Las Entrevistas de El Gráfico

2003. ACOSTA DEL GOL

A los 37 años, uno de los símbolos de San Lorenzo se retiraba con todos los honores. Fueron casi dos décadas de duras batallas ganadas en el área, que bien merecen el tributo del fútbol todo.

Por Redacción EG ·

21 de diciembre de 2021

Es­tá bien, el Beto. Con la mis­ma son­ri­sa fres­ca de aque­llos tiem­pos di­fí­ci­les de la ni­ñez, cuan­do la pla­ta no so­bra­ba, aunque na­die le re­pro­cha­ba na­da a na­die, por­que los vie­jos la­bu­ra­ban y los her­ma­nos ayu­da­ban. Vi­da sen­ci­lla, pe­ro fe­liz. Allá en Aro­ce­na, el pue­bli­to san­ta­fe­si­no de los pri­me­ros pi­ca­dos a cam­po abier­to, don­de los Acos­ta su­pie­ron des­de el arran­que que ese pi­be fla­qui­to, pe­ro con la fi­bra del mim­bre que se do­bla y no se rom­pe, iba a lle­gar le­jos en el fút­bol. Lo creían to­dos, me­nos él. Al­ber­to Fe­de­ri­co le da­ba y le da­ba a la pe­lo­ta, pe­ro nun­ca se plan­teó lle­gar a Pri­me­ra y, mu­cho me­nos, ser fa­mo­so. Acá en Pi­lar, en la paz bu­có­li­ca del ver­de, de los pá­ja­ros y de la can­chi­ta con ar­cos cuan­do la pe­lo­ta es si­nó­ni­mo de dis­trac­ción.

Es­tá bien, el Be­to. Con la hu­mil­dad, que es un ras­go de su per­so­na­li­dad, por más que se apre­cie, a sim­ple vis­ta, el bie­nes­tar lo­gra­do a tra­vés de una pro­lon­ga­da ca­rre­ra. Na­die que no se­pa de su pro­lon­ga­da tra­yec­to­ria po­drá de­cir que es­tá sen­ta­do fren­te al hom­bre que, en po­cos días más, se des­pe­di­rá pa­ra siem­pre de ese fút­bol que apren­dió a que­rer cuan­do, en aque­llos po­tre­ros de la ni­ñez, ha­bía que cons­truir los ar­cos con tron­cos ata­dos con so­ga y la pe­lo­ta era una cas­qui­va­na da­ma que sal­ta­ba a su li­bre al­be­drío y ha­bía que apren­der a do­mi­nar pa­ra es­ta­ble­cer una re­la­ción de amor pro­fun­do.

Imagen Alberto Federico Acosta, goleador incansable, le decía adiós al fútbol.
Alberto Federico Acosta, goleador incansable, le decía adiós al fútbol.

Es­tá bien, el Be­to. Emo­cio­na­do, pe­ro tran­qui­lo. De­san­dan­do los últi­mos me­tros de una ca­rre­ra que cons­tru­yó a fuer­za de co­ra­je, de tem­ple y de ca­pa­ci­dad pa­ra sor­tear to­dos los es­co­llos que se le fue­ron pre­sen­tan­do.

¿Se­rá cier­to que se re­ti­ra o ha­brá otra chan­ce de se­guir dis­fru­tan­do de su ol­fa­to go­lea­dor y de su pre­sen­cia in­quie­tan­te en el área ri­val? ¿Ha­brá alar­gue, Be­to…?

“No, se­gu­ro que no, si has­ta el par­ti­do ho­me­na­je tie­ne fe­cha. No, ya es­tá de­ci­di­do, creo que a los 37 años es un buen tiem­po pa­ra de­jar, el fút­bol me dio mu­chas co­sas, más de lo que yo mis­mo hu­bie­ra ima­gi­na­do cuan­do em­pe­cé.”

–¿Cuán­do to­mas­te la de­ci­sión?

–Ha­ce un año. Era cues­tión de fi­jar­se un pla­zo, y me lo pu­se. Creo que es­tá bien. Son ca­si 20 años de mu­chas al­ter­na­ti­vas en mi vi­da fut­bo­lís­ti­ca, lle­gar a Pri­me­ra es el pri­mer es­ca­lón, pe­ro man­te­ner­se tan­to tiem­po en ese ni­vel es un desa­fío que yo, sin­ce­ra­men­te, no me ha­bía plan­tea­do. To­do lo fui cum­plien­do, eta­pa por eta­pa, y es­toy muy agra­de­ci­do de ha­ber lle­ga­do tan le­jos y bien. No lar­go por­que me pe­se la res­pon­sa­bi­li­dad de es­tar den­tro de la can­cha ni por­que me can­sen los en­tre­na­mien­tos y las con­cen­tra­cio­nes. Sen­ci­lla­men­te creí que ha­bía lle­ga­do el mo­men­to de po­ner los bo­ti­nes en el pla­car.

–¿Hay un se­cre­to pa­ra se­me­jan­te vi­gen­cia?

–No, o al me­nos yo no lo ten­go. Sí re­co­noz­co que ten­go un fí­si­co pri­vi­le­gia­do, que to­da la vi­da co­mí bien, aun en los mo­men­tos bra­vos cuan­do la pla­ta al­can­za­ba has­ta ahí. Tam­po­co tu­ve le­sio­nes gra­ves y eso es im­por­tan­te pa­ra que uno pue­da ju­gar en la al­ta com­pe­ten­cia, so­bre to­do cuan­do el fút­bol es muy fí­si­co­. Hay que es­tar pre­pa­ra­do. A mí nun­ca me cos­tó ni en­tre­nar­me ni con­cen­trar­me. Nun­ca pu­se nin­gún pe­ro, es más, los en­tre­na­mien­tos me gus­tan, los dis­fru­to. Me cui­dé, es ver­dad, pe­ro sin lle­gar a nin­gún sa­cri­fi­cio. Esa pue­de ser una de las cla­ves de la vi­gen­cia, no sé si es una vir­tud, pe­ro a mí me sir­vió pa­ra lle­gar has­ta don­de lle­gué.

 

Imagen Postal de Selección frente a Brasil.
Postal de Selección frente a Brasil.
 

Es­tá bien, el Be­to. Ya ju­gó su úl­ti­mo clá­si­co y se lo ve tran­qui a pe­sar de que de­jó to­do en la Bom­bo­ne­ra, pe­ro no pu­do ha­cer el gol que que­ría. Era su úl­ti­ma gran cita y es­pe­ra­ba lle­var­se los oí­dos lle­nos de aplau­sos, de gri­tos de eu­fo­ria. No pu­do ser, pe­ro ya es­tá. To­do es co­sa del pa­sa­do, ¿cuán­tas ve­ces se fue de la can­cha ova­cio­na­do? Y de eso se tra­ta aho­ra, es el tiem­po del re­co­no­ci­mien­to, por­que se es­tá yen­do un gran­de. El Be­to se me­re­ce el ho­me­na­je del fút­bol. Y El Grá­fi­co se su­ma con el tri­bu­to a un ju­ga­dor que nun­ca clau­di­có, que su­po ha­cer go­les gua­pean­do o de­fi­nien­do con un to­que su­til, y tam­bién el homenaje a un ti­po bár­ba­ro que, des­pa­cio y con el co­ra­zón ace­le­ra­do, va re­co­rrien­do jun­to al cro­nis­ta los me­jo­res mo­men­tos de su ca­rre­ra.

El prin­ci­pio

“Siem­pre co­rrí de­trás de una pe­lo­ta, por lo me­nos des­de que ten­go no­ción, pe­ro no so­ña­ba, co­mo la ma­yo­ría de los pi­bes, con lle­gar al­gún día a la Pri­me­ra Di­vi­sión. El que in­ci­dió mu­cho pa­ra que yo fue­ra pro­gre­san­do y lle­ga­ra a probar­me en va­rios clu­bes fue mi her­ma­no Ser­gio, tres años ma­yor que yo. El me vio siem­pre con­di­cio­nes de las que yo por ahí no me da­ba cuen­ta.”

“El pri­mer club fue Li­ber­tad, de Aro­ce­na. Pe­se a que me gus­ta­ban la ma­yo­ría de los de­por­tes, siem­pre es­tu­ve pe­ga­do a una pe­lo­ta de fút­bol y siem­pre co­mo de­lan­te­ro. A ve­ces por afue­ra, ge­ne­ral­men­te por aden­tro, pe­ro ron­dan­do el ar­co de en­fren­te. Des­pués pa­sé a otro club de mi pue­blo, 9 de Ju­lio, ya con par­ti­dos más fuer­tes, co­mo sue­len ser los de las li­gas del in­te­rior. Ga­na­mos dos cam­peo­na­tos, y se pue­de de­cir que a los 15 años ya em­pe­za­ba a ser co­no­ci­do.”

“Co­mo Aro­ce­na es­tá más o me­nos en el me­dio del ca­mi­no en­tre Ro­sa­rio y San­ta Fe, ya em­pe­za­ban a pro­po­ner­me prue­bas en Ne­well’s, Cen­tral, Co­lón y Unión. Pe­ro yo no le da­ba mu­cha im­por­tan­cia. Me gus­ta­ba es­tu­diar y por eso al fi­nal ter­mi­né el se­cun­da­rio y me re­ci­bí de ba­chi­ller.”

“Cuan­do cum­plí 16 años fui a Unión pa­ra la pri­me­ra prue­ba. No que­dé, por­que me di­je­ron que ha­bía mu­chos ju­ga­do­res. Una ex­cu­sa que ge­ne­ral­men­te se utiliza en las prue­bas de las di­vi­sio­nes in­fe­rio­res. Tam­bién pa­sé por una ex­pe­rien­cia si­mi­lar en Co­lón. Es­ta­ba es­cri­to que no iba a ser sa­ba­le­ro, pe­ro to­da­vía me fal­ta­ba pa­ra ser ta­ten­gue.”

Imagen El Betito de Unión, carita de pibe, estampa de goleador desde el arranque.
El Betito de Unión, carita de pibe, estampa de goleador desde el arranque.

“En­tre esas idas y vuel­tas, me lle­va­ron a Bel­gra­no, de Co­ron­da, que ju­ga­ba en la Li­ga de San­ta Fe. Ya te­nía 17 años, ju­gué con­tra Unión y le hi­ce dos go­les. A par­tir de esa ac­tua­ción, dos ti­pos es­tu­pen­dos, co­mo Sau­co y Bion­di, hi­cie­ron las ges­tio­nes y me in­cor­po­ré a Unión. Creo que fir­mé por un jue­go de ca­mi­se­tas y al­gu­na pe­lo­ta.”

La pro­yec­cion

El Be­to en­tre­cie­rra los ojos a me­di­da que los re­cuer­dos van apa­re­cien­do. Aho­ra vie­ne ese ca­pí­tu­lo que mar­ca una pa­ra­do­ja del des­ti­no: el pri­mer con­tac­to con el que ha­bría de ser su com­pa­dre fut­bo­lís­ti­co, Pi­po Go­ro­si­to, se pro­du­jo sien­do su ri­val.

“Me acuer­do de que ya afir­ma­do en las in­fe­rio­res de Unión, con po­si­bi­li­da­des de al­ter­nar en la Ter­ce­ra, ju­ga­mos el Pro­yec­ción 86, aquel tor­neo que se hi­zo en la can­cha de Vé­lez y don­de ac­tua­ron mu­chos pi­bes que des­pués fue­ron gran­des fi­gu­ras. Unión ju­gó la fi­nal de ese tor­neo fren­te a Ri­ver. Pa­ra ellos ju­ga­ban Ca­nig­gia, Tro­glio y Pi­po. Un equi­pa­zo que, ló­gi­ca­men­te, fue cam­peón. No­so­tros per­di­mos, pe­ro a la ma­yo­ría nos sir­vió pa­ra dar el sal­to a Pri­me­ra.”   

“Fue muy im­por­tan­te ese cam­peo­na­to por­que vol­vi­mos a San­ta Fe con el res­pal­do de los hin­chas y de los di­ri­gen­tes. Co­mo de­lan­te­ro, ade­más, yo te­nía so­bre mí una mi­ra­da ex­tra. Por suer­te y por gen­te co­mo Leo­pol­do Lu­que, un ‘9’ al que yo ad­mi­ra­ba, que me dio res­pal­do y en­se­ñan­zas, se me fue­ron dan­do las co­sas, pe­ro tam­bién me cos­tó mu­cho al­can­zar­las. Por ejem­plo, cuan­do hi­ce mi pri­mer gol en Pri­me­ra, lle­gué a la can­cha de In­de­pen­dien­te pre­sio­na­do por el pro­fe Cas­te­lli. El me ha­bía di­cho que en ese par­ti­do te­nía mi úl­ti­ma opor­tu­ni­dad pa­ra que­dar­me con el pues­to, que de­trás de mí ha­bía otros de­lan­te­ros, has­ta un uru­gua­yo go­lea­dor, que me­re­cían te­ner una opor­tu­ni­dad. Creo que fue co­mo un es­tí­mu­lo, por­que a pe­sar de que per­di­mos 2 a 1 le cla­vé el gol a Lui­si­to Is­las con un de­re­cha­zo des­de fue­ra del área. Ade­más los pe­rio­dis­tas me ca­li­fi­ca­ron co­mo la fi­gu­ra del par­ti­do. Le ga­né la pul­sea­da a Cas­te­lli y me que­dé con el pues­to.”

El pri­mer de­sem­bar­co en Boe­do

“Pe­se a que el mo­men­to de Unión era di­fí­cil por­que ha­bía que pe­lear el des­cen­so, el Bam­bi­no Vei­ra me pi­dió pa­ra ju­gar la Co­pa Li­ber­ta­do­res con San Lo­ren­zo. Ya es­ta­ba ven­di­do, pe­ro igual ju­gué has­ta la úl­ti­ma opor­tu­ni­dad. El equi­po des­cen­dió en la can­cha de Bo­ca en un de­sem­pa­te con Ra­cing de Cór­do­ba. A pe­sar de que yo es­ta­ba en una si­tua­ción pri­vi­le­gia­da al po­der lle­gar a Bue­nos Ai­res y ju­gar en un equi­po gran­de, ese des­cen­so me do­lió mu­cho, y mu­cho más por­que no pu­di­mos ha­cer na­da por evi­tar­lo.”

“Cuan­do lle­gué a San Lo­ren­zo tam­po­co fui ti­tu­lar. Los que ju­ga­ban eran Te­di­ni y Fe­rrey­ra, el cor­do­bés. No me im­por­ta­ba ser su­plen­te, pe­ro que­ría ju­gar. Por esas co­sas del des­ti­no se le­sio­nó Te­di­ni, y en­tré a for­mar du­pla con Fe­rrey­ra. Los dos era­mos ‘9’, pe­ro nos com­ple­men­ta­mos bien. En rea­li­dad, yo me mo­vía co­mo un nue­ve de área, pa­ra la lu­cha fron­tal, tam­bién po­día ti­rar­me un po­co a la iz­quier­da, que es don­de me­jor me mo­vía y me mue­vo.”

Imagen Los primeros choques bravos durante el primer ciclo en San Lorenzo.
Los primeros choques bravos durante el primer ciclo en San Lorenzo.

“Fue bue­na esa pri­me­ra eta­pa en San Lo­ren­zo. El Bam­bi­no ha­bía for­ma­do un equi­po equi­li­bra­do. A mí sir­vió pa­ra cre­cer mu­cho co­mo ju­ga­dor. Allí em­pe­cé a iden­ti­fi­car­me con Pi­po. El me en­ten­día, y yo tam­bién lo in­ter­pre­ta­ba.”

“Lo que más destaco en ése, mi pri­mer con­tac­to con la ca­mi­se­ta azul­gra­na, fueron las paredes con Gorosito y los goles que hice, como uno frente a Boca (ver recuadro) que no voy a olvidar nunca en mi vida. Pa­ra mí, es­tá en­tre los me­jo­res go­les que hi­ce en to­da mi ca­rre­ra. En el fút­bol ar­gen­ti­no hice muchos, pero son pocos los que te generan un sentimiento muy especial. Uno los grita todos, pero algunos merecen gritarse el doble.”

Allez, Tou­lou­se

“Por esas ac­tua­cio­nes, por el re­co­no­ci­mien­to de la gen­te, por mi pro­pia en­tre­ga y por el res­pal­do de mi fa­mi­lia creo que se pro­du­jo mi pri­me­ra sa­li­da al ex­te­rior. El afán de pro­gre­sar, el em­pu­je de mi se­ño­ra, Ro­sa­na, de­ter­mi­nó que el via­je a Fran­cia pa­ra ju­gar en el Tou­lou­se, a pe­sar de ser el pri­me­ro que ha­cía­mos a un lu­gar tan le­ja­no, nos sir­vió mu­cho. Yo re­cuer­do con una es­ti­ma muy es­pe­cial esos dos años en el club de Már­ci­co. In­clu­so ju­gar con el Be­to me hi­zo cre­cer. Siem­pre se apren­de al­go en cual­quier ac­ti­vi­dad si uno se lo pro­po­ne, y yo allí me em­pa­pé de mu­chas co­sas. Tal vez no me ha­ya ido del to­do bien en lo fut­bo­lís­ti­co, hi­ce 6 go­les en 31 par­ti­dos, pe­ro co­mo hom­bre, co­mo pa­dre, fue al­go muy es­pe­cial. Pa­ra nues­tra fa­mi­lia, re­sul­tó una for­mi­da­ble ex­pe­rien­cia de vi­da. Ahí na­ció mi hi­jo, Mic­kael Al­ber­to, y eso nos ha de­ja­do un re­cuer­do muy es­pe­cial por esa ciu­dad fran­ce­sa.”

“Des­pués de ca­si dos años de ex­pe­rien­cia fran­ce­sa, otra vez San Lo­ren­zo. La se­gun­da eta­pa, con otras ex­pec­ta­ti­vas. Los hin­chas me re­ci­bie­ron bien, yo siem­pre di­je que San Lo­ren­zo es co­mo mi se­gun­da ca­sa, y es cier­to. El club es­ta­ba en ple­na trans­for­ma­ción, se es­ta­ba cons­tru­yen­do el Nue­vo Ga­só­me­tro y tam­bién se es­ta­ba ges­tan­do un equi­po pa­ra pe­lear por co­sas im­por­tan­tes. Hi­ce go­les, que es lo que siem­pre me preo­cu­pa­ba. Aun­que uno no lle­ve la cuen­ta exac­ta, siem­pre es bue­no pa­ra un nue­ve ver có­mo la pe­lo­ta lle­ga has­ta la red. Otra vez me to­có ir­me, pe­ro sa­bía que un día vol­vería pa­ra ser cam­peón con San Lo­ren­zo.”

El pa­se re­cord

“Yo sa­bía que Bo­ca me es­ta­ba bus­can­do, tam­bién sa­bía que mu­cho a la gen­te de San Lo­ren­zo no le iba a gus­tar ver­me con la ca­mi­se­ta azul y oro. Pe­ro bue­no, era otro sal­to im­por­tan­te en mi ca­rre­ra y, aun­que el co­ra­zón do­lie­ra, ha­bía que acep­tar el de­sa­fío. Cuan­do Mie­le me lo co­mu­ni­có no lo po­día creer. Me acuer­do de que El Grá­fi­co me hi­zo una no­ta en Flo­ria­nó­po­lis, don­de yo es­ta­ba de va­ca­cio­nes, en el ve­ra­no del 83. Allí pu­sie­ron que era el pa­se ré­cord. Dos mi­llo­nes de dó­la­res era mu­cha pla­ta. Y bue­no, allí tam­bién tu­ve mu­chas sa­tis­fac­cio­nes y tam­bién le hi­ce go­les a Ri­ver, lo que me dio un pla­fón con la hin­cha­da de Bo­ca. Ju­gué 36 par­ti­dos y su­mé 10 go­les. Tam­bién fue una ex­pe­rien­cia in­va­lo­ra­ble. Só­lo los que han ju­ga­do con la Bom­bo­ne­ra re­ple­ta pue­den dar tes­ti­mo­nio de lo que se sien­te. Y yo lo sen­tí. Co­mo vi­si­tan­te, con la ca­mi­se­ta de San Lo­ren­zo y co­mo lo­cal con la de Bo­ca. Es al­go im­pre­sio­nan­te."

Imagen Acosta pasó a ser protagonista con la camiseta de Boca.
Acosta pasó a ser protagonista con la camiseta de Boca.

Cuan­do pa’ Chi­le me voy

Un go­lea­dor se co­ti­zó siem­pre, en cual­quier épo­ca. Pe­ro a me­dia­dos de la dé­ca­da del 90, un de­lan­te­ro de área, gua­po e in­clau­di­ca­ble, era una pre­sa muy co­di­cia­da. Uni­ver­si­dad Ca­tó­li­ca, de Chi­le, lo vi­no a bus­car en 1994 y se lo lle­vó pa­ra vol­ver­lo a aso­ciar con Go­ro­si­to. La du­pla po­día vol­ver a ha­cer de las su­yas pa­ra re­go­ci­jo de los ha­bi­tan­tes de San Car­los de Apo­quin­do, la re­si­den­cia ha­bi­tual de la Ca­tó­li­ca. Y el Be­to son­ríe acep­tan­do el co­men­ta­rio y po­nién­do­le sig­nos de ad­mi­ra­ción a sus re­cuer­dos tra­san­di­nos.

Imagen En la Católica dejó gran recuerdo en las dos etapas en que estuvo.
En la Católica dejó gran recuerdo en las dos etapas en que estuvo.

“Allí vi­ví mis me­jo­res mo­men­tos; en cuan­to a go­les, fue lo me­jor por el ni­vel de las con­quis­tas y por el jue­go del equi­po. Con la ca­mi­se­ta blan­ca y azul, mar­qué el me­jor de to­dos, el que uno sue­ña o quie­re ha­cer ape­nas lle­ga a la Pri­me­ra Di­vi­sión. Se lo ha­bía vis­to ha­cer a Pe­lé y por suer­te lo pu­de imi­tar. Fue en un clá­si­co con la Uni­ver­si­dad de Chi­le por la Co­pa Li­ber­ta­do­res. Re­ci­bí el pa­se per­fec­to de Pi­po, con un gol­pe de pe­cho hi­ce pa­sar la pe­lo­ta por en­ci­ma de la ca­be­za del de­fen­sor y an­tes de que ba­ja­ra  la em­pal­mé y se me­tió en un án­gu­lo. El ar­que­ro era Ser­gio Var­gas, ar­gen­ti­no, ex In­de­pen­dien­te. Fue un gol de otro pla­ne­ta. Inol­vi­da­ble.”

Vo­lan­do a las an­ti­po­das

Con su com­pa­dre, Pi­po, vi­vi­ría otra ex­pe­rien­cia sin­gu­lar: el lla­ma­do vi­no des­de Ja­pón, na­da me­nos. El lu­gar en el 96 to­da­vía so­na­ba ex­tra­ño, más a pla­za au­to­mo­vi­lís­ti­ca que a em­po­rio fut­bo­le­ro: Yo­ko­ha­ma. Allí, el Ma­ri­nos fue un re­duc­to que pron­to se po­bló de ar­gen­ti­nos. En­tre ellos, Go­ro­si­to y Acos­ta. Cu­rio­sa­men­te, por la ex­tra­ña ma­ne­ra de ver el fút­bol, ni Pi­po ni el Be­to ju­ga­ron jun­tos en un lu­gar don­de ju­gar bien era fá­cil, por­que las pre­sio­nes no exis­tían. Cuen­ta Acos­ta:

Imagen Con la tricolor de Yokohama Marinos, la curiosa experiencia japonesa.
Con la tricolor de Yokohama Marinos, la curiosa experiencia japonesa.

“Yo es­tu­ve po­co, ape­nas un año. Pi­po se que­dó más tiem­po, pe­ro tam­po­co es­tu­vo muy a gus­to fut­bo­lís­ti­ca­men­te. A mí tam­po­co me apor­tó na­da, hi­ce 10 go­les. Na­da más. Su­mé pa­ra mi ta­bla. Eso sí, afue­ra de la can­cha, to­do de pri­me­ra. Con mi mu­jer siem­pre de­ci­mos que la ciu­dad nos ofre­ció to­do.”

Via­je­ro em­pe­der­ni­do

To­da­vía ha­ría más es­ca­las, el Be­to go­lea­dor. De Yo­ko­ha­ma a San­tia­go. Otra vez Chi­le, otra vez la Ca­tó­li­ca. Con­so­li­da­do eco­nó­mi­ca­men­te, Acos­ta si­guió su mar­cha triun­fal. A fuer­za de go­les co­mo en ca­da lu­gar don­de le to­có vi­vir. Otro hi­jo, la pri­me­ra ne­na, Ma­ría del Sol. La fa­mi­lia uni­da co­mo él siem­pre qui­so. Bue­na tem­po­ra­da, un 97 que sig­ni­fi­ca­ba en la Ca­tó­li­ca un re­co­no­ci­mien­to a su ca­rre­ra y pre­pa­rarse pa­ra otro de­sem­bar­co en el Ci­clón de Mie­le.

“Co­mo ya di­je, ves­tir la ca­mi­se­ta azul­gra­na siem­pre fue un or­gu­llo. Se dio to­do pa­ra vol­ver, y vol­ví. Tal vez no era un buen mo­men­to, ha­bía mu­chos chi­cos en for­ma­ción, pe­ro no me arre­pien­to. Sir­vió pa­ra que la gen­te su­pie­ra que nun­ca ha­bía per­di­do el amor por el club.”

Si­guió en lo su­yo: me­ter go­les, de ca­be­za, de de­re­cha, de zur­da o de pe­nal. El Be­to es si­nó­ni­mo de gol. Y por eso lle­gó el úl­ti­mo via­je lar­go. De Boe­do a Lis­boa. Al Spor­ting, el club de la ca­mi­se­ta al­bi­ver­de, que ha­bía lu­ci­do y pres­ti­gia­do Héc­tor Ya­zal­de, otro de­lan­te­ro de ra­za. Re­fie­re Acos­ta:

“Tal vez esos dos años ha­yan si­do de los me­jo­res en cuan­to a ren­di­mien­to. Por el jue­go y por los go­les, y por­que des­pués de un co­mien­zo no muy fe­liz, me adap­té, y en­tré a me­ter y me­ter. Se ga­nó un tí­tu­lo des­pués de 32 años, y me die­ron el Bo­tín de Pla­ta, uno de los tro­feos que más quie­ro, un tro­feo de mu­cho pres­ti­gio en Eu­ro­pa. Fui pro­ta­go­nis­ta y eso me lle­nó de or­gu­llo. Ade­más, Lis­boa es una ciu­dad muy lin­da, me gus­tó mu­cho es­tar ahí. Co­mo buen au­gu­rio, allí, cuan­do mi es­po­sa es­ta­ba em­ba­ra­za­da de Mi­la­gros, la más chi­qui­ta, sur­gió el fes­te­jo de la ma­no mos­tran­do los cua­tro de­dos. Es por quie­nes in­te­gran mi fa­mi­lia: Ro­sa­na y los tres hi­jos. Pa­ra mí son to­do, y por eso ca­da vez que pue­do ce­le­bro así y sé que a ellos los po­ne muy fe­liz ese ges­to.”

La ul­ti­ma vuel­ta, la fe­li­ci­dad

Bas­ta de va­li­jas. Es­tas las del vue­lo Lis­boa-Bue­nos Ai­res son las úl­ti­mas. La fa­mi­lia ya lo sa­be. Ha­brá otros via­jes de pla­cer, se­gu­ro. Pe­ro el al­mana­que iba mar­can­do, ine­xo­ra­ble­men­te, la despedida. Cla­ro que no sería así no­más. San Lo­ren­zo lo es­ta­ba es­pe­ran­do otra vez con los bra­zos abier­tos, y él, ade­más, te­nía la co­ra­zo­na­da de que en ese cuar­to ate­rri­za­je se daría el gus­to de una vuel­ta olím­pi­ca.

Imagen El último clásico. Ante Boca, el Beto luchó, pero no pudo convertir. Lo marcaron a muerte.
El último clásico. Ante Boca, el Beto luchó, pero no pudo convertir. Lo marcaron a muerte.

“Lle­gué, creo, en el me­jor mo­men­to del club. Tu­ve a un téc­ni­co al que con­si­de­ro el me­jor de to­dos, co­mo Ma­nuel Pe­lle­gri­ni, y la gran sa­tis­fac­ción de ha­ber lo­gra­do dos tí­tu­los in­ter­na­cio­na­les en un club con tan­ta his­to­ria y que, sin em­bar­go, no ha­bía ga­na­do nin­gu­na co­pa. Tal vez la asig­na­tu­ra pen­dien­te ha­ya si­do no po­der ga­nar la Li­ber­ta­do­res, pe­ro esas dos vuel­tas olím­pi­cas pa­ra mí fue­ron un gran or­gu­llo y de alguna manera un cierre ideal para mi carrera deportiva. Insisto: yo creo que me tocó disfrutar el mejor momento en San Lorenzo.”

Con los bo­ti­nes en la ma­no

Tiem­po de des­pe­di­da. Tiem­po de dis­fru­tar del ho­me­na­je de San Lo­ren­zo, el 19 de di­ciem­bre, al que se su­ma­rá to­do el fút­bol. El Be­to quie­re dis­fru­tar del adiós a su modo. Por eso, en el final, re­fle­xio­na:

Imagen Sala de trofeos. En su casa de Pilar, Acosta conserva los premios que lo llenan de orgullo.
Sala de trofeos. En su casa de Pilar, Acosta conserva los premios que lo llenan de orgullo.

“Oja­lá ven­ga Ma­ra­do­na por­que, más allá de ser un ído­lo, el más gran­de, es­tá mi ca­ri­ño y mi ad­mi­ra­ción. El siem­pre ha­bló bien de mí, tu­vo pa­la­bras muy ge­ne­ro­sas que nun­ca ol­vi­da­ré. Tam­bién es­tán in­vi­ta­dos Alon­so y Fran­ces­co­li, dos mons­truos. Quie­ro que sea una fies­ta del fút­bol.”

“Mi de­seo in­cum­pli­do fue jugar un Mun­dial. Pu­de es­tar en el 94, en Es­ta­dos Uni­dos, pe­ro nun­ca le re­pro­ché na­da a Ba­si­le, por­que él me lle­vó a la Se­lec­ción y gané una Copa América, pe­ro hu­bie­ra si­do lin­do estar en un Mun­dial.”

“No le guar­do ren­cor a na­die, ni si­quie­ra a los ár­bi­tros con quie­nes me pe­leé muy se­gui­do, so­bre to­do con Ba­va, Bis­cay, Cres­pi o Lous­tau. En es­ta última etapa ma­du­ré, estoy más calmado.”

”De la gen­te de San Lo­ren­zo me lle­vo lo me­jor. To­do su ca­ri­ño, su pa­cien­cia y su com­pren­sión. Ca­da gol que hi­ce fue un ho­me­na­je pa­ra ellos.”

Se des­pi­de, el Be­to Acos­ta. Se va un gran­de. Un go­lea­dor que no so­ña­ba con lle­gar tan le­jos, pe­ro que llegó so­bre la ba­se del es­fuer­zo, del co­ra­je y de la fe. Su tra­yec­to­ria bien va­le es­te tri­bu­to. Que se­gu­ra­men­te es el del fút­bol to­do.

Una monada de gol

 

Imagen Emboquillada perfecta del Beto que dejó parado al Mono.
Emboquillada perfecta del Beto que dejó parado al Mono.
Con la camiseta azulgrana, si tuviera que ponerle marco a mis goles, primero está el que le hice a Navarro Montoya en la cancha de Huracán, durante la primera epoca en San Lorenzo. La pelota me llegó justa y, por más que Cuciuffo quiso cerrarme, amagué y le pegué con violencia por arriba, dejando al Mono a mitad de camino. Le ganamos a Boca por 4-0, y ése fue un broche de oro. El otro es el que le convertí a Costanzo: la piqué bien y la pelota entró justa. Siempre le marqué goles a River, pero éste fue muy lindo y también muy importante para seguir arriba.

Dos alegres compadres

Una relación que na­ció den­tro de la can­cha y se pro­lon­gó fuer­te­men­te fue­ra de ella. Pa­ra Acos­ta, Nés­tor Go­ro­si­to es el gran com­pa­ñe­ro, el que me­jor lo in­ter­pre­tó a tra­vés de mu­chos años de com­par­tir equi­pos co­mo San Lo­ren­zo, Uni­ver­si­dad Ca­tó­li­ca y Yo­ko­ha­ma Ma­ri­nos. “Pi­po te­nía un guan­te en el bo­tín y por eso le po­día pe­gar co­mo le pe­ga­ba. Ape­nas él aga­rra­ba la pe­lo­ta, yo co­rría sa­bien­do que me iba a dar un pa­se jus­to pa­ra que me fue­ra ha­cia el gol. Por suer­te, ade­más, nos hi­ci­mos ami­gos y con­ser­va­mos la amis­tad más allá de que él es el director téc­ni­co, y yo, el ju­ga­dor.

Lo presionó su anuncio

El DT de San Lorenzo cree que Acosta podía seguir jugando un tiempo más, pero que respetó el plazo que se fijó. 

 

Imagen Gorosito y Acosta en San Lorenzo.
Gorosito y Acosta en San Lorenzo.
 

“Pa­ra mi es una lás­ti­ma que el Be­to se re­ti­re, por­que creo que su físico está pre­pa­ra­do co­mo pa­ra se­guir ju­gan­do. Se lo ve en­te­ro, sin le­sio­nes gra­ves, por eso di­go que su ca­rre­ra po­dría ex­ten­der­se tran­qui­la­men­te, tal vez un año o dos.”

“Me pa­re­ce que a él lo pre­sio­nó mu­cho el pla­zo que él mis­mo se pu­so pa­ra de­jar de ju­gar. Al po­ner una fe­cha pa­ra re­ti­rar­se que­dó con­di­cio­na­do. Pe­ro, bue­no, es su de­ci­sión y hay que aceptarla. La ten­go que res­pe­tar mu­cho más co­mo ami­go que co­mo di­rec­tor téc­ni­co. Pa­ra mí, se va un ju­ga­dor fan­tás­ti­co.”

“La me­jor vir­tud del Be­to fue te­ner un con­trol orien­ta­do de la pe­lo­ta, la de­fen­sa de su po­si­ción, la gua­pe­za pa­ra pe­lear, por ahí so­lo con­tra el mun­do, y su efi­ca­cia pa­ra pe­gar­le con las dos pier­nas en po­si­cio­nes de gol. En mu­chas si­tua­cio­nes com­pro­me­ti­das sa­bía en­con­trar el hue­co jus­to pa­ra com­pli­car a los de­fen­so­res y tam­bién a los ar­que­ros.”

“Me en­ten­dí muy bien con él siem­pre. Yo sa­bía adon­de él iba a re­ci­bir me­jor la pe­lo­ta, y él se ubi­ca­ba en el lu­gar jus­to pa­ra sa­car el me­jor par­ti­do de mi asis­ten­cia.”

“Yo tu­ve otros gran­des com­pa­ñe­ros pa­ra for­mar so­cie­da­des, co­mo el Pam­pa Biag­gio, Ca­nig­gia, Al­za­men­di en el fút­bol ar­gen­ti­no y tam­bién lo hice con Ba­rre­ra, un gran ju­ga­dor de la Ca­tó­li­ca de Chi­le. Pe­ro lo que pa­só con el Be­to es que, ade­más de lle­var­nos fe­nó­me­no den­tro de la can­cha, cons­trui­mos una amis­tad fue­ra de ella.”

“Por eso más allá de que la­men­to su re­ti­ro y que pien­so que pu­do ha­ber si­do ju­gan­do, me da pla­cer que él se sien­ta bien y sa­ber que va­mos a se­guir sien­do ami­gos.”

“Te­ne­mos mu­chos gra­tos re­cuer­dos, por­que com­par­ti­mos muy bue­nos mo­men­tos, tan­to acá co­mo en los paí­ses en los que nos to­có ju­gar y vi­vir, en es­pe­cial en Ja­pón, don­de sue­le ser más di­fí­cil acos­tum­brar­se por ser una cul­tu­ra di­fe­ren­te.”

“Pa­ra mí fue un pla­cer ha­ber­lo di­ri­gi­do en es­ta úl­ti­ma eta­pa de su ca­rre­ra, por­que en to­do mo­men­to hu­bo un gran res­pe­to por las obli­ga­cio­nes de ca­da uno.”

“Se me­re­ce el par­ti­do ho­me­na­je, por­que dio to­do por San Lo­ren­zo, ese día hay que aplau­dir a ra­biar por­que de­ja el fút­bol un pro­fe­sio­nal con to­das las le­tras”.

Por Néstor Gorosito.

 

Por Carlos Poggi (2003).

Foto: Alejandro Del Bosco y Archivo El Gráfico.