Las Entrevistas de El Gráfico

Luis Suárez: “Si Leo disfruta, disfrutamos todos”

Lo dice el Pistolero del tridente: "Es una relación totalmente sana, hay cero envidia, y cuanto más ganás, más querés seguir ganando", asegura en una charla profunda el hombre que triunfó en el fútbol por amor.

Por Diego Borinsky ·

09 de mayo de 2016
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“¿Usted conoce a un tal Luis Suárez?”.

Las circunstancias no lo favorecen. Para nada lo favorecen. Proviene de un paisito lejano de 3 millones de habitantes, en tiempos de escape masivo a la desocupación y a la crisis económica. Sudaca. El sellito en la frente lo tiene. Y también tiene muchos nervios. Los lógicos para un chico de 16 años criado en una familia humilde del interior de su país que viene de subirse por primera vez a un avión. Lleva una camisa blanca con un par de manchas rojas, porque -acaba de comprobarlo hace unas horas-, viajar a 10.000 metros de altura le hace sangrar los oídos. Entre el susto y el aspecto no está para encarar al suegro y pedirle la mano de su hija. Y menos para sortear con éxito al riguroso empleado de migraciones del aeropuerto El Prat de Barcelona. “Vengo a ver a mi novia”, es su único argumento, y ni siquiera sabe la dirección de destino. No será la última vez que terminará encerrado en un cuarto pequeño de un aeropuerto, aunque en ese instante no lo sabe. Pasarán un par de horas hasta que el riguroso empleado de migraciones abra la valija, revuelva, encuentre el regalo de una tía, se detenga en la dirección y el teléfono que aparecen en la tarjeta, y llame.

-¿Usted conoce a un tal Luis Suárez? -pregunta el empleado.

-Sí, claro, es el novio de mi hija, viene a visitarla. Mi familia está desesperada buscándolo por el aeropuerto -le responden.

No se trata de una novela ni de una película de ciencia ficción. Esto ocurrió en diciembre de 2003, cuando Luis Alberto Suárez Díaz pisó territorio europeo por primera vez, ingresando por la puerta (Barcelona) que le tenía reservado un destino de gloria, con una obsesión que le oprimía la cabeza. No meter goles, ni triunfar en el fútbol, ni hacer contactos, sino apenas una meta tan simple y terrenal como ver a su amada Sofía, de la que había tenido que separarse a la fuerza.

Si alguna vez se rodara la película de Luis Suárez, este comienzo, con el primer plano del jovencito balbuceando una explicación, la camisa manchada de sangre y el escudito de Catalunya de fondo, pagaría 2 pesos en cualquier casa de apuestas.

-¿Te pusiste muy nervioso? -arranco preguntándole por teléfono a Suárez el lunes 14 de marzo al mediodía, según pautó Txemi Teres, el encargado de prensa del club, para romper el hielo…
-Sí, claro, era mi primer viaje, había sufrido mucho en el avión. No sabía que me iban a hacer tantas preguntas cuando llegara, y tampoco tenía la dirección, porque me iban a venir a buscar al aeropuerto. Me asusté, creí que iban a mandarme de vuelta a Uruguay, pero por suerte apareció ese regalo de una tía. Y menos mal que me llevaba bien con mi suegro, sino cuando el de migraciones lo llamó para preguntar si me conocía, quizás decía que no (risas).

Mi suegro. Ahí está delatado el final de la historia. Porque el padre de la novia pasó a suegro. Y luego a abuelo de Delfina y Benjamín. Y Luisito, de presunto polizón a ídolo culé. Una historia de amor fascinante, que ya la empezamos a contar, como preámbulo de la rica charla que mantuvimos con el 9 del Barça.

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Buscando a Sofía
Luis Suárez nació en Salto, en el noroeste de Uruguay, frente a la ciudad entrerriana de Concordia, a 500 kilómetros de Montevideo. Si se considera un prodigio que un país de 3 millones de habitantes saque la cantidad y calidad de jugadores que saca, y gane la cantidad y calidad de títulos que gana, encontrar en el planeta otro caso de dos futbolistas de super elite nacidos en la misma ciudad del interior, el mismo año, separados solo por 21 días, es la prueba irrefutable del milagro uruguayo. Suárez nació el 24 de enero y Edinson Cavani el 14 de febrero. Los dos en Salto, y los dos en 1987, el mismo año de Messi, que cayó de Marte el 24 de junio, cinco meses exactos después que Suárez.

Hijo mediano de siete hermanos, tenía 6 años cuando la familia debió mudarse a Montevideo en busca de trabajo. En su ciudad jugaba descalzo a la pelota. “De ahí le quedó su forma de jugar, todo entreverado, esquivando piedras y yuyos”, lo describe Rafa Cotelo en el inicio del programa Por la Camiseta, en una excelente entrevista realizada en 2015, y que se puede encontrar en youtube (vale la pena, es una joyita). Luis lo escucha y se ríe. “Al tiempo ingresó en Nacional AUFI y luego en juveniles, y no le iba bien… pero era terco y seguía yendo -continúa la presentación Cotelo, ante un Suárez tentado-… Salía mucho y no rendía en el club, pero era terco y seguía saliendo”. Y Suárez no puede evitar la carcajada plena, desmintiendo un poco esa imagen que uno tiene de hombre hosco y parco.

No la tuvo nada fácil Luisito en la infancia. Con 11 años ya iba con su abuelo a cuidar autos para ganarse unas monedas. Otra que Trapito Barovero. “Mi madre no me dejaba, pero yo le decía que iba a lo de un amigo”, cuenta, y como buen delantero, vemos, ya aprendía a deshacerse de las marcas. Su madre realizaba tareas de limpiezas en la terminal de ómnibus de Tres Cruces. Un señor que trabajaba allí coleccionaba tarjetas telefónicas, entonces Luisito rastrillaba todas las cabinas, juntaba 10 y las cambiaba por unas monedas con las que iba al mercado a hacer compras y aportar para la casa.

Si la vida era complicada así, lo fue mucho más tras la separación de sus padres. Suárez ingresó a las formativas de Nacional y allí recibió el apodo que aún conserva. El verdadero apodo con que sus amigos y compañeros de esa época lo siguen llamando: Salta, apócope de salteño, el gentilicio con el que se conoce a los nacidos en Salto.

“Hasta los 12 años sabía que quería jugar al fútbol, pero después tuve una etapa en la que no me gustaba entrenar. Me enojaba mucho. Era muy rebelde y eso me jugaba en contra”, relata Suárez en el libro Vamos que vamos, de Ana Laura Lissardy. Suárez casi queda marginado en la Séptima de Nacional, pero entonces irrumpió Sofía Balbi, la muchachita de la película. La que le cambió la cabeza. La que lo ordenó y lo alejó de las malas juntas. La que lo ayudó a hacer las tareas del colegio. La que lo flechó de una vez y para siempre. “La conocí cuando yo tenía 15 y ella 12, pero enseguida cumplió 13, siempre me cubro diciendo que tenía 13 al menos”, se ríe Suárez con Cotelo, como si 13 fuera una edad que lo eximiera del pecado. Los Balbi vivían en Solymar, a 21 kilómetros del centro de Montevideo. Luisito mangueaba al que tenía a mano para pagar el boleto del colectivo. Y más de una vez tuvo que hacer esos 21 km caminando, como si entrenara para la media maratón. “Era desesperación por estar con la gurisa”, me ayuda a entender el colega Eduardo Rivas, de Montecarlo Televisión, con uruguayismo de manual.

En las inferiores de Nacional estaba tapado por otros dos artilleros, también categoría 87. Nuestro conocido Martín Cauteruccio y Bruno Fornaroli, quien también tuvo un breve paso por San Lorenzo y hoy se destaca en el Melbourne City, de Australia. Curioso, porque en 2010, en nota con El Gráfico en Amsterdam, Suárez contó que desde pibe tira por San Lorenzo en Argentina.

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En 2003, Gustavo Balbi, el padre de Sofía, se quedó sin trabajo en el Banco Montevideo. El Salta tenía 16 años y pisaba la Tercera de Nacional: “Fue muy triste el momento en que me contó que se iban. Por mi situación económica era imposible volver a verla. Nos pasamos toda la noche llorando juntos. Sofía me dejó un cuaderno con canciones románticas, de Enrique Iglesias y Alejandro Lerner. El día que se fue, tenía un partido Sub 16 contra Defensor. Lo recuerdo clarito: llegué a casa, agarré el cuaderno, me tiré en la cama y no podía leer tres palabras sin llorar. Mi hermano grande me obligó a ir. Me levanté, compramos un kilo de mandarinas, y las fuimos pelando y tirando la cáscara en el camino a Parque Central”. Una postal perfecta de la desolación. Otro comienzo posible de la película.

Abreu, que tendrá mucho de Loco pero poco de boludo, lo apadrinó de entrada. Hoy, Suárez es el padrino de uno de los hijos de Abreu. Luis debutó en la Primera del Bolso con 18 años, pero no tenía otra meta que irse a Europa a como diera lugar. “Si quería ver a mi novia, tenía que triunfar en el fútbol”, repetía una y otra vez. Y ante la primera oferta más o menos formal que recibió el club, se tiró de palomita, como Poy. Fue apenas un año después de su debut, en 2006. Lo compraba el Groningen, un modesto club holandés. ¡Qué le importaba! Si Groninga quedaba a unos cuantos miles de kilómetros menos de Barcelona que de Montevideo. Nacional andaba mal de finanzas y no dudó en venderlo en cerca de un millón de dólares. Suárez ya compensaría con creces su urgencia por irse a Europa: Nacional cobraría luego otros 7 millones por el mecanismo de solidaridad en los traspasos al Ajax, Liverpool y Barcelona.

En Groningen no arrancó bien. Jugaba en la Reserva, estaba fuera de peso. Hasta que decidió subir la apuesta: viajó a Barcelona a pedirle a sus futuros suegros que dejaran ir a vivir a su hija a Holanda. Hubo aceptación, el Pistolero hizo el clic y desde entonces no paró de acribillar arqueros sin piedad.

-¿Cómo te pagaste ese primer viaje a Barcelona a los 16 años si no tenías un peso? -le pregunto a Suárez, que viene de ser suplente ante el Getafe y en dos días asombrará al mundo con su tijeretazo ante Arsenal por Champions.
-Cuando a los dos meses de irse, Sofía me dijo que así no aguantaba, hice todo para viajar. Hablé con Daniel Fonseca, que entonces era mi representante, y le pedí por favor que me sacara el pasaje. Después, mi hermano grande me dio 70 dólares, que cambié por 50 euros, y con eso en el bolsillo, arranqué.

-¿En ese primer viaje fuiste a conocer el Camp Nou?
-Estuve con mi novia, paseamos por los lugares turísticos típicos y al Camp Nou lo vi de afuera, no tenía la posibilidad de entrar, tampoco dinero para hacer la visita turística.

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-¿Y desde esa primera vez te propusiste jugar en el Barça?
-No, lo único que me metí en la cabeza en ese momento fue llegar a Europa para poder ver otra vez a Sofía. Hasta se me cruzó por la cabeza ir a trabajar de cualquier cosa para estar con ella. De mozo, de lo que fuera, incluso dejando el fútbol. Todavía no había debutado en la Primera de Nacional, me estaba yendo bien, mi ilusión era triunfar en el fútbol, pero no era fácil, y yo quería estar con Sofía. Después, cuando empecé a meter goles, vi todo más cercano y comprendí que podía llegar por el fútbol.

-¿Es cierto que cuando podías, te hacías una escapada a ver al Barça?
-Es verdad. Cada vez que coincidía un día de descanso en el Ajax y había partido del Barcelona, aprovechábamos para visitar a la familia de Sofía. Nos gustaba la ciudad, hay muchos restaurantes uruguayos que nos hacían sentir bien. Y de paso conseguía entradas para ver al equipo. Disfrutaba con ese Barcelona.

-¿A quién le pedías entradas?
-A Gabri, que era compañero mío en el Ajax y había jugado muchos años en el Barcelona, o a mi representante.

El representante, aclaramos, ya no era Daniel Fonseca. El representante era (es) Pere Guardiola. Sí, el hermano de Pep. Precisamente, muchos creen que la llegada de Suárez al Barça se demoró por el prurito de Pep de no contratar a un jugador representado por su hermano. Porque le encantaba. De hecho probó con distintos 9 de área a los que luego descartó. Pero el destino de Suárez estaba marcado.

Las estrellas en el cielo
“Al principio no podía creer estar jugando en este club y con estos compañeros. Terminé tomándolo como un premio que me gané por tanto esfuerzo. Es el cuadro al que siempre soñé llegar”, asegura Suárez, y uno podría sospechar de cierta demagogia barata pero Lucho resiste el archivo. “Yo soñaba… y sueño todavía con jugar en el Barcelona”, afirmó en 2008, en el programa Tuya y Mía, en una entrevista en el Centenario.

Le llevó unos años. De Groningen pasó al Ajax, donde fue capitán con 23 años, y en una temporada, la 2009/10, metió más goles que Messi (49 en 48). De allí, por 26,5 millones de euros saltó a Inglaterra, donde se ganó la idolatría absoluta del público del Liverpool y el odio del resto de Inglaterra. Y donde obtuvo la Bota de Oro por ser el máximo artillero de una liga europea, premio compartido con Cristiano (ahora andan en lo mismo). Tras el Mundial de Brasil, y a pesar de las llamadas de Carlo Ancelotti para sumarlo al Real Madrid, el Barcelona ganó la pulseada y pagó 81 millones de euros por sus servicios.

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Antes de cada temporada, Suárez repite un hábito: se propone cuántos goles meterá. Lo charla con Sofía. Casi siempre se queda corto en la estimación y la supera con comodidad. Hoy, integra una delantera formada por el mejor jugador argentino (y mejor del mundo), el mejor jugador brasileño (y futuro mejor del mundo) y el mejor jugador uruguayo (y más brutal goleador del planeta). Es como si promediando los años 80, se hubieran juntado bajo una misma camiseta Maradona, Francescoli y Zico. Un afano.

Llega el momento de seguir con Suárez en el mano a mano, ya que el encargado de prensa del Barça, gentil pero estricto, ha comentado “que media hora es muchísimo” y “anda pensando en reducir ese tiempo”. Al final serán 31 minutos, porque si el entrevistado se engancha, los límites pueden correrse un poco.

-¿Cuándo lo conociste a Messi?
-A Leo lo había tenido de rival en partidos de la Selección, solo eso. Acá, en el club, el trato fue muy bueno desde el primer momento. Se ha portado muy bien conmigo. Las relaciones van de a poco, te vas conociendo. Con Masche, hasta el día de hoy jodemos por aquella roja en la Copa América de Argentina, él sigue diciendo que lo hice expulsar. Esa noche, recuerdo, cambié la camiseta con Leo en el entretiempo.

-Menos mal que no esperaste hasta el final…
-Sí, sí, porque terminamos ganando por penales y a nadie le gusta pedir una camiseta a un colega que pierde. No da.

-Si te tira un caño en la práctica cuando están charlando, como se vio en un video, es porque tienen una onda genial...
-A Leo hay que conocerlo, no es solo llevarte bien para las cámaras. Yo descubrí que es espectacular como persona. Pasa que el trato del uruguayo con el argentino es especial. No es que ando sólo con Leo para arriba y para abajo (sería nuestro “de acá para allá”). Suelo aclararlo: con Masche es lo mismo, y casi siempre andamos los tres tomando mate juntos. Me pasaba igual con Maxi (Rodríguez) en Liverpool, o con Cvitanich en Ajax, pero cualquier cosa vinculada a Leo vende como nadie. Con Masche coincidimos en la edad de los hijos, con Leo somos del mismo año y hablamos de cosas de la infancia, nuestras mujeres se llevan re bien, y así se van conociendo las familias y se afianza la relación.

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-Vos lo enfrentaste como rival, ¿qué es lo que más te sorprendió de Messi como compañero?
-¡Pará, que lo tengo de rival en los entrenamientos y te calienta! En las prácticas no sabés para dónde va a ir: creés que sale para un lado y va para el otro. Hace cosas increíbles, es único.

-Siempre contaste que te gusta atajar, ¿lo sufrís en las prácticas?
-Noooo, acá como golero no he probado, noooo, ni me presto, ¿para qué? Con Leo, Ney y Andrés del otro lado, imposible, que vaya otro de golero. Contra Eibar, hace unos días, lo vi parado a Leo y le piqué, pero por adentro decía “es imposible que me la ponga ahí” y la bola cayó ahí. Increíble.

-¿A Neymar lo conocías?
-No, y es otro espectáculo como persona. Un chico muy alegre, muy compañero y bromista en el vestuario. No toma mate y a veces está con los brasileños, pero a la hora de hablar se acerca, es un chiquilín que quiere aprender y escucha. Cuando me preguntan “Eh, ¿cómo hacés con esas estrellas ahí?”, yo contesto: “Las estrellas están en el cielo; en el vestuario somos todos compañeros y nadie hace diferencia”.

-¿Toman mate con yerba uruguaya sin palo o con argentina?
-Yo tomo la uruguaya, y como soy el que lleva el mate al club, se toma esa. En sus casas imagino que Leo y Masche tomarán con argentina.

-¿Leíste algo del “Pacto del mate”? Una supuesta conjura por la que Messi te dijo que te iba a hacer Pichichi…
-No hay ningún pacto de nada, pero no podemos empezar a contestar cada cosa que sale. Si es por lo del penal indirecto, no me habían avisado. Lo habían practicado el día anterior, sabía que alguna vez lo iban a hacer, pero no que ese día. Salí corriendo como siempre y terminé metiéndolo.

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-Messi siempre quiere meter más y más goles, pero te cedió varios penales, ¿cómo lo tomaste?
-Leo había errado alguno, después le pasó lo mismo a Ney, y como yo había hecho los dos, estaba con confianza. Después errás uno, te quedás caliente y volvés a patear, pero cuando ya errás dos decís “que lo patee otro”. Son demostraciones de compañerismo. Leo no piensa nada a nivel individual, por algo ganó todo a nivel equipo y seguirá ganando. Ahora, si es un penal decisivo, no tengo dudas de que Leo asumirá la responsabilidad, como la ha asumido siempre.

-¿Pero te dijo que querías que fueras el Pichichi o no?
-No lo hemos hablado de lleno, porque todavía quedan muchas fechas. Además él también tiene posibilidades. Queremos ganar las competiciones que quedan, es lo primordial. Después, si hay premio individual, bienvenido sea. Y lo que más importa de todo es que la relación que llevamos es totalmente sana, hay cero, cero envidia. Acá sabemos que Leo es el mejor y al mejor lo tenés que hacer sentir bien. Si Leo disfruta, disfrutamos todos. Ney está en un momento espectacular también.

-Bueno, vos aportás lo tuyo, tampoco te tires a menos…
-Ahí estamos (risas).

-De afuera sorprende realmente que haya tan poco egoísmo entre tres figuras tan importantes…
-Todo se da en base al equipo. Después, es cierto, somos el único cuadro en el mundo que tiene tres jugadores arriba que se llevan tan bien, en el sentido de que no importa quién meta los goles o haga las asistencias. Y si uno de los tres no convirtió, los otros buscan que ese lo meta. Es lo lindo que tiene el fútbol, que queremos ayudar al compañero. Y no solo entre nosotros tres, sino con todo el equipo.

-¿Se puede decir que son amigos más que buenos compañeros?
-Y… sí, porque nos apreciamos mucho y deseamos el bien para el otro.

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-Son de tres países con la máxima rivalidad histórica de Sudamérica, ¿hay cargadas o apuestas?
-Sorprende que un uruguayo, un argentino y un brasileño se lleven tan bien, ¿no? Pero somos conscientes de que si nosotros nos llevamos bien, todos se llevan bien. Después, siempre alguna broma hay. Y cuando nos enfrentemos en Eliminatorias, si lo tengo que bajar a Ney, lo haré, como Masche me trabará fuerte a mí, cada uno defiende su camiseta.

-¿Se hacen señas en la cancha para armar las jugadas?
-Nos vamos conociendo y hay cosas que uno las tiene por sí solas. Yo, por ejemplo, corro y sé que me va a caer la pelota ahí. Cuando pateo mal y me caigo, sé que Leo me está mirando para reírse, porque se caga de risa. Yo mismo me río a veces…

-¿Te caés por querer pegarle muy fuerte?
-Sí, además ando como medio destabillado. Por ahí yerro goles fáciles y hago el más difícil. Y en esos casos miro a Leo y se está riendo, son pequeños gestos que marcan que ya nos conocemos.

-Messi te votó N° 1 en el último Balón de Oro, ¿qué le dijiste?
-No sé si me votó porque piensa que estoy entre los primeros o por la amistad que tenemos (risas). De todos modos, totalmente agradecido, y él lo sabe. Somos muy tímidos los dos…

-¿Cómo hacen para no cansarse de ganar? Es difícil no relajarse…
-Es ambición de no querer parar de jugar, de no querer parar de hacer goles. El equipo está en gran forma, todo el grupo lo agradece. Cuanto más ganás, más querés seguir ganando.

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-¿Sentís la admiración de los rivales durante los partidos?
-Sí, hay muchos que me demostraron afecto en ese sentido. Que en algún momento en que se para la jugada, o al final, me dicen qué bien que estamos, que esperan que sigamos
ganando, que continuemos con esta humildad. Nunca subestimamos al rival.

-¿Quiénes te lo dijeron?
-Ah, no, no, eso lo guardo para mí -sonríe Suárez y es la única pregunta que esquiva. En unos minutos, observaremos que contestará con absoluta naturalidad cuestiones más sensibles y dolorosas.

Al que quiere celeste
Con la Selección, el vínculo es fuerte y pasional, como ocurre con la mayoría de los futbolistas rioplatenses. “Godín es muy querido y respetado, pero Luis se ha transformado en idolatrado, es la diferencia entre los puntales de la Selección. Es otra categoría de vínculo. Más allá de los quilombos que tuvo, Luis genera amor y locura. Un porcentaje mínimo lo criticó con lo que pasó en Brasil, la mayoría salió a defenderlo como causa nacional, porque está metido en el corazón de la gente”, nos pone en contexto el periodista Eduardo Rivas. Y redondea: “Más allá de esa imagen de tipo temperamental, y al que se le va la moto a veces, es una persona afable, cordial, un loco correcto. Es como un niño grande, en realidad”.

Suárez es hoy el máximo anotador en la historia de la Celeste, con 44 tantos en 82 partidos (y dando changüí de casi dos años, quizás los mejores de su carrera), y tiene bastante recorrido por delante para escaparse de futuros perseguidores. Sus números son similares a los de Messi (49 en 105), aunque su promedio es mejor. Para completar, Neymar también anda en la cuarentena con la verdeamarelha, pero con eficacia atroz (46 goles en 69 partidos), aunque tiene aún por delante a Pelé, Romario, Ronaldo y Zico.

Si en la Argentina solemos repetir que la vida de Martín Palermo está hecha para el cine, la del Salta Suárez no le va en zaga. En los dos Mundiales en los que participó fue epicentro furioso de noticias. En Sudáfrica 2010 salvó a los 120' la caída en cuartos frente a Ghana, volando como el gran arquero que es en las prácticas (salvo cuando está Messi del otro lado) para que luego Gyan lo errara y Uruguay pasara a la semi por penales (con el sello del padrino). A Brasil 2014 llegó tras una recuperación en tiempo récord de una operación de rodilla (era para 2 meses y estuvo listo en 4 semanas), no llegó a la caída del debut con Costa Rica, metió 2 goles para vencer a Inglaterra y salvar el papelón, pero luego mordió a Giorgio Chiellini y fue expulsado del Mundial.

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“Su mejor venganza fueron los dos goles a Inglaterra. El público inglés lo detesta. Salvo el de Liverpool, que lo ama y le permite absolutamente todo -lo describe Martín Rodríguez, un amigo que le regaló el fútbol-. Para mí, Luis representa lo que es el futbolista uruguayo, que antepone la competencia a todo y sale adelante frente a la adversidad. Que redobla la apuesta. Si hay que tirar la pared abajo, la tira. Si hay que poner el pellejo por la causa, lo pone, como hizo contra Ghana en el Mundial. Los holandeses lo conocían bien a Luis y temblaban por tener que enfrentarlo en la semi, pero él se inmoló con esa mano para salvar a Uruguay. Por su camiseta o por lo que se pone en mente, es capaz de irse caminando 20 kilómetros hasta la casa de la novia o viajar a España sin plata”.

Aquello de superar adversidades lo entendemos repasando las sanciones que recibió: 7 fechas en Holanda por morder a Otman Bakkal, 10 en Inglaterra por repetir ante Ivanovic, 8 por el incidente de racismo con Patrice Evra, que incluyó audiencia judicial y los 9 partidos sin poder vestir la Celeste más accesoria de 4 meses sin jugar ni practicar en su club, por la mordida a Chiellini. ¿Cuántos goles más tendría en su CV de no haber sufrido esas penalidades? Es prácticamente una temporada completa.

Pero a Suárez le ocurren cosas de película, ya lo dijimos. En el Mundial regresó frente a Inglaterra y le metió 2 goles. En el Barça le tocó debutar ante el Real Madrid en el Bernabéu. Y ahora vuelve a la Celeste, tras la sanción, frente a Brasil en Brasil. El destino lo desafía. Y Luisito acepta.

“Psicológicamente soy muy fuerte -se sinceró ante Rafa Cotelo-. Hay mucha gente que se queda con la última imagen de lo que pasó contra Italia, pero yo arriesgué mucho, porque así como jugué contra Inglaterra me podría haber roto de nuevo, y hubiese sido mucho peor. Obviamente que de los errores se aprende, son instintos que te salen en el momento, pero tampoco era para que me sacaran por una puerta, tratarme peor que un delincuente, eso me dolió. Después, de los errores uno se arrepiente y pide perdón. ¿Por qué me demoré en pedirlo? Porque no quería caer en la realidad: que ya estaba en Uruguay, que me había ido de un Mundial y dejado a mis compañeros”.

El zoom de esta película nos mostraría en detalle la escena del 27 de junio de 2014: las pequeñas Delfina y Bianca jugando en la puerta del hotel mientras sus madres Sofía y Carina charlan a la espera del micro que las conducirá a Río de Janeiro para ver al equipo de sus maridos Diego y Luis, Lugano y Suárez, al día siguiente frente a Colombia.

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-No te subas al ómnibus que nos tenemos que ir ya de Brasil -le dice un angustiado Luis a su esposa, y luego la propia Sofía debe hacerle entender a su hija mayor que no viajarán a Río, aunque su amiguita lo esté haciendo en ese instante. De allí a la salita mínima de un aeropuerto. El Salta ya sabe de qué se trata.

“Nos metieron en una sala -recordó con voz quebrada Sofía, sentada junto a su marido, en el programa de Cotelo-, nos dijeron que el avión llegaba en media hora, y fueron como 7 al final. Horrible.  No sabíamos qué hacer, aparte con la angustia que teníamos”.

El pueblo uruguayo lo abrazó en el arribo a Montevideo, pero Suárez se tomó varios días para asumir su error. El partido con Italia se jugó el 24 de junio y seis días después, el 30, pidió perdón a través de las redes sociales: “Me comprometo públicamente a que nunca volverá a ocurrir. Le pidió perdón a Giorgio Chiellini y a toda la familia del fútbol”. Sofía lo explicó así: “El mismo día del partido le pregunté ‘¿Qué hiciste?’. Y él me decía: ‘¿Lo qué? No hice nada’. A él le cuesta asumir. Me hablaba tan serio de que no lo había hecho, que yo le creía. Era la historia que él se ponía en la cabeza y me la hizo tan creíble a mí, que yo la contaba igual. Hasta que un día, tirados en el sillón, se fueron a dormir los nenes, quedamos solos, le dije ‘¿me vas a contar la verdad?’, y ahí se me largó. Después, ya en Barcelona, durante la suspensión, a Delfi le decía que su padre no jugaba en el equipo porque le dolía la rodilla, pero ella iba a escondidas y le preguntaba a mi madre, porque sabía que no era por la rodilla. Hace poco, Luis le dijo que había hecho algo malo, algo que no se podía hacer”.

Ahora el Salta en tiempo presente, el final de la charla con El Gráfico…

-“Los de la FIFA son una manga de viejos hijos de puta”, dijo Pepe Mujica cuando salió tu sanción del Mundial. Tenía razón, parece…
-Siempre lo dije: el fútbol es una ruleta, tiene muchas vueltas. Mirá contra quién gané la final de la Champions pasada. Cómo terminé la historia metiendo el gol…

-¿Contra quién?
-Contra Evra y Chiellini (sonríe). Hablando en serio, yo entendía que existiera una sanción por lo que había hecho. La aceptaba. Pero se me trató de forma totalmente inmerecida, peor que a un barra brava. Me prohibieron ir a un campo de fútbol, eso es lo que más te duele. Yo sé que me equivoqué, pero que no te dejen presentarte a entrenar, o sea, a trabajar, es demasiado.

-Llegó el día de volver a la Selección. Mirando hacia atrás: ¿cuál fue el peor momento?
-Estaba deseando volver a estar con los compañeros, con la gente del complejo, defender la camiseta del país. El momento más complicado, primero fue cuando perdimos los octavos con Colombia: sentía que quedábamos afuera por mi culpa. El uruguayo es muy orgulloso, decían que sin Suárez la selección solo había metido un gol en el Mundial y al grupo le dolió eso. Le tocaron el orgullo al uruguayo, entonces que hayan sacado 9 de 12 puntos en estas Eliminatorias, es lo mejor que me pasó, fue un alivio para mí.

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-¿Barcelona es tu última escala europea, terminás donde empezó todo?
-En el fútbol nunca se sabe qué puede pasar. Sé que llegué al mejor equipo del mundo, en el cual soñaba jugar de joven, con el que soñaba ganar títulos, y se me están cumpliendo todas esas metas, así que a disfrutar sin pensar tanto en el futuro…

-¿Tenés intenciones de cerrar tu carrera en Nacional o, como dijo Lugano, preferís no quedar identificado con ningún club?
-Estaré agradecido toda mi vida a Nacional, el club que me dio de comer cuando era chico, el que me ha dado zapatos de fútbol. La gente de Nacional sabe todo esto. Y ha recibido mucho dinero por mis pases, algo que me pone muy contento, porque es una manera de devolverle al club algo de lo que me brindó, pero hoy en día soy muy sincero: llevo 10 años en Europa, con 8 o 9 años de identificación absoluta con la Selección. Me encantaría que me siguieran identificando y que me recordasen como jugador de selección. Que no se pierda eso por retirarme en Nacional. De todos modos, algo quiero hacer con Nacional más adelante, habrá que ver qué y cómo.

-¿Y el campeonato argentino, donde siempre hubo muchos uruguayos, no te tienta?
-Me gustaría estar varios años más en Europa, aunque debo decir que el de Argentina es un campeonato que a todos les gusta, a los europeos también. Veremos, nunca se sabe.

Nunca se sabe
¿Quién hubiera pensado que en Barcelona, la capital mundial del buen gusto futbolero y la prepotencia del resultado, todo junto, hace una década, alguien iba a preguntar si conocían a un tal Luis Suárez, y el único que podría responder que sí fuese el suegro? Pregunten hoy. ¿Hay alguno que no lo sepa? 

Por Diego Borinsky / Fotos: AFP, Nicolás Aboaf y Archivo El Gráfico / Ilustración: Gonza Rodríguez

Nota publicada en la edición de abril de 2016 de El Gráfico