Las Entrevistas de El Gráfico

Néstor Apuzzo, una vida de película

La de Huracán y la de su técnico. La de un club que se prendía fuego y, en 43 días, ascendió y ganó un título después de 41 años. Un relato conmovedor.

Por Diego Borinsky ·

10 de febrero de 2015
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La historia del Gordo Néstor Apuzzo tiene cientos de comienzos posibles. Podría empezar a contarse con el chiquilín ayudando a su padre a cortar boletos y ordenar billetes en el interno 36 de la línea 76. O con el adolescente dando vueltas alrededor de una hoguera en Campo de Mayo esquivando palazos de cabos que volvieron enloquecidos de Malvinas. Podría arrancar con el atorrante de Soldati yendo con su banda de amigos a deleitarse al Ducó con el Huracán del 73 de Menotti y con el del 76 del Gitano Juárez. O con el futbolista al que le dinamitaron su carrera después de la guerra. Con el crack de futsal: uno de los tres mejores en la historia del Globito. Con el tachero al que le apuntaron en las piernas por ser “un payaso” que jugaba en la C.

La historia del Cabezón Apuzzo podría empezar a contarse con el obstinado padre de dos hijos que termina la secundaria a los 37 años. Con el que le pegaba a los corners con zurda y con derecha indistintamente. O con el que agarra la Primera División de su querido club cuando sea y como venga. El que salió de la colimba con una verruga con diagnóstico de tumor, un herpes con pinta de fiebre aftosa y orinando sangre por un riñón reventado a palazos. El que no le hizo juicio a Huracán cuando lo dejó libre con hepatitis porque Dios le decía que esa seguiría siendo su casa. El que obró el milagro para convertir un club prendido fuego, víctima de todas las maldiciones posibles, a otro que no consigue medir los límites de su felicidad en apenas 43 días y 9 partidos: 8 victorias (1 por penales), 1 derrota, 20 goles a favor, 4 en contra, un título después de 41 años, un ascenso luego de tres intentos frustrados. Creer o reventar.

La historia del Tano Néstor Apuzzo tiene cientos de comienzos posibles. No perdamos tiempo y empecemos ya mismo. Por el final.

-¿Dónde estabas el día del 0-3 con Sportivo Belgrano?
-En la Quemita, ese día jugaban Cuarta, Quinta y Sexta y como coordinador estaba ahí con los chicos. Pierde Huracán y para mí ya es un bajón, pero encima era una bronca terrible por lo que pasaba el club y por la gran relación que tengo con Darío (Kudelka) y con el plantel. Pensá que a 19 de los 32 jugadores los había tenido en inferiores y al resto, en diferentes momentos en los que trabajé con la Primera, empezando por Edu (Domínguez), que es un fuera de serie, un capitán que se merece todo lo que le pasó.

-¿Cuándo te llamaron para que agarraras?
-El domingo, un día después de ese partido, me llamó Alejandro (Nadur). Nos juntamos con él y otros directivos y me pidieron que agarre, que vivíamos el momento más difícil en la historia del club. Les dije que sí, que yo siempre iba a tratar de ayudar al club, y que confiaba en estos jugadores. Sabía qué podían dar como futbolistas y los conocía como personas. En ese mismo momento ya estaba confiando a muerte en ellos. Esa tarde nos juntamos con un grupo de seis futbolistas, los referentes, y ahí mismo me di cuenta de la vibra y la sed de revancha que tenían. Decían que estaban peleados, pero eran todas giladas.

-¿Qué les dijiste vos?
-A los directivos, que iba a estar para lo que necesitaran. Y cuando junté al plantel, les recalqué que de ahí salíamos todos unidos o no salíamos y que, salvando las distancias, teníamos ocho guerras por delante. Al final fueron nueve (risas).

-¿Cómo puede cambiar tanto un equipo? (De 3 partidos ganados sobre 14 con Kudelka a 6 sobre 7).
-Darío hizo un torneo excepcional en la temporada pasada y le metieron la mano en el bolsillo en el desempate con Independiente. Después arrancó bárbaro con Temperley, eliminó a Boca en Copa Argentina, y nadie esperaba lo que después pasaría. Empezó la mala suerte: tenés 10 situaciones de gol, no la metés, el rival tiene una y te emboca. Increíble la sal que tenía el equipo. Eso es un contagio: perdés uno y perdés el siguiente, lo mismo cuando ganás. Es una pena, porque Darío fue muy importante: el grupo lo armó él y no se equivocó. Hay que rescatar eso. A mí me ayudó conocer bien al plantel, si hubiera venido otro entrenador, habría necesitado más tiempo. Teníamos una sola bala en la recámara y no le podíamos errar. Hicimos algunos retoques: volvimos a confiar en Eduardo y en Arano, que no jugaban, a Mancinelli lo pasamos de 4, confiamos mucho en Wanchope, que no era titular. Y después se fue dando ese efecto contagio.

-Tuviste una durísima para arrancar: Atlético en Tucumán…
-Y a los 30 segundos perdíamos 1-0. Ellos venían muy arriba, y si nos ganaban, ya estaban prácticamente ascendidos, y si nosotros perdíamos ese partido, ya no hubiéramos tenido chance de nada. Empató Wanchope en el primer tiempo: un gol en el que tuvimos que patear 3 veces en el área chica porque no entraba. En el vestuario les dije: “Muchachos, se acabó la sal, ahora lo ganamos”. Y así pasó, aunque nos expulsaron a Erramuspe y debimos jugar 30 minutos con uno menos, porque esto es Huracán: siempre sufrimiento. Ganamos, nos acercamos a 6 o 7 puntos y los metimos a ellos en un problema. En la fecha siguiente nos sacamos el karma de no poder ganar de local: 3-0 a Santamarina. Y ahí sí arrancamos…

-¿Cuándo hiciste la promesa de pelarte?
-Cuando pasamos a Rafaela y llegamos a la final de la Copa Argentina, alguno insinuó con pelarme. “Si conseguimos el doble objetivo, pélenme tranquilos, yo me dejo”, les avisé.

-Sólo si lograban los dos objetivos…
-Sí, sí, si no ascendíamos, seguía con los rulos como vos (risas).

-¿Por qué no subiste al podio a festejar el título de Copa Argentina?
-Estaba destrozado del dolor: tengo dos hernias de disco y una tercera a punto de salir también. Estas últimas semanas me pusieron 28 infiltraciones. Llegué al podio, pero tarde, por eso no salí en ninguna foto (risas). Y encima casi me quedo sin medallas, ahí apareció José Lemme y sacó una de no sé de dónde y me la dio. O sea: ¡41 años esperando que Huracán sea campeón y casi me quedo sin la medalla! Pero ahí no me podían tocar el pelo, había que ascender. Y en Mendoza no se demoraron demasiado: en el mismo vestuario vino nuestro goleador, Fede Mancinelli, y empezó con la maquinita, en unos minutos ya quedé como Curly…

-¿Te reconocés frente al espejo o te cuesta?
-Sí, sí, me miro y me reconozco. También me agarra un poco la nostalgia del 82, fue la última vez que estuve pelado.

Imagen UNA SONRISA y el gesto por el pelo que ya no tiene, en la entrada principal del estadio de Huracán. Curly.
UNA SONRISA y el gesto por el pelo que ya no tiene, en la entrada principal del estadio de Huracán. Curly.
Punto. Pausa. El corte al ras dispara hacia un recuerdo que aún duele. El 82 es Malvinas. La guerra. El último whisky de un par de trasnochados.

-Es un año que no quiero recordar, porque la pasé mal y me arruinó mi carrera como futbolista. A pesar de no haber estado en combate, en las islas, no se lo deseo a nadie. Y encima después de la guerra seguí adentro un año más. Hice quince meses de colimba, recién me dieron la baja en junio de 1983. Estaba en el Batallón 601 de Boulogne. Creo que salí 5 veces para entrenar y nada más.

-¿Por qué no fuiste a las islas?
-Porque me presenté tarde. Todos los nacidos en el 63 que entraron en enero del 82 fueron a combate. Y la mayoría murió porque no tenía instrucción, sobre todo los chicos de Punta Indio y de La Plata. A mí me salvó la vida un coronel de apellido Flecha, que era dirigente de Huracán. Me dijo: “No te presentes porque hay muchas posibilidades de que tengamos un problema grave con Chile por el Beagle. Andá en marzo y decí que estuviste afuera”. Tenía que presentarme el 9 de enero y fui en marzo, con un certificado trucho de que había estado enfermo. Me clavaron el sello de infractor y me terminé comiendo tres meses más. Pero me salvó la vida, es la verdad.

-¿Por qué?
-Porque nosotros hicimos la instrucción esos 40 días, fuimos una sola vez al polígono, no sabíamos ni lo que era tirar. Y ahí nomás tomaron las islas, por eso no me mandaron. Eso sí: nos subían y nos bajaban de los camiones a cada rato, que vamos, que no hace falta, al final nos llevaron al sur, no me acuerdo en qué ciudad estuvimos, pero en el continente, ya habían entrado los ingleses a las islas. O sea: mientras no vinieran los ingleses, estaba todo bien; cuando vinieron, era jugar River contra Atlas (sonrisa triste, resignada)… sin desmerecer a Atlas. Pensá que nosotros tirábamos dos tiros y se calentaban los FAL, eran del año 1930, una locura. Y también estuvo en la guerra mi primo, Hugo Adeso, que viajaba en el Belgrano y se salvó de milagro, fue el octavo que se salvó.

-¿Cómo se salvó?
-El bombazo se lo metieron en la cantina. Justo mi primo estaba jugando al truco con otros soldados, tuvo ganas de ir al baño y bajó. El misil pegó arriba y murieron todos los que estaban con él jugando al truco y él se salvó por estar en el baño abajo. Increíble. Se tiró al agua y estuvo como, no sé… nunca quiso contar mucho, pero 5 o 6 horas estuvo en el agua, casi muere congelado.

-¿Cómo saliste vos de esa experiencia?
-Y… a mí me mató que al volver del sur, una vez terminada la guerra, nos llevaron a Campo de Mayo. Fue durísimo, nos mostraban a los chicos a los que les faltaba un brazo, una pierna, con esquirlas en la cara, y nos gritaban: “¡Ustedes tienen que estar agradecidos, nabos, miren cómo quedaron ellos!”. Eramos pibes de 18 años, no entendíamos nada. Ese tipo de cosas y otras que no puedo contar...

-Ya pasaron, Néstor, está bueno saber…
-Mirá: hubo cabos que vinieron muy mal de la cabeza y nos trataban como perros, como si nosotros hubiésemos tenido la culpa de perder la guerra. Se volvieron locos. ¡Nos pegaban cada baile! No hacían cortar pasto, prender fuego y después correr alrededor como los indios, y cuando pasábamos nos pegaban unos palazos tremendos. A mí me jodieron un riñón y cuando volví a Huracán, cada vez que me exigía de más en algún entrenamiento fuerte, orinaba sangre. Así fue durante 6 o 7 meses. Fue muy feo todo, porque además me salió una verruga en el pie por culpa de los borceguíes, pero bueno, no sé si seguir, vas a necesitar tres revistas sólo para mí…

-Seguí, no te preocupes por el espacio…
-Salí con una verruga infecciosa causada por un clavo que sobresalía en la planta del pie del borceguí. Volví y jugué algunos partidos en la Reserva de Huracán. Lo hacía en puntas de pie y con una gomaespuma adentro del botín porque no podía apoyar. Los médicos tampoco me querían tocar porque creían que era un tumor que me había salido… ¿sigo?

-Sí, por favor…
-Al poco tiempo me salió un herpes en la boca, mirá (abre su boca y muestra su lengua cortajeada), todo producto de los nervios de la guerra. Estuve 58 días sin poder comer, con una pajita, porque tenía toda la boca destrozada. Decían que era una especie de fiebre aftosa, al final era una culebrilla, me la terminaron curando con medicina no convencional. La verdad es que con todo eso se me hizo muy difícil jugar otra vez. Volví a Huracán hecho bolsa, con todos esos problemas y súmale no haber entrenado un año y medio. Se me truncó la carrera. Y encima, cuando me recuperé de todo eso, me agarré una hepatitis tremenda que me paró por otro año y medio.

Imagen NESTOR APUZZO con la camiseta de Lugano.
NESTOR APUZZO con la camiseta de Lugano.
Huracán, su barrio, su vida. Nació en Villa Soldati y en su infancia, cuando su madre salía muy temprano a trabajar a la fábrica, se crió con su abuela y su tía en Pompeya. Y ya de grande, cuando se casó, se instaló en Parque Patricios, a 6 cuadras de la sede. ¿Quemero yo? “Por donde andaba de pibe, no tenías chances: la mitad era de Boca y la otra de Huracán”, simplifica hoy, orgulloso de haberse alistado en las filas de la segunda mitad, la mitad menos uno. Tan hincha era que cuando tenía 10 años y uno de esos rastreadores de talentos le echó el ojo mientras la pisaba en las infantiles de Ferro y lo invitó a sumarse al Globito, salió disparado con la sonrisa cubriéndole la cara.

-¿Tu ídolo de chiquito?
-Diego, siempre Diego, que es tres años mayor que yo. Y después Brindisi y Houseman, dos monstruos.

-¿Venías a la cancha?
-Sí, claro, me traían los amigos del barrio, siempre a la popular. Iba con Héctor Picayo y Eduardo Petti, dos amigos de toda la vida, por favor nombralos en la nota. Venía a ver al Huracán de Menotti, un espectáculo, y después al Huracán del Gitano, con Ardiles, otro equipo infernal que debió haber sido campeón en el 76, pero, para variar, nos robaron y terminó saliendo campeón Boca con un gol del Chino Benítez.

-¿Eras de los hinchas fanáticos?
-Siempre lo viví con mucha intensidad. Para mí, el fútbol es pasión, mi vieja dice que le pateaba mucho la panza desde chico.

-¿De qué jugabas?
-De 10.

-¿Zurdo?
-Ambidiestro. Recuerdo que una vez, después de un Huracán-Atlanta en inferiores, el gran Vittorio Spinetto, que era formador en Atlanta, se acercó a hablarme. Había metido dos goles ese día y me preguntó: “¿Usted es zurdo o derecho? Porque lo vi patear un córner con una pierna y otro con la otra”. Y era así: pateaba indistintamente con las dos.

-¿De dónde sacaste esa facilidad?
-Del potrero, del empedrado de Soldati y Pompeya (risas). El problema es que yo era un atorrante, nunca me gustó entrenar, me subían arriba del camión para ir a practicar a las canchas de atrás del Autódromo y siempre era el último. Cuando el Toscano Rendo armó el selectivo, me decía: “No podés ser tan vago”. Yo era de la misma categoría que el Turco García, la 63, nos criamos juntos con el Turco, con Claudio Morressi, que es 62, con Omarcito De Felippe, con el Griego Hiotidis y Cachorro Gutiérrez, una banda hermosa con la que sigo en contacto.

-Volvamos a tu regreso de la guerra, ¿por qué te fuiste de Huracán?
-Me dejaron libre. ¡Con hepatitis! Podría haberle hecho juicio al club, varios me insistían, pero no quise. Dios me decía que era mi casa y que iba a volver. Me fui, no quería jugar más, aunque era joven, tenía 22 años, pero se habían juntado demasiadas cosas en poco tiempo. Nunca llegué a jugar en la Primera del Globo, sí una vez fui al banco, y tenía varios partidos en Reserva. Al final me convencieron de seguir y terminé en Sportivo Barracas, en la D. Fue un año bárbaro, me eligieron el mejor volante de la categoría, aunque ya no era el mismo, había perdido 2 millones de glóbulos rojos cuando tuve la hepatitis, quedé anémico.

-Un desastre…
-Un desastre, sí, todo como secuelas de la guerra, de todo lo que sufrí.

-¿Y de la cabeza como quedaste?
-Nunca fui normal (risas). Noooo, no, fuerte en la cabeza, con gran ayuda de mis amigos, de mis viejos y mi hermano. Somos de una familia recontra humilde de Soldati, pero con muchos códigos y donde todo se suplía con afecto.

-¿Te retiraste en Sportivo Barracas?
-No, no, estuve unos años yendo a jugar ligas regionales los fines de semana, me pagaban por partido, después estuve en Lugano, en la C. Ahí tuve al Tano Pasini, en su debut como entrenador. Hicimos una campaña bárbara. El Tano fue el primero en decirme: “Vos vas a ser técnico y te va a ir bien”. Largué en el 91, con 28 años, no me alcanzaba la guita y tenía que laburar arriba de un taxi…

-¿Te robaron muchas veces?
-Una sola. Me chorearon mal, no me mataron de pedo. Me robaron a dos cuadras de San Juan y Boedo (¿casualidad? ¿estaría marcado el hombre?) y me dejaron tirado en los monoblocks de Mariano Acosta, pero lo peor fue cuando descubrieron mi carnet de jugador y estuvieron todo el viaje apuntándome a las piernas: “Te vamos a tirar ahí, así no jugás más, payaso de primera C”.

-Te subiste al taxi y se terminó el fútbol, entonces…
-Más o menos. Caminando por Pompeya me encontré con Jorge Célico y Fran Di Nome. Eran dos viejos conocidos de las inferiores de Huracán, dos años mayores que yo. Estaban a cargo del fútbol de salón. “Vení a jugar con nosotros, que con la gambeta tuya podemos hacer desastres, además vos sos de Huracán, tenés que ponerte otra vez la del Globo”, me dijeron. Y otra vez me convencieron. En ese momento yo estaba con el taxi y hacía unas changas en las playas de estacionamiento de la 9 de Julio. Fue muy lindo, jugué siete años en buen nivel. No queda bien decirlo, pero me eligieron como uno de los 3 mejores jugadores de futsal de la historia de Huracán. Decían que tenía buena gambeta corta. Jugué mi último partido un viernes en el gimnasio Etchart: le ganamos 7-5 a Ferro con 5 goles míos. Y a los dos días me pidieron que agarrara como técnico del equipo.

-¿Ahí empezaste a ver los primeros mangos del fútbol?
-¡Qué mangos, si no me pagaban! A esa altura había vendido el taxi y me había puesto un local de comida con mis suegros. Rotisería La Abuela. Engordé 12 kilos en 3 meses y no los bajé nunca más. Yo estaba en la caja y compraba los materiales. Me morfaba todo.

-Y como técnico, ¿cómo te fue?
-Vas a pensar que te miento, pero buscá y vas a ver que no: fui campeón en el debut, el primer título de Huracán en futsal. Al año siguiente me pasaron al baby y al fútbol infantil. Nos fue bien: ascendimos de la C a la B y de la B a la A. Jugaban Mati Defederico y Kevin Cura. Y mientras tanto, terminaba el secundario. Yo había dejado la escuela en tercer año, con 16, por el fútbol, y me recibí de Perito Mercantil a los 37. Esto es para mostrar que todo se debe hacer con esfuerzo. Llegaba a las dos de la mañana a mi casa y tenía a mis hijos de 3 y 6 años, Ariel y Marquito, así que hay que hacerle un monumento a Claudia, mi señora.

-Tu primer interinato fue en 2005…
-Cuando se va Teté (Quiroz), sí. Increíble: mi primer partido como técnico de Primera fue el 2 de abril, aniversario de la guerra. Contra Nueva Chicago, el Checho era el técnico. Hice debutar a Dani Osvaldo y ganamos 2-0. Era un equipazo, con muchos chicos que habían pasado por mis manos en inferiores: Andújar y Migliore los arqueros, Cellay, Goltz, Villavicencio, Grimi, Fioretto, Larrivey, Osvaldo, Sánchez Prette, Milano. Después vino el Turco Mohamed y volví a inferiores, y cuando Babington ganó las elecciones en 2006, trajo a Carlos Amodeo para coordinar inferiores. Trabajé con él un tiempo, pero no tenía poder de decisión y me fui. Y otra vez sin hacerle juicio a Huracán, a pesar de que me debían muchísima plata. Arreglé con el tesorero que me pagaran la mitad de la deuda y a tres años, y doné 70 mil pesos de mi deuda a las inferiores.

-¿Qué hiciste?
-Es curioso, pero como me pasó otras veces, al día de irme ya tenía trabajo. Me llamó Coqui Raffo para sumarme como buscador de promesas en el proyecto de la filial de Barcelona. Cuando me llamaron y me dijeron que me hablaban del Barcelona pensé que era una joda. Trabajé cuatro años en La Candela y volví en 2011 a Huracán, cuando Alejandro (Nadur) ganó las elecciones, como coordinador general y técnico del selectivo. Y tuve tres interinatos más, hasta este último, el cuarto.

-¿Siempre supiste que era un rato y volvías a las inferiores?
-Siempre estuvo hablado eso, sí.

-¿Y ahora también se habló lo mismo?
-Esta vez era sin tiempo: plata o mierda, tenía una bala en la recámara, como te decía, con la ventaja de que conocía bien a los chicos. Por suerte salió bien.

-¿Ahora te sentís más armado? (Aclaración: al cierre de esta nota, aún no se había definido el futuro de Apuzzo en el club).
-Me siento orgulloso de esos monstruos que dirijo y ellos me dan la fuerza para seguir. Sí, es distinto, tengo encima la experiencia de 25 partidos en Primera, con un cuerpo técnico bárbaro, una gran comunión entre todos.

Imagen LA ESTRELLA de la Copa Argentina ya está pintada en lo alto de la popular visitante. Apuzzo, corazón.
LA ESTRELLA de la Copa Argentina ya está pintada en lo alto de la popular visitante. Apuzzo, corazón.
“Dale, dale, hagan mierda la cancha nomás, total no pasa nada”.

El Gordo Apuzzo (90 acusa la balanza) se queja en voz alta, sentado en la platea Alcorta Alta, a donde ha subido a paso de tortuga, para la producción de fotos, por su columna maltrecha. Sobre el césped, un par de muchachos martillan sobre estacas: están preparando todo para la filmación de una película que se comenzará a rodar mañana (Huracán no habrá ganado muchos títulos, pero su cancha tiene un Oscar de Holywood con La pregunta de sus ojos).

El “estadio tour” luego continuará por el vestuario donde se cambia el cuerpo técnico. “En varios pasillos de este estadio hay manchas de humedad que ya se te venían encima en el año 79, cuando yo jugaba en la Reserva”, comenta, y lo comprobamos al instante observando el aparato de TV del recinto y el banquito de madera sobre el que se sienta para la foto, arcaico, a punto de desintegrarse. Es la foto (la del banquito y el aparato de TV) que retrata con fidelidad el abandono al que fue sometido en las últimas décadas este club señorial, que ahora intenta levantarse. La voz de Apuzzo llega con cierta interferencia, el ruido de los camiones lo tapan todo. “Se dejó de concentrar en el club justamente por los camiones; a las 5 y media de la mañana ya producían un ruido terrible y hacían vibrar las instalaciones”, reseña, con conocimiento de causa.

-¿Te imaginás tu nombre escrito en un sector del estadio en 20 años?
-No, no, todo lo que le dé al club va a ser poco, el club me formó, me dio todo.

-También te dio la espalda…
-Sí, pero es lógico que en tu casa y con tu familia siempre tengas algún problema. Acá he venido cuando a Huracán le iba pésimo y siempre me encontré con un “gracias, Néstor”, jamás me insultaron. Dejame, en el final, agradecerles totalmente a estos futbolistas que me hicieron pasar los días más felices de mi vida junto al nacimiento de mis hijos. Voy a ser un eterno agradecido a este plantel y a la gente de Huracán, que es incondicional y que se merece esto y mucho más. Ojalá esto sea el despegue de una vez por todas de este club tan maravilloso. Y también quiero agradecerle al presidente del club que confió en mí para traerme de vuelta. Nunca me quiero olvidar del que me da laburo y confía, porque todos hablan, pero uno solo es el que toma la decisión.

-La última: ¿lloraste mucho en Mendoza?
-Mucho, no aguanté, mariconeé muchísimo, era un sentimiento encontrado de todo lo que me pasó en mi vida. Ya ves, te la estuve contando y habrás visto que fue muy difícil. Mi viejo se nos enfermó cuando éramos chiquitos: cáncer de colon a los 50 años, y la peleamos mucho con mi hermano, siempre con la familia muy muy junta, eh. Por eso, apenas terminó el partido en Tucumán, lo primero que hice fue agradecerle a Dios lo que me estaba dando, poder cumplir el sueño que no pude cumplir como futbolista en este club que tanto amo. Pensé mucho en mi familia, en mis hijos, en mi señora, en mi viejo, que se nos volvió a enfermar hace 8 años, y en mi mamá, que tiene 85 y parece de 50. Una fiera que va todos los días a cuidarlo al geriátrico. Pobre viejo: tiene Alzheimer y Parkinson, no reconoce a nadie, es lo que más me duele: que mi viejo no haya podido vivir esto… –y por primera vez en toda la charla, después de Malvinas, del riñón, de la hepatitis, de la verruga que no fue tumor, del herpes que no fue aftosa y del taxi donde casi le queman las piernas, por primera vez en las dos horas de charla, Néstor Luis Apuzzo, el Gordo, el Tano, el Cabezón, el Pelado Apuzzo desde hoy y para siempre, deja ver una pátina húmeda en sus ojos cansados y campeones.

Cronología
1963. Nace el 26 de marzo en Villa Soldati, Capital Federal.
1973. Después de iniciarse en las infantiles de Ferro, pasa a Huracán con 10 años.
1979. Con 16 debuta en la Reserva de Huracán dirigida por Vicente Bonavena.
1980. Va en un partido al banco de la Primera por una huelga de profesionales.
1982. Convocado al servicio militar, participa de la Guerra de Malvinas en el continente.
1983. Termina la colimba a mediados del 83, contrae hepatitis y Huracán lo deja libre.
1985. Tras un año y medio sin jugar, se suma a Barracas Central, en la Primera D.
1986. Participa de regionales en diferentes equipos, entre ellos Banfield de San Pedro.
1989. Se incorpora a Lugano, en la C. Juega allí dos años.
1992. Cansado porque debe trabajar, deja el fútbol grande y arranca en el futsal de Huracán.
1997. Con 34 años deja de jugar; le piden que sea el DT del equipo de futsal de Huracán.
1998. Tras un año y medio, arranca como entrenador de fútbol infantil y baby.
2000. A los 37 años termina la secundaria y hace el curso de entrenador.
2003. Lo designan Coordinador General de las Inferiores de Huracán.
2005. Asume como interino tras la ida de Quiroz (3 partidos). Hace debutar a Daniel Osvaldo.
2006. Babington ganas las elecciones, trae a Carlos Amodeo, y Apuzzo renuncia un año después.
2007. Al día siguiente de irse, se suma al proyecto de Barcelona Luján por 4 años.
2011. Nadur, elegido presidente, le ofrece a Apuzzo ser el coordinador de inferiores y DT del Selectivo.
2011. Segundo interinato para cubrir la salida de Juan Amador Sánchez. 3 partidos.
2012. Tercer interinato tras la salida de Diego Cocca. 6 partidos.
2013. Cuarto interinato para reemplazar al Turco Mohamed. Dos partidos.
2014. Quinto interinato por Frank Kudelka: 9 partidos (8 triunfos). Gana Copa Argentina y sube.

Por Diego Borinsky. Fotos: Hernán Pepe    

 Nota publicada en la edición de enero de 2015 de El Gráfico

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