Las Entrevistas de El Gráfico

Gustavo Bou, fuerza bruta

Iba a dejar el fútbol a los 15 años por la muerte de su madre, lo desestimaron en River, lo criticaron en Racing, pero logró su mejor torneo como goleador y campeón académico.

Por Darío Gurevich ·

09 de febrero de 2015
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“Si no fuera por ellos, no hubiera jugado al fútbol”.

Se produce un silencio después de tanto grito en la popular local, o mejor escrito: que antes era la local, del Cilindro de Avellaneda. Es viernes 9 de enero, el campeón del fútbol argentino retoma los trabajos de cara a la temporada, y el goleador de Racing, uno de los héroes de aquella conquista, se abstrae durante 20 minutos de la maravillosa actualidad. Parece olvidarse rápido de los 10 goles que clavó en el Torneo de Transición 2014 para fomentar la ilusión académica, empujar al equipo hacia la gloria, y cambiar silbidos e insultos por aplausos y pedidos públicos de disculpas. Gustavo Bou, que el 18 de febrero cumplirá 25 años, rebobina la cinta de su historia una década, cuando Matías Abelairas todavía no lo había bautizado Pantera por su velocidad, zancada larga y su piel morena, cuando el estado de salud de su madre resultaba muchísimo más doloroso que un pelotazo en contra mientras integraba las inferiores de River.
“Todos sabían en el club, tanto mis compañeros de la pensión como los psicólogos a los que puede aferrarme, que si a mi vieja le pasaba lo peor, iba a dejar el fútbol, no me interesaba más nada. Yo tenía 15 años y me había vuelto para mi ciudad, Concordia, para estar junto a ella que estaba mal. Nos rotábamos con mis hermanos, somos nueve en total, para cuidarla en el hospital, y un día mi viejo justo bajó para comprar agua y me quedé sólo con ella por un rato. Ahí, se levantó de la cama y me habló: ‘Negro, quiero que sigas con el fútbol, que triunfes, que puedas vivir de eso. Por más que me vaya, te voy a ayudar desde arriba’. Esas palabras me motivaron para meterle en busca de mi sueño, y también le di para adelante por mi viejo… Recuerdo que un mediodía yo lloraba en casa por la muerte de mi mamá, y en un momento subí la vista y lo vi venir a mi papá en bicicleta bajo el rayo del sol. ‘¿Por qué llorás?’, me preguntó. ‘Extraño a la vieja’, respondí. ‘Y fijate que yo también estoy muy dolido, pero tengo que seguir adelante por ustedes’, me dijo. Todo eso, entonces, fue importantísimo para cambiar mi decisión y no abandonar”, explica.

-¿Cómo continuaste: llamaste a River para reincorporarte?
-No, me presenté directamente. Llegué un mediodía a la pensión y, cuando me vieron entrar mis compañeros, empezaron a aplaudirme. Fue algo muy lindo. Sufrí mucho la muerte de mi mamá, y la sigo sufriendo, pero sé que tengo que apuntar para adelante y estar bien, porque ella me mira siempre desde arriba.

El entrerriano enseña los tatuajes que exhibe con orgullo en la foto de apertura. En el brazo derecho, se observa el rostro de su padre, José Wenceslao, y en el izquierdo, el de su madre, María Amelia. El tipo que fortaleció su carácter y que aprendió a poner el pecho sin preguntar en su adolescencia, que en sólo un semestre en la Acadé concretó lo que persiguió durante siete años de carrera, se nutre de su pasado. Las imágenes vinculadas a su niñez surgen, y son útiles para armar el rompecabezas de su historia.

“Cuando arranqué a caminar, intentaba correr atrás de la pelota junto a mi hermano mayor, José Luis. Después, empecé a los 6 o 7 años en el club del barrio, el Nebel, y ahí me enamoré de la pelota y lo único que hacía era patear -anticipa-. Comencé de 2, fui 8, también arquero, pero una vez que probé como delantero y empecé a hacer goles, me instalé arriba a partir de los 10 u 11 años. Siempre jugué 11 contra 11, aunque al principio sólo usábamos la cancha de medialuna a medialuna. Y a los 12 años, nos dejaban jugar en toda la cancha, y con offside”.  

-¿Por qué te fuiste de 9?
-Ahí me sentía bien, y creo que me avivé en ese sentido… Como me gustaba el fútbol, arranqué atrás. Pero, al ver que gambeteaba fácil, me tiré para adelante porque pasaba a los rivales, justamente, y estaba para definir frente al arquero. Mis compañeros y mis amigos no querían enfrentarme porque los bailaba. 

-Además de jugar en el club, lo hacías en el campito. ¿Qué incorporaste allí?
-A no tener miedo. Jugaba con mis hermanos mayores y lo primero que me decían era que vaya fuerte, porque había chicos más grandes. Mi hermano mayor tiene 40 años (le lleva 16), y todos sus amigos iban al campito. Cuando faltaba uno, me metían y andaba bien, y los grandes se calentaban y me pegaban. Pero si llegaba un pibe más grande que yo, me sacaban y me iba amargado atrás del arco. “No te sacamos porque sos malo, sino porque tenemos miedo de que te lastimes. Sos chiquito”, me decían. Hoy, cuando los amigos de mi hermano mayor me piden una foto, se los digo: “¿Te acordás cuando me sacabas del campito?”. Ahora, nos reímos todos juntos.

Imagen El goleador en las tribunas, mordiendo la cadena y luciendo sus tatuajes.
El goleador en las tribunas, mordiendo la cadena y luciendo sus tatuajes.
-¿Qué aprendiste en tu barrio, Nebel?
-Todo, quizás me fui desde chico, a los 13 o 14 años, pero pasé una infancia linda, como quería, e hice travesuras con mis amigos. También sabía que había cosas malas en el barrio, y yo me juntaba con personas que andaban en esas porque eran mis amigos. Tal vez alguno desde afuera te relojeaba de otra manera, pero estaba tranquilo porque no me metía en esas cosas malas.

-¿Podés contar alguna travesura y cuáles eran esas cosas malas?
-Rompíamos los vidrios de los colectivos con las gomeras… Pero, bueno, a algunos les pintó el cigarrillo, el alcohol, todas esas giladas… A medida que crecíamos te tentaban, pero yo no entré y tampoco nadie me obligó. Por eso, tuve las cosas claras desde muy chiquito.  

-¿Del club Nebel llegaste a River directamente, sin escalas?
-No… Estuve en Nebel hasta los 12 años, porque se fue el técnico y cada chico del equipo decidió irse para otros clubes. Yo pasé un año a Comunicaciones, y de ahí al seleccionado de Concordia, y tuve la suerte de que me vio la gente de River en una prueba en el club Sarmiento. Me acuerdo de que el hijo del entrenador de mi categoría, que era mi compañero, vino hasta la esquina de mi casa, mientras yo jugaba a la bolita, para avisarme que teníamos que presentarnos a las 8 de la mañana. Y yo debía entrar a la escuela a las 12. Igual, si zafaba, mejor… Sólo quería ir a la prueba para faltar al colegio, jugar a la pelota y después, a la tarde, a la bolita. Mi mamá me dejó ir, pero con una condición: que vaya a la escuela. “Quedate tranquila, voy a ir”, le prometí. Entonces, me levanté a las 7 y caminamos un montón con el Emi, uno de mis hermanos que me llevó. Eran las 11, todavía no me habían probado y me quedé. Igual, ni tomándome un avión habría llegado al colegio porque estábamos lejos (risas). Bueno, se hicieron las 12, la 1 de la tarde, y no me ponían, había muchos chicos. Pero estaba tranquilo; si no me probaban, no me importaba porque no había ido a la escuela y tenía la tarde para jugar al fútbol y a la bolita, y ya era feliz. A las 2.30, sin haber comido, entré, jugué 15 minutos y toqué tres pelotas: las primeras las devolví a un toque y en la última me saqué de encima a uno, pateé y pegó en el palo. Me fui relajado, y al mes me mandaron una carta para seguir la prueba en River.

-¿Y qué tal?
-Fui tres días en septiembre de 2004, con Tortuga Fernández, que también es de mi barrio, y anduve bien. Ahí nos preguntaron si queríamos jugar en River. Como respondimos que sí, nos dijeron que nos iban a avisar cuándo teníamos que volver. “Tortu, ese ‘después les avisamos’ significa nunca más en el barrio. Ya está, olvidate”, le conté. Bueno, me llega otra carta en enero de 2005 para que me presente el 18 de ese mes. Joya: tres días más para disfrutar, le voy a pedir a mi vieja que me arme el bolsito. Mirá, mi pensamiento… Viajamos con mis viejos, y cuando llegamos a la parte de fútbol amateur de River, ellos entraron en una piecita. No entendía nada. Cuando salieron, mi mamá me encaró: “Te tenés que quedar, ¿vos querés?”. Por un lado, quería y por otro, no porque tenía 14 años y me hacía la idea de que no iba a volver a Concordia. Los retuve a mis viejos desde las 4 de la tarde hasta las 11 de la noche para que no se vayan, y cuando se fueron, quería irme de la pensión y me largué a llorar. Es más, lloré toda la noche hasta que al otro día fui a entrenarme y vi que había pantalón, medias, botines, y dije: “Esto es lo mío, no lo voy a desaprovechar”. Sabía que mi vida no pasaba por otro lado.

-¿No te imaginabas trabajando en otro rubro?
-No, no me veía ni trabajando ni estudiando. Tampoco creía que estaría en esta situación, pero lo que me hacía feliz era el fútbol. Antes de firmar en River, a los 12 o 13 años, mi viejo, que era albañil, me llevaba a trabajar con él y mis hermanos a la obra todas las tardes, y yo me tiraba a dormir. Tal vez le pasaba algunos ladrillos, algunos baldes, y el sábado le pedía mi comisión (risas).

Imagen Campeón. A los 24 años, fue clave en el Torneo de Transición 2014 al anotar diez goles. Cada vez que la metió, Racing sumó.
Campeón. A los 24 años, fue clave en el Torneo de Transición 2014 al anotar diez goles. Cada vez que la metió, Racing sumó.
Su peregrinar en el fútbol argentino se torna un tanto más conocido. Debutó en la Primera de River en 2008, fue parte del campeón del Clausura de ese año, pero las cosas no salieron como vislumbraba. “Terminamos últimos al torneo siguiente, después me tocó ir a la B y ser parte del plantel cuando el equipo ascendió. En 2012, necesitaba continuidad, confianza, y quería irme a cualquier club. Entonces, me fui a préstamo a Olimpo, que jugaba en la B Nacional, y anduve muy bien: metí ocho goles, asistí muchísimo, y ascendimos en 2013”, asegura.

-Antes de arreglar en Racing a mediados de 2014, ¿podrías haber fichado para Patronato de Paraná?
-Había varios equipos interesados, algunos de la B Nacional. Pero, por suerte, a Diego Cocca le interesaba como alternativa y se me abrió la posibilidad en Racing. Yo estaba ansioso, con ganas de sumarme, por más que corría con desventaja porque venía de no jugar en Gimnasia y Esgrima La Plata y de superar una apendicitis que me había dejado un mes y medio inactivo, después de las vacaciones largas por el Mundial. Igual, confiaba en mis condiciones.
Criticado de modo despiadado por haber recalado en la Acadé a través de su representante, Christian Bragarnik, el mismo que defiende los intereses de Cocca; cuestionado también por su nivel de juego, empezó a callar voces con una fórmula infalible: goles. Se le abrió el arco ante Newell’s en la octava fecha del Torneo de Transición 2014 y prosiguió con 2, 3, 4, 5, ¡10! De hecho, cada vez que el goleador de Racing la mandó a guardar, el campeón sumó. Flotará en la nebulosa cuál de estos 10 goles resultó el más trascendente. ¿Habrán sido los dos en la cancha de Boca, el gol a Banfield, el agónico ante Quilmes? Qué importa a esta altura. Acá lo vital es descubrir por qué se destapó de este modo, más allá de sus virtudes y de la contención del cuerpo técnico y de sus compañeros, al margen de acoplarse bien a un jugadorazo como Diego Milito. Aquí y ahora, en consecuencia, se menciona al hombre clave para entender esto: Mauro Gerk, ex goleador de generosa carrera en México que trabaja como ayudante de Cocca. “Gracias al trabajo con el Tanque, corregí mi cabezazo. Siempre aproveché mi velocidad, mi dominio de pelota, pero nunca había confiado en mi cabezazo. Capaz que me venía una pelota por arriba y trataba de darle con el pie o me escondía. Y el Tanque me convenció, me dijo que tengo la estatura y el cabezazo, y que mejorar ese aspecto sólo era un tema de convicción”, confiesa.

-Bueno, el trabajo paga… Me acuerdo del gol de palomita en la Bombonera, por ejemplo.
-Sí, obviamente. Hice dos goles de cabeza en el torneo pasado, algo loco porque ni en inferiores había metido dos goles de cabeza en un mismo campeonato. 

-¿Sentís que algunos te descubrieron como futbolista hace poquito, cuando conseguiste el campeonato con Racing?
-Puede ser, quizá la gente que sigue mucho el fútbol ya me conocía, pero tal vez la otra no. Igual, por algo había debutado en River que no es poco… Cualquier jugador que debuta en un club grande no es porque se lo regalan, sino porque tiene condiciones para hacerlo. A mí no me molesta lo que digan, siempre estoy tranquilo. En Racing, puede demostrar y sé que eso lo vio todo el país.

-Si bien la vara está alta, ¿qué desafíos te planteás para este año?
-Tengo que seguir entrenándome a full, seguir por este camino, laburando para mantener este nivel y mejorar más todavía. No soy conformista, quiero más.

-Milito ganó la Champions League y el Mundial de Clubes en 2010, Sebastián Saja disputó la final de la Libertadores en 2007… ¿Ya hablaste con ellos sobre la importancia de la Libertadores 2015?
-No… Sé que es un desafío muy lindo para Racing y para mí. Tuve la suerte de haber jugado uno o dos partidos en la Copa cuando estuve en River y fue algo único. Esta posibilidad es para disfrutar, si es que me toca.

-¿Este título que ganaron será un trampolín para otros? 
-Ojalá. Sabíamos que dependíamos de nosotros y estábamos convencidos de que lo podíamos lograr. Como todos lo teníamos claro, salimos campeones. Esto lo tomamos como una etapa que recién comienza, y no como una que se termina acá. No queremos pasar años sin ganar nada.

-¿Qué sueños cumpliste y cuáles te quedan por cumplir?
-Debutar en Primera, salir campeón y ser goleador del equipo, y haberlo hecho en un club grande; haber compartido una cancha con mi hermano menor, Walter, que nos enfrentamos en el torneo pasado en un Gimnasia-Racing. Gracias al fútbol, cumplí muchos sueños que tenía desde chiquito. Me falta jugar en Europa, que es algo único y a lo que aspiro. Pero, bueno, no pienso en el futuro, sino en el presente.

Por Darío Gurevich. Fotos: Maxi Didari y Emiliano Lasalvia

Nota publicada en la edición de febrero de 2015 de El Gráfico