2008. Pases de magia
D´Alessandro volvió al fútbol argentino con el talento intacto y un plus de experiencia. Se ilusionaba con dejar huella en San Lorenzo. Admira a Bielsa, respeta a Ramón y le pega duro a Pekerman: “No me fue de frente“.
Ramón Díaz tomó a Rafael Savino del hombro y lo invitó a caminar con la parsimonia de dos amigos. A cada paso, la charla iba cobrando intimidad, hasta que el Pelado soltó la frase que le interesaba inocular.
-Presi, hay que ponerla toda para traer a D'Alessandro...
Puesto a diseñar la versión 2008 de San Lorenzo, la visión infrarroja de Ramón reverdeció las acciones potenciales de una figura que navegaba en el segundo plano del olvido mediático, pero que de ninguna manera había devaluado su jerarquía. Mientras la mayoría del ambiente trazaba un diagnóstico desalentador en base a algún dato concreto –por ejemplo, que D'Alessandro solo había jugado 266 minutos en el semestre pasado–, el Pelado, fiel a su perfil jugadorista, ejercitaba la memoria e iniciaba su campaña proselitista para que le trajeran lo que, lisa y llanamente, podría definirse como un crack.
Más que vidriera, Wolfsburgo, Portsmouth y Zaragoza fueron un biombo para la vista del aficionado argentino. Pero Ramón tenía claro por quién pedía que la pusieran “toda”.
Orfebre del recurso técnico que Chacho Coudet bautizó como “La Boba”, este D'Alessandro era el mismo D'Alessandro que una vez hizo poner de acuerdo al agua y al aceite: “Es el mejor jugador de la Argentina”, dijeron al unísono… ¡Maradona y Pelé! Era el D'Alessandro que Marcelo Bielsa eligió como sparring de la Selección en 1999, antes de que debutara en la primera de River, y al que luego le confió el rol de conductor para su segundo ciclo en la Mayor. El destinatario de un piropo de Gabriel Rodríguez –“Tiene el 10 de River tatuado en la espalda”–, cuando lo descubrió en el baby de Estrella de Maldonado y lo reclutó para la banda. El nene que, a los 10 años, escuchaba extasiado los consejos sabios de don Adolfo Pedernera. El chico que fue revelación y Balón de Plata en el Mundial Sub 20 de Argentina 2001. Uno de los héroes que se colgó la primera medalla dorada olímpica del fútbol argentino en Atenas 04. Aquel pibe que se probó durante diez días en el West Ham, en febrero de 2001, y que detonó el lamento del técnico Harry Redknapp: “No entiendo cómo un equipo inglés se priva de comprar al nuevo Maradona por no gastar cinco millones de dólares”. El talento deslumbrante que motivó una campaña de los hinchas de la Juventus, comprometidos a depositar 18 dólares cada uno para juntar el dinero suficiente para adquirir su pase, que luego se frustró. Una de las figuras en el partido de megaestrellas por el centenario de Real Madrid. El muchacho al que Enzo Francescoli le dijo: “Me hubiera gustado jugar con vos”.
Una, dos, tres veces se lo dijo Ramón en aquella caminata: “Presi, hay que ponerla toda para traer a D'Alessandro”. Y el presi le cumplió.
-¿Eso te genera una responsabilidad mayor?
-No, lo tomo con naturalidad. Seguro que le dijo lo mismo cuando pidió a Bergessio y a Placente. No es fácil traer jugadores de afuera, y San Lorenzo lo hizo. Se jugó entero.
-¿Qué te dijo Ramón para convencerte?
-Lo más importante fue mi decisión. Quería volver un tiempo a la Argentina y retomar el gustito por el fútbol. En Zaragoza no jugaba todo lo que deseaba y justo apareció San Lorenzo. Me sedujo la idea de sumarme a un gran equipo. Y la presencia de Ramón fue un plus. Es un técnico que me valora y al que respeto mucho. No necesitó decirme nada especial. Las piezas del rompecabezas se juntaron solas.
-¿Cómo fue eso?
-Gustavo Mascardi, mi representante, me había acercado ofertas de varios países, pero mi mujer está embarazada (pronto llegará Santino D'Alessandro) y quería que mi hijo naciera en la Argentina. A eso se sumó la posibilidad de jugar con continuidad, el proyecto de San Lorenzo, la aparición de Ramón, la buena sintonía con el grupo empresario de Marcelo Tinelli y Gustavo Rannucci… Me cerraba desde todo punto de vista y no me equivoqué. Hoy mi señora está tranquila y yo soy feliz en San Lorenzo.
-¿Los dirigentes de River hicieron un esfuerzo real para traerte o fue una puesta en escena para dejar conformes a los hinchas?
-El esfuerzo lo hizo San Lorenzo y el grupo empresario. Rafa Savino se movió y viajó por todos lados. Me cayó muy bien que se haya preocupado tanto por alguien que, en definitiva, no era del riñón del club. Ese interés me hizo sentir cómodo desde el primer minuto.
Ese instante bautismal fue al mediodía del 7 de febrero. Ochocientos hinchas asistieron a su presentación en el Nuevo Gasómetro, bajo el slogan “D'Alesanlo”, ingeniosa fusión de su apellido con el grito de guerra azulgrana. Desde entonces, el vértigo y las sensaciones extremas condimentaron cuatro meses que parecieron un año. Por el arranque decepcionante del equipo y por la remontada espectacular. Por la ilusión del debut y por la lesión impiadosa en el Monumental. Por la angustia de la rehabilitación y por el regreso a puro fútbol.
“El grupo siempre mantuvo la tranquilidad. No se daban los resultados, pero el juego estaba. Las dudas no fueron nuestras, sino del entorno. Se había reforzado la base del equipo campeón, había una expectativa enorme y la desilusión era entendible. Pero los partidos nos fueron dando la razón y nos pusimos en carrera. En lo personal sentí un poco el cambio, algo lógico cuando venís de Europa sin pretemporada. Allá no se hace nada para las fiestas, se para el torneo y chau; entonces arranqué un poco más abajo en lo físico. Encima me lesioné y se me hizo cuesta arriba”, dice el hombre de los ocho tatuajes, los pelos barnizados en gel y la ropa casual Adidas. La lesión no fue una “nana” cualquiera, sino un desgarro en el amanecer del clásico con River, la tarde en que jugaba con una lupa kilométrica sobre su cabeza. “Si había un partido en que quería romperme el alma para ganar, era ese, pero justo me vengo a lesionar a los diez minutos… A la gente de San Lorenzo la entendí perfectamente. Si hubiera estado en la popular, también habría pensado: 'Este se borró'. Después se comprobó el desgarro y quedó todo bien”.
Métodos científicos y rebusques esotéricos se articularon para la recuperación. El doctor Rafael Giulietti le trató el isquiotibial derecho, con una novedosa técnica invasiva: ”Le extrajimos sangre, la preparamos en forma de plaqueta de crecimiento y se la volvimos a inyectar”. A la vez, una fanática sexagenaria, Rosa Libonato, le tiró agua bendita en la zona de la lesión y le regaló un frasco de ese líquido celestial. Por una cosa, por otra o por las dos, se curó, volvió y la rompió. “Me puse a tono –dice el zurdo que calza 39- y fui de menor a mayor, como me gusta a mí, como fue toda mi carrera”.
-Eso suena extraño. Acá tenemos la sensación de que en Europa te diluiste y que volvés para recuperar el terreno perdido.
-Yo no lo veo así. Quizás me perdieron el rastro, porque las noticias de clubes chicos y medianos -como son los clubes donde jugué- no llegan tanto como las de un grande. En ningún momento sentí que me desvalorizaba futbolísticamente. Al contrario, fui dando pasos que me hicieron crecer como jugador. Traté de evitar el conformismo y creo que lo logré.
-A ver, repasemos tus etapas: Wolfsburgo.
-Llegué al fútbol alemán cuando pocos pensaban que podía rendir allí. Hicimos la mejor campaña del club. Estuvimos 17 fechas primeros con Erik Gerets de técnico, pero el plantel no era tan numeroso como para pelear al mismo tiempo el torneo y la Intertoto, donde llegamos a semifinales. Para mí hubiera sido muy fácil quedarme haciendo la plancha en Wolfsburgo. Fui el pase más caro de la historia del club, la gente me amaba y me daban todo. Pasé dos años y medio muy lindos, pero decidí irme en busca de un desafío futbolístico que me motivara más.
-Y apareció el Portsmouth.
-Un desafío tremendo, con muchísima angustia y presión. Fui por seis meses, a encarar una situación incomodísima. Cuando llegué estábamos anteúltimos y a once puntos de la salvación del descenso. Encima nos faltaba jugar con Chelsea, Arsenal, Liverpool…
-¿No fue una locura subirte a ese barco?
-No. Significaba jugar en la Premier League, un privilegio que no me quita nadie. Y también fui porque el técnico me hizo un guiño: “Vení que vas a jugar, te necesito en el equipo“. Me puso todas las fichas. Nadie creía en nosotros, pero metimos varios triunfos de visitante y llegamos a la última fecha con la posibilidad de salvarnos si le ganábamos al Wigan en Manchester. Viajaron 8.000 hinchas para alentarnos, ganamos 2-1 y zafamos. Fue un momento inolvidable, hermoso. Sentí algo parecido a cuando fui campeón con River o con la Selección. En Portsmouth también dejé una buena imagen, la gente me recuerda con cariño.
-En Zaragoza te costó más.
-No todo fue color de rosa, pero dentro del año y medio que estuve, el primero resultó espectacular. Jugar en la Liga Española fue un sueño cumplido. La veía por la tele de chiquito y siempre quise estar. Es un fútbol muy lindo y competitivo, tiene a los mejores jugadores del mundo. Llegué a préstamo -que es lo mismo que decir a prueba- y el dueño del equipo, Agapito Iglesias, me compró el pase a fin de temporada; eso algo quiere decir. El primer año entramos a la Copa UEFA, le ganamos al Real y al Barcelona, jugué 36 de los 38 partidos, crecí futbolísticamente ocupando otras posiciones del mediocampo, no me encasillé como enganche, así que todo bien…
-¿Y por qué se produjo la caída tuya y del equipo en el segundo año?
-Cuando hacés algo que funciona, es muy difícil y poco aconsejable modificarlo. Si un sistema te llevó a la UEFA, hay que sostenerlo y mejorarlo, pero no cambiarlo. Víctor Fernández, el técnico, cambió la idea. Quiso jugar con un solo enganche y nosotros veníamos acostumbrados a jugar con cuatro en el medio, aunque dos éramos Pablito Aimar y yo, que generábamos juego. Quiso cambiar de golpe y lo sufrí yo, porque tuvo que sacar a uno y me tocó a mí. No me creo intocable, no soy ni el mejor ni el peor, pero había hecho los méritos para estar entre los once que arrancaban el segundo año. No quería que me regalaran nada, me lo había ganado. Esa salida me shockeó, perdí minutos de juego y la relación con el técnico fue decayendo. Ahí se me cruzó la idea de cambiar de aire y volver a la Argentina.
-¿En cuánto influyó la pelea con Aimar?
-En nada. Fue una discusión que terminó a los dos minutos, como podés discutir vos con un compañero de laburo o como las agarradas que tengo con mis amigos, que siguen siendo mis amigos porque el sentimiento no cambia. Los que dicen a todo que sí, tienen algo de falsedad. Con Pablito discutimos porque somos tipos de carácter, nada más. Con él está todo más que bien, nos hablamos seguido, es amigo.
Amigo, pero amigo-amigo, es el Conejito Saviola. Siempre compartieron todo: vacaciones familiares, ilusiones infantiles, ansiedades adolescentes y sueños de campeón. Crecieron juntos y se volvieron carne y uña en las inferiores de River, cuando se comían el banco porque eran pulguitas en comparación con sus compañeros. “Son muy chiquitos, tienen que crecer, nos decían. El único que se animó a ponerme fue Gordillo, en Quinta. Los otros no se jugaban. Al Tapón siempre le estaré agradecido, igual que a Eduardo Abrahamian, que me supo llevar en infantiles, y al viejo José Curti, que se pasaba el día en River y nos cuidaba a todos los pibes”, reflota Andrés. A la distancia, D'Alessandro palpita el curioso peregrinar de Saviola, que deambula de club en club con actuaciones aceptables, pero sin afirmarse en ninguno. “Javier rindió en todos lados, eso está claro. Siempre le digo que tenemos edad para jugar. Cuando le apareció la posibilidad del Real Madrid se cerró un poco. Venía de tiempos difíciles en el Barcelona, no evaluó otras ofertas y lo tomó como una revancha. Intimamente, se dijo “Ahora voy al Madrid y la rompo“. Pero el Real es un club difícil para jugar, hay unos monstruos bárbaros y cuesta hacerse un lugar, así seas una figura. A mí me hubiera gustado verlo con nosotros en el Zaragoza, se lo dije en su momento y hasta Pablo lo habló con él. Pero el Real lo volvió loco en el buen sentido. Me gustaría que jugara más, es un fenómeno”, remarca sobre el Pibito, su socio estelar en el Mundial Sub 20 del 2001.
-¿Ese torneo cambió tu vida?
-Sí. El Mundial Sub 20 y Marcelo Bielsa, que me llevó de sparring de la Mayor antes de que me designaran en el Juvenil. Eso me ayudó una barbaridad. Imaginate: jugaba en inferiores y me entrenaba con la Selección. Ese roce fue fundamental para mi despegue.
-Después de haber sido clave en el Sub 20, ¿te sorprendió que Pekerman te diera pocas posibilidades en la Mayor?
-Me sorprendió que Pekerman no me fuera de frente, no que me diera pocas oportunidades; porque los técnicos tienen sus gustos y sus jugadores, algo que no sé si comparto, pero acepto. Siento que me llamó en algunos partidos porque venía jugando siempre con Bielsa y no le quedaba otra. Me convocó como para poder decir “Lo llamé”, pero después me bajó la caña sin explicarme nada.
-Si te decía que optaba por otro, te la bancabas.
-Sí, que me dijera: “No te voy a tener en cuenta”.
-Solo eso.
-Nada menos que eso. ¿Por qué Bielsa es tan diferente?
-Ni idea, decilo vos.
-Porque va de frente, porque habla siempre con el jugador. Si no vas a jugar, te llama y te lo explica. Conmigo lo hizo varias veces. Hubo partidos de Eliminatorias en los que no jugué, pero igual estaba contento porque el tipo me valoraba. Tal vez no encajaba en algún partido porque él tenía pensada una táctica en base a un jugador de otra característica. Pero venía y hablaba. Si había algo para comunicar, nosotros sabíamos que Marcelo nos encaraba. Fijate que es unánime: los jugadores que dirigió hablan bien de él. A mí me molestó que Pekerman no me fuera de frente. Y soy consciente de que, si no se lesionaba Livio Prieto a último momento, el Mundial Sub 20 tampoco lo jugaba, y mi historia no sería la que es. Me ayudó la suerte y el destino. Si no, Pekerman también me dejaba afuera de ese Mundial.
-Cualquiera diría que D'Alessandro era un jugador de Pekerman, pero nada que ver…
-No me considero un jugador de Pekerman. Si tengo que hablar de Selección, digo Bielsa. Siempre a título personal, porque no se puede cuestionar nada de lo que hizo José con los Juveniles. Todo lo ganó bien y no soy quién para juzgarlo. Pero a nivel personal nombro a Bielsa. Te repito: en el Sub 20 quedaba afuera y en la Mayor, después de tanto jugar con Marcelo, no me dio la oportunidad de defender mi lugar.
-¿Tuviste alguna esperanza de estar en Alemania 2006?
-Nooo… Las perdí bastante antes de la convocatoria final. Mi último partido en la Selección fue en Budapest, contra Hungría, el día que debutó Messi y ganamos uno a cero. Antes del partido, me agarraron José y Hugo (Tocalli) y me dijeron que había muchos jugadores, que tenía una chance, que las oportunidades no sobraban… Una charla que el jugador ya sabe por dónde viene. Jugué muy bien y volvieron a hablarme después del partido: “Nos gustó cómo jugaste, podés ser útil por derecha, por izquierda o como enganche…”. Me puse contento, pensé que tenía posibilidades, pero nunca más me llamaron, nunca más me hablaron; nunca más, nada.
-¿Fue duro ver el Mundial de afuera?
-Durísimo. Es la asignatura pendiente de mi carrera. Podría haber estado, aunque fuera como integrante del plantel, lo cual es un orgullo para un país como el nuestro, al que le sobran jugadores. Ser parte no es lo mismo que mirarlo de afuera.
-¿Con Basile te sentís en carrera?
-Estoy trabajando para eso y las condiciones están: Basile mira a los muchachos del fútbol local y le gusta jugar con enganche, tengo continuidad en un club importante, estoy en una buena edad, 26 años… Ojalá se me dé.
Cinco años despuEs de emigrar, D'Alessandro no encontró una Argentina muy diferente a la que dejó. “No siento ninguna mejoría. Me pone muy mal la inseguridad y que mucha gente no tenga para comer. No necesito verlo por televisión, lo palpo todos los días con mis amigos, que la reman como locos y no pueden crecer económicamente“, dice Andrés, que añora aquel chico que fue.
“Extraño jugar a la pelota en la calle. Hoy los chicos no pueden hacerlo por la inseguridad. En el futuro me gustaría encarar algún proyecto para ellos. Alguna vez tuve una escuelita de fútbol y me encantó. Fue un volver a vivir. Salí de un club de barrio y tengo un gran cariño por la gente que me formó, sé lo lindo que es disfrutar de un lugar para jugar libremente con los amigos. Tuve esa oportunidad, pese a que mis viejos eran laburantes comunes y corrientes. No nací en una cuna de oro, trabajé como cualquiera”, dice el Cabezón, ágil repartidor de pizzas en dos locales de La Paternal durante su época de estudiante secundario y jugador de inferiores. “Ligaba buenas propinas porque la gente me conocía del barrio”, sonríe con frescura el esposo de Erika y papá de Martina, el tipo que se desvela esperando la llegada de Santino y define a la paternidad como “una responsabilidad“ y, a la vez, “lo más lindo del mundo”.
-¿Qué sueño te queda por cumplir?
-Futbolístico, jugar un Mundial de mayores. Y en la vida, nada. Pude darles bienestar a mis viejos, estoy formando mi propia familia y hago lo que me gusta. Mi papá quería que fuera jugador, pero yo también quería. Hoy se instaló la locura de jugar para salvar a la familia; aunque si el pibe no nace con el gustito por el fútbol, no hay presión familiar que valga. Mi viejo quería que fuera futbolista, pero yo nací con el don.
-¿Y si tu hijo nace con el don?
-Me voy a sentir feliz, pero lo importante es que sea lo que él quiera ser.
Enganchate
¿Argentina es el último refugio de los enganches? Responde D’Alessandro: “Puede ser. Es difícil encontrar un equipo con enganche definido en Europa. Lo hizo Villarreal con Riquelme, pero ya no; pese a que Pellegrini tiene enganches en el plantel. Usan volantes armadores, aunque no como un diez. Aimar y yo, yendo por derecha e izquierda, lo hicimos en Zaragoza. En Europa jamás me crucé con un técnico que quisiera limitarme la creatividad. Ni en el Portsmouth, que tenía la soga al cuello. En Wolfsburgo fue donde más me respetaron la posición. Tuve cuatro técnicos y todos me usaron de enganche”.
Por Elías Perugino (2008).
Fotos: Jorge Dominelli y Archivo El Gráfico.