Las Crónicas de El Gráfico

La barrera, más que mil palabras sobre el fútbol como estrategia política en la guerra

Con el territorio partido en dos y achicándose mes a mes por la ocupación israelí, Palestina busca en el deporte la legitimación que no consigue en la diplomacia. Y puede funcionar.

Por Martín Mazur ·

30 de marzo de 2017
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“Hay dos clases de poder. Uno se obtiene por el miedo al castigo; el otro, por los actos de amor. El poder que proviene del amor es mil veces más efectivo y permanente que el que proviene instigado por el miedo”.

La frase de Mahatma Gandhi parece describir con valiosa precisión la escena de la foto. Los chicos avanzan con sus pelotas de fútbol. Los soldados les hacen una barricada con sus ametralladoras.

Ya se sabe qué arma lastima más. ¿Pero cuál de las dos tiene más poder?

La imagen es una de las millones que grafican un conflicto interminable y doloroso. Los chicos son palestinos de Cisjordania. Los soldados son israelíes. Los chicos se manifiestan para que los dejen jugar. Para que los dejen entrar. A sólo siete kilómetros de Jerusalén, el lugar de la foto se llama Ma’ale Adumim, que tomó el nombre por la roca roja que se describe en el Libro de Josué en el Antiguo Testamento.

Oficialmente, Ma’ale Adumim está fuera de las fronteras de Israel y, según la Corte Internacional de Justicia y el Comité Internacional de la Cruz Roja, se trata de una ocupación ilegal, que no cumple con lo dictado por la Convención de Ginebra. Israel lo niega, al esgrimir que no se trató de una ocupación porque no había ningún estado dueño de dichas tierras. La batalla legal lleva décadas. La batalla real, también.

Pero en la foto no hay banderas de odio ni de resentimiento, sino un pedido: FIFA, no mires para otro lado; FIFA, permítenos jugar.




Uno de los resortes que recientemente disparó el conflicto se dio a través del fútbol. Si no fuera por la implosión que tuvo en la FIFA por la corrupción y los negocios sucios, lo más saliente de la elección que coronó a Joseph Blatter en mayo de 2015 habría sido el pedido de la Federación de Palestina de desafiliar a Israel. Los atropellos cometidos a jugadores de la selección nacional y la imposibilidad de jugar un campeonato único en Palestina, partida en dos entre Gaza y Cisjordania, habían llegado hasta la entidad madre del fútbol. Aquel día, el 90% del Congreso votó por mantener a Israel en la FIFA, a cambio de una oferta de cooperación.

Desde entonces, se creó un comité conjunto entre israelíes, palestinos y la FIFA, para monitorear precisamente los problemas que surgen en el día a día.

Problemas como el de la foto: los niños palestinos se quejan porque no tienen dónde jugar. En realidad, hay otras imágenes que muestran dónde pueden jugar: en pasillos de un metro treinta de ancho, como el del campo de refugiados de Balata.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, aceptó otorgar salvoconductos a los jugadores de fútbol y por primera vez se permitió que un equipo de Cisjordania cruzara a través de Israel para jugar el partido de ida de la final de la Copa de Palestina en Gaza. Pero el partido de vuelta fue cancelado: Israel sólo aprobó el paso de 33 de los 37 miembros de la delegación. Y allí se sepultaron las buenas intenciones.

El presidente del Comité de la FIFA por el tema palestino-israelí es Tokyo Sexwale, el sudafricano que fue prisionero en Robben Island durante el apartheid y llegó a ser candidato para suceder a Joseph Blatter en Zurich.

Sexwale visitó la sede de la Federación de Palestina en enero del año pasado. “Como ve, es un lugar muy bien iluminado”, le dijo Jibril Rajoub, mientras le mostraba la oficina, en ruinas y a cielo abierto, tras el derrumbe de los techos en los bombardeos de 2014. Su última reunión en Palestina duró siete horas. En noviembre se reunió con autoridades en Israel.




El problema con los comités es que después de recoger información, deben tomar decisiones. Y la presión sobre el de la FIFA llegó a tope en octubre.

Hay seis clubes israelíes cuya sede está en estos territorios, palestinos según las fronteras internacionales. Se esperaba una resolución respecto de la ilegalidad de dichos clubes.

“No he podido presentar un informe porque el Comité no se reunió”, se excusó Sexwale, por lo que el tema fue postergado hasta nuevo aviso. El sudafricano promete redactar un documento “que no dejará dudas”, pero mientras tanto, compró tiempo.

Siempre con eje en el fútbol, hubo manifestaciones pro Palestina en París y en otros lugares de Europa.

El asesor del deporte y la paz para las Naciones Unidas, Wilfried Lemke, instó a la FIFA a poner orden en lo deportivo, algo que las propias Naciones Unidas no han podido o querido hacer a nivel general.

“No somos una entidad política y no estamos tratando de resolver temas políticos”, enfatizó el presidente Gianni Infantino, quien dijo que iba a viajar a la zona cuando fuera fructífero y se hubiera llegado a algún progreso.

La FIFA no puede resolver los problemas políticos pero sí puede legislar –y lo ha hecho sin ningún tapujo– dentro de su área de competencia. Pero ahora quedó insólitamente contra las cuerdas.

Es como si Alemania decidiera crear seis clubes en Francia y hacerlos participar de la Bundesliga, algo que la FIFA sólo permitiría si la liga francesa aceptara la situación. Los palestinos, obviamente, no lo aceptan. La FIFA entonces debería sancionar a los clubes involucrados y excluirlos de la competencia. Pero sabe que, de ser así, accionaría de instrumento político y prefiere diferir lo más posible la definición.

“El Congreso de Seguridad de las Naciones Unidas determina que los asentamientos israelíes no tienen validez legal, ya que infringen las leyes internacionales, y que dichas prácticas son una obstrucción para conseguir una justa y duradera paz en el Medio Oriente”, decía la carta que la ONU envió a la FIFA.

Hasta Human Rights Watch ha dejado en claro que la FIFA, al permitir que clubes montados en tierras ocupadas formen parte de un campeonato de fútbol, favorece los negocios y alienta más ocupación ilegal.




La estrategia palestina de obtener el reconocimiento y la libertad de acción de cualquier otra nación, por primera vez utiliza al deporte como buque insignia. Lo que en los papeles ya quedó claro a través de las resoluciones y opiniones de la justicia, necesita también de un precedente en la práctica, en la vida real.

El tema palestino-israelí se terminará resolviendo (o continuará empatanándose) puertas adentro de la FIFA, en el Congreso de este mes. Si no prospera en la FIFA, continuará en el Tribunal para Arbitraje del Deporte (TAS).

“No quiero apuntar el dedo al lado palestino. Dejemos eso para los políticos y la política. Unamos fuerzas. Quiero que tratemos de cooperar y trabajar juntos. Cada uno está sentado aquí como amigos. Siempre hay disputas. Pero el fútbol es un elemento de unión, no de disputa. El fútbol es un puente de paz”, dijo en aquel momento el presidente de la Asociación de Fútbol Israelí, Ofer Eini, antes de un célebre apretón de manos. Pero por cada una de esas fotos de paz, se encuentran cientos de estas fotos de guerra.

Cuando se invierta esa dinámica, si es que alguna vez sucede, habrá finalmente llegado la hora de jugar.

Por Martín Mazur

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Nota publicada en la edición de enero de 2017 de El Gráfico