Las Entrevistas de El Gráfico

1969. El reloj que marca la punta

Ricardo Elbio Pavoni, junto a su familia, recibió a Osvaldo Ardizzone, a quien le contó sus primeros años en Montevideo y su llegada a Buenos Aires para convertirse en referente de Independiente.

Por Redacción EG ·

10 de octubre de 2019

Allá en mi barrio hace ya muchos años, tenía un amigo a quien nadie igualaba en el arte de contar las películas que había visto. Y a veces pienso que incluso las que no había visto... Así era el colorido de su relato, así era el pintoresquismo de su anecdotario, la pintura de los personajes... Tal como esos clásicos personajes que se "especializan" y llegan a ser famosos por su capacidad para "amenizar" las largas vigilias de los velatorios... "No... para contar cuentos no hay como don Antonio...", —dicen los propios amigos. "Porque para eso hay que tener gracia... Se nace, no hay nada que hacer... ¡Se nace!..."

 

Imagen Pavoni junto a su hija Marcela.
Pavoni junto a su hija Marcela.
 

Pavoni nunca se destacará en ese aspecto... Ni para relatar películas, ni para contar cuentos... ¿Por qué? Porque para eso se nace, como dice la voz popular... Para eso hay que tener imaginación, vuelo, inventiva, pintoresquismo, espíritu de aventura, gracia... Y Pavoni es la contrafigura de todo eso. Pavoni es el hombre que quiere tocar las cosas con la mano, que quiere comprobar la verdad de que existen, de que son, tal cual como él las ve. Pavoni no sueña, no adelanta proyectos, no fabrica esperanzas, no construye castillos con el futuro.. Pertenece a la especie de los tenaces, de los fuertes, de los que creen en sí mismos, de los que todo lo apoyan en la voluntad, en el esfuerzo, en el sacrificio... ¡Y qué amor propio! ¡Qué dignidad! Para Pavoni una simple promesa adquiere ya el religioso valor de la palabra empeñada, del compromiso contraído, de lo que ya no se puede violar. Y lo más notable es que ese tipo de pactos los establece consigo mismo. El, Elbio Pavoni, es quien compromete al mismo Pavoni para tal objetivo, para llegar al fin que se propone, que se impone... Por eso cuando cuenta su historia no se detiene en la evocación del hecho minúsculo, de lo que puede parecer trivial o intrascendente, de ese accesorio banal que muchos guardamos en el álbum sentimental de nuestras nostalgias... Y estoy seguro que si usted lo vio en la cancha alguna vez, o lo sigue viendo desde que llegó a Independiente, habrá tenido oportunidad de comprobar todo esto que le describo... ¡No! Pavoni nunca nos "amenizará" una larga noche de velatorio ni nos estimulará con su relato para ir a ver una película... Pavoni no tiene "cuento", no tiene novela, no tiene chiste, no tiene color... Pavoni tiene hechos, realidades, etapas a cumplir, objetivos a alcanzar, actitudes a defender...

Imagen Ricardo Pavoni ganó cinco Copas Libertadores con Independiente, las de 1965, 1972, 1973, 1974 y 1975.
Ricardo Pavoni ganó cinco Copas Libertadores con Independiente, las de 1965, 1972, 1973, 1974 y 1975.
 

LA SOBRIEDAD

Estoy aquí en su nuevo departamento de la calle Entre Ríos... Este es el último esfuerzo que llevó a cabo. Una de las últimas metas alcanzadas. Todavía no está ni siquiera amueblado, ni mucho menos decorado. Pero eso sólo cuenta en sus preocupaciones, pero no en su vanidad. Ya llegará el momento de cumplir con esa etapa —y llegará cuando se den las condiciones, como dicen los sociólogos... Allí vive con su mujer y con sus hijas, todavía pequeñas... Allí transcurre la sobriedad de sus hábitos, la sencillez de sus gustos simples, la monotonía de sus inclinaciones austeras... En el tocado —una remera y un pantalón—sólo se destaca la densidad de las enormes patillas que lo hacen aparecer aún más enjuto. Ese es el único accesorio de coquetería que denuncia su exterior sin espectacularidad y sin rebuscada elegancia ... Es fuerte, naturalmente fuerte. Se adivina detrás de la vestimenta la recia contextura de los músculos potentes, del "flaco de grupo", como decía siempre Cesarini. Pero en Pavoni no hay ostentación de bíceps, ni de pectorales, ni de dorsales... Eso sí, dice con orgullo que en el último accidente, que casi le cuesta la vida, se salvó gracias a la dureza de sus abdominales... Una palanca de cambios impulsada por la brusquedad del impacto, apenas si pudo traspasarle la epidermis y provocarle nada más que una herida común, sin mucha importancia... Así es Pavoni, el hombre que una noche del sesenta y cinco lloró amargamente delante de todas las tribunas de Independiente, cuando no pudo impedir que el Inter de Helenio se llevará la Copa del Mundo. Cuando su amor propio no podía ganarle a la impotencia de su rodilla deshecha, cuando su amor propio se bebió las lágrimas de una rabia que ya no podía encontrar el desahogo de seguir peleando la derrota...

 

Imagen Los Pavoni. Ricardo Elbio junto a su esposa y su hija.
Los Pavoni. Ricardo Elbio junto a su esposa y su hija.
 

Y mientras, Marcela, la hija mayor, de apenas tres años, revolotea en sus rodillas, Pavoni ordena el pasado, ese pasado que todavía está muy cerca, muy inmediato para sus actuales y jóvenes veintiséis años...

 

POCITOS, MONTEVIDEO, HACE 26 AÑOS...

"Usted sabe que nací en Montevideo... En el barrio de Pocitos, pero no en la zona elegante de las playas, sino más adentro de la ciudad... Viví y me crié en una casa que yo creo que siempre fue antigua, desde que la conocí... Una casona vieja, de esas de antes, que tienen un montón de habitaciones, pero lo más lindo era ese terreno de que disponíamos en el fondo. Un campito de unos cincuenta o sesenta metros de largo por otros treinta de, ancho donde vivía todas las horas del día... Eramos cuatro de familia. Mi madre, mi padre, mi hermano mayor y yo... Y digo mayor aunque apenas nos llevábamos dos años; por eso tal vez éramos muy amigos y muy compañeros en los juegos de la edad. Mi padre, un hombre de trabajo, de los tantos que viven con un sueldo mensual que a veces alcanza y muchas veces no... Era maestro de pala en una gran confitería que estaba en la misma manzana de nuestra casa... Pastelero de cierta fama, pero un día la empresa quebró y ya tuvo que ir a trabajar de cualquier cosa, a probar en todos los oficios... Yo iba a un colegio de sacerdotes, el San Juan Bautista, por la mañana y por la tarde... Allí cursé hasta el sexto grado y como la mayoría de los pibes de mi edad entré en el liceo, en el Zorrilla de San Martín... Usted sabe que allí no se va a estudiar nada determinado, sino que es el ciclo preparatorio para elegir la especialidad que uno después elige... Y cuando estaba, creo que en segundo, es cuando papá se queda sin trabajo. Y fue necesario interrumpir los estudios e ir a trabajar... Tenía entonces quince años. Mi hermano, diecisiete y él ya también trabajaba...

 

Imagen Defendiendo los colores de Defensor Sporting.
Defendiendo los colores de Defensor Sporting.
 

"Pero hablando me distraje de lo más importante... De ese campito que teníamos en el fondo de mi casa... ¿Sabe por qué? Porque ahora pienso que todo lo que soy, empezó allí... En ese campito que al final fue una cancha después de todo el trabajo de los pibes del barrio... La marcamos, le pusimos arcos y si por ahí había que gambetear alguna higuera imposible de desmontar igual servía para lo que nosotros queríamos... Jugar todo el día, pegarle a la pelota en todas las horas libres y hasta formar el club propio... El Aguilucho se llamaba y como usted se imaginará, como dueños de casa, jugábamos mi hermano y yo... Y para más, papá era el director técnico y el hombre que se ocupaba de todo... Y ahora le voy a confesar que yo no era buen jugador, ni siquiera pintaba como algunos chicos que ya traen la habilidad desde muy abajo... El que andaba bien era mi hermano, que también llegó a jugar en Defensor, antes que yo... Pero, ¿sabe cuál era la diferencia? Que él jugaba porque le gustaba, porque sabía más, pero no tenía la voluntad mía, el amor propio, el sacrificio y la tenacidad que yo ponía en todo... Y reconozco, hasta con orgullo que soy la consecuencia de todo eso... ¿Se da cuenta? Para mí no existían los imposibles ni las aflojadas ante la mala... Al contrario, siempre fui muy personal y muy cargado de amor pro-pio y poco amigo de tomar las cosas sin seriedad... Por eso estoy convencido de que a todo se puede llegar si uno se lo propone... Los que en la vida nacen dotados tienen su mérito, pero los que llegan por voluntad y por esfuerzo también lo tienen..."

 

Imagen Avallay y Pavoni.
Avallay y Pavoni.
 

Pavoni no es vanidoso ni se dispersa en su relato, pero es orgulloso de su trayectoria, de todo eso que él aportó para ir superando los procesos y las etapas planificadas ... Por eso en su relato se detiene más y acentúa más lo que está referido a su esfuerzo... "Mi hermano sabía más, pero le faltaba mi voluntad para llegar." Por eso lo que más guarda entre sus recuerdos son los momentos de contrariedad, que al cabo superó; los nombres de los que dudaron de su éxito, los hombres que lo postergaron en el camino, como aquel delegado de la quinta división de Defensor de Montevideo, un tal Aserensa, que por aquel entonces opinó que Pavoni "no servía para nada"...

 

HERENCIA DE JUGADORES

"¿Y sabe de qué fui a trabajar? De cadete en una casa de fotografía... A llevar pedidos, a trabajar un poco en el laboratorio... Pero ¿qué ganaba? Nada. Unas chirolas apenas, pero ya estaba en las divisiones del Defensor, que tenía el estadio a unas siete cuadras de mi casa... ¡Calcule que todos los pibes queríamos entrar allí!... Y una vez que fuimos con El Aguilucho a jugar un torneo quedamos varios chicos, entre ellos mi hermano y yo... Pero tengo que hacerle la historia. Yo vengo de una familia de jugadores de fútbol... Mi tío Luis, hermano de mi padre, fue arquero titular de Defensor. Mi otro tío, Pedro, hermano mellizo de papá, marcaba la punta izquierda en el mismo club... ¿Comprende? Y todos Pavoni de apellido... Tal vez por tío Pedro me haya gustado la punta, porque ya de pibe prefería esa ubicación en el campito de casa... Aunque, le vuelvo a confesar... Era un jugador muy mediocre... No sabía gambetear ¿vio? No sabía llevarla como los otros pibes y demostrar habilidad en la picada, en el amague, en pegarle con justeza... Estaba un poco confundido. Yo creía que el negocio era pegar, ir fuerte, pelearlas todas... Por eso cuando tropecé con ese delegado Aserensa ni me quiso en la quinta que él dirigía... "Pavoni no sirve para nada", decía. Pero seguí jugando porque encontré otra gente que creyó en mí... Seguí en la cuarta, y llegué a la tercera cuando había cambiado de trabajo y estaba en un taller de composturas de automóviles... Ahora le voy a decir una cosa que puede parecer vanidad, pero no lo es. Era mi manera de sentir, era mi ambición por triunfar... Ocurre que en ese momento llega al club el señor Bagnulo... ¿Usted lo conoció? Y así cambia toda mi vida... Bagnulo, de quien tengo el mejor recuerdo, cree en mí... Fíjese que en la primera tenía tres paredes que me tapaban el ascenso... Miramontes —que usted habrá conocido—, un jugador bárbaro, de una calidad excepcional; Amaral —también famoso— y otro chico, Jesús Castro... ¿Cómo podía llegar? Y sin embargo Bagnulo me saca de la tercera y me lleva a los entrenamientos del plantel de primera... Y fue entonces cuando dije que yo tenía que ganar con el fútbol. Hablé con mi padre, le dije que iba a largar el trabajo, y como es un gran tipo, no puso ningún obstáculo... ¡Adelante!, me dijo... Y le metí para adelante... Entonces en la primera de Defensor había grandes jugadores, usted se de-be acordar... De Marco, el Pepe Sasía, Radrice... Ya me pagaban ciento cincuenta pesos oro y más o menos era plata, mucha más de la que ganaba en el taller de automóviles... ¡Si usted viera cómo me entrenaba! Todos los días, con unas ganas que me mataba... Yo sabía que todo dependía de mí, que yo era el único responsable de mi suerte... Y que el sesenta por ciento de mi éxito provenía de mi físico... El otro veinte de mi voluntad, que por suerte no me faltaba, y el otro veinte de mi sacrificio, al que tampoco le escapaba... Así ¿qué problemas podía tener? Y la vida hizo el resto. Se lesiona el back centro y Miramontes pasa a reemplazarlo y Bagnulo se la juega conmigo en el puesto de Miramontes... Eso fue en el sesenta. Tenía entonces apenas dieciocho años... Mi primer partido fue con Danubio en la cancha de Danubio... Y seguí no más en la primera, ya bastante más jugador, pero siempre más destacado en la marca, en los cruces y en los cierres, que desde muy chiquilín fue-ron mis mejores aptitudes... Por ese mismo tiempo me citan para la selección y se habla de mi transferencia a Peñarol, aunque al cabo no pasa nada, porque en mi país ocurre siempre lo mismo, prefieren comprar nombres famosos de afuera... Ya estaba de novio ron la que hoy es mi mujer y., por el sesenta y cuatro me casé... Y ahí empecé a darme cuenta de que no ganaba nada, que con las nuevas necesidades de la casa, con el fútbol no iba a ninguna parte... Es que allá el jugador gana muy poco... Peñarol, Nacional, sí, pero ¿los otros? Un sueldo apenas un sueldo que ni alcanza para vivir... Y entonces tomo la gran determinación... Ya le dije cómo es mi carácter... O sí, o no. Y en esos casos, antes de aflojar prefiero—sacrificar lo que más me gusta... Pedí dinero y no me dieron... Me trataron de conformar con palabras, con promesas, pero yo les formalicé decididamente las condiciones... O me daban lo que yo pedía o no jugaba más al fútbol y volvía a trabajar... Y a fines de la temporada del sesenta y tres, concluido el torneo, largué para no jugar más... ¿Sabe dónde fui a trabajar? De croupier en una ruleta... Y no sabía nada, ni pagar, ni manipular las fichas, ni nada. Pero hice el curso de aprendizaje y salí adelante ganando más que en el club, durmiendo de día y trabajando de noche... ¿Qué iba a hacer? ¿Someterme, dejar que me lleven por delante, tolerar ese clima de informalidad, seguir aguantando promesas...? Ya le dije que soy muy cuidadoso, que para mí una promesa es ya una palabra empeñada... Y dije que me iba y me fui. Para mi manera de ser no cabía otra alternativa...

 

Imagen En un clásico de Avellaneda, quedó tirado en el piso.
En un clásico de Avellaneda, quedó tirado en el piso.
 

 

INDEPENDIENTE...

Este es Pavoni. Así es Pavoni. La inflexible rigidez de las actitudes. La improstituible formalidad de la palabra convenida... Y aunque sonríe mientras evoca aquel acontecimiento de su vida, aquel que pudo concluir con su historia, se sonríe... Pero se sonríe apenas, como diciendo... "Es que usted no me conoce..., usted ni sabe hasta dónde llega mi amor pro pio!..." Y en ese momento, ya jugado en una postura "peligrosa", es cuando llega Independiente... Una madrugada, mientras Pavoni vivía el hábito de todos los días entre el repiqueteo de las fichas y el ¡No va más! de las paradas, le avisaron que alguien lo esperaba en el bar del club... Era una madrugada del mes de enero de mil novecientos sesenta y cinco... Era el señor Pievoi, un dirigente de Defensor que siempre lo había distinguido con su afecto, que lo conocía desde los tiempos de las inferiores... "Hace la valija —le dijo sin protocolo—. Mañana nos vamos para Buenos Aires. Ya estás contratado por Independiente..."

"Y no pregunté nada —sigue Pavoni—. Me fui del Casino a preparar la valija, tal como me había dicho Pievoi... Por la mañana partimos en avión hacia Buenos Aires. Del Aeroparque a la sede de Independiente... Allí, la entrevista con el señor Sande... ¡Qué sé yo! Doce millones era la exigencia de Defensor... Pero yo escuchaba, a mí no me correspondía hablar en ese momento, sino cuando llegara mi oportunidad... Que diez, que ocho... Hasta que mi amigo, porque ese dirigente sigue siendo mi gran amigo, se la jugó... Adoptó una resolución por su cuenta... ¿Cuánto quiere pagar, señor Sande? Seis millones fue la respuesta. Y se cerró por los seis millones... Estaba vendido. Se firmaron los pagarés y todo concluido... ¿Mi sueldo? Setenta mil pesos mensuales... Toda la plata del mundo si lo comparaba con mi sueldo en Montevideo... Y además Independiente, la posibilidad de todo... Y le voy a contar una anécdota que me ocurrió esa misma noche... Yo no conocía la moneda argentina y el empresario que había intervenido en la transferencia me tomó una habitación en el Sussex de la calle Florida y me dejó cinco mil pesos para gastos... ¿Qué sabía yo cuánto representaban cinco mil pesos de aquí...? Creía que no era nada, que eran apenas unos pocos pesos y por eso tenía miedo de hacer gastos grandes. Fui a comprar el diario y el canillita casi me mata cuando le mostré el billete de cinco mil... Ni me animaba a ir a cenar... Al final comí un par de sandwiches y una cerveza... Y me dieron un montón de billetes de vuelto... ¡Creo que apenas había gastado ciento sesenta pesos...! ¡Calcule todo lo que me sobraba, era millonario...! ¡Y sin embargo me había quedado sin cenar por miedo a que no me alcanzara la plata...!

 

Imagen Dejando hasta la última gota de sudor por el Rojo.
Dejando hasta la última gota de sudor por el Rojo.
 

 

EL HOMBRE MAS FAMOSO...

"¡Fíjese el destino! ¡Allá tenía adelante a Miramontes y a Amaral, y aquí a un fenómeno! Al negro Rolan, al marcador de punta derecha que más admiré en mi vida... Pero el negro se había lesionado aquella noche del Inter y don Manuel —un tipo íntegro y señor— se la jugó conmigo... ¿Dónde me había visto? Apenas en unos partidos de la gira, uno contra el Santos, donde había andado más o menos bien frente a Dorval; pero yo estaba sin fútbol... Tres meses parado, más las noches perdidas del Casino... Y sin embargo don Manuel creyó en mi capacidad... Volvimos de afuera y ya estaban los partidos de la Copa... ¿Se acuerda? El primero fue con Boca en la cancha de River... Ese fue mi primer partido en Buenos Aires, la primera vez que actuaba frente al público argentino... Y fue una tarde de éxito para mí, inolvidable... La verdad que jugué bien y toda la prensa o casi toda me elogió como el hombre del partido... Hasta el señor Sande, que dudaba de mis condiciones, me felicitó ese día. Y después lo que usted conoce... La denuncia de mi pase mal inscripto, junto al de Avallay, ¿se acuerda? En una semana fui el hombre más famoso de Buenos Aires. En todos lados me paraba la gente para preguntarme... ¡Ese es Pavoni, el que estaba mal inscripto, el que le hizo perder el partido a Independiente! Al final no pasó nada... El partido quedó ganado y seguimos en la Copa... Y ganamos la Libertadores... Ahora, el gran dolor fue el otro. Perder el partido allá en Milán, pero más perder el partido aquí... Reconozco que el Inter era entonces un gran equipo, pero aquí podíamos haber ganado ese partido... Nunca sufrí tanto como esa noche, nunca recuerdo haber llorado con tanta amargura o con tanta rabia... Hasta ese cabezazo que se me fue por arriba del palo cuando ya gritaba el gol.

 

Imagen Disputando la Copa Intercontinental frente al Inter.
Disputando la Copa Intercontinental frente al Inter.
 

¿Buenos Aires? Una ciudad que me dio todo, todo lo que soy y lo que tengo... Cinco años llevo aquí en Independiente, casi cinco años, y he recibido todo lo que más podía ambicionar... Posición económica, amigos, grandes compañeros, hospitalidad, afecto... Ahora, créame que yo doy. Doy todo lo que puedo, a mi manera, pero trato de corresponder al trato y a la cordialidad de los demás... Porque siempre pensé que ése es el único juego leal en la vida... Este año no fue muy bueno, por todo lo que nos pasó... Pero con la calidad humana de don Adolfo, otra vez volvió la tranquilidad y al final casi nos entreverábamos en el campeonato... Hay buenos jugadores y buena gente."

Este es Elbio Pavoni. Así es Elbio Pavoni... Me dice que si es verdad que ganó, si es verdad que es alguien, como escucha decir por allí, se lo debe todo a Pavoni y a algunos hombres con quienes tropezó en la vida... Como su padre, como aquel Bagnulo de la tercera, como don Manuel, corno Brandao, como don Adolfo... Como Vicentito de la Mata, con quien lo liga una profunda amistad; como Ferreiro, a quien admira como ejemplo de la amistad; como el Pato Pastoriza... A Pavoni le tiene que agradecer ese físico que tolera todo, esa voluntad que lo puede todo y ese sacrificio para alcanzarlo todo...

 

 

Por Osvaldo Ardizzone, para la revista mensual SPORT. (1969)

Fotos: Gemelli, González (h).