Las Crónicas de El Gráfico

El puente: más que mil palabras sobre la muerte en vida de un futbolista

La conmovedora historia de Abdelhak Nouri, el gran talento del Ajax que sufrió daño cerebral irreversible. Una estrella que ahora brilla de otro modo.

Por Martín Mazur ·

30 de agosto de 2017
Imagen
No es una mañana cualquiera en Geuzenveld, un barrio de la periferia de Amsterdam. Los hinchas se agolpan. Llegan con camisetas y banderas. Llegan en autos y en bicicletas. Llegan en grupos y por separado. Llegan con sus padres mayores y también con sus hijos pequeños. Las ventanas que siempre están cerradas se abren. La gente sale a los pequeños balcones. Saca más banderas. Más mensajes.

Imposibilitado de seguir su camino, un auto se frena entre una multitud. El hombre que está sentado en el asiento del acompañante, quebrado, no puede contener el llanto, con una mano en el corazón. Las lágrimas se le escapan por debajo de los anteojos oscuros. Es entonces cuando decide abrir la puerta y asomarse. Mira a todos sin mirar a ninguno. Su mano vuelve a posarse repetidamente sobre el pecho. Y agradece, entre sollozos. No hay forma de no quebrarse al ver el video publicado por AjaxTV. Es el sufrimiento de un padre tras el reencuentro con su hijo, con un daño cerebral irreversible. “Aquí late un corazón Ajax. Appie Stay Strong”, dice una de las banderas más emotivas, a la que miran tres chicos en silencio.

Abdelhak Nouri tiene apenas 20 años. Se anotó en las inferiores del Ajax cuando tenía 12. Creció allí, yendo al Amsterdam Arena, soñando con ser alguna vez parte de la historia del club. Su apodo es Appie.

Dentro de la casa, entre otros, espera David Endt, quien hasta 2013 fue team manager del Ajax y conoce a todos los jugadores del club, donde pasó 40 años de su vida. “A veces –me cuenta Endt, emocionado–, yo me iba a sentar a un banco que teníamos detrás de los arcos. Y él, que era alcanzapelotas, venía y me preguntaba, con mucho respeto: ‘Señor, ¿puedo sentarme acá?’. Y yo respondía: ‘Pero sí, sí, por favor’. Y veíamos los partidos juntos. Desde chico Appie tenía una inteligencia superior. Cuando había alguna jugada que valía la pena, nos llevaba un instante cruzar las miradas, sin decir una palabra. Miradas de fútbol ‘¡Uhhhh! ¡¿Viste lo que hizo!?’. Y en el momento de los goles, saltábamos los dos a la vez y festejábamos como locos”.

Lo conmovía algún lujo, algún pase al vacío, alguna gambeta. Nouri rápidamente se transformó en uno de los chicos especiales en De Toekomst, la academia mundialmente famosa del Ajax. Mientras se sacaba fotos con los jugadores de Primera, como Luis Suárez o Klaas-Jan Huntelaar, empezaba a ser el destacado de Jong Ajax, las categorías menores. Entre sus tantas virtudes, sobresalía una: la capacidad de ser puente entre mediocampo y delantera. “Siempre fue el típico número 10, el chico distinto. Con fantasía adentro, un derroche de creatividad”, apunta Endt. Tenía la visión periférica del jugador que marca diferencias.


       

Le costó, quizás más de lo pensado, conseguir la ansiada promoción a Primera. Algunos de sus compañeros de división empezaron a subir antes que él, que los doblaba en los aspectos técnicos. Los otros tenían más aptitudes físicas. Hasta en el Ajax, cuna del estilo holandés, a veces piensan más con el cincel que con el pincel.

Appie empezó a impacientarse. Lo intranquilizaban los rumores de un posible préstamo a algún equipo menor. Más que pensar en su futuro y de ganar experiencia, lo único que no quería era irse del Ajax. Hincha fanático del club, no se le cruzaba por la cabeza jugar en otro lado. Endt escribió una columna para el diario de Amsterdam Het Parool. Cualquiera que lo hubiera visto en acción no entendía por qué la demora en promoverlo. Finalmente, le ofrecieron un contrato para quedarse y pasó a entrenarse con los profesionales.    

Elegido el mejor jugador de la Jupiler League, la Segunda División holandesa (45 partidos, 11 goles) con Jong Ajax, hizo su debut profesional el 21 de septiembre del año pasado. Participó de la campaña en la que su equipo, dirigido por Peter Bosz, llegó a la final de la Europa League. Este año prometía ser todavía mejor: Bosz se fue al Borussia Dortmund y el nuevo técnico del Ajax es Marcel Keizer, el mismo que venía de dirigir a Nouri en el Jong Ajax. 


       

El episodio que se convirtió en tragedia sucedió el mes pasado. Fue el 8 de julio, en un amistoso contra el Werder Bremen, en Hippach, Austria. A los 27 minutos del segundo tiempo, mientras la pelota va rumbo a la derecha, Nouri, que aparece en la izquierda, intenta caminar hacia los bancos, pero no logra llegar. Cae delicadamente, casi como alguien que se apoya en el pasto del cansancio, por alguna lesión, o inmediatamente después de haber perdido un partido. Queda mirando al cielo.

El árbitro tarda 10 segundos en llegar a verlo. Nouri respira con dificultad, pero se mueve. La reacción de los jugadores no es de alarma. Alguno se acerca, se hidrata. Pero luego de tres minutos en el suelo, las caras empiezan a cambiar. Los médicos ya están junto a él, pero no logran reanimarlo. 

La ambulancia entra al campo 8 minutos más tarde. Los jugadores de ambos equipos se entremezclan juntos cerca de los bancos. Se tapan la cara. Gesticulan. Muerden sus remeras. No puede ser. Alrededor de Nouri ponen una lona verde. Y el miedo que invade el ambiente nunca se irá. Llegará un helicóptero que lo trasladará directamente al hospital en Innsbruck, donde quedará en coma y con riesgo de vida.

El primer diagnóstico habla de una arritmia cardíaca. El corazón y el cerebro no arrojan anomalías, informa el club el lunes 10, pero al intentar despertarlo, estudios más profundos detectan que gran parte del cerebro de Nouri ha dejado de funcionar, por falta de oxígeno. “Severo y permanente daño cerebral, sin chances de recuperación”, es el nuevo diagnóstico tras otros dos días en terapia intensiva. El paciente es entonces trasladado a Amsterdam. Y tras visitarlo en el hospital, sus familiares vuelven a su casa.


       

La caravana de autos seguirá llegando. De a poco irán bajando jugadores y amigos. Conmovido, se hace paso Lasse Schöne. Agacha la cabeza Justin Kluivert. Algunos niegan con un gesto. Lo que están viviendo no parece ser real. Appie, el chico de la sonrisa dibujada, se les escurrió de las manos. “Como una pluma al viento”, escribió Endt en el periódico AD.

Las mujeres se agolpan en una sala para rezar por él. Los hombres están en un pequeño jardín. Empieza a llover. El padre de Appie no quiere que ninguno de sus invitados se moje. Tiene una energía que conmueve todavía más a los presentes. Allí, entremezclados con los familiares, hay compañeros, ex futbolistas consagrados, técnicos. Pero también hay amigos del barrio, chicos que nada tienen que ver con el fútbol.

Appie simboliza muchas más cosas que un sobrenombre cualquiera: en Amsterdam, a los holandeses llamados Albert les dicen cariñosamente así. Abdelhak recibió el mismo tratamiento que un Albert cualquiera. Nació en Amsterdam, pero es hijo de marroquíes. Su papá es un carnicero muy famoso en Geuzenveld, ese barrio fuera de los circuitos turísticos hoy usado como ejemplo por los simpatizantes de extrema derecha para desarrollar su campaña de odio islámico. Appie siempre fue un ejemplo de la integración. Lo sigue siendo hasta en un día como este, que trasciende largamente el fútbol.

Los mensajes llegan de todos lados. “Stay Strong Appie”, aparecerá escrito en remeras, paredes y en las redes sociales. Ni siquiera después de la muerte de Cruyff se han vendido tantas camisetas como la número 34 de Nouri, cuenta uno de los empleados de la tienda oficial del club, también conmovido. Precisamente, durante el minuto 34 del partido de apertura de la Eurocopa femenina, entre Holanda y Noruega, las 22 mil personas que colmaban el estadio de Utrecht rompieron en un respetuoso aplauso para Appie. Entre ellos estaban los reyes Guillermo y Máxima, y también Marco van Basten y Louis van Gaal. Todos se sumaron al homenaje. 

Así como tendió puentes en la cancha, la imagen de Nouri hoy rompe con los esquemas del pro y el anti musulmán. Desde la familia real hasta el último refugiado apenas llegado de Siria, la historia de Appie genera unión. “Espero por un milagro, siento tanto el apoyo de todos”, dice uno de sus hermanos mayores, quien se asoma por una ventana, visiblemente conmovido, para agradecer las muestras de apoyo. A su lado tiene un cuadro de Appie en las inferiores del club.

El enganche con cara de nene que tiraba paredes en la cancha, hoy ya está inmortalizado en las paredes de Amsterdam. Sigue mirándonos a todos como cuando cruzaba esas miradas de fútbol sin decir una sola palabra.

Por Martín Mazur

1433

CANTIDAD DE PALABRAS



Nota publicada en la edición de Agosto de 2017 de El Gráfico