Las Entrevistas de El Gráfico

Roberto Paladino, en primera persona

Nacido en 1933 siempre estuvo ligado al fútbol y al boxeo. Cuenta anécdotas de cómo empezó, el "Bambino" Veira, Ruggeri, Monzón, Duran y otros grandes a los que atendió.

Por Redacción EG ·

22 de diciembre de 2012
  Nota publicada en la edición de diciembre de 2012 de El Gráfico

Imagen "EL TORDO" Paladino, como lo llaman, en su consultorio de Almagro, en donde es vecino ilustre. Sus pasiones: tango, fútbol y boxeo.
"EL TORDO" Paladino, como lo llaman, en su consultorio de Almagro, en donde es vecino ilustre. Sus pasiones: tango, fútbol y boxeo.
EL TRABAJO ANTE TODO. De mis padres aprendí el sentido de la autoridad y del orden. Y, sobre todo, del trabajo. Mi mamá, Victoria, estaba embarazada de mi hermano, Jorge. Tenía que lavar escaleras para ganarse el peso y me sentaba escalón por escalón para poder hacerlo. Mi papá, Luis, era empleado nacional, de Obras Públicas: fanático del boxeo y de River, él me llevaba a ver cómo hacían la cancha nueva. Eso sí, no toleraba ninguna falta de conducta. Si me llegaba a ratear del colegio, me la daba. Eso me hizo muy obediente.

MADURE MUY RAPIDO. Como en casa había que trabajar, yo ya de chiquito me quedaba solo, me acuerdo que vivíamos en la calle Agrelo 3810, tercer piso. Un día, cuando yo tenía cuatro años, entró a casa un ladrón. Por suerte, no me hizo nada. A los seis ya me hacía la leche, todo. Creo que eso me ayudó mucho a valerme siempre por mí mismo.

NUNCA PENSE EN SER MEDICO. Mejor dicho, nunca se me ocurrió del todo, sabía, eso sí, que tenía que estudiar. En mi época, todos los padres soñaban con que sus hijos fueran universitarios y como no me tiraba ni la abogacía ni la contabilidad, empecé a estudiar Medicina. En 1952 perdí el año, porque tuve rubéola y me atrasé, pero, a pesar de eso, me recibí sin problemas.

EMPECE GRATIS. Yo todavía era practicante cuando me acerqué al Club Atlético Huracán. Lo hice porque me gustaba, porque era parte de mi barrio. Eso fue por el 61. Ni pensé en la guita. A los tres meses de haber empezado, se fue Pepe Peña, que era el técnico,y entró Enrique Lúpiz, que era esgrimista (su hijo se hizo famoso por lo mismo, haciendo de El Zorro) y ahí pasé a la Primera. Repito, ni pensaba en la plata.

APRENDI A PORTARME BIEN cuando entré a la Colimba, aunque eso ya lo llevaba adentro por la educación que me dio mi padre. Yo estaba en el Ministerio de Guerra y la única vez que me negué a hacer algo fue cuando me mandaron a limpiar vidrios del lado de afuera, de unas oficinas en el piso 18. Después vino la primera baja y me fui.

CADA MADRE ES UNA HISTORIA. La mía, también. Con mi hermano, que también se recibió de médico, decíamos que nuestra familia era como Braudo, porque era “La casa de los dos pantalones”. Es que mi vieja tenía mucho carácter, era muy trabajadora, muy fuerte. Llegó a comprar dos casas en siete años en base a esfuerzo y ahorro, un fenómeno.

NUNCA OLVIDARE A SARA. Se llamaba Sara Rodríguez y fue mi profesora de piano. En esa época, que fue la más feliz de mi vida, cuando yo andaba por el tercer grado, fuimos a vivir por Villa del Parque, a media cuadra de la plaza de la Virgen Niña. En la calle Marcos Sastre estaba el club La Cloner y ahí empecé a aprender a tocar el piano. Nunca fui un gran ejecutante, pero es cierto que la música enseña mucho más de lo que la gente piensa.

CREO SABER MUCHO DE TANGO. Será porque en mi época, entre mis conocimientos musicales y los de la vida diaria, el tango se formó como una parte de mí. Para mí, los mejores fueron Aníbal Troilo, Carlos Di Sarli, Osvaldo Pugliese –sobre todo cuando cantaban Roberto Chanel y Alberto Morán–, y Horacio Salgán, de lejos el mejor pianista de todos.

MUFA ES IGNORANCIA. Y, generalmente, los que hablan del tema son tremendos envidiosos, que no sirven para nada. A Di Sarli le hicieron fama de mufa porque fue un extraordinario director de orquesta, entonces, no faltó un incapaz que, como no había manera de superarlo, le pegó por ese lado. Aníbal Troilo, Pichuco, que sí fue grande de verdad, lo admiraba a Di Sarli e iba a verlo. Los que no tienen nada en la cabeza son los que juegan con esas cosas. Y, para colmo, hay ignorantes que los siguen.

Imagen GRANDES personajes del boxeo estuvieron con él, como Carlos Monzón.
GRANDES personajes del boxeo estuvieron con él, como Carlos Monzón.
RINGO ME CAMBIO LA VIDA. Lo conocí por 1963, cuando ya llevaba (yo) un par de años en Huracán. Bonavena ya empezaba a destacarse como profesional y lo ayudaba dándole vitaminas, y esas cosas. Entonces, me pidió que lo atendiera. Inclusive también atendí a su esposa, Dora, cuando nació la primera hija del matrimonio. Oscar empezó a decirle a todo el mundo: “Yo tengo mi médico personal”, cosa que, en esa época no se usaba mucho. Y, cuando me quise acordar, ya me había hecho famoso.

LECTOURE, AMIGO DE TODOS. No se me hizo fácil acercarme a él, al principio ponía distancia, pero cuando uno lo conocía... ¡Qué buen tipo que era! Nunca dejaba a nadie en la estacada y ayudaba a todos. Me jacto de haber sido su amigo.

ESTUVE CON LOS MAS GRANDES. Cuando miro par atrás y pienso que atendí personalmente a boxeadores como Carlos Monzón, Nicolino Locche, Víctor Galíndez, Ringo Bonavena... Me parece mentira, fue una época extraordinaria para el boxeo argentino.

OJO CON MARAVILLA. No es bueno comparar, pero guarda, que es un boxeador clásico, inteligente y rápido. Maravilla Martínez tiene cositas de Nicolino en eso de bajar los brazos, pero, encima, pega y todo. Me encanta verlo.

CUANDO SE GANA, TODO va MEJOR. Yo estuve en River del 79 al 88 y como ganamos varios campeonatos –en el 86, la primera Libertadores y un mes y medio después, la Copa Intercontinental, que en ese momento definía al mejor del mundo en cuestión de clubes, las dos con el Bambino–. Encima, venía de ganar el campeonato argentino por varios puntos de diferencia y con vuelta olímpica a Boca en la Bombonera. En esa época, todo andaba bien. Hoy... no sé... Mejor ni hablar...

EL BAMBINO, UN MONSTRUO. En todo sentido: pícaro, pillo, bien de barrio, simpático, ganador, motivador... un loco tremendo. Se juntaban con el Loco Doval, con Bonavena y con el Colorado Fazio y eran un peligro, capaces de tirarse a reír en el medio de la calle, sin mirar los coches. Ojo, además, y como técnico, de una gran personalidad.

Imagen CON BONAVENA, con cara de "yo no fui", y Bautista Rago.
CON BONAVENA, con cara de "yo no fui", y Bautista Rago.
EL BOXEADOR NECESITA PROTECCION. Se queda solo y hasta el banquito le sacan, como decía Oscar. Cuando Bonavena estaba por pelear con Jimmy Ellis, fuimos al estadio acompañados de un patrullero, hacía un frío bárbaro, no se veía nada... Cuando llegamos al vestuario, Ringo sacó a todos afuera. Y después me dijo: “Tóqueme el pecho, tordo”. Tenía taquicardia paroxística, que es producto de la ansiedad, del temor, de la pelea que se le venía encima.

EL MIEDO ES A PERDER. El boxeador no tiene revancha, si pierde, tiene que volver a empezar. Por eso no le tiene miedo a los golpes, ni al dolor y, mucho menos, al rival. Le tiene miedo a la derrota. El jugador de fútbol está con los suyos y, si el equipo pierde, a la semana tienen otra oportunidad. El boxeador no, por eso sufre más.

DURAN ERA DE OTRA MADERA. Lo atendí en el Madison, cuando noqueó a Davey Moore y se consagró campeón mundial de los 69 kilos, cuando él había sido campeón con 61. “Dóctor”, me decía, con acento en la o. Después fuimos a cenar al Victor’s café y aparecieron tres “nenes”: Ray Leonard, Marvin Hagler y Muhammad Alí, a presentarle sus respetos. El boxeador latino más grande de la historia.

LOS JUGADORES DE ANTES COMIAN TALLARINES antes del partido, pero ojo: los rivales también, ¿eh? El fútbol de hoy es mucho más veloz y profesional que antes.

MESSI ES UNICO. No comparemos, por favor. Para mí, es un fenómeno extraordinario, un placer verlo jugar, como en su momento también lo fueron Pelé y Diego.

SI QUERES GANAR, NO LO ENOJES. Un día Bruno Alcalá, que era un técnico de boxeo argentino, fue a dirigir el equipo olímpico mexicano. Y les tocó un ruso. Entonces, Bruno le dijo a su pupilo: “¿Le querés ganar? Entonces no le pegués, porque si se enoja, te mata”. Eso hacían a veces con Pelé; el único al que no le importaba eso era a Rattín.

UNA DEL BAMBI. No resisto contar una del Bambino, salió con una condesa que sabía mucho de modales. Ella lo corrigió toda la noche: “Si no me abrís la puerta del auto, no salgo”, “Al restaurante entro yo primero”, “Me tenés que correr la silla”, “Me tenés que servir primero a mí”. Al final, fueron a la casa de ella. Cuando terminó todo, el Bambi se fue en puntas de pie, pero primero le tapó todas las rejillas y abrió todas las canillas. ¡Le inundó el departamento!

EL TECNICO TIENE QUE TENER CARACTER. Por eso aunque conocí muchos buenos –yo trabajé con Pipo Rossi, con Di Stéfano, el Tano Cesarini, Moreno, Pederna y Labruna, con Ginarte–, uno de los que más me gustó siempre fue el Coco Basile.

SI TE HICISTE RICO VENDIENDO PAPAS... Cuando Monzón quiso liquidarlo a Jean Claude Bouttier en la primera pelea, tiró más piñas que nunca y se ahogó, porque su físico requería que se tomara pausas. Cuando terminó la pelea, que la ganó, le dije: “Si te hiciste rico vendiendo papas... seguí vendiendo papas, nene, no hagas cosas para la que no estás preparado”. Como siempre, me escuchó, aunque yo casi nunca me metía en cosas del boxeo.

UNA DE RUGGERI. No puedo evitar contarla, estaban en una pieza Borelli, Gorosito, Saporiti y Ruggeri. La cama del Cabezón daba a una ventana, entonces como él de chico tenía miedo a que se le apareciera alguien de atrás, se juntaron entre todos y dieron vuelta la cama, así él quedó de frente a la ventana. Al rato, a uno se le ocurrió: “Che... ¿No hubiera sido más fácil en lugar de dar vuelta toda la cama, cambiar las almohadas de lugar y listo?”.

EL FUTBOL ME HIZO FELIZ. Primero estuve en Huracán, del 61 al 70; en los años 74 y 77, en Racing; después vinieron los diez años en River y uno en Temperley, salimos campeones de Primera B en 1974. Coseché muchos amigos. Hoy no lo extraño.

LAS MEJORES PELEAS NO LAS VI. Me ponía tan nervioso que, aunque parezca mentira, me quedaba en los vestuarios, por lo que no vi la mayoría de las peleas a las que viajé.

Por Carlos Irusta. Fotos: Emiliano La Salvia y Archivo El Gráfico