¡Habla memoria!

Eduardo Galeano: "El fútbol es el espejo del mundo"

Periodista, intelectual, provocador... Una nota de antología concedida a El Gráfico en 1995.

Por Redacción EG ·

13 de abril de 2023

No es la primera vez que Eduardo Galeano escribe sobre "la única religión que no tiene ateos", el fútbol. Pero nunca antes había volcado esta pasión como tema excluyente. Hasta que un día se decidió y les hizo caso a todos sus amigos, los mismos que le atribuyen un solo defecto: ser hincha de Nacional.

"Y, nadie es perfecto...", contesta Galeano entre risas, sentado en su escritorio del barrio Malvin de Montevideo, sin computadoras ni máquinas de escribir a la vista, porque no las hay. El autor de "Las venas abiertas de América latina", uruguayo para más señas, ganador del premio Casa de las Américas en 1975 y 1978 y del American Book Award por "Memoria del fuego" en 1989, escribe a mano. Y lo que es más extraño: toma apuntes en una microscópica libretita, que lleva incluso a la cancha...

—Voy al fútbol desde que era un bebé. Mi padre me llevaba envuelto en frazadas y ya era hincha de Nacional. Eso me quedó para siempre. Lo que cambió es que hace mucho dejé de ser un hincha digamos fanático, aunque en realidad nunca lo fui: siempre sentía una bochornosa tendencia a aplaudir al enemigo, cuando algún jugador de Peñarol hacía jugadas magistrales como ocurría con Schiaffino, con Abbadie...

 

Imagen Julio César Abbadie.
Julio César Abbadie.
 

Su voz de locutor de radio de décadas pasadas, su forma de hablar pausada, son las armas que elige para empezar a contar esta historia. La que derivó en "El fútbol a sol y sombra", su último libro. Una historia que empieza desde el principio...

 

LOS NACIMIENTOS

—¿Esos son sus primeros recuerdos de fútbol?

—No, tengo recuerdos anteriores pero más borrosos. Los primeros, más que de jugadores, son de estadios, de tribunas y de ganas de hacer pis. Porque ese fue el primer problema que tuve: yo era loco por el fútbol, pero era muy chiquito, me llevaban mi padre o mis tíos, entonces sentía ganas de hacer pis y cuando el estadio estaba muy lleno no me podían llevar hasta el baño. Entonces meaba en la escalera con gravísimas consecuencias para el público presente. Después recuerdo el fervor, el fútbol como fiesta de la gente, que de chico me atrajo mucho. Y alguna gresca... Mi bochornosa tendencia a aplaudir al enemigo no me impedía pelearme por Nacional como lo hice más de una vez. Ahora no lo haría, han pasado los años y me he convertido en un mendigo de buen fútbol: cuando el milagro del buen fútbol ocurre ya no me importa quién me lo ofrezca, ni el cuadro ni el país.

—¿Sigue yendo a la cancha?

—Voy, voy. Trato de ir. Durante la Copa América yo estaba en Estados Unidos dando unos cursos pero alcancé a ir tres veces. También estuve en el último clásico Peñarol - Nacional y creo que el triunfo fue justo. Ahora uno puede decir esas cosas sin sentir que va a ser ahorcado.

—¿Por qué escribió un libro sobre fútbol?

—-Porque el fútbol es el espejo del mundo y en mis libros yo me ocupo de la realidad. La realidad es una señora muy loca, que habla de día y de noche también; en sus horas de vigilia y mientras duerme o se hace la dormida; en las horas del sueño y de la pesadilla. Yo soy un escuchador de sus voces: quiero escuchar lo que ella cuenta para contárselo a los demás. Por eso me interesa la realidad que fue, la que es y la que será. Y el fútbol es una parte fundamental de la realidad, siempre me pareció muy indignante que la historia oficial ignorara esa parte de la memoria colectiva que es el fútbol en países como los nuestros, como el tuyo y como el mío. Los libros de historia del siglo veinte nunca lo mencionan, jamás, no existe; y ha sido fundamental para la gente de carne y hueso. ¿Cómo que no existe?

—¿Cuál es el lugar del fútbol?

—Es un dato de cultura fundamental. En lo personal, he escrito artículos sobre fútbol, siempre fui un apasionado y además quería ser jugador. ¿Quién no quiso ser jugador? Pero yo sólo podía jugar bien mientras dormía, porque de día era un patadura imperdonable y entonces tuve que intentar con la mano lo que jamás pude hacer con los pies.

—¿De qué jugaba?

—De lo que se llamaba entrealaa derecho en aquel tiempo, el ocho. Era pésimo, horroroso. Nunca pude ni siquiera llegar a la sombra de la sombra de la sombra de lo que yo mismo me veía hacer mientras soñaba. De noche era brillante. Yo pensaba: qué cosa extraña, me duermo y soy una estrella como nunca se vio, un mago de la pelota, un poeta del fútbol, y después -de día-, ¿cómo puedo ser tan bestia? Pera nomás, no había manera. Escribí el libro por eso: por un lado es una necesidad de expiación y por otro esa indignación ante el vacío de fútbol en la literatura contemporánea y en los libros de historia.

—En el libro usted habla del Maracanazo, ¿cuál es su recuerdo?

—Yo tenía nueve años, pero " me acuerdo de todo: de la transmisión completa de Carlos Solé por radio, que salimos a festejar y que Montevideo estallaba -nunca había visto la ciudad así, con esa alegría loca y me acuerdo también de que yo era muy católico, muy fervoroso, muy místico y que entonces le hice mil promesas a Dios a partir del gol de Brasil, si nos regalaba la victoria de Uruguay. Se ve que fueron buenas las promesas que hice, porque el milagro ocurrió. Y sin patadas, porque en aquel tiempo no se identificaba la garra charrúa con las patadas: Uruguay cometió la mitad de las faltas que cometió Brasil.

Imagen Juan Schiaffino marca el primer gol Charrúa frente a 200.000 brasileros “…los de afuera son de palo”, les dijo el capitán Obdulio Varela a su equipo antes de empezar el partido.
Juan Schiaffino marca el primer gol Charrúa frente a 200.000 brasileros “…los de afuera son de palo”, les dijo el capitán Obdulio Varela a su equipo antes de empezar el partido.

—Se ve que el tema de las patadas le preocupa...

—Es importante para remarcar: pienso que el sentido del honor en el juego se está recuperando, desde el Maestro Tabárez en adelante. El marcó la frontera, impuso un juego limpio y empezó a cambiar la mala imagen que Uruguay se estaba haciendo. Pero hubo un período del fútbol uruguayo que a mí me parece vergonzoso: el de la divinización y demagogia de la violencia. Todavía estamos metidos en eso porque buena parte de los doctores del fútbol sigue haciendo el elogio de la violencia.

—¿Quiénes son los doctores del fútbol?

—Los especialistas, los ideólogos que aquí a veces cometen ese tipo de barbaridades: identifican la garra charrúa con la deslealtad. Cuando en realidad la idea está en las antípodas: en la dignidad, en el sentido del honor. Hay crímenes con premeditación y alevosía que aquí se llaman todavía juego de piernas fuertes. Creo que afortunadamente el fútbol uruguayo está saliendo de eso, de esa idea de que había que salvarlo a las patadas.

LAS CARAS Y LAS MASCARAS

"¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales" (Eduardo Galeano, "El fútbol a sol y sombra").

—¿Qué les pasa a los intelectuales con el fútbol?

—Algunos intelectuales están abocados al fútbol pero en general la posición predominante es de cierto desprecio. También hay muchos que son fervorosos pero no lo confiesan...

—¿Por qué, queda mal?

—Puede ser eso. Por un lado hay un prejuicio elitista que tuvo su expresión en Jorge Luis Borges, el intelectual que más brillantemente despreció al fútbol, con más inteligencia. Él lo despreciaba porque el fútbol es una pasión de masas y él detestaba las pasiones populares y lo decía. Borges detestaba los espejos y la cópula, porque multiplican a la gente. Y la gente está muy multiplicada en los estadios, entonces para él era una ceremonia bárbara, pagana, la celebración de una práctica demoníaca.

—Borges es un extremo, ¿y el resto de los intelectuales?

—Borges representa el desprecio al fútbol como pasión popular. ¿Cuál es la pasión del pueblo? Una cosa que se hace con los pies, porque el pueblo piensa con los pies. Esa sería la posición de la derecha. La de la izquierda es el rechazo del fútbol como instrumento de alienación, Como opio del pueblo, como diabólica invención del imperio británico para adormecer a los oprimidos del mundo. Entre esas dos posiciones hay muchos intelectuales y escritores que somos apasionados del fútbol.

Desde el fútbol apareció una especie de intelectual: Jorge Valdano. ¿Qué opina de él?

—Me ayudó en el libro. Estuve en Madrid con él, me dio algunos datos que necesitaba. Admiro mucho su trabajo, y ya lo admiraba como jugador. Es uno de los mejores protagonistas del fútbol de hoy, capaz de recibir a los jugadores después de una derrota, creo que contra el Sporting de Gijón, y decirles: "Cuando se juega como ustedes jugaron hay permiso para perder". Eso es muy raro en un director técnico, que hoy es una pieza más del engranaje que ha convertido al fútbol en una especie de maquina ciega organizada para ganar, y donde no sirve el que pierde. Contra esta mecanización, Valdano ha actuado como mucha inteligencia y eficacia. Yo le agradezco lo que en otro plano le agradezco a Maradona: ellos demostraron que la fantasía puede ser eficaz.

—¿Qué le sugiere Passarella, el tema del corte de pelo y la negativa a convocar homosexuales?

—Para mí es inexplicable que Argentina haya terminado quinta en la Copa América. Creo que tenía los mejores jugadores del campeonato, entonces es inexplicable que no haya logrado armar el mejor equipo, tenía la Copa a disposición. Pienso que algo tiene que ver PassareIla con esto.

 

Imagen Passarella conversa con Gabriel Batistuta.
Passarella conversa con Gabriel Batistuta.
 

—¿Usted piensa que influyó negativamente el tema del pelo corto o de la homosexualidad?

—Y, probablemente sí, porque da la impresión de que Passarella no se ocupa de lo que debería ocuparse. El pelo corto o largo no tiene nada que ver con el fútbol. Y esto de la homosexualidad tendría que ser un tema más que superado. Me parece algo así como volver a los tiempos de la santa inquisición.

EL SIGLO DEL VIENTO

—Cuando vivió en Argentina, entre 1973 y 1976, ¿qué relación tuvo con el fútbol, iba a la cancha, se hizo hincha de algún equipo?

—Recuerdo por cierto que fui varias veces a la cancha de San Lorenzo y una vez a la Bombonera. Había muchísima gente, me tocó estar muy adelante y, como tengo vértigo, sentía que me empujaban al fondo del abismo... Los hinchas de Boca me han dicho que tengo que superar ese trauma y volver; me ofrecen todas las garantías, pero me quedó ese mal recuerdo. Siempre pensé que eso de la Bombonera era una metáfora, pero es una realidad: ese estadio es demasiado vertical.

—¿Seguía a algún equipo?

—No, tenía simpatía por los más chicos, como me suele ocurrir. O por los que tenían nombres que me parecían entrañables, como Desamparados de San Juan, uno de los mejores nombres de la historia del fútbol.

-¿Leía EL GRAFICO, lo lee ahora?

-Sí, sí, soy lector desde la infancia, hace mil años que leo EL GRAFICO. Además está ampliamente citado en el libro, hay varias referencias.

—¿Qué recuerda?

—Y, Borocotó, Juvenal, pero no quiero dar nombres para no ser injusto olvidándome de alguien. Siempre fue una revista de enorme peso aquí en Uruguay.

—Le cambio de tema: ¿cómo lo ve a Maradona hoy?

—Con expectativa, con esperanza, con ganas de que le vaya bien. Yo le estoy muy agradecido a Maradona, porque me ha dado algunas de las mejores horas de alegría y de placer que he tenido como espectador de belleza. Es de los pocos protagonistas importantes del fútbol -junto a Vaidano- que han sido capaces de cantarles las cuarenta a los dueños del poder. En ese sentido la figura de Maradona no se me encoje ni un poquito por el hecho de que apoye a Menem o no.

 

Imagen Diego Maradona en el Mundial de Estados Unidos en 1994.
Diego Maradona en el Mundial de Estados Unidos en 1994.
 

—¿Tampoco por las cosas que hace afuera de la cancha?

—Yo nunca hablé con él, pero por lo que veo me da la impresión que el problema más grave lo tiene con un señor que se llama Maradona. Con su personaje, su principal enemigo. Y eso hay que entenderlo, debe ser muy difícil cargar el personaje en la espalda. lmaginate: como Jesús, pero cargando a Jesús. Maradona tiene problemas de columna desde que empezó, creo que es el cuerpo actuando como metáfora. O sea: le cruje la espalda porque carga un personaje que se llama Maradona.

—Entonces...

—A veces hay que entenderlo y eso no quiere decir que hay que justificarle todo: a mí también me revientan algunas cosas de él. Es verdad que es un tipo que habla demasiado, que dice y se desdice, arrogante, caprichoso. Pero hay que entenderlo y estarle agradecido, me parece, por las cosas que nos ha dado. Ojalá tenga cuerda todavía; creo que sí, que puede tenerla, si Mara-dona no se pone en el camino de Maradona...

—¿Fue el mejor que vio?

—El y Pelé, sí. Es un lugar común, espantoso, es como decir que más vale ser joven y sano que viejo y enfermo.

—¿Están en el mismo nivel?

—No, son muy diferentes. Por suerte los vi bastante a los dos: son de juego completamente distinto. Diría que para mi manera de gustar el fútbol, soy un apasionado del modo brasileño, probablemente Pelé me ha gustado más, aunque a Maradona lo veo más completo, contra lo que algunos suponen.

—Eso sí que no es un lugar común...

—No. Yo lo veo más completo en el sentido que Maradona tiene más capacidad para armar el juego de los demás, para jugar el partido en cada lugar de la cancha. Tiene esa facilidad prodigiosa -que tenía también Schiaffino- de estar en la cancha y al mismo tiempo en el lugar más alto de la torre del estadio, viendo el partido. Tiene ojos por todos lados. Pelé fue más bailarín, más plástico.

—De los uruguayos, ¿cuál fue el mejor?

—El que más me gustó fue Julio César Abbadie, pero eso no quiere decir que yo crea que fue el mejor, me consta que no lo fue. Era el que más me gustaba, el que me daba más placer a los ojos. Abbadie era un jugador muy elegante, que se desplazaba a lo largo de la línea de cal sin tocar la pelota y ella lo seguía como un perrito dócil. A veces, cuando estoy buscando palabras que se parezcan a lo que quiero decir, pienso que me gustaría escribir como Abbadie jugaba.

—¿Fue su ídolo?

—No, creo que nunca tuve. A ver, la palabra ídolo... sería alguien por el que uno se pelea, ¿no? Una vez en el estadio yo me peleé por Rinaldo Martino, jugador de San Lorenzo que vino a Nacional. Martino era impresionante, en el área no había quien lo parara. Fue uno de mis fervores, es uno de los argentinos que nosotros sentimos muy uruguayos, como Atilio García.

 

Imagen Rinaldo Martino jugando para Nacional de Montevideo.
Rinaldo Martino jugando para Nacional de Montevideo.
 

—Y de los contemporáneos, ¿a quién elige?

—Sin dudas, Enzo Francescoli me parece el mejor que ha dado este país en años. Es un jugador de enorme delicadeza: sutil, inteligente. El otro día vi a River contra Nacional de Medellín, sobre todo en el segundo tiempo que el equipo estaba desarticulado, caótico, y pensaba: por ahí con Francescoli no ocurría. Son esos jugadores que se plantan en la cancha y uno siente como una tranquilidad: el cuadro no se me desarma.

Imagen Enzo Francescoli levanta la Copa América con Uruguay en 1995.
Enzo Francescoli levanta la Copa América con Uruguay en 1995.

Así es el fútbol a sol y sombra, según Eduardo Galeano, contado en tres partes como su "Memoria del fuego". El fútbol visto desde el ángulo de un hombre de letras, un intelectual, pero con la pasión intacta del hombre de la tribuna.

Por ADRIAN MALADESKY (1995)

Fotos: JULIO CASTAGNELLO y FABIAN MAURI