Las Crónicas de El Gráfico

El amigo del crack

Hay distintos tipos de amigos: los de la infancia, los del trabajo, los de joda, los amigos en las buenas (un montón) y los amigos en las malas. Y existe un amigo que es propio del fútbol: el amigo del crack. POR AMPELIO LIBERALI.

Por Redacción EG ·

30 de julio de 2018
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Entre los muchos especímenes auténticos del fútbol argentino hay varios que resisten sin esfuerzo el análisis más severo. Los más conocidos y vilipendiados son: el dirigente, el referee, el jugador, el periodista y el hincha. Cada uno con su respectiva gama de subdivisiones.

Pero el que admite más variantes es el hincha: el del camión, el sabio, el técnico, el que tira botellas, el que patea, el que grita el que sufre en silencio, el que roba camisetas, el que lleva banderas, el que fuma y el que mastica... en fin, mil más, todos de idéntica gravedad.

Pero uno de los más conocidos es el amigo. Por lo general cada jugador tiene uno o varios amigos, cuyo número suele oscilar en el porcentaje de buenas o malas que se le den. Y suele haber entre ellos uno que es algo así como el manager y consejero, voz de supersabio y palabra oficial, alguna veces bien intencionado, pero no siempre idóneo para la delicada misión que él mismo se ha encomendado o que el crack le ha tolerado.

El vocero autorizado tiene a su vez más subdivisiones. Suele haber dos clases de amigos: el amigo de la infancia, el que ha Jugado junto al crack en el potrero y nunca pudo llegar a primera, y el amigo de su etapa de crack.

Por lo general el amigo no llegó porque era malo. Pero el haber jugado junto al crack le otorga cierto predicamento en el barrio y una especie de auto estimación personal que lo convierte en pater-crack.

Cuando los dos eran chicos se hacían la rabona juntos y también juntos saltaban el alambrado de las canchas para ver de cerca y tocar a quienes entonces eran cracks. El tiempo separó sus carreras, pero no torció la amistad… Y como el crack es un buen muchacho y no se ha mareado, sigue respetando a su viejo compañero de ala. Y en algún reportaje desliza su nombre, como homenaje al amigo que pintaba lindo pero se fue quedando. Y entonces el amigo se siente feliz.

Este amigo no es de los peores, aunque algunas veces se crea autorizado a opinar. Hay otros en cambio que…

 El jugador suele tener otros amigos. Ya no se trata del compañero de barrio, de ala y de rabonas. Es el satélite, que se le ha acercado el día de su afortunado debut en Primera, aquel debut consagratorio. El crack, en la nebulosa del éxito que él recién advirtió cuando a la noche leyó la sexta, recuerda haber visto a su nuevo amigo a la salida de la cancha. Recuerda que el amigo, de cuya existencia no tenía la menor noticia, lo acompañó hasta el colectivo... (Entonces no tenía coche). El domingo siguiente hizo lo mismo y así, poco a poco, se fue ganando su confianza Cuando el crack firmó su primer contrato profesional —el amigo influyó: le dijo que no fuera sonso, que pidiera más— su amistad se intensificó. Y se fue haciendo más profunda a medida que se iban escalonando los triunfos, que llegaban los éxitos, la popularidad y, especialmente, los pesos.

Va a las prácticas, a los diarios, a la casa. Y cuando en las tribunas se habla del partido del domingo, él proclama su amistad con el crack y dice como para que lo oigan:

 —Yo le dije a Cacho.

 El tiempo sigue pasando. El amigo ya fuma los cigarrillos importados del crack, porque Cacho le pide cordialmente que le vaya a comprar un paquete. Y muchas veces se olvida de reclamarle el vuelto de los cien. Algunas veces se ha quedado a comer en la casa del crack, cuando lo acompañó al entrenamiento de la mañana. Y no se quedó a dormir porque todavía, vive en una casita chica. Pero cuando tenga el chalet...

 Un día el crack ha sido citado a la redacción de un diario. Le van a hacer una nota. Y naturalmente el amigo estará allí. Como Cacho no es muy conversador, derivará involuntariamente la tarea al amigo, que las sabe todas. ¡Ha contado tantee veces la vida de Cacho! A propósito, cuando jugaba en la tercera, él les decía a los dirigentes, al director técnico, a los periodistas y a los hinchas de la tribuna que ese pibe de la tercera iba a ser un crack, (Cacho nunca jugó en la tercera, pero no importa.)

 El amigo es amigo. Y trabaja de amigo. Es de lo único que trabaja. Y como al crack las cosas le van bien, tiene plata, cartel y pinta, siempre le queda algo para repartir. Y el amigo no es orgulloso.

Un día el crack juega mal. Y el amigo sufre. No tanto porque juegue mal sino porque en una de esas...

En la reserva hay un pibe que la juega bien. Pero no es su amigo. Y entonces el amigo espera una semana en la esperanza de la rehabilitación que, naturalmente, no viene. Y mientras procura ir haciéndose a la idea de una declinación, comienza por echarle la culpa al director técnico que no le dio al crack las indicaciones necesarias. O que le dio indicaciones que no eran necesarias.

Tres semanas después, cuando el crack sigue jugando mal, el director le aconseja un descanso. Entonces el amigo le grita su opinión:

— ¡No te dejés manosear! Te quieren poner en la reserva para refundirte y poner al otro! Vos no juegues en reserva.

El otro es siempre el enemigo en potencia. No del crack, que acepta la idea de que entre compañeros no debe haber antagonismos. Pero si del amigo, que asume su defensa:

— ¡Eso te lo hacen porque no quieren renovarte el contrato!

 El crack es un buen muchacho. No cree que le hagan eso, Además, siempre se ha llevado muy bien con el director técnico y con los demás. Pero…

 —Yo sé lo que digo, Cacho. ¡Te están tirando a matar!...

 Y si al director técnico se le ocurre que Cacho puede andar bien en la otra punta y le sugiere un cambio en el número de la casaca, el crack va a aceptar, pero el amigo lo destruye:

 --¡Vas no jugués si no es en tu puesto! ¿No te das cuenta que te están bombeando?

El canto de sirena, hábilmente deslizado al oído, comienza a surtir efecto. Y si un día las cosas comienzan a andar peor, entonces entra directamente en el convencimiento de que le tiran. Mientras tanto el amigo continúa la labor de ablandamiento:

—No jugués, Cacho. Ya les hablé a los muchachos. Si no te ponen en tu puesto no va a jugar ninguno o se van a tirar a chanta. Dale. Cacho no aflojés…

 Y si Cacho está por firmar nuevo contrato, porque aunque no esté jugando bien, el club lo considera necesario, el amigo le reptila al oído:

 —No firmés. Cacho. Yo sé lo que te digo. Te están tragando. Vos pedí más. Si no te lo dan no firmes, Cacho… ¡Y si no, que te den el pase!

El crack pide aumento. El club lo estudia. Y después de mucho estudiar, lo deja libre.

Pasa un año y el amigo sigue pidiendo que no transija, que no firme, que espere. Que hay muchos interesados y que cuando venza el plazo le van a dar un millón de pesos...

 El tiempo sigue pasando. Ya el crack está muy falto de fútbol y le ofrecen un contrato para una reserva de un chico o de una primera B. ¿El sueldo? Bueno, la tercera parte de lo que ganaba en premios cuando jugaba en la primera de un grande.

 Y al cabo de algunos meses el crack jugara en la reserva de los sábados. Y del coche, que ya ha desaparecido, sólo queda el recuerdo, y el perrito de mascota que llevaba cuando era crack…

 ¿El amigo? Bueno, hace tiempo que no lo ve. Anda muy ocupado. Hace unos días lo vio en una foto de un diario.  Había acompañado a Mingo, que en la reserva era medio matungo, pero que desde que juega en el puesto de Cacho en la primera progresó mucho. El amigo lo venía siguiendo desde la tercera. Siempre le dijo al entrenador que ese pibe era crack. Por supuesto, mucho más que Cacho.

 

Ampelio Liberali (1959)