Las Crónicas de El Gráfico

El ataque, más que mil palabras sobre el terrorismo en Alemania

Crónica del atentado que sufrió el Borussia Dortmund y la sombra de la muerte que rozó a Marc Bartra y a sus compañeros.

Por Redacción EG ·

05 de junio de 2017
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“EL FUTBOLISTA se siente realizado cuando juega”, le había dicho Marc Bartra al diario El Periódico en una entrevista publicada en enero. El defensor catalán de 26 años había jugado en el Barcelona desde los 11, hasta que decidió marcharse con un objetivo claro: ser uno de los mejores centrales del fútbol europeo. “Salir de tu zona de confort hace que madures más”, contó en aquella nota. Sabía que, si se quedaba, alternaría en el equipo y siempre se vería sometido a las sombras del mercado de fichajes. Pero Bartra, primer futbolista representado por Carles Puyol, decidió invertir la dinámica y no esperar un segundo más.

Firmó con el Borussia Dortmund en agosto pasado y emprendió la vida de un emigrante, algo infrecuente para los jugadores nacidos en La Masía. Llegó a Alemania con su mujer y su hija, en el mismo año que más de 300.000 refugiados, especialmente de Siria, recibieron oficialmente asilo en el país. Dejó a sus padres y a sus amigos, a la gente de Sant Jaume dels Domenys, el pequeño pueblo de 2543 habitantes en el que nació y del que es su ciudadano ilustre. Se fue a la zona industrial de Alemania, lejos de la playa y del buen clima. “Pero el buen clima es mental, pensé que el frío me haría sufrir más y no fue así. Si estás contento, entrenas y juegas contento, al frío lo asumes mejor. En el primer año todo es nuevo y tienes que adaptarte a todo”, reflejaba en aquella nota.




LA FOTO y estas líneas bien podrían haber sido el inicio del obituario de Marc Bartra, nacido el 15 de enero de 1991 y renacido un 12 de abril de 2017. La zona de confort, la maduración, la felicidad y el adaptarse a todo cruzaron peligrosamente sus caminos mientras Bartra y sus compañeros se dirigían al estadio del Dortmund, para el partido de ida de los cuartos de final de la Champions League frente al Monaco. Tres bombas escondidas detrás de unos árboles en Wittbräuker, activadas de manera remota, explotaron en la ruta del micro negro que transportaba al plantel rumbo al estadio Signal Iduna Park, a 14 kilómetros. Algunos de los vidrios se hicieron añicos por el estruendo; otros, por las esquirlas que se transformaron en proyectiles. 

Cuando terminó el ataque, cuando llegó el silencio, los jugadores escucharon los gritos de dolor. Era Bartra, con su muñeca quebrada y su brazo sangrando por el estallido de los cristales. Junto a él, en el último asiento, estaba el arquero suplente, Roman Bürki. El shock se propagó casi de inmediato y llegó en vivo a la conferencia de prensa que Diego Simeone ofrecía para el partido del día siguiente ante el Leicester. Por entonces no se sabía cuál era el estado de salud de Bartra ni qué tan graves eran las heridas del policía internado, que manejaba una moto de escolta al micro del plantel. 

Nada cambia de un segundo para el otro, pero un segundo fue la diferencia para que el primer atentado terrorista sobre un plantel de fútbol europeo no terminara con la muerte de Bartra y varios de sus compañeros. Esa fue la conclusión a la que llegó la brigada de investigación de la policía alemana sobre los artefactos explosivos, que al parecer habrían pertenecido al material militar del ejército alemán. En el micro había pedazos de metal incrustados a la altura de los apoyacabezas, proyectiles que por fortuna no pertenecían a la primera explosión, sino a las posteriores, cuando los jugadores ya se habían tirado al piso.




LOS PRIMEROS INDICIOS y el primer sospechoso detenido, un supuesto fundamentalista islámico iraquí, y tres cartas idénticas encontradas en las cercanías apuntaron hacia un ataque relacionado con la religión y la intervención occidental en Siria. Los futbolistas, así también como los actores y las celebridades, pasaban a integrar la lista de blancos apetecibles, según decía una de esas cartas encontradas, que también reivindicaba el atentado en el mercado navideño de Berlín, en diciembre pasado. Pero las más de 100 personas abocadas a la investigación se vieron obligadas a abrir hipótesis más convincentes orientadas a grupos nativos de extrema derecha y de extrema izquierda. El detenido iraquí terminó siendo liberado. Días más tarde, la detención de un ruso provocó otra teoría disparatada, pero por ahora, la más realista: un ataque financiero. El ruso Sergej W. había pedido un préstamo y apostado por una caída repentina de las acciones del Dortmund, único club que cotiza en la bolsa alemana. La muerte de cualquiera de sus jugadores habría provocado ese efecto. Haya sido el autor del atentado o no, Sergej se habría hecho rico ese mismo 12 de abril.

El partido fue inmediatamente suspendido y la celeridad del Borussia Dortmund se mostró, para bien y para mal, en su dirigencia y sus redes sociales. Mientras por Instagram, Twitter y Facebook se promovía la campaña para ofrecer alojamiento a los hinchas del Monaco que habían llegado a la ciudad, el presidente pactaba que el partido se postergara para el día siguiente, apenas 22 horas después del ataque. Los alemanes cayeron 3-2, en la primera derrota de local en toda la temporada europea.

“Nos llegó un mensaje de texto desde la UEFA que nos comunicaba la reprogramación. Algo que se decidió en Suiza sin consultarnos. Es un sentimiento muy malo. Necesitábamos más tiempo para lidiar con lo que había pasado”, dijo el DT Thomas Tuchel.

“Para ser honestos, no sé si la gente lo entenderá, pero personalmente recién pude pensar un poco en el partido cuando salí a jugar el segundo tiempo. Hasta entonces, fue imposible. Nunca voy a olvidar las caras que vi en ese micro. Nunca voy a olvidar la cara de Marcel, que estaba sentado junto a mí. Somos futbolistas, ganamos mucho dinero, tenemos otro nivel de vida, pero también somos humanos. Lo hemos visto muchas veces, siempre en televisión, siempre lejos de nosotros, hasta ahora. En el momento quizás no nos terminamos de dar cuenta, pero cuando llegas a tu casa, con tu mujer y tu hijo, te das cuenta de la suerte que has tenido”, declaró Nuri Sahin, aún conmovido. Marcel, su compañero de asiento, es Schmelzer, el mismo que en la imagen levanta con los ojos llorosos la camiseta de Bartra. Fue antes de jugar con el Monaco, con la conmoción todavía evidente.

Su camiseta se alzó en diversos estadios, un sentido homenaje en vida a quien estuvo cerca de perderla. En el partido de vuelta de la Champions (derrota 3-1), Bartra se hizo presente junto al plantel y fue homenajeado por el Monaco.

El shock en el plantel del Dortmund sigue. Para llegar al estadio Louis II, el micro alemán fue demorado por infrecuentes órdenes policiales y se mantuvo inmóvil más de 20 minutos. Los precisos relojes de la Champions se alteraron y el pitazo inicial fue 5 minutos después de lo previsto. Es imposible saber qué se les habrá pasado por la cabeza mientras estaban detenidos, pero el que mejor se animó a reflejar el estado de ánimo general es el suizo Bürki: “Las noches son lo peor. Yo casi no puedo dormir, y cuando lo hago, me despierto sobresaltado por las explosiones. Después del partido de ida, nadie pudo evitar llorar, desahogarse. También es difícil subirse al micro. Cualquier ruido te hace pensar. La indiferencia de ir en el micro también desapareció”, admitió el arquero.




MARC BARTRA, el hombre que aspiraba a adaptarse a todo, nunca pensó que también tendría que adaptarse a ser el protagonista de la muerte que no fue. Lo hizo con una emotiva carta:

“Fueron los 15 minutos más largos y duros de mi vida. El dolor, el pánico y la incertidumbre de no saber lo que estaba pasando, ni cuánto tiempo duraría. Fue una experiencia que no desearía a nadie en este mundo”, escribió tras haber sido sometido a una operación en el brazo. “Ahora miro mi muñeca, hinchada y malherida, y siento orgullo. La miro orgulloso pensando en que todo el daño que querían hacernos el martes, se quedó apenas en esto. El shock de estos días va disminuyendo y se suman las ganas de vivir, de luchar, de trabajar, de reír, de llorar, de sentir, de querer, de creer, de jugar, de entrenar, de seguir disfrutando de mi gente, mi pasión, de oler el césped como hago antes de que empiece el partido y motivarme. De ver las gradas llenas de personas que aman nuestra profesión, gente buena que sólo quiere que le hagamos sentir emociones para olvidarse del mundo y sobre todo de este mundo en el que vivimos, cada vez más loco”.

Por Martín Mazur

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Nota publicada en la edición de Mayo de 2017 de El Gráfico