Las Crónicas de El Gráfico

La grieta xeneize

El futuro de la Bombonera divide las aguas entre los hinchas de Boca. Mientras aguardan un plebiscito, vanguardistas y nostálgicos debaten sobre la conveniencia de mantener el estadio o construir uno nuevo. La única certeza es que están ante una decisión histórica.

Por Elías Perugino ·

07 de junio de 2016
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“Podría hacer la plancha hasta la finalización de mi mandato, pero no soy así. Mi obligación es pensar de acá a los próximos 50 años del club”, sostiene Daniel Angelici, presidente de Boca hasta diciembre de 2019. Quienes conocen al Tano desde la infancia aseguran que siempre fue audaz y emprendedor. Quienes lo tratan desde que Mauricio Macri lo bendijo para que ejerza su cargo actual, deslizan que su obsesión es quedar en la historia dorada de la institución, escalón vip al que un presidente boquense accede por dos vías inequívocas: cosecha de títulos internacionales u obras que trasciendan a su tiempo.

El primer ítem se le ha negado sistemáticamente al hábil empresario del juego. En las redes sociales todavía lo martirizan con aquellos pasaportes de fantasía que repartió durante la campaña proselitista de 2011, bajo a un eslogan poco feliz: “Renová el pasaporte. Del resto nos encargamos nosotros”. Una sentencia inmortalizada en un afiche donde aparecía un avión en supuesto viaje hacia Japón y su rostro junto al del actual presidente de la Nación [1].

Antes de finalizar su primer mandato, Angelici había sembrado cimientos para intentar el bronce a través de la segunda opción. Inició las obras de un complejo deportivo en Ezeiza, paralizadas por el anterior gobierno nacional y reactivadas desde que al sillón de Rivadavia lo calienta el señor que lo bendijo para reinar en Brandsen 805. Con ese predio finalizado, más alguna copa internacional que Boca obtuviera en los próximos tres años, Angelici podría darse por satisfecho. Pero el hombre que vive de las apuestas ajenas decidió hacer una propia y muy fuerte: instalar el debate sobre si Boca debe transitar este siglo en la Bombonera o en un nuevo estadio. Y propone resolverlo rápidamente para recorrer desde ahora el camino que los socios decidan.

En los años que restan para que finalice la gestión Angelici, todos los estadios deberán reemplazar los sectores populares por plateas. Así lo estipuló la FIFA y ningún club podrá escaparle a esa norma. La mutación condenaría a la Bombonera a ofrecer aforo para 35.000 aficionados, unos 14.000 menos que hoy. Demasiado poco para una institución de 175.000 socios [2]y 18 millones de hinchas.

Semejante encrucijada generó la grieta xeneize. ¿Qué hacer? ¿Actuar con el corazón o con la razón? ¿Conservar el templo futbolero como sea? ¿Adaptarlo? ¿Demolerlo y construir encima de su alma? ¿Erigir otro estadio en los terrenos linderos?

Mientras miran al equipo de reojo, los hinchas debaten, discuten, analizan proyectos, imaginan escenarios lógicos o disparatados, defienden posiciones, atacan con o sin argumentos a quienes sostienen lo contrario, se pelean, no duermen, se retuercen de la indecisión…

La Bombonera se inauguró en 1940 con dos bandejas y sumó la tercera en 1952, pero su estatus de estadio mítico, casi de Coliseo romano, se construyó en los últimos 35 años. No antes. A fines de los años sesenta, cuando el presidente Alberto J. Armando anunció que la Bombonera sería reemplazada por un nuevo estadio para 100.000 espectadores sentados [3] a construirse en los terrenos de la Ciudad Deportiva que se le ganarían al Río de la Plata, muy pocos hinchas de Boca patalearon. La mayoría se dejó seducir por la maqueta del megaproyecto. Y miles de socios y simpatizantes adquirieron los Bonos Patrimoniales que ayudarían a financiarlo para asegurarse un lugar desde la inauguración prevista para “el 25 de mayo de 1975, a las 11 de la mañana”, una fecha que el tiempo, la realidad económica del país y la estafa de los administradores se encargaron de triturar sin piedad. Por entonces, la Bombonera no era un mito, su pérdida no dolía. Hoy es un emblema indivisible de Boca, a la altura del escudo y de la camiseta. Así lo sienten los hinchas de Boca, así lo considera el ambiente globalizado del fútbol, que también tejió la fábula y la admiración más allá del Riachuelo.

Las cuatro opciones del abanico tienen pros y contras:

1) Mantener el estadio con la estructura actual. Se preservaría el mito, pero podrían asistir menos hinchas y, tarde o temprano, la estructura diseñada por Viktor Sulcic [4] quedaría obsoleta.

2) Ampliarlo con el agregado de tribunas. Ya sea concretando el viejo anhelo de comprar las propiedades detrás de los palcos o aceptando el proyecto presentado por el arquitecto esloveno Tomaz Camernik [5]. Se conservaría el 70% de la cancha actual, pero no se aumentaría la capacidad por la readaptación a las normas de FIFA. Además, se modificaría sustancialmente el diseño. Se transformaría en un escenario parecido a tantos otros, perdería las características que lo convierten en único. Estadios como Wembley y el Maracaná sufrieron transformaciones, pero sin distorsionar sus fisonomías esenciales. Esa probable metamorfosis de la Bombonera también hace ruido en el corazón de los hinchas más tradicionalistas.

3) Demolerlo y construir el nuevo en el mismo lugar. Conservar el espacio donde Boca juega desde 1924 [6] (año en que se inauguró la cancha que precedió a la Bombonera) puede significar un consuelo, pero es probable que el nuevo escenario, por una cuestión de superficie, padezca trastornos similares a los actuales en lo referido a las deficiencias en accesos y sectores para estacionamiento. Eso sin contar que durante dos años Boca debería alquilar otra cancha para jugar.

4) Construir otro en las adyacencias y conservar la Bombonera para ocasiones especiales. Boca tendría la cancha para 80.000 espectadores que sueña Angelici y mantendría a la Bombonera como un “museo viviente”, que podría ser escenario de partidos puntuales o de un torneo internacional anual –¿la Copa Xeneize?–, que enfrentaría a Boca con rivales del exterior, al estilo de la Copa Joan Gamper. Mientras durara la nueva edificación, Boca no perdería la localía, permanecería en la Bombonera. Esta salida intermedia conformaría a los vanguardistas y a una porción de los nostálgicos, aunque obligaría a una delicada ingeniería financiera para garantizar el mantenimiento de una cancha en actividad más el agregado de un elefante blanco [7].

Mientras avanza la idea de un plebiscito de socios, la grieta xeneize se expande y se profundiza. Es una batalla entre el raciocinio y el sentimiento. Un combate intrincado y escabroso entre soldados de un mismo ejército. El futuro está en una de las cuatro opciones. La decisión quema, arde, es inminente. Cualquiera sea la elegida, Daniel Angelici quedará en la historia. De eso no hay dudas. Solo resta saber de qué lado de la historia…

Por Elías Perugino

Textos al pie

1- Bajo la presidencia de Angelici, Boca llegó a la final de la Copa Libertadores 2012, pero la perdió ante Corinthians. El vuelo a Japón debió cancelarse…

2- Esa cifra abarca a 77.000 socios adherentes y a 98.000 entre activos, damas, cadetes, menores, vitalicios, interior y exterior. En el plebiscito votarían todos, menos los menores.

3- La cancha se iba a levantar en la isla N° 7, de 34,2 hectáreas. El proyecto constaba de una bandeja baja (30.000 personas), tres pisos de palcos (7.000) y una inmensa bandeja alta (63.000).

4- Arquitecto esloveno nacionalizado argentino. Además de la Bombonera, ideó el Mercado de Abasto de Buenos Aires, por entonces mercado de frutas y verduras, hoy transformado en shopping.

5- Discípulo de Sulcic, sugiere tirar los palcos actuales, reconstruirlos y, por encima de ellos, edificar una bandeja que conecte las dos cabeceras y complete la tercera bandeja.

6- El primer partido fue el 27 de julio de ese año. Paradójicamente, Boca jugó de visitante en su propio estadio. Le ganó 2-0 a Argentinos Juniors, con goles de Pertini y Tarascone.

7- Expresión que se utiliza para definir a un bien del que el propietario no puede deshacerse y debe mantener a un alto costo. Los elefantes blancos existen, pero se los conoce como “elefantes albinos”.

Nota publicada en la edición de mayo de 2016 de El Gráfico