Las Entrevistas de El Gráfico

Confieso que he aprendido: Francisco Varallo

En 2007, el legendario goleador de Boca brinda definiciones concretas, habla de la importancia del vínculo entre el 9 y el 10 en un equipo, de lo fundamental que es entrenar y diferencia al fútbol de antes con el moderno.

Por Redacción EG ·

13 de marzo de 2020

“El nue­ve de­be ser egoís­ta. En la Co­pa Lip­ton de 1934 le íba­mos ga­nan­do a Uru­guay con gol mío. De la emo­ción, me des­ma­yé en el fes­te­jo. Ya veía los tí­tu­los: 'Va­ra­llo le dio el tí­tu­lo a Ar­gen­ti­na'. Fal­tan­do po­co, Zi­to, que me reem­pla­zó, erró un gol in­creí­ble. Yo me aga­rra­ba la ca­be­za en el ban­co, pe­ro de con­ten­to. Que­ría que ga­ná­ra­mos so­la­men­te con el gol mío.”

Imagen Justo frente al fotógrafo del El Gráfico Francisco Varallo, goleador histórico y leyenda de Boca, está a punto de sacar uno de sus cañonazos frente a Oscar Tarrio y Lorenzo Gilli de San Lorenzo.
Justo frente al fotógrafo del El Gráfico Francisco Varallo, goleador histórico y leyenda de Boca, está a punto de sacar uno de sus cañonazos frente a Oscar Tarrio y Lorenzo Gilli de San Lorenzo.

“Es fun­da­men­tal que el téc­ni­co ten­ga gran po­der de con­ven­ci­mien­to so­bre el ju­ga­dor. En Bo­ca me di­ri­gió Ma­rio For­tu­na­to, que era un fe­nó­me­no. Yo le creía to­do. Una vez le pe­dí no ju­gar por­que me mo­les­ta­ba la ro­di­lla. “Son los me­nis­cos”, le ase­gu­ré, mor­ti­fi­ca­do. For­tu­na­to me pre­gun­tó qué ro­di­lla me do­lía. “La de­re­cha”, le res­pon­dí. “No te ha­gas pro­ble­ma, Pan­chi­to, que los me­nis­cos es­tán en la iz­quier­da”, me di­jo. Y yo le creí y ju­gué co­mo los dio­ses.”

 

“En Bo­ca, go­les son amo­res. Yo lo sé bien, por­que me han que­ri­do mu­cho. A ve­ces me pu­tea­ban du­ran­te 88 mi­nu­tos, pe­ro la me­tía en los úl­ti­mos 2 y me sa­ca­ban en an­das.”

 

“Pa­ra triun­far en el fút­bol hay que ser pí­ca­ro. Yo era fa­mo­so por “la ren­que­ra del pe­rro”. Se me da­ba por ha­cer­me el ren­go, co­sa de que los de­fen­so­res me des­cui­da­ran un po­co. Cuan­do me me­tían el pa­se, sa­lía co­rrien­do co­mo si na­da y ya no me po­dían al­can­zar.”

 

“El nue­ve y el diez de­ben ser un ma­tri­mo­nio, ne­ce­si­tan afi­ni­dad. Lo di­go sin fal­sa mo­des­tia: yo no hu­bie­ra si­do lo que fui sin Che­rro. De mis 181 go­les en Bo­ca, 150 se los de­bo a él. Me co­no­cía co­mo si fue­ra mi ma­dre. Sa­bía me­ter­me la pe­lo­ta en­tre los backs, pa­ra que yo que­da­ra bien per­fi­la­do y le die­ra al ar­co con to­do. Con Baz­te­rri­ca –una gran per­so­na–, me pa­sa­ba lo con­tra­rio por­que gam­be­tea­ba de­ma­sia­do y me la pa­sa­ba cuan­do ya es­ta­ba en off­si­de. El error era su­yo, pe­ro la gen­te me pu­tea­ba a mí.”

 

Imagen Varallo y Cherro en Boca.
Varallo y Cherro en Boca.
 

“En el fút­bol se in­vir­tie­ron los va­lo­res. An­tes pen­sá­ba­mos na­da más que en el gol, aho­ra me­ten uno y el téc­ni­co los man­da en­se­gui­da pa­ra atrás. An­tes los equi­pos se for­ma­ban con nue­ve ju­ga­do­res bue­nos y dos que acom­pa­ña­ban, aho­ra es al re­vés.”

 

“Pa­ra ju­gar va­le mu­cho el ta­len­to, pe­ro tam­bién el tra­ba­jo. Mien­tras mis com­pa­ñe­ros de Gim­na­sia en­tre­na­ban so­la­men­te los jue­ves, yo lo ha­cía to­dos los días. En Bo­ca se prac­ti­ca­ba tres ve­ces por se­ma­na, pe­ro yo que­ría se­guir, el téc­ni­co te­nía que echar­me pa­ra que me fue­ra a ca­sa.”

 

“A los ju­ga­do­res de aho­ra ha­bría que de­cir­les que no ten­gan mie­do de pa­tear al ar­co. Pa­ra mí, no se ani­man. Qué im­por­ta ti­rar­la diez ve­ces a las nu­bes si una se me­te en el ar­co… Yo me sor­pren­día con mis pro­pios ti­ros. 'Qué bár­ba­ro, Pan­chi­to, la pu­sis­te en el án­gu­lo', me fe­li­ci­ta­ban, y me ha­bía sa­li­do de ca­sua­li­dad…”

Imagen Pancho jugó en Boca desde 1931 hasta 1939. Convirtió 194 goles.
Pancho jugó en Boca desde 1931 hasta 1939. Convirtió 194 goles.

“El fút­bol de aho­ra es más di­fí­cil que el mío. El que ar­ma­ba jue­go re­ci­bía tran­qui­lo y le da­ba la pe­lo­ta al nue­ve, al que tam­po­co mar­ca­ban de cer­ca. Los pi­bes de hoy no pue­den ni res­pi­rar. Pre­sio­nan co­mo lo­cos.”

 

“El ju­ga­dor de­be ser vi­vo pa­ra apro­ve­char sus vir­tu­des. Yo pa­tea­ba fuer­te, pe­ro era chi­qui­to pa­ra ser nue­ve. En­ton­ces no te­nía sen­ti­do que fue­ra a ca­be­cear en los cór­ners. Pre­fe­ría que­dar­me afue­ra del área pa­ra aga­rrar el re­bo­te. Hi­ce 181 go­les, aun­que muy po­cos de ca­be­za. Si me­tí cin­co, es mu­cho…”

Imagen Tapa de El Gráfico del número 553, Varallo y Morgada en Gimnasia.
Tapa de El Gráfico del número 553, Varallo y Morgada en Gimnasia.

“La me­jor in­ver­sión son los la­dri­llos. Es­tán a sal­vo de cual­quier de­va­lua­ción. Cuan­do pa­sé de Gim­na­sia a Bo­ca, el con­tra­to lo fir­mó mi pa­dre por­que yo era me­nor. Con los 8000 pe­sos que me die­ron pu­de cons­truir­me la ca­sa don­de vi­ví gran par­te de mi vi­da. De suel­do me da­ban 800 pe­sos. Gas­ta­ba 100 y los 700 res­tan­tes se los da­ba a mi pa­dre pa­ra que me los guar­da­ra. Gra­cias a eso pu­de vi­vir dig­na­men­te des­pués del re­ti­ro.”

 

 

Por Elías Perugino (2007).