Las Crónicas de El Gráfico

La infección, más que mil palabras sobre el fútbol en Yemen

Partido en dos por la guerra civil, y mientras los ojos del mundo miran para otro lado, este país corre el riesgo de morir de hambre y cólera. La historia de una nación que intentó unirse a través del fútbol, pero no lo logró.

Por Martín Mazur ·

01 de agosto de 2017
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Una de las reglas de la arquitectura moderna dice que, a la hora de hacer un estadio, mejor tener butacas de distintos colores, para que no se note si la tribuna llega a estar vacía. En esta impactante foto de Saleh Al-Obeidi, de fondo no hay gradas, pero sí hay rasgos de color. El color que rompe la monotonía del ocre y el gris no es otro que el de la basura. Bolsas rosas, naranjas y azules que funcionan a modo demarcatorio de cada una de las canchas, antes de perderse en el horizonte.


Los dos partidos simultáneos suceden en un campo/basural de Moka, Yemen. El puerto que durante tres siglos dominó el mercado mundial del café hoy está derruido, como casi todo el resto del país, quebrado por una guerra civil que lleva dos años, un feroz bloqueo internacional y bombardeos –comandados por Arabia Saudita–  que pocas veces salen en los medios.

Algunos de los chicos de la foto quizás ya no estén. De acuerdo a las Naciones Unidas y a la Organización Mundial de la Salud, Yemen es el lugar donde se está registrando la mayor crisis humanitaria del planeta. Dos tercios de la población, 17 millones de personas, corren riesgos de morir de hambre. La situación se agravó con la llegada del cólera. El colapso de los recursos hídricos dejó a Yemen sin agua potable, las cloacas estallaron en las calles y los muertos y la basura se acumularon en las zanjas. Desde abril, ya hay alrededor de 200.000 casos confirmados y se estima que la cifra crecerá exponencialmente para septiembre, con un niño contagiado cada 30 segundos. Por ahora, se llevan contabilizados más de 1300 muertos, la mayoría de ellos, chicos.

La guerra civil empezó en 2015, cuando los rebeldes tomaron control de la capital, Sana’a. Es otra de las tristes historias de chiitas (apoyados por Irán) contra sunnitas (sostenidos por Arabia Saudita). Lo único que no se pone en duda es que el fútbol es el deporte más popular.




Cuando estalló el conflicto, la selección de fútbol de Yemen estaba jugando las eliminatorias para el Mundial de Rusia. A pesar de ser uno de los países más poblados de Medio Oriente, Yemen nunca pudo ir a un Mundial. Y el de Rusia no será la excepción. Empezó ganándole a Pakistán 3-1 pero encadenó siete derrotas consecutivas, para quedar último en su grupo. Los partidos de local se jugaron en Doha, Qatar. No había ciudad segura en el país como para garantizar un espectáculo deportivo. De hecho, la liga de fútbol se suspendió y los estadios quedaron en manos de ambos bandos: se usaron como centros de detención y depósitos de municiones. Y fueron los blancos más buscados en los bombardeos.

“Un 99 por ciento de la infraestructura deportiva de este país está destruida. Los jugadores no están en el exterior y no pueden entrenarse en ningún lugar, apenas esperar en sus casas”, confirmaba el por entonces entrenador de la selección, el checo Miroslav Soukup. Pero en lugar de no presentarse, decidieron hacerlo. Y para ello tuvieron que usar la ingeniería de una fuga, más que la de un viaje por un partido FIFA.

“El aeropuerto había sido bombardeado y las rutas de acceso eran muy peligrosas. Nos tomó unos seis días poder reunir a la mayoría del plantel. Dos jugadores que habían sufrido bombardeos no pudieron llegar. Entonces, decidimos irnos por mar”, recordó Soukup. Fueron 18 horas hasta llegar a Djibouti, en Africa, en unos lanchones para ganado, similares a los que usan los desplazados que cruzan el Mediterráneo y sueñan con llegar vivos a Europa. Este era el camino inverso: en lancha rumbo a Africa, desde donde sí pudieron volar a Qatar, para jugar de local. El último partido, 0-3 contra Bahrain, marcó también la despedida del checo Soukup, quien se hizo cargo de la selección del Emirato y dejó el banco de Yemen, que hoy ocupa el lugar 124 en el ranking de la FIFA.




El año 1990 es un ícono de la reunificación. La de Alemania sucedió el 3 de octubre de 1990, a pocos meses de la celebración por el título mundial obtenido por la todavía Alemania Federal frente a la Argentina de Bilardo. Sin tantas estridencias y bastantes metros bajo el radar de interés internacional, 1990 fue el año de la reunificación de Yemen. El país estaba dividido en dos, Norte y Sur, desde hacía décadas. Y en esa tierra se había dado un modelo a escala de las tensiones que vivía el mundo: Primera Guerra Mundial, Segunda Guerra Mundial, conflictos árabes y de religión… todo sucedió bajo el mismo cielo.

Como las dos Alemanias, Yemen también estuvo dividida en dos: Yemen del Norte y Yemen del Sur. Una, la extinta, fue el único país musulmán en declararse como un estado marxista. La República Popular de Yemen del Sur estrechó lazos con la Unión Soviética,  China, Cuba y Corea del Norte. Pero en el fútbol, acumuló derrotas históricas, como el 14-0 frente a Egipto. Mientras que Yemen del Norte directamente eligió dejar de competir internacionalmente durante casi dos décadas.

La reunificación marcó también la aparición de una única selección. Lo que los alemanes hicieron en noviembre de 1990, los yemeníes lo intentaron de manera más salomónica unos meses antes: la selección unificada de Yemen tenía 16 jugadores de cada estado, un ayudante de campo del Sur y uno del Norte, y un técnico y un capitán rotativos, para garantizar la estabilidad. Lo mismo se aplicó en la nueva liga de fútbol: 32 equipos, 16 de Yemen del Sur y 16 de Yemen del Norte (aunque paradójicamente, en el mapa la división se marca en Este y Oeste), competían 7 partidos de local y 7 de visitante.




El fútbol fue la gran esperanza para unir a Yemen mucho más que en los papeles: el aniversario de la unificación se celebró con un partido de fútbol, pero la Yemen unida jamás podía prosperar en ese polvorín. La nueva guerra civil estalló en 1994 y estableció el fin de Yemen del Sur y la aparición de la nueva capital, Sana’a.

Desde entonces, y hasta el estallido de esta guerra civil, a Yemen se la asoció como la nación más pobre del Golfo Pérsico y también con el terrorismo, que aprovechó la desesperación reinante para promover la jihad como solución a todos los males. Cuando no hay más actividad deportiva tampoco hay más clubes. Y los futbolistas, desempleados, tomaron diversos caminos. Jalal Bal-Eidi, arquero del Hassan Abyan, uno de los clubes más famosos de Yemen del Sur, se transformó en uno de los líderes de la facción local del ISIS, luego de haber escalado en los rangos de Al-Qaeda. Un dron disparado por Estados Unidos lo mató el año pasado.

Los ídolos futbolísticos son una de las piezas más buscadas para liderar la guerra. La lucha puede ser contra la facción rival, mañana será contra el dictador de turno, o contra otra religión, pero la estructura de progreso que debería funcionar para los destacados en el deporte ha sido reemplazada por una meritocracia de la guerra.

Encontrar chicos descalzos jugando a la pelota en un basural, en un país que se hunde en la hambruna, la guerra y la miseria es el más doloroso de los síntomas. Y también puede representar el más genuino de los remedios.

Por Martín Mazur
@martinmazur


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Nota publicada en la edición de Julio de 2017 de El Gráfico 

 

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