba ninguna estupidez. Una vez lo mandé de vuelta a casa porque en un pub le derramó un vaso entero de cerveza en la cabeza a una mujer que no le festejaba sus payasadas. Al día siguiente veo que todavía estaba en el hotel. 'El avión estaba lleno', me dijo. '¿Así que te pasaste toda la noche pensando en esa excusa estúpida?', le contesté, y terminó volviéndose en micro. Desde ahí, siempre me respetó. La única forma de operar con él es en base a amenazas. Algo que no está haciendo Ferguson, que tiene la cabeza en otra cosa mientras Keane, a veces, parece seriamente fuera de control".

La frase es del 2001, el año en el que todos vivieron en peligro: Keane se había subido al tren de la locura y no iba a dejar títere con cabeza.

Primero, criticó a los hinchas del club: "Hay partidos en los que el equipo necesita el apoyo de la gente, y uno mira a las tribunas y hay muchos asientos vacíos. Todos se van a comer sus sándwiches de langostinos en el entretiempo y vuelven cuando faltan 20 minutos. ¿A qué van a la cancha?, ¿a alentar o a comer? Nos dan la espalda. Es muy avergonzante que ésos sean los hinchas del Manchester United". Pero al contrario de lo que pasó con Trotta en Vélez, Keane siguió siendo el jugador preferido de la gente.

Más tarde, atacó a sus compañeros: "Hay jugadores que tienen contratos largos, pero eso no significa nada. Quizá llegó el momento de que sigan su camino. He visto a algunos que juegan con cierta complacencia, como si se hubieran dejado llevar por los títulos que ganamos. Que en los entrenamientos hacen las cosas a desgano. Y eso no puede ser, hay que dar lo mejor. Bajando el estándar un 5 o 10 por ciento, listo, se acabaron las posibilidades en Europa. Lo podemos tolerar con un jugador, pero no con más". Intentando aclarar, volvió a atacar filoso: "No esperen que sea un canciller. Soy el capitán, nada más, una persona normal. Jamás voy a interceder para solucionar ningún inconveniente en el grupo. Si Cole y Sheringham no se hablan desde hace 3 años, es cosa de ellos. Yo ni siquiera tengo el número de teléfono de mis compañeros. Y tuve peleas con muchos de ellos, ¿qué problema hay?".

Por último, el clásico con el Manchester City volvió a enfrentarlo con el noruego al que le había hecho la cruz: el tal Haaland, ahora capitán del equipo rival. Keane rechazó dos veces darle la mano durante el sorteo. El árbitro le gritó, pero sus ojos estaban en otro lado. Minutos más tarde, se produjo una de las patadas más alevosas y criminales en la historia del fútbol inglés. ¿Adivinen quién se la dio a quién? Haaland tiene la pelota, Keane sale en su búsqueda; Haaland pasa la pelota, Keane sigue su carrera desenfrenada; Haaland mira y ve venir a un misil a medio metro del piso. ¿Es un avión? ¿Es un pájaro? No, es Roy Keane, volando con las dos piernas hacia adelante. Pum. Los tapones dieron de lleno en la pierna del noruego, quien quedó fulminado. Keane se levantó y en medio del tumulto, se acercó para seguir insultándolo, aunque el noruego estaba casi inconsciente.

Los diarios ingleses revolvieron los archivos del 68 y titularon: "Animal!". Desde muchos sectores se puso en duda si Keane estaba mentalmente apto o si no era demasiado peligroso. Tiempo después, en lo que intentó ser un pedido de disculpas, Keane reconoció que le costaba dominar los impulsos: "Algunas reacciones mías se dan en esos segundos en los que no puedo controlarme a mí mismo". Lo cierto es que una nueva eliminación en la Champions League lo había demolido internamente. Se reportó que estaba bajo tratamiento por una depresión crónica. Mientras tanto, sus excesos se habían hecho una cuestión diaria.

Un vecino terminó ganándose un tour a la sala de rayos X del hospital, por una patada de "Keano" tras un altercado (imaginamos que no habrá sido por la máquina de cortar el pasto). En esta temporada, su última expulsión fue por una pelea con Alan Shearer. El goleador quiso hacer tiempo en un lateral. Con los ojos saltones y totalmente sacado, Keane se le fue encima. Si no lo separaban a tiempo, daba la impresión de que se lo iba a comer vivo.

"La guerra es para el hombre un estado natural", dijo Napoleón. Cada día que pasa, Roy Keane se esmera en darle crédito a esa frase. Mientras tanto, nosotros vamos buscando un lindo escondite para que no nos encuentre.

 

POR MARTIN MAZUR