Las Entrevistas de El Gráfico

2001. GARRAFA SÁNCHEZ, UN "10" DE POTRERO

Talentoso, impulsivo y atorrante, Garrafa fue uno de los grandes personajes del ascenso y el niño mimado de las hinchadas de Banfield y Laferrere. Querido por los amantes del buen fútbol.

Por Redacción EG ·

08 de enero de 2022

La tar­de de fe­bre­ro se po­ne a ca­da mi­nu­to más pe­sa­da. El cie­lo del sur del Gran Bue­nos Ai­res ame­na­za des­car­gar la tor­men­ta de­mo­ra­da, y en la can­cha, la Re­ser­va de Ban­field lu­cha pa­ra le­van­tar un tem­pra­ne­ro 0-1 an­te J.J. Ur­qui­za. En Ban­field, re­cu­pe­rán­do­se de una le­sión, se des­ta­ca el vo­lan­te Jo­sé Luis Sán­chez, Ga­rra­fa, el pre­fe­ri­do de los hin­chas. Un ta­co, un ca­ño, un co­da­zo… Pa­ra él no hay amis­to­so, ni pre­tem­po­ra­da que val­gan. “No me gus­ta per­der a na­da”, re­cal­ca, y se le no­ta. Des­pués de una gran ju­ga­da per­so­nal, con­si­gue el em­pa­te y se lo de­di­ca con fie­re­za al ár­bi­tro. El gri­to re­tum­ba fuer­te en el es­ta­dio ca­si va­cío y el de­sen­la­ce es pre­vi­si­ble: afue­ra Ga­rra­fa.

“Siem­pre fui así, siem­pre ju­gué igual. En el po­tre­ro, en La­fe­rre­re y aho­ra en Ban­field, ¿por qué voy a cam­biar? No me va a cam­biar na­die”, se jus­ti­fi­ca.

-Pe­ro, por so­bre el re­sul­ta­do, sos un ti­po al que le gus­ta ju­gar.

-Co­mo to­dos quie­ro ga­nar, pe­ro si ten­go que ti­rar un ca­ño, lo ti­ro, no ten­go pro­ble­mas. Aun­que va­ya ga­nan­do o per­dien­do lo ti­ro igual.

-¿Nun­ca pen­sas­te que, por lu­cir­te, al­gu­na vez po­dés per­ju­di­car al equi­po?

-No, por­que me fue siem­pre bien. Tam­po­co voy a ti­rar cien ca­ños… ti­ro unos diez y por ahí me sa­len seis o sie­te. Pe­ro voy pa­ra ade­lan­te, no es que los ti­ro en lu­ga­res de la can­cha don­de pon­ga en pe­li­gro al equi­po, eso se­ría una bo­lu­dez. Los ha­go más lle­gan­do a los cor­ners; nun­ca ti­ro ca­ños al pe­do.

-¿Por qué es tan im­por­tan­te ti­rar ca­ños?

-A mí me da ale­gría por to­da la gen­te a la que le gus­ta el buen jue­go. Hoy no se ven mu­chos ju­ga­do­res que se ani­men a ti­rar ca­ños o ta­cos, pe­ro no por­que sean me­nos ha­bi­li­do­sos, qui­zá no lo ha­cen por mie­do a que les di­gan al­go. To­dos los ju­ga­do­res creen que cuan­do les ti­rás un ca­ño los es­tás car­gan­do, y no es así. Que me ti­ren un ca­ño a mí... Es ra­ro, se cri­ti­ca que uno ti­re un ca­ño pe­ro no al que te pe­ga una pa­ta­da en la nu­ca.

-¿Fal­ta más gen­te con fir­me­za de con­vic­cio­nes en el fút­bol?

-El fut­bo­lis­ta ha­bla de la im­por­tan­cia de la con­cen­tra­ción, de lo que tie­ne que ha­cer en el par­ti­do, y yo no. Yo no pien­so, ven­go a ju­gar, a di­ver­tir­me. Mien­tras ha­go la en­tra­da en ca­lor es­toy bai­lan­do, es­toy jo­dien­do. Yo sien­to que el fút­bol es así, que te­nés que de­mos­trar lo que sa­bés, y si sa­bés ju­gar te­nés que es­tar tran­qui­lo, no te­nés de qué preo­cu­par­te. Aho­ra hay ju­ga­do­res que es­tán ner­vio­sos, les due­le la ca­be­za, pe­ro por­que es­tán cons­tan­te­men­te pen­san­do en el par­ti­do. No hay que pen­sar mu­cho en el par­ti­do, hay que ju­gar­lo y pun­to. Cuan­do es­tás aden­tro de la can­cha son on­ce con­tra on­ce.

Imagen La zurda picante de Garrafa Sánchez. Igual de incisiva es su lengua: el diez de Banfield es un provocador profesional.
La zurda picante de Garrafa Sánchez. Igual de incisiva es su lengua: el diez de Banfield es un provocador profesional.

-¿Y es lo mis­mo un equi­po gran­de que uno chi­co?

-Yo ju­gué en El Por­ve­nir, que es un equi­po chi­co den­tro de la di­vi­sio­nal y tam­bién ha­cía lo mis­mo. Gra­cias a Dios me eli­gie­ron co­mo a uno de los me­jo­res ju­ga­do­res de la ca­te­go­ría y me tra­je­ron a Ban­field pa­ra que ha­ga lo mis­mo; si lo cam­bio soy un bo­lu­do, ésa es la ver­dad. Si un equi­po te trae es por­que te vio ju­gar; en el Na­cio­nal B hi­ce 18 go­les, no ten­go que cam­biar.

Yen­do a mil

El am­bien­te del fút­bol de los sá­ba­dos lo co­no­ce y re­co­no­ce. Sus co­mien­zos en La­fe­rre­re, su as­cen­so con El Por­ve­nir y su pre­sen­te en Ban­field. Pe­ro en oc­tu­bre del 96 la vi­da le hi­zo pro­bar de cer­ca el sa­bor de la Pri­me­ra, y en un gran­de. Una opor­tu­ni­dad per­di­da que no se re­pi­tió.

“Con La­fe­rre­re fui­mos a ju­gar un amis­to­so con­tra Bo­ca, en el Sin­di­ca­to de Em­plea­dos de Co­mer­cio, en Ezei­za –re­cuer­da–. El do­min­go si­guien­te Bo­ca ga­nó y Bi­lar­do, por cá­ba­la, pi­dió ju­gar otra vez con no­so­tros. An­du­ve bien y me ofre­cie­ron en­tre­nar con ellos. El te­ma es que no te­nía con qué ir has­ta allá, por­que no hay co­lec­ti­vos. Me man­da­ba con mi mo­to, una CBR 600. Un día, por la au­to­pis­ta, pa­sé por al la­do de la ca­mio­ne­ta de Pum­pi­do, que lle­ba­va a Bi­lar­do. Me vie­ron y co­mo ha­bía una cláu­su­la que les pro­hi­bía a los ju­ga­do­res an­dar en mo­to, al día si­guien­te me di­je­ron que no fue­ra más. Yo sa­bía que no po­día an­dar en mo­to, pe­ro, ¿iba a ir a de­do? Por eso di­go que no me arre­pien­to.”

-¿Pen­sas­te que es­ta­bas ju­gan­do con fue­go? ¿Que po­días per­der tu gran opor­tu­ni­dad?

-No, por­que si no iba en la mo­to di­rec­ta­men­te no iba. No te­nía otra. Tra­ta­ba de ir más tem­pra­no, an­tes de que lle­ga­ra el mi­cro, pa­ra que no me vie­ra na­die.

-¿A cuán­to ibas ese día?

-Y… li­ge­ro, a cien­to y pi­co.

-¿Lar­gas­te las mo­tos?

-A los seis me­ses. Me ofre­cie­ron un Fiat Uno y lo cam­bié por la mo­to. Y des­de en­ton­ces, nun­ca más.

-¿Por la co­mo­di­dad del au­to o por el pe­li­gro de la mo­to?

-Es que mi ne­na tie­ne 9 me­ses y no po­dría lle­var­la. Pe­ro me en­can­tan las mo­tos y más ade­lan­te voy a vol­ver a te­ner una.

-¿En qué otras co­sas te cui­dás?

-Vi­no no to­mo na­da, pe­ro por­que no me gus­ta, no me cae bien. Qui­zá al­gu­na cer­ve­ci­ta con los com­pa­ñe­ros, pe­ro na­da más. Aho­ra, si me in­vi­tan a un asa­do, me pue­do co­mer cin­co cho­ri­zos, en eso no me fi­jo.

-¿Es­tás mar­ca­do?

-Un po­co. Cuan­do lle­gué a Ban­field, lo pri­me­ro que me di­je­ron fue “ojo con las mo­tos”. Y tam­bién me pi­die­ron que no me hi­cie­ra ex­pul­sar.

Imagen La elegancia de Garrafa. En esta oportunidad jugando para Banfield, enfrentando a Quilmes.
La elegancia de Garrafa. En esta oportunidad jugando para Banfield, enfrentando a Quilmes.

-¿En el po­tre­ro eras igual que aho­ra?

-No ju­gué mu­cho. Es­ta­ba en los cam­peo­na­tos de chi­cos, pe­ro has­ta los 13 o 14 años. Des­pués em­pe­cé en La­fe­rre­re y los mis­mos ami­gos del ba­rrio no me de­ja­ban ju­gar. Iba só­lo pa­ra ver­los. Co­mo los más gran­des sa­bían que yo es­ta­ba en el club, me cui­da­ban por­que era el úni­co del ba­rrio que iba a lle­gar a ju­gar en Pri­me­ra.

-¿Te da­ba bron­ca que te cui­da­ran?

-No, yo mis­mo es­ta­ba de­ci­di­do a no ju­gar. Ni si­quie­ra lle­va­ba la ro­pa, por­que si no em­pe­zás a ju­gar, te en­tu­sias­más y ter­mi­nás con una pa­ta­da que no te de­ja en­tre­nar en el club. En en esos par­ti­dos te pe­gan mu­cho, con ma­la le­che. Y en­ci­ma por dos man­gos.

-¿Eran tor­neos por pla­ta?

-Sí, cam­peo­na­tos-cam­peo­na­tos. To­dos quie­ren ga­nar y te ma­tan. Se aga­rran a pi­ñas, va­le to­do. Ahí ga­nás de gua­po. Mi her­ma­no Adol­fo jue­ga en esos tor­neos… ¡es un bo­lu­do! Un día se fue a pro­bar en la cuar­ta de La­fe­rre­re y que­dó, pe­ro des­pués no fue más. No que­ría en­tre­nar.

-¿Esos años de po­tre­ro te cur­ten pa­ra ju­gar en Pri­me­ra?

-Sí, por­que aga­rrás mu­cha ex­pe­rien­cia, ju­gás con­tra ti­pos du­ros, no hay re­fe­rí que te pro­te­ja. Te te­nés que aguan­tar lo que ven­ga. Pe­ro es lin­do, no di­go que no. A ve­ces me pren­do en un ca­sa­dos con­tra sol­te­ros, pe­ro en­tre ami­gos no más, sin com­pro­mi­so. Por­que cuan­do ju­gás por pla­ta, nun­ca fal­ta al­gu­no que di­ce: “aquél jue­ga en La­fe­rre­re”, y to­dos te van a bus­car a vos.

-Ha­blás de tu her­ma­no. A vos, ¿te gus­ta en­tre­nar?

-Y…

-¿Y qué?

-No le sa­co el lo­mo, pe­ro me cues­ta. Sé que ten­go que ve­nir to­dos los días y ven­go. Es mi tra­ba­jo y me la ten­go que aguan­tar.

Don­de ca­lien­ta el sol

-An­tes no te im­por­ta­ba na­da. ¿Te vol­vis­te res­pon­sable de gol­pe?

-Cuan­do na­ció Bár­ba­ra, mi ne­na, em­pe­cé a ver otras co­sas. Acá, en Ban­field, en la B Na­cio­nal, es otro mun­do. Y el que la su­frió co­mo yo la su­frí en La­fe­rre­re y El Por­ve­nir se da cuen­ta de que es­to no hay que per­der­lo, por­que pa­ra mí es­to es de pri­me­ra. Y si lo pier­do ten­go que vol­ver a un club chi­co y no quie­ro su­frir otra vez.

-¿Qué su­frías cuan­do ju­ga­bas en La­fe­rre­re?

-Yo soy hin­cha de La­fe­rre­re, na­cí ahí. Pe­ro me de­bían cin­co me­ses, te­nía que man­dar car­tas do­cu­men­to. Era qui­lom­be­ro, sa­lía en los dia­rios por pe­lear mi pla­ta. Ter­mi­na­ban de­po­si­tán­do­me­la por­que no me que­rían de­jar li­bre. En Ban­field por ahí es­tás dos me­ses aba­jo, pe­ro por có­mo es­tá el fút­bol ar­gen­ti­no, no es na­da. Acá te tra­tan co­mo a un ju­ga­dor, te­nés la ro­pa lis­ta… Sin ir más le­jos, en El Por­ve­nir te­nía­mos que lle­var­nos la ro­pa pa­ra en­tre­nar, ba­ñar­nos con agua fría. Y no quie­ro que eso me pa­se de vuel­ta.

-¿No pen­sás en ju­gar en un equi­po de Pri­me­ra?

-Me gus­ta­ría que­dar­me acá, a me­nos que me sal­ga al­go co­mo lo que apa­re­ció en di­ciem­bre, una opor­tu­ni­dad de ir a Co­rea. Si me sa­le al­go así me ten­go que ir, por­que quie­ro ase­gu­rar­me el fu­tu­ro.

-¿Por qué siem­pre en clu­bes del as­cen­so?

-Es­tu­ve un par de días en Fe­rro, pe­ro no es­ta­ba con áni­mo de ju­gar. Mi vie­jo es­ta­ba muy en­fer­mo y eso me sa­ca­ba las ga­nas. Ade­más hu­bo unos pro­ble­mi­tas de pla­ta. Pe­ro eso na­die lo ve. Pa­ra cri­ti­car ha­blan to­dos, pe­ro esas co­sas que uno su­fre na­die las con­tem­pla.

-¿Te sen­tís en deu­da por no ha­ber ju­ga­do en Pri­me­ra?

-Ten­go mu­chas ga­nas, pe­ro tam­po­co pre­ten­do ir re­ga­la­do. Pre­fie­ro es­tar en un club co­mo Ban­field y ju­gar, an­tes que ir a un plan­tel de Pri­me­ra y es­tar de re­lle­no en el ban­co. Yo quie­ro ju­gar, aun­que ten­ga que ha­cer­lo en la C. Es feo es­tar en el ban­co.

-¿Y no te que­dan ga­nas de de­mos­trar que po­dés dar más?

-No di­go que no, pe­ro no se me dio lle­gar a un equi­po bue­no pa­ra pe­lear en mi­tad de ta­bla. Es­tu­ve en Fe­rro, que es­ta­ba des­cen­di­do, su­frien­do con to­dos los chi­cos. En Ban­field pue­do pe­lear el as­cen­so y es más com­pe­ti­ti­vo que es­tar en Pri­me­ra,  per­der to­dos los do­min­gos y en­ci­ma no co­brar.

La B Na­cio­nal vol­vió y Ban­field es­tá pren­di­do en la lu­cha por as­cen­der. Ga­rra­fa, con con­tra­to has­ta ju­nio, se­gui­rá ofre­cien­do ese to­que de ele­gan­cia que, cu­rio­sa­men­te, es mar­ca re­gis­tra­da de los  ato­rran­tes. Ese es­ti­lo que apren­dió en los años du­ros de la vi­lla La Ja­bo­ne­ra, en La Ta­bla­da.

-¿Có­mo es cur­tir­se en una vi­lla?

-Vi­ví ahí has­ta los 13 años, pe­ro en­ton­ces no ha­bía to­das esas co­sas que hay aho­ra, co­mo la dro­ga. Era dis­tin­to.

Imagen Humilde y querido por todos, con una técnica sublime. ídolo donde jugó, querido por todos los amantes del fútbol.
Humilde y querido por todos, con una técnica sublime. ídolo donde jugó, querido por todos los amantes del fútbol.

-¿Se­guis­te vien­do a tus ami­gos de en­ton­ces?

-To­dos esos chi­cos que se cria­ron con­mi­go, la­men­ta­ble­men­te, ya no es­tán, por co­sas que pa­san en la vi­lla. Se los lle­vó la fa­lo­pa, o la po­li­cía… En la vi­lla hay gen­te que vie­ne de otros paí­ses o del in­te­rior a pe­lear­la, a la­bu­rar, pe­ro tam­bién hay mu­cha gen­te ma­la. El ba­rrio cam­bió mu­cho.

-¿Y vos có­mo za­fas­te?

-Te­nía a mis vie­jos que me ha­bla­ban to­dos los días. Y nos fui­mos jus­to a tiem­po, cuan­do te­nía 13 años. Gra­cias a Dios, nun­ca tu­ve con­tac­to con la dro­ga y to­do eso. Des­pués, ya en las in­fe­rio­res, los par­ti­dos son los do­min­gos a la ma­ña­na, por eso no po­día­mos sa­lir a bai­lar, a jo­der los sá­ba­dos. Si hu­bie­ra he­cho to­do eso, me ca­ga­ba en el es­fuer­zo que ha­cía mi vie­jo pa­ra que yo pu­die­ra ju­gar al fút­bol. Ade­más, a los 14 años co­no­cí a Ali­cia, la que hoy es mi se­ño­ra; me pu­se las pi­las.

-¿Có­mo fue tu edu­ca­ción?

-Yo ter­mi­né la pri­ma­ria y lar­gué. Pe­ro a un hi­jo mío le in­cul­ca­ría que pri­me­ro es­tá el es­tu­dio y des­pués el fút­bol. Hoy veo co­sas ra­ras, co­mo que los chi­cos van a pro­bar­se a un club y van con los pa­dres. Es co­mo que los vie­jos es­tán in­te­re­sa­dos en sa­car pro­ve­cho de los pi­bes. Y no es así la co­sa.

-¿Qué pro­yec­tos te­nés fue­ra del fút­bol?

-Pien­so ju­gar has­ta los 35 años y ter­mi­nar en La­fe­rre­re. Aun­que es­té en la C y ten­ga que ir gra­tis. Es mi vi­da y siem­pre di­go que no te­nés que es­tar be­san­do ca­mi­se­tas pa­ra de­mos­trar cuán­to que­rés a un club. La úni­ca ca­mi­se­ta que voy a be­sar es la de La­fe­rre­re. Eso no qui­ta que hoy de­je to­do en Ban­field.

-¿Des­pués del fút­bol qué?

-Me gus­ta­ría es­tar co­mo ayu­dan­te de cam­po o al­go vin­cu­la­do con el fút­bol, por­que no me veo tra­ba­jan­do.

Fran­cis­co, su pa­dre, tu­vo que des­lo­mar­se re­par­tien­do ga­rra­fas jun­to a él pa­ra po­der en­de­re­zar el fu­tu­ro, en una ca­si­ta de La­fe­rre­re. Ahí na­ció el apo­do. Y tam­bién la de­vo­ción de Jo­sé Luis por el pa­dre.

“Yo soy pro­fe­sio­nal, pe­ro tam­bién muy fa­mi­liar. Me voy del club y es­toy to­do el tiem­po con mi fa­mi­lia –re­su­me-. Cuan­do ju­ga­ba en Be­lla Vis­ta de Mon­te­vi­deo me da­ban los lu­nes li­bres y yo me ve­nía a ver a mi vie­jo, que es­ta­ba en­fer­mo. Hay po­cos ju­ga­do­res que ha­cen eso.”

-¿Qué en­fer­me­dad tu­vo?

-Cán­cer en los pul­mo­nes. Su­frió mu­cho, fue­ron sie­te me­ses du­ros. Cuan­do me en­te­ré di­je “no jue­go más”. No que­ría sa­ber na­da, só­lo es­tar al la­do de él. Es­tu­vo un mes en ca­sa y des­pués lo in­ter­na­ron. En el hos­pi­tal no ha­bía co­mo­di­da­des, pe­ro dor­mía­mos en el pi­so de la sa­la, pa­ra cui­dar­lo. Qui­se dis­fru­tar­lo has­ta el fi­nal y esas imá­ge­nes no me las ol­vi­do nun­ca más. Lar­gué el fút­bol por ca­si diez me­ses, pe­ro más allá de que mi vie­jo se ha­ya ido, me que­da pa­ra to­da la vi­da la tran­qui­li­dad de ha­ber es­ta­do con él has­ta el úl­ti­mo mi­nu­to.

-En el pri­mer par­ti­do des­pués de la muer­te de tu pa­pá le ga­na­ron a Chi­ca­go 6-1. Hi­cis­te un gol y hu­bo un mo­men­to de emo­ción que no to­dos en­ten­die­ron.

-Los de Chi­ca­go pen­sa­ron que los es­ta­ba car­gan­do. Fes­te­jé el gol aden­tro del ar­co mi­ran­do al cie­lo, jus­to de­lan­te de la hin­cha­da de ellos. Me sa­ca­ron ama­ri­lla, pe­ro so­la­men­te yo sa­bía que en ese mo­men­to es­ta­ba fes­te­jan­do el gol con mi pa­pá.

 

Merece la Primera

Por Ricardo Calabria

El entrenador de Almirante Brown primero lo padeció como rival –y gran provocador– y luego lo dirigió en El Porvenir. Destaca sus “condiciones excepcionales” y dice que, a pesar de su fama, con él se portó muy bien.

 

Imagen Calabria.
Calabria.
 

A Ga­rra­fa lo co­no­cí en 1997, co­mo ri­val. Yo di­ri­gía a El Por­ve­nir y, bus­can­do el as­cen­so al Na­cio­nal B, nos cru­za­mos con La­fe­rre­re. Sa­bía que téc­ni­ca­men­te era un ju­ga­dor dis­tin­to, pe­ro me se­du­jo su per­so­na­li­dad. En el pri­mer par­ti­do no pu­do ju­gar y ga­na­mos 2-0. Y me di­jo que en la re­van­cha él es­ta­ría y se­ría dis­tin­to. Y sí. Al mi­nu­to nos hi­zo un gol y vi­no a gri­tár­me­lo al ban­co: “Ya te hi­ce uno, me fal­tan dos”, me di­jo. Al fi­nal ga­na­ron 3-1, pe­ro pa­só El Por­ve­nir a la fi­nal. Se acer­có a pe­dir­me dis­cul­pas y me dio un be­so. Ahí me de­ci­dí y con­ven­cí a los di­ri­gen­tes pa­ra que lo com­pra­ran. Hu­bo re­sis­ten­cia por­que de­cían que era con­flic­ti­vo, pe­ro la ver­dad es que él tu­vo mu­cho que ver con el as­cen­so de El Por­ve­nir. De­bo des­ta­car que con­mi­go nun­ca fal­tó a un en­tre­na­mien­to ni fue ex­pul­sa­do. A ve­ces sen­tía la re­pro­ba­ción de la gen­te cuan­do lo sa­ca­ba, pe­ro era pa­ra cui­dar­lo, pa­ra te­ner­lo al sá­ba­do si­guien­te.

Siem­pre voy a que­rer­lo en mis plan­te­les. Sur­gió una re­la­ción muy lin­da y si no hu­bie­ra si­do por una di­fe­ren­cia de pla­ta, hoy lo ten­dría en Al­mi­ran­te Brown.

La­men­ta­ble­men­te no pu­do mos­trar­se en Pri­me­ra. En Fe­rro no su­pie­ron apre­ciar el pe­da­zo de ju­ga­dor que es. Tie­ne con­di­cio­nes ex­cep­cio­na­les y se lo re­co­men­dé a Jor­ge Cas­te­lli  pa­ra Ne­well’s. En la for­ma en la que Cas­te­lli tra­ba­ja fí­si­ca­men­te iba a con­se­guir un ju­ga­dor de pri­mer ni­vel. Oja­lá en­cuen­tre un téc­ni­co que le dé con­fian­za… Es­pe­ro que su ca­so no sea co­mo el de Car­lo­vich y den­tro de 20 años nos di­ga­mos “¿te acor­dás qué ju­ga­dor era Ga­rra­fa?”. No ten­go du­das de que es un ju­ga­dor de Pri­me­ra.

 

Textos de Pablo Aro Geraldes y Diego Melconian