Las Crónicas de El Gráfico

La batalla, más que mil palabras sobre el campeón de Europa que llegó desde Yugoslavia

Estrella Roja 1991, los nervios y la gloria antes del estallido. Cómo un equipo multicultural desafió a los vientos de guerra y se coronó en la Copa de Europa y la Intercontinental.

Por Martín Mazur ·

17 de noviembre de 2016
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El único que parece estar tranquilo es el arquero. Todavía no se puso los guantes, para poder entregar el banderín con el escudo de su club y estrecharle la mano al capitán rival antes del sorteo. La tensión previa a un partido se multiplica cuando se trata de una final. Y esta es la foto de una finalísima, la única definición europea de la historia del Estrella Roja de Belgrado.

Con la 7, Robert Prosinecki se da vuelta como si no quisiera ni mirar. Vladimir Jugovic aprieta nerviosamente su mano derecha. Dejan Savicevic se refriega el brazo por la cara. Darko Pancev saca pecho, Sinisa Mihajlovic salta, Refik Sabanadzovic se agacha. Al fondo, Dragisa Binic mueve su cintura y espera, brazos en jarra, que empiece la batalla.

Es el 25 aniversario de este equipo que conmovió al fútbol mundial. En 1991, Estrella Roja de Belgrado –o Crvena Zvezda, según su nombre original–, se convirtió en rey de Europa en el estadio San Nicola, de Bari.

El rival fue el Olympique de Marsella, con Jean-Pierre Papin, Jean Tigana, Chris Waddle y esa multitud de hinchas que se ve al fondo de la imagen. Fue un partido de ajedrez digno de los de la época, con aroma a Italia 90 (en ese estadio se jugaron 4 partidos de la Copa del Mundo, incluido el del tercer puesto entre Italia e Inglaterra), momentos antes de que llegaran los cambios reglamentarios y murieran definitivamente las marcas hombre a hombre.

“La batalla está por comenzar” es una frase muy trillada en el vocabulario futbolero, normalmente usada para momentos previos al inicio de un partido. Lamentablemente, es también la frase que mejor describe el proceso que iban a vivir los yugoslavos en los años posteriores. Las primeras luchas armadas habían empezado entre el partido de ida y el de vuelta de las semifinales, contra el Bayern Munich. El ataque de extremistas croatas al pueblo de Bolovo Selo es considerado el inicio oficial de las hostilidades. El caldo de cultivo se venía gestando desde mucho tiempo atrás.

La política de crecimiento del Estrella Roja de esos años había sido contracultural. Ese equipo era una verdadera federación yugoslava, con serbios (Stojanovic, Jugovic, Marovic, Binic, Momcilovic, Cula, Lukic), croatas (Prosinecki, Juric), montenegrinos (Savicevic, Radinovic, Sabanadzovic), macedonios (Pancev, Najdoski), bosnios (Besic), serbo-bosnios (Tosic) y eslovenos (Simeunovic), además de un rumano de familia serbia, Miodrag Belodedici. Todos en el mismo vestuario. Nunca en su historia el Estrella Roja había sido tan plural.

“Habríamos podido seguir ganando mucho tiempo más, teníamos un equipo poderoso, pero también muchos jugadores jóvenes que nos hubieran permitido continuar. Lamentablemente nunca podremos saber hasta dónde habríamos llegado”, contó Belodedici (el segundo detrás del arquero, en la foto), campeón con el Steaua en el 86 y con el Estrella Roja en el 91, los únicos dos títulos europeos en la historia de Europa Oriental.

En el medio, el líbero rumano huyó del régimen de Ceausescu y se ganó una condena de 10 años de cárcel por desertor, que quedó trunca después de la revolución en 1989. Consolidada su fuga, se presentó en el equipo de sus amores, el Estrella Roja. Como tantos otros, soñaba con jugar en el estadio Marakaná. Les costó entender de quién se trataba: un mítico campeón de Europa en su plenitud que pedía una oportunidad.

La final de la Copa de Europa terminó 0-0 y se definió por penales. Ganó 5-3 el equipo yugoslavo. El caso no deja de ser curioso: mientras el fútbol del Estrella Roja mandaba un mensaje de unidad, su barra brava, comandada por Arkan, se convertiría en una de las milicias más sangrientas asociadas a la limpieza étnica que estaba por venir. Yugoslavia tampoco volvió a competir con la generación dorada del Crvena Zvezda: eyectada de la Euro 92, el sueño de coronarse en Europa terminó con el inicio de la guerra civil.




El Estrella Roja de 1991 rara vez figurará en los libros de historia de fútbol como los equipos más revolucionarios, o que marcaron una época, aunque en realidad lo merezca. Lejos de refugiarse cerca de su arco para jugar de contraataque, lo que hacía era presionar ferozmente en zonas altas buscando lastimar con la defensa rival abierta. Un estilo que décadas más tarde se instaló como una de las premisas del fútbol moderno, resumido en el Borussia Dortmund de Jürgen Klopp: el contrapressing.

En esa campaña venció al Grashopper de Ottmar Hitzfeld (5-2 en el global), al Rangers de Graeme Souness (4-1), al Dresde con el potente Uwe Rösler (5-1, transformado en 6-0 en los escritorios por los incidentes provocados por los hinchas alemanes, que forzaron la suspensión de la revancha) y al Bayern Munich de Jupp Heynckes, con 6 campeones mundiales en cancha (4-3).

El 0-0 de la final no le hace honor a aquel equipo conducido por Ljubo Petrovic, una máquina de fútbol y goles. Meses más tarde, el Estrella Roja consolidó su supremacía en Tokio, barriendo al Colo-Colo que se había consagrado campeón de América, el mismo equipo de aquella histórica batalla campal contra Boca.

Y lo barrió con uno menos: a Savicevic, de asistencia gloriosa a Jugovic para el 1-0, lo expulsaron a los 41 del primer tiempo. Con 10, igual ganó 3-0.

Pero el 0-0 de Bari no fue una fatalidad, sino una causalidad. Lo relató Mihajlovic: “Ellos eran los Galácticos de aquella era, nosotros éramos con mayoría de jugadores de 21 y 22 años. Mano a mano, habríamos perdido. El técnico nos dijo que la virtud del Olympique era encontrar al rival abierto y demolerlo de contraataque. ‘¿Y entonces qué hacemos?’, le pregunté. ‘Cuando tengan la pelota, dénsela de nuevo a ellos’, me contestó. Fue una de las finales más aburridas de la historia”.




La final de Bari y la coronación del Estrella Roja en la Copa de Europa significan casi un asterisco olvidado en la grilla de los grandes ganadores de la época. El Milan de Sacchi se quedó con las finales del 89 y 90; el Dream Team de Cruyff consiguió, por fin, levantar la Orejona en 1992; la del 93 quedó en manos del Olympique de Marsella (1-0 al Milan), coincidente con el escándalo de corrupción que lo mandó a la B; y la del 94 fue un baile sin igual del Milan de Capello al Barcelona (4-0). Después llegó la época del Ajax, la Juventus, el Dortmund y el Real Madrid. Pocos, poquísimos, se acuerdan de este apéndice histórico de 1991.

Al mes siguiente del partido consagratorio en Bari, Eslovenia y Croacia se independizaron de Yugoslavia. Luego siguió Macedonia.

Si la guerra hubiera podido detenerse, la imagen romántica de este equipo antes de la batalla, igual se habría disuelto en la melancolía del ya no ser: los millones esperaban a las grandes estrellas de uno u otro modo, mucho más con la diferencia económica reinante entre el bloque occidental y los restos del mundo comunista.

A lo largo del siguiente año, Prosinecki (22 años) pasó al Real Madrid; Jugovic (21), a la Sampdoria; Mihajlovic (22) se fue a la Roma; Savicevic (24), al Milan, tras quedar segundo en el Balón de Oro; Pancev (25) llegó al Inter como Botín de Oro europeo; Belodedici (27) se fue al Valencia; el arquero y capitán Stojanovic (26) emigró al Amberes.

La Europa poderosa se aprovechó de las circunstancias y desplumó al campeón, como haría cinco años después con el Ajax de Van Gaal (campeón en 1995 y finalista en 1996) tras la sentencia Bosman.

Tal era la presión por llevarse a las estrellas balcánicas, que los dirigentes del Estrella Roja armaron una concentración de siete días en Monopoli, cerca de Bari, donde los jugadores no podían recibir a sus familiares y en el hotel-bunker sólo se permitían las llamadas salientes, no entrantes, para no escuchar propuestas de los representantes.

Así y todo, Savicevic contó que el día de la final, algunos sujetos se acercaron al hotel con una oferta: 500.000 marcos para perder el partido. Conociendo lo que pasó con el Olympique de Marsella en 1993, la versión parece lógica. “Pregúntenle a Prosinecki, a Stojanovic... No había ninguna posibilidad de que aceptáramos, nosotros queríamos la gloria”, explicó el montenegrino. Por fortuna, para evitar rumores maliciosos, el Estrella Roja metió cinco de cinco en la definición por penales.

Stojanovic atajó el primero, suficiente para la consagración. Tras detener el disparo de Amoros, se levantó y salió caminando hacia un costado, con esa misma tranquilidad con la que había llevado el banderín en el saludo de los capitanes.
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Por Martín Mazur

Nota publicada en la edición de octubre de 2016 de El Gráfico