Las Crónicas de El Gráfico

Soñemos sin exigir

Por Elías Perugino ·

05 de diciembre de 2017
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Eso que sentiste a los 40 segundos, cuando Renato Ibarra metió el 1-0 en Quito, debió ser bastante parecido a lo que sentiste aquella madrugada de 2002 en la que Suecia nos mandó de vuelta en la primera ronda[1]. Una caída de tu sistema orgánico comparable al apagón generalizado de cuando saltó el doping de Maradona en USA 94. Un puñal envenenado como el que tu papá paró con el pecho en las Eliminatorias de 1969. Un tren de frente como el que embistió a tu abuelo en el inesperado y aleccionador Desastre de Suecia[2].

Eso que sentiste a los 40 segundos –una mezcla de vacío en el pecho y corazón detenido, combinada con la sequedad repentina de la boca y el peso de un mamut colgándose de tus hombros– fue el aperitivo del fracaso verdadero. Una dosis a cuenta de la tragedia que nuestra patria futbolera hubiera tenido que surfear, como mínimo hasta Qatar 2022, si Messi no se corporizaba en modo Dios sobre la tierra para jugar el partido de su consagración eterna en la Selección. Un partido como para que nadie más se atreva a romperle las bolas en este país. Es oportuno repetir la frase con toda la contundencia de su vulgaridad: un partido como para que nadie más se atreva a romperle las bolas en este país. Basta.

Con una mano en el corazón: durante ese puñado de minutos que tardó Leo en arrancar su función, se te vinieron las imágenes de lo que hubieran sido esos cinco años de sepelio y te cayó la ficha. En ese ratito entendiste que jugar tres finales y perderlas no es un fracaso. Puede ser triste y doloroso, intoxica el ánimo, agudiza la gastritis, pero fracaso de verdad es otra cosa. Fracaso, con cartel francés, catarata de memes interplanetarios y probables daños colaterales para un par de generaciones de futbolistas, es quedarse sin Mundial. Dicho esto desde el escalón histórico que le corresponde al fútbol argentino, factoría interminable de cracks desde que los empleados ferroviarios ingleses nos enseñaron los fundamentos del juego a fines del siglo XIX[3].

En ese fragmento interminable entre que Ibarra te arrancó el alma y Messi te la devolvió al cuerpo, quizás hiciste alguna promesa. Pavadas de futbolero desesperado: compadecerte de Higuain y jurar no torturarlo con bobadas de aquí en más, ahorrarte cargadas para Palacio, opinar sin envidiar las cuentas bancarias, dejar de cantar el Himno como Messi, desearle salud eterna a Di María y Gago, archivar el pedido de jubilación para Mascherano… Bien hecho, bien prometido. Pero ahora hay que cumplir, eh.

Después de dos años de martirio, con el lastre de las finales perdidas, la clasificación agónica y el aluvión de desatinos que dinamitó a la AFA, quizá hayamos aprendido alguna lección. Todos, sin distinción de rango: los que juegan, los que entrenan, los que dirigen, los que critican, los que alientan. Todos. Y tal vez hayamos entendido que en Rusia 2018, la gala que levantará su telón dentro de 225 días, solo cabe predisponerse manso y sereno para disfrutar. Relajarse y gozar hasta de los cachetazos que nos podamos comer. Bajar el copete, reprimir la voracidad compadrita por glorias a las que creemos tener derecho y soñar sin exigir. Eso mismo: soñar sin exigir. Mirar hacia adentro y sincerarnos para no inflar falsas expectativas. Hay demasiadas carpetas acumuladas en el estante de la autocrítica, mucha carroña abarrotada en el placar.

Disfrutemos de la infinita generosidad del fútbol, que nos permitió borrar más de dos años de desconcierto[4] en noventa minutos. Gigantesco premio para tamaña locura. Pero no habrá crecimiento sin mirar atrás. Sin desmenuzar las razones y las bajezas que nos llevaron a boicotear nuestra propia sanidad futbolera. Antes que nadie, responsabilidad de los dirigentes. Aquellos que siguen y también los que huyeron del centro de la escena con la estéril ilusión de no ser alcanzados por las esquirlas de un fracaso que se consumó en todas los ámbitos, menos en la cancha. Emborracharon de imbecilidad al fútbol argentino y lo pusieron a caminar por una cornisa. La patriada de Messi y un póstumo arrebato temperamental de sus compañeros lo rescataron de la pira. Que no se olviden de eso y que le devuelvan al fútbol argentino lo que le quitaron: planificación seria en mayores y juveniles, sustentabilidad de los proyectos, sumisión de los clubes a las necesidades de la Selección, logística acorde a un delegación de elite y empleados capacitados para cada área. Más profesionalismo y menos brujería[5]. 

Por allí anda el señor Tapia lanzando pronósticos obscenos y grandilocuentes, como guionado por Edgardo Bauza[6], el primero en asfixiarse con su propio humo. Ni una semana dejó pasar para desembuchar una altanería que delata un instinto políticamente suicida.

¿Tenemos al mejor del mundo? Sí, pero no somos los mejores del mundo. Con suerte, Sampaoli dispondrá de cinco partidos y veinte días de concentración para insistir con su idea. No más que eso. El plantel debe fraguar al racimo de históricos con los primeros vestigios del inevitable recambio generacional, una amalgama que suele venir acompañada de detalles traumáticos. No es fácil. ¿Podemos ser campeones? Sí, pero hay más posibilidades de que no lo seamos. Matemáticamente (31 a 1) y conceptualmente. Porque Alemania y Brasil nos llevan diferencia. Porque entre los integrantes de nuestro lote, el de la segunda línea con capacidad potencial para dar el zarpazo, tampoco ejercemos un nítido liderazgo. España y Bélgica, por ejemplo, lucen más afianzados. Pero esto es fútbol, el deporte donde noventa minutos pueden ser más que dos años. Y como Argentina tiene al “dueño de este juego”[7], la esperanza late, el anhelo palpita.

Los jugadores evitaron lo que hubiera sido la peor catástrofe futbolera de los últimos 50 años. Estábamos afuera de Rusia 2018 y lo vamos a ver desde adentro. Estábamos muertos y allá, al final del túnel oscuro, apareció una luz. Apareció Messi. Por una vez, disfrutemos de estar y de participar. No nos enrosquemos con el cotillón barato de los altaneros. Somos uno más. Ni el candidato de oro ni la Cenicienta. No olvidemos jamás, nunca, esa sensación de la nada misma que tuvimos a los 40 segundos en Quito. No presionemos irracionalmente a un grupo que nos sacó la cabeza del fango y que ya nos llevó a una final del mundo después de 24 años[8]. Soñemos sin exigir. Y si después hay premio, ya sabemos dónde juntarnos…

Por Elias Perugino

NOTAS AL PIE

 1- Luego de ganar holgadamente las Eliminatorias de Sudamérica, la Argentina de Bielsa no pasó de la primera ronda en Corea-Japón 2002. Le ganó a Nigeria, perdió con Inglaterra y empató con Suecia. “Soy protagonista del mayor fracaso de la historia del fútbol argentino”, asumió el Loco.

 2- Así se bautizó a la decepcionante actuación de Argentina en Suecia 58. El equipo viajó convencido de que sería campeón y volvió abofeteado en primera ronda: 1-3 con R. F. de Alemania, 3-1 a Irlanda del Norte y 1-6 con Checoslovaquia.

 3- El 20 de junio de 1867 se jugó el primer partido de fútbol en la Argentina, por iniciativa de los hermanos Thomas y James Hogg. Fue en el campo del Buenos Aires Cricket Club, donde hoy se encuentra el Planetario. Con ocho jugadores por lado, se enfrentaron el equipo Blanco contra el Colorado. La disciplina arrancó en clubes y escuelas fundadas por inmigrantes británicos y se expandió rápidamente por el país.

 4- Durante los 25 meses que duraron las Eliminatorias, pasaron 3 conducciones de AFA, 3 entrenadores de la Selección, 60 jugadores, 5 estadios para ejercer la localía, una renuncia y un regreso de Messi, una lesión y una suspensión para Leo, negativa de los clubes a ceder jugadores a los JJ.OO., mil errores en la política de juveniles, etc.

 5- Desesperados, los dirigentes llevaron a Quito al Brujo Manuel, asesor espiritual de Estudiantes. “El brujo tuvo mucho que ver en la clasificación”, llegó a decir Tapia. 

6- Desde que asumió su cargo en la Selección, Bauza abandonó su perfil cauteloso y se transformó en una caricatura mediática de sí mismo. “Después de ser campeón del mundo, no sé a qué me voy a dedicar”, dijo el Patón. Ahora lo intentará con Arabia Saudita.

 7- Gran frase de Javier Mascherano para definir a Lionel Messi tras su angelical partido en Quito.

 8- "Orgullo nacional" fue el título de tapa de El Gráfico luego de caer en la final de Brasil 2014. La desazón no minimizó la importancia hjistórica de esa campaña.

Nota publicada en la edición de Noviembre de 2017 de El Gráfico