Las Crónicas de El Gráfico

La tribuna, más que mil palabras sobre el enojo del deporte estadounidense con Trump

Desde que se hizo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump acapara el rechazo y la vergüenza del mundo del deporte americano.

Por Martín Mazur ·

17 de abril de 2017
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Desde que ganó las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, Donald Trump ha estado presente incluso sin estarlo. Nunca el deporte americano estuvo tan teñido de política.

La tribuna sin caras, razas ni religiones pertenece al partido de fútbol americano de Armada contra Marina, en Baltimore, con los egresados de la academia militar de West Point. El presidente Donald Trump no aparece en la foto, pero está presente: detrás de un palco vidriado, saluda a la obediente multitud. Acaso sea la única tribuna que le responde fielmente: la de la lealtad al comandante en jefe. No es lo que pasa en el verdadero deporte estadounidense.

Cuando los Cleveland Cavaliers debieron hospedarse en Nueva York, algunos jugadores, entre los que se encontraba LeBron James, no aceptaron quedarse en el hotel Trump Soho. El manager general de los Cavs, David Griffin, aclaró: “Hemos hecho planes para aquellos que quisieran hospedarse en otro lugar. Son libres de hacerlo”.

LeBron había participado en actos de campaña junto a Hillary Clinton en Ohio, uno de los estados que terminaron marcando el triunfo de los electores para que Trump fuera presidente.

El hotel Trump Soho, en la baja Manhattan, ni siquiera es propiedad del magnate, pero lleva su nombre, como otros cientos de edificios, a través de una licencia. El de Chicago, en cambio, sí es controlado por la Trump Organization, su propia compañía.

Tras el resultado en las elecciones, tres equipos de la NBA desistieron de continuar hospedándose en los hoteles Trump: Milwaukee Bucks, Memphis Grizzlies y Dallas Mavericks fueron los primeros en tomar posición, antes de que el mismísimo Trump tomara su juramento.

La búsqueda de qué empresas tienen que ver con Trump o con sus simpatizantes puede ser titánica y, también, altamente decepcionante para los que apuestan por un boicot simbólico, ya que los tentáculos de los negocios de Trump están diseminados en todo el sistema. Pero en algunos casos, la búsqueda se simplifica. Como sucedió con la marca de ropa deportiva Under Armour, ahora sometida a un creciente rechazo internacional. El CEO de la compañía, Kevin Plank, dijo que Trump era un “real asset” (“verdadero activo”) para los Estados Unidos. Pero Stephen Curry, quien por ahora tiene contrato con Under Armour hasta 2024, atacó: “Coincido con la descripción, pero si le sacamos la ‘et’ del final”, declaró la estrella de Golden State Warriors al Mercury News. Sin la “et”, Trump es un verdadero “ass”. Hasta hace poco era impensado que algún deportista insultara al presidente públicamente. Todo ha cambiado con Trump. La relación de Curry con la marca de indumentaria ahora entró en riesgo de crac: “No habrá dinero en el mundo que me pueda convencer si veo que no comparten los valores que yo tengo”, dijo el jugador, famoso por sus actos de caridad.

La respuesta del presidente puede llegar en el próximo tuit. Trump ya atacó públicamente al mariscal de los San Francisco 49ers, Colin Kaspernick, quien se niega a escuchar de pie el himno de los Estados Unidos como protesta “a un país que oprime a los negros”, según declaró cuando recrudeció la violencia racial. “El motivo de que el rating de la NFL esté cayendo son tipos como Kaspernick”, fue el tuit misilístico del presidente, capaz de mezclar a Meryl Streep, Yemen y un mariscal de campo en su particular lista actualizada del Eje del Mal.

Las figuras deportivas que criticaron al presidente forman una lista tan variada y heterogénea que reflejan a la población misma de los Estados Unidos. Mo Farah, medallista olímpico con Gran Bretaña, nació en Somalia y reside en los Estados Unidos desde hace 6 años. Pero si se efectivizara el decreto antimusulmán de Trump, que prohíbe a los ciudadanos de ciertos países, Farah tendría problemas en regresar a su casa. Ibtihaj Muhammad, la primera mujer musulmana de los Estados Unidos que ganó una medalla olímpica (Río 2016, esgrima), ya expresó su preocupación: “Tengo un nombre árabe. Soy musulmana. Aunque represento el equipo de los Estados Unidos, esto no cambia la percepción que la gente tiene de mí. Me siento insegura”. El odio pro y anti que genera Trump sacude todos los estratos y el deporte es apenas un reflejo. Luol Deng, alero titular de Lakers, colgó en sus redes el mensaje “orgulloso de ser refugiado”. Estados Unidos lo recibió a los 14 años, tras 11 años de huidas desde su tierra azotada por las guerras, Sudán de Sur. A Dwight Yorke, aquel delantero que se hizo famoso en el Manchester United más ganador de la era Ferguson, también lo bajaron del avión en Emiratos Arabes. Su pasaporte tenía el sello de Irán. “Fui a jugar un partido de beneficencia ahí, ni siquiera pasé la noche. Y ni siquiera quiero ir a los Estados Unidos, lo necesito usar como escala para ir a Trinidad y Tobago”, declaró Yorke, enfurecido.




El video de 2005 que publicó el Washington Post, en el que Trump explica cómo se puede hacer cualquier cosa con una mujer cuando se es famoso como él, fue defendido como “charla de vestuario” por el equipo presidencial.

Pero cuando a Tom Brady le preguntaron sobre qué les explicaría a sus hijos acerca de la charla de vestuario de Trump, el mariscal de campo de los New York Patriots se levantó y se fue de la conferencia de prensa. Luego, tras el espectacular triunfo en tiempo suplementario en el Super Bowl, Brady fue uno de los que asistió a la Casa Blanca, aunque debió poner paños fríos a su relación con Trump: “Que seas amigo de alguien no quiere decir que apoyes todo lo que diga y haga”.

Chris Kluwe, ex jugador de la NFL, escribió una carta pública para Trump: “Cuando se le preguntó por sus dichos, usted dijo que eran ‘charlas de vestuario’, y que era como los hombres hablaban sobre mujeres. Usted está equivocado, y sólo un pedazo de jamón sobrebronceado como usted puede bajar de la incivilidad grosera al abismo de una sociopatía depravada”, escribió el ex pateador, de 35 años. “He estado en un vestuario por 8 años, el lugar por definición para el macho, el ser alfa que usted está invocando para autoprotegerse, y nunca nadie llegó a semejante grado de imbecilidad y arrogancia. Sí, hemos tenido algunos tontos, algunos con los que uno no querría salir regularmente, pero nunca nadie fue capaz de decir las cosas que usted dijo sobre las mujeres. Hasta jugué un par de años con un tipo que resultó ser un violador serial. Y ni siquiera él hablaba así”.

Campeón en la NBA con los Cleveland Cavaliers, el escolta Iman Shumpert ya aclaró a fines de 2016: “Si volvemos a ganar el anillo el año que viene, no iré a la Casa Blanca. Entiendo la postura de la gente: no puedo ser parte de la mierda racista y sexista que él promueve”, explicó a Complex Magazine.

El luchador Sam Adonis, en cambio, eligió pelear en el Coliseo Arena, de Ciudad de México, embanderado con los colores de los Estados Unidos y la cara de Donald Trump. “Ahora sé que soy el más odiado”, dijo, en lo que pareció ser más un acto de provocación que de apoyo a The Real Donald.

Stan Van Gundy, técnico de los Pistons, comparó a este presente con “los tiempos en que poníamos japoneses americanos en campos de concentración, los tiempos en que Hitler registraba a los judíos. Hacia allí estamos yendo”, escribió en twitter.




El triste y famoso muro con el que Trump erigió parte de su campaña del odio partiría virtualmente en dos a un equipo de fútbol que abraza sin distinción a los dos lados de la frontera: Xolos de Tijuana. El estadio Caliente está a menos de siete kilómetros del paso fronterizo. En cada partido, más de la mitad de los autos estacionados en los alrededores tienen patente de California. Un muro transformaría a los Xolos en una especie de Dynamo Berlín, el equipo cuyo estadio quedó a metros del Muro y que luego se transformó en arma política de la temida Stasi comunista. Del otro lado de la frontera, según Trump, es tierra de “bad hombres”. Hombres malos. No lo dijo en un tuit, sino en la llamada con el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, que terminó en una cancelación de la reunión bilateral acordada en la Casa Blanca.

Precisamente, el estado de California también empezó a limitar los daños desde que Trump se convirtió en el 45º presidente estadounidense. Los Angeles está en carrera junto a París y a Budapest para quedarse con los Juegos Olímpicos de 2024, pero muchas de sus chances bajaron con la naturalidad que a Trump se le despeina el jopo: entre los 94 miembros del COI que votarán en septiembre hay algunos que ni siquiera podrían ingresar a los Estados Unidos, si el decreto antiinmigratorio de Trump –frenado por una cautelar en la Justicia– tomara efecto. “La verdad es que Trump fue grosero con todos por igual, así que no creo que eso afecte la elección”, dijo el miembro del COI Sam Ramsany, de Sudáfrica, país al que Trump definió como “un gran y serio desastre”. ¿Se animará el presidente Trump a ir personalmente a Lima, donde se realizará la elección, a tratar de inclinar la balanza?

Las incógnitas no deben llegar a tales niveles de geopolítica, al menos no en estas páginas: la gran pregunta es si Trump podría asistir a algún partido de algo, que no sea de golf y de sí mismo, sin generar una estampida. Para alguien que acaba de ganar una elección presidencial, su figura de piantavotos es cuanto menos curiosa.

Por Martín Mazur

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Nota publicada en la edición de marzo de 2017 de El Gráfico