Las Crónicas de El Gráfico

¿Pobre yo? Por Borocotó

Durante años El Gráfico publicaba en su última página las APILADAS escritas por Borocotó. Junto con anécdotas, contenía relatos sobre una barra de pibes (ficticia y no tanto) que tocaban el corazón.

Por Redacción EG ·

16 de marzo de 2018
APILADAS



El pibe y el barrio eran pobres. El chico significaba un índice. Pero con una marcada diferencia: si las casitas estaban despintadas, al pibe lo había pintado su primavera. Andaba descalzo, porque el único par de zapatillas con suela de cuero eran para ir a la escuela. Por eso sus amigos, cuando lo llevaban al cine, igualmente pobre, y que valía veinte centavos, lo colocaban en el medio para que el portero no le viera los pies. A veces le decían:

- Hoy no te podemos llevar. Te vas a perder la serie.

- No importa: después me la cuentan –y esbozaba en sus labios una sonrisa que ponía dulce destello en sus ojos claros.

Aguardaba los acontecimientos con natural resignación y optimismo. Sin una protesta. Apenas, a veces, una explicación. Y una espera latente. Como si mirara muy lejos, hacia un mañana remoto que habría de traerle precioso cargamento.

- Cuando mi mamá lavaba estábamos bien. Pero con el reuma… –

Ese “bien” era, simplemente, un “mejor”. Su madre vendía caramelos apostada en una esquina del centro. A veces, el chico la reemplazaba. También solía dejar el picado del baldío para irla a buscar y traerle la canasta.

- Si mañana llueve nos conviene –dijo uno del cuadrito pensando en el match del día siguiente, un “desafío” que sorprendía al team con algunos ausentes por gripe.

- Si llueve, mi mamá no vende –expresó el pibe.

Y la barra, solidaria, rogó para que no lloviera aunque se perdiera el partido.

Imagen 1935. Pibes jugando en una calle de Buenos Aires. (Foto: Archivo General de la Nación).
1935. Pibes jugando en una calle de Buenos Aires. (Foto: Archivo General de la Nación).


Tenía enorme facilidad para componer los juguetes rotos. Los chiquitos del barrio lo llamaban para eso. Y hasta le decían ingeniero, porque el muchachito sostenía que llegaría a serlo. La palabra “ingeniería” no era de ese barrio. Sonaba a intrusa. A cosas del asfalto…

Astro de las matemáticas, habilísimo en las composiciones, en el colegio era el número uno. Sin esfuerzo, con sencillez, sin vanidad alguna. Sabía porque sabía. Como si gozara de un don del cielo que lo exponía sin alardes. Y en el fútbol del baldío, igual capacidad. Daba más que nadie, porque era el que más tenía. El más pobre resultaba el más rico en conocimientos y en habilidades futbolísticas. Y su fortuna, cuanto más la repartía, más crecía.

- Che, pobre. –Le dijo una vez Terremoto.

- ¿Yo? –preguntó, y brillaban sus ojos.

Sabía que no lo era. Sus pies descalzos eran pobres. Su cabeza y su corazón…

BOROCOTÓ (1954).