Las Entrevistas de El Gráfico

Zambayonny, un escritor que hace números

Como todo fana de Olimpo, Zambayonny –también cantautor– se acostumbró a calcular los promedios del descenso y a sufrir. Ahora acaba de publicar un libro titulado La suerte del campeón, donde cuenta historias de fútbol en las que todo hincha puede verse reflejado.

Por Redacción EG ·

25 de enero de 2016
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El escritor y cantante Zambayonny –Diego Perdomo, su nombre– se toma al fútbol en serio. Pero eso no le impide reírse ni hacer reír sobre el tema. Su último libro, La suerte del campeón, sirve como ejemplo. Cada capítulo provoca una sonrisa cómplice. Lo mismo se repite durante esta charla de café, en la que gambetea a la solemnidad para burlarse del número cuatro, criticar a los arqueros que hacen goles y lamentar la suerte de aquellos que no quieren dejar el fútbol, aún cuando este los dejó a ellos. Hace la extremaunción para los wines, recuerda el tremendo frío en la cancha de Bahía solo para ver un partido de Olimpo que, a priori, no significaba gran cosa. Pero la vida, y el fútbol -que es parte de la vida-, dan sorpresas: aquella tarde también de lluvia terminó con un gol que nunca olvidará. De ahí, los abrazos, la figura paterna, las cábalas y las locuras que solo los que saben del tema pueden entender. Algunos, como él, hasta se animan a explicar de qué hablamos cuando hablamos de la pelota.

-¿Cuál es tu primer recuerdo de fútbol?
-Mirar algún partido por televisión, con la tele en blanco y negro, junto a mi viejo. Tendría cuatro años, más o menos; allá por el 76 o 77. Después recuerdo el Mundial. Siempre hay una radio prendida los domingos, en Bahía Blanca. Escuchaba las previas desde las 2 de la tarde por Nacional, en AM. Los partidos empezaban todos juntos a las 4. Después me enganchaba con las notas post-partidos. Para mí los domingos nunca fueron tristes. Me encantan. Hoy es lo mismo, pero con la tele en vez de la radio.

-Hay un cuento en La suerte del campeón, tu nuevo libro, en el que hablás de los que se deprimen los domingos.
-Entiendo que genere depresión a quienes no les gusta el fútbol. Porque lo de la radio es un sonido casi espantoso. Encima escuchar a un tipo que habla rápido, que lee publicidades a gran velocidad y no deja de mencionar apellidos desconocidos para el que no sabe... Si no entendés nada de fútbol, eso es una locura, claro. No es mi caso. Porque no me molesta ni ese ruido de la estática que parece una radio mal sintonizada. De hecho, en Bahía la señal va y viene y a veces no se escucha nada. Yo dejé de escuchar la radio cuando no coincidió más el audio con la imagen de los canales.

-¿Pasar tu infancia en Bahía Blanca te obligó a ser de Olimpo?
-No. Tampoco sé por qué lo elegí, ya que no es el único equipo de la zona. Sí es el único que compite en los torneos importantes. Tal vez se deba a que mi viejo y sus amigos eran hinchas o a que jugué en sus inferiores.

-¿De qué jugabas?
-De wing derecho. Hay un capítulo del libro dedicado a los wines. Cuando era pibe no teníamos tanto compromiso con la marca. Del 10 para adelante, no se marcaba. Después esa posición comenzó a desaparecer.

-Hay un texto, “7 y 11”, en el que referís con cierta melancolía a la desaparición de esa posición.
-Es muy melancólico, sí. Cuando digo que juego de wing derecho me dicen que soy viejo. Es una ubicación que ya no existe. Ahora tienen que bajar hasta el área.

-Como contrapartida, te burlás del número 4.
-¡Hasta el dibujo de la tapa le damos a ese puesto! Es el único jugador que no se compra, porque se arma en las inferiores. Es un poco en broma, pero es el puesto del peor jugador. Ni siquiera es zurdo el que juega de 4, condición que da alguna ventaja para otra posición. También hablo de los arqueros.

-¿Así que no te gusta que pateen penales?
-Si el mejor jugador que tiene un equipo para patear penales es el arquero… ese equipo está frito. Si tu arquero le pega mejor que tu 9 o tu 10, se demuestra que está mal armado el plantel. Cada vez que veo a un arquero ir a patear un penal, deseo que lo erre.

-¿Si tenés a Chilavert?
-No lo pongo a patear penales. Por más que sea un caso puntual. En aquel Vélez estaban Asad, Trotta... ¡Cada uno para patear! Me encanta, sin embargo, cuando hay personajes fuertes, que hacen declaraciones explosivas. Esos caudillos terribles. Ahora no hay muchos. Los prefiero antes que a esos futbolistas que dicen que no miran partidos. Me gustaba un Chilavert como personaje. Era casi literario. Claro que me hubiera encantado que jugara en los 90 para Olimpo.

El fútbol en palabras
-¿Por qué un libro sobre fútbol?
-Porque sabía que podía ser bueno o malo, pero seguro iba a ser honesto. Soy fanático del fútbol. Desde hace años. No es que lo descubrí ahora. Aproveché, además, que tengo muchos textos escritos sobre el tema. Me encanta tener la excusa de mirar fútbol justificando que lo hago porque tengo que trabajar.

-En varios textos apelás al humor. ¿Es una fórmula?
-Lo utilizo porque saca solemnidad, desacartona, más allá de que no es un libro humorístico. Además, me gusta porque está escrito más o menos de la misma manera en la que hablo con los amigos en un café. Creo que el humor permite otras cosas.

Imagen Como para muchos argentinos, para Zambayonny el fútbol es un condimento insoslayable de lo cotidiano. Igual que la música y la literatura.
Como para muchos argentinos, para Zambayonny el fútbol es un condimento insoslayable de lo cotidiano. Igual que la música y la literatura.
-Hay una frase tuya muy linda: “Ya se sabe que cuando falta humor sobra miedo”.
-Es verdad. Pero es un riesgo muchas veces hacer humor. Porque se corre el riesgo de banalizar una idea. Por eso muchos prefieren lo serio, lo solemne. Pero suscribo cien por cien a esa frase.

-En “A fuerza de fracasos” referís a que por culpa del fútbol hacemos cosas inexplicables, que en ocasiones rozan el ridículo.
-Es tremendo. Soy ateo, pero creo que si me muevo del sillón, puede cambiar la suerte. Eso es más místico que lo de los creyentes de Dios. No sé de dónde viene esa idea. Supongo que de aquello de que si uno cumple con su parte, las cosas andarán mejor. Uno se vuelve un niño sin razonamiento. Es de locos. Sé que hay sillones en los que no puedo ver partidos porque no ganamos. Es totalmente irracional. Igual, ahora tengo menos cábalas, justamente por el riesgo de no poder cumplirlas. Hoy mi cábala es que compremos algún jugador decente.

-¿Qué fue lo más irracional que hiciste por Olimpo?
-Recuerdo un partido en Primera en el que veníamos muy mal: jugábamos contra Arsenal, en Bahía Blanca. La temperatura era de 60 grados bajo cero, llovía, las calles estaban desiertas y los amigos de mi viejo no iban, enojados por la campaña. Sobre la hora, ganamos con un gol del Flaco Delorte. Fue muy emocionante, porque en la peor situación, con una mala racha, nosotros estábamos ahí. Uno se pregunta qué hace bajo la lluvia, con frío en serio, pero cuando se hace el gol, siente que todo eso tuvo sentido. Los demás se bajaron y nosotros estábamos. Está claro que en eso hay también algo de disfrute. Un motor que uno no controla. Algo que te lleva a estar cómodo en ese lugar, en las peores situaciones. Algo que no te es ajeno. Hay mejores opciones que estar bajo la lluvia, con frío. Es irracional. Aunque las condiciones adversas están en el contrato del hincha. Uno no repara en que tardó hasta una hora para entrar a la cancha. Por el contrario, yo disfruto hasta de las avalanchas. Me han llevado puesto y no las recuerdo con temor.

-¿Sos de los que se vuelven irracionales en la cancha?
-Para nada. Ni mis hermanos ni mi viejo ni yo nos transformamos. No sé cómo funciona ese asunto.

-Me llamó la atención que escribís que “hay que tener cuidado cuando se subestiman las pasiones”.
-Eso está en el cuento “Torres del estadio”. Es una frase que, en todo sentido, le escapa al fútbol. En realidad en este libro el fútbol es una excusa para hablar de otras cosas: de relaciones humanas, de pasiones. Personalmente me enoja que aparezcan los advenedizos del fútbol en los mundiales o cosas así. La pasión aplicada al fútbol es hechos concretos: gente que cambia ensayos musicales, como hago yo, según los horarios de los partidos. Los que laburan conmigo lo saben. También hay quienes dejan el nacimiento de su hijo para viajar con su equipo. Es una demostración tremenda de la pasión. Es la cosa irracional que provoca el fútbol. Aquello de mi viejo y yo bajo la lluvia es otro ejemplo. Acomodar la vida o viajes según horarios de partidos son prueba de que es fuerte el asunto.

-Suele hablarse de que el fútbol acentúa el vínculo padre-hijo. ¿Te pasa?
-Sí. Es un lugar de unión, con la familia, con mi viejo. El mejor ejemplo de lo que genera el fútbol es cuando te abrazás con un desconocido. Si con alguien que no conocés te abrazás como si nada, imaginate con los cercanos. No hay muchas posibilidades en la vida de abrazarte con otro. Hay gente que no tiene muchas oportunidades de canalizar pasiones; tal vez el cumpleaños de 15 de la hija o una borrachera con amigos. Pero el día a día no te lo permite. Lo que pasa en los mundiales también es una prueba con la gente que no pertenece al mundo del fútbol, pero que se emociona y llora de verdad y no puede creer lo que genera este deporte. Pero yo haría hincapié en aquello de los desconocidos, que es de locos. Se derriban barreras. Los dos sabemos de qué hablamos, qué nos pasa. Es un lenguaje universal, el fútbol. Tengo amigos en otros países, como Italia, a quienes les pasa lo mismo. Es maravilloso.

-¿Seguís jugando?
-Me encanta, claro. El otro día teníamos que jugar, en fútbol cinco, y estaba por llover. Pero esas cosas no me afectan. La lluvia, además, da un poco de épica al asunto. Acordate del gol de Palermo. Esa noche tenía show una hora después, en Mar del Plata. Prometí no gritar porque tenía que cantar. Estaba en la casa de un amigo viendo ese partido (N. de la R.: Argentina 2-Perú 1, por las Eliminatorias para Sudáfrica 2010). Si no ganábamos, quedábamos medio mal. ¡Cómo en el 93! Cuando hizo el gol grité como un loco. Quedé afónico. En el recital le expliqué a la gente, que estaba eufórica, lo que me había pasado. Fue un show bárbaro, porque había un clima de fiesta tremendo. Clima de alegría. Eso es el fútbol, también.

Tecnofútbol
-¿Qué opinás de la tecnología aplicada al arbitraje?
-Una de las excusas para no implementarla es que no podrían ponerla en todos los partidos, con ocho cámaras en cada liga, por una cuestión de costos. Entonces serían juegos diferentes y se perdería lo que es su universalidad. Lo entiendo, pero prefiero la tecnología. Uno naturalmente está en contra de las injusticias. Como me gustan las teorías que se aplican a todo, suelo preguntar al que se opone: “¿Te gustan las injusticias en el fútbol? ¿Te gustan las injusticias en otros ámbitos? ¿Te gusta que se juegue con el error todo el tiempo?”. No me agrada ese discurso de que el error es parte del juego. El fútbol tiene reglas que permiten sorpresas, imponderables. Costará implementar la tecnología, claro, pero todas las ligas deberían tenerla. Mirá lo que le pasó a Rosario Central con Boca en la Copa Argentina. ¡Una cosa de locos! Ante la duda, siempre se favorece al grande. Uno se da cuenta de eso en los pequeños fallos. Así que estoy a favor de la tecnología.

-¿Se crece con bronca hacia los equipos grandes cuando se es hincha de uno chico?
-Sí, con bronca y con resignación. El sistema de promedios fue para proteger a los más grandes. Después les terminó saliendo mal. Se crece con la injusticia. Ya nadie se acuerda, pero a veces se lo recuerdo a Echenique, que en la primera fecha del campeonato decían que se cobraría falta ni bien se agarren de la camiseta. Una pavada y penal para Boca en el partido contra Olimpo. Esperé que aplicaran lo mismo en todo el campeonato. Echenique no lo hizo más. Siempre que puedo se lo recuerdo por twitter.

-Solés repetir en tus textos la imagen del jugador veterano que nunca termina de retirarse. ¿Por qué?
-Es una figura hermosa esa. Esos personajes me gustan más que el pibe de 19 años que está a punto de ser vendido por 20 palos a la Juventus. Me gusta el que no se pudo salvar con el tema de la guita, el que tiene 35 y está a punto de jubilarse y debe salir a buscar laburo con esa sombra extraña de haber sido famoso, reconocido. Esos personajes son ricos.

-¿El dolor de ya no ser?
-También. Hay una cosa de tristeza en algunos ex futbolistas que piden a gritos ser reconocidos, consultados cuando ya la vorágine se los llevó puestos. La del futbolista es una de las pocas profesiones con tanta exposición y tan cruel que al día siguiente te deja sin nada. Un músico puede volver a tocar, tal vez escribir un libro. Pero un futbolista retirado está obligado a mostrar logros de hace veinte años porque ya no puede generar la misma emoción. Es una cosa muy cruel. Se convierten en fantasmas. Deben explicar quiénes son, qué hicieron. Uno hace un golazo de tiro libre sobre la hora y dos días después erra un penal y lo matan. ¿Cuánto tuvo ese jugador de gracia? ¡Dos días! Al tercero tiene que demostrar de nuevo. “Si no ganás tres partidos, te echamos”, es el lema. El fútbol es tremendo. Acá, en Buenos Aires, más o menos. Pero imaginá en los pueblos chicos. “Aquel que va caminando a tomarse el colectivo dio la vuelta olímpica, hizo un gol épico”, se dice de ese tipo que ahora no tiene nada. Podría escribir diez días sobre eso. Son personajes queribles para mí. Provocan más ternura que aquel al que le va bien. Me gusta ese lugar de los que no llegaron.

-¿Es la figura del perdedor?
-No me gusta esa palabra ni el concepto. No la uso para referenciar. En algún momento todos perdemos. Elijo hablar de ciertas derrotas, pero no del concepto perdedor. Ni siquiera en las canciones. Me parece más rico el pibe que se retira en un pueblo, un diez gordo y pelado que jugaba bien, que otro joven al que le va muy bien en Europa, gana plata y sale con una modelo.

Imagen Su nuevo libro contiene 76 relatos futboleros. Abarca historias entrañables, en las que todos los hinchas pueden verse reflejados.
Su nuevo libro contiene 76 relatos futboleros. Abarca historias entrañables, en las que todos los hinchas pueden verse reflejados.
El extraño caso de Maradona
-¿Cómo ubicás a Maradona en ese contexto?
-Es una cosa extraña. Podría ser, como lo fue, el mejor jugador del mundo, y nada más que eso. Y además ser un millonario burgués. Podría serlo. Pero que al mismo tiempo tenga magia para hablar, ya es raro. Porque si no hubiera sido futbolista y hablara así como habla, también sería interesante. Pero además es un generador de frases e ideas, algo poco habitual. Que le interese la política, ya es absurdo. Porque a la mayoría de los jugadores no les interesan esas cuestiones. Maradona además se involucra en la política, porque lo recibieron Fidel Castro y otros, pero a él le interesa ir a esos encuentros. Coinciden muchas cosas en una persona. Posiblemente tiene que ver con que fue el mejor del mundo y se le abrieron muchas puertas. Pero hay otros tipos con las mismas condiciones que no hacen lo mismo. Tal vez a Messi le exigen la otra parte, porque sí coincide más con el jugador de fútbol tradicional: juega, es millonario, vive en Barcelona, es el mejor del mundo. Pero Maradona es un caso raro. Que tantas cosas confluyan en una persona no es común. Tiene la mística de líderes políticos grandes, con mucha imagen positiva y negativa a la vez, gente que no pasa desapercibida para bien y para mal.

-“Las banderas son la piel de las tribunas”, escribís. “La suerte del campeón” es una excusa para mostrar poesía a través del fútbol.
-Sí, claro. En los textos funcionan esas frases disparadoras. Busco involucrar al lector para que esté atento. Hay que hacer frenar al lector, por belleza o por controversias. Mi idea es salir de la crónica del que narra y nada más. Trato de dar golpes de efecto. Hay que atrapar desde el título. El laburo es enganchar al tipo.

-¿En serio pensás que el director técnico que arenga reemplaza al terapeuta?
-Siempre que puedo le pego un poco a la terapia. Lo hago para molestar. Hay una parte del fútbol, sobre todo la más amateur, que es motivacional, espiritual, de poca táctica y estrategia. Los técnicos lo saben. Reemplazan no solo al terapeuta, sino al pizarrón y al presupuesto que se necesita para armar un plantel. Esos personajes también son hermosos. Me enloquecen. Caruso Lombardi podría ser uno, lo que pasa es que terminó dirigiendo equipo grandes. Esos tipos son los que hacen pensar “si tengo que ir a buscar una mina esta noche y estoy dudando, quiero que me arengue él para ir”. Tienen la magia de la palabra. Al mismo tiempo son líderes naturales, con ascendencia en los grupos.

-¿De la terapia viene aquello de que “no importa lo que se haga, la casa que uno construye en los primeros cinco años de su vida es la que va a habitar por el resto de sus días”?
-Es una idea de la psicología, que dice que nunca aprenderás más cosas de la vida que en esos años. Los miedos o fortalezas que desarrolles ahí serán para el resto de tu vida. Es terrible, porque te lleva a pensar que si ahí hiciste algo mal… Hay una base de cosas que nos pasan por primera vez. En esa época hay que meterle al pibe que sea hincha del club que queremos.

La suerte del campeón
Con prólogo de Hernan Casciari, La suerte del campeón (Marea Editorial), el nuevo libro del cantante Zambayonny, asegura en 256 páginas sonrisas, reflexiones y, sobre todo, muy buenos relatos futboleros. Son 76 en total. Fueron publicados como columnas en el diario Tiempo Argentino y corregidos para esta ocasión. “Un hombre contra el destino”, sobre Diego Maradona, es uno de los tantos cuentos maravillosos que lo componen.

“Los escribí en viajes. El año pasado, por diversas cosas, me mudé un montón de veces. Me fui a Bahía Blanca, luego me tocó ir a Europa por una gira que se convirtió en un viaje de placer mientras tocaba. Para cumplir con la entrega de los textos buscaba lugares con conexión wi-fi, escribía desde Francia, en diversos aeropuertos, trenes, hoteles y hasta en colectivos, como cuando tuve que ir desde Neuquén a Bahía y escuchaba partidos de la liga local mientras apuntaba ideas. Cuando conseguí asentarme tranquilo en mi casa, salió el libro”, le explica Zambayonny a El Gráfico.

“Es raro verlo en papel, porque defiendo lo digital y no me afecta que haya salido en pantalla. De hecho, mis discos ya son digitales y el próximo no saldrá en formato físico. Escucho música en streaming y ya no compro CD. Sacar un libro en papel es casi como que va en contra de lo que hago. Es como un paso inverso, pero es un orgullo a la vez porque vengo de una generación en la que llegar al libro de papel es un mérito”.

La suerte del campeón está ilustrado por Daniel Caporaletti. Biografía de un superhéroe (2010) y Leyenda de un superhéroe (2012) son los anteriores libros de Zambayonny.

Su mejor momento con Olimpo
“El gol más lindo que grité fue en el 2001. Recuerdo que se había armado un equipo para no irse al Regional. Quedaban seis partidos del torneo. ‘¿Se dieron cuenta de que si ganamos todo lo que nos queda, podemos ascender?’, les pregunté a mis amigos. Hasta entonces, esa no era opción. Nunca imaginamos a Olimpo en Primera. Pero empezó a ganar. Y llegamos a jugar en la última fecha contra Instituto, en Bahía. Nos pusimos 3 a 0 y había un tiro libre. Ya todo era una fiesta. Estábamos ascendidos. Con mis hermanos empezamos a gritar que lo patee Mauro Laspada. ‘Laspaaaaaada, Laspaaaaaada’, cantábamos. Enseguida se sumó toda la cancha y Laspada fue caminando a patearlo. ¡La clavó en un ángulo! ¡Lo que se gritó ese gol! Por ascender, por la idea de que lo patee el referente y porque lo hayamos pedido mis hermanos y yo”, recuerda muy emocionado Zambayonny. Ese Olimpo se consagró campeón y ascendió de manera directa a Primera. Lo dirigía Gustavo Alfaro y su referente era, además de Laspada, Ceferino Díaz, el capitán.

“Quiero ver en los archivos de la AFA si ese gol me lo contabilizaron a mí”, bromea antes de contar que ese encuentro fue “el más emotivo” de todos los que vio del equipo bahiense. “Fue muy emocionante. Recuerdo que al observar la tabla de posiciones, me di cuenta de que era la primera vez que miraba hacia arriba. Una cosa de locos. Una cosa de locos”.

El autor del himno de Olimpo
Nacido en la ciudad de Buenos Aires el 8 de septiembre de 1973, Zambayonny se llama Diego Perdomo. De chico se fue a vivir a Bahía Blanca con sus padres, Antonio y Adriana. Tiene dos hermanos: Pablo y Guillermo. Todos son fanas de Olimpo.

Su nombre artístico se debe a una combinación del argentino Zamba con el norteamericano Johnny. Además de escritor, es músico. Algunos de sus discos son La pistola de carne, Tu palabra contra la mía, Salvando las distancias, Búfalo de agua y Los años locos.

Es el autor del himno no oficial de Olimpo, el único que tiene el club bahiense. Le cuenta a El Gráfico: “Cuando se hizo la presentación de los equipos para la televisión, pidieron que cada uno presentara a sus hinchas más caracterizados para cantar el himno. Los de Olimpo no tenían muchas opciones y, como encima no había himno, me llamaron y me preguntaron si me animaba a hacerlo. Obvio, dije que sí. Hice una canción con impronta de los años 30, 40: algo moderno pero con la idea de conservar aquello. No es el himno oficial, pero es mi pequeña contribución”.

La letra de “Corazones Aurinegros” es la siguiente:

Corazones aurinegros,

avanzando en la avenida,

rumbo al glorioso Carminatti,

cuna de los dioses de Bahía.

Dueños de una historia centenaria,

rugen las gargantas cuando gritan

desde Colón y Brunel

para toda la Argentina.

Las estrellas te iluminan,

dinastía de pasión,

todos sepan que la Cruz del Sur

señala la cancha de este club.

Olimpo, qué cerca queda el cielo de las manos.

Olimpo, me abrazo con mi viejo y mis hermanos.

Olimpo, domingo tras domingo me emociono.

Y lloro y me desvelo y hago números

y espero verte siempre yendo al frente hasta la muerte.

Por Alejandro Duchini / Fotos: Emiliano Lasalvia

Nota publicada en la edición de diciembre de 2015 de El Gráfico