2004. Sirenita de agua seca
Georgina Bardach gana la medalla de Bronce en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Después de la hazaña, la cordobesa cuenta su historia y las sensaciones de aquellos días inolvidables.
¿Que pasaria si se descubriera que Carlos Tevez no disfruta de patear al arco, que a Gallardo no le gusta dejarse las uñas largas o que a los jugadores de vóley les molesta abrazarse como si fuera un gol en cada punto a favor, aunque sea producto de un saque rival que se quedó en la red? Seguramente causaría sorpresa. Los casos expuestos no son más que especulaciones. Lo que está confirmado es que a Georgina Bardach, medalla de bronce en los 400 metros medley en los Juegos de Atenas, y segunda nadadora argentina en la historia en conseguir una medalla olímpica detrás de Jeannette Campbell en Berlín 1936, no le gusta ¡mojarse! “Es algo que odio. Ir caminando y que llueva y estar toda mojada no lo soporto. Estar en la pileta tomando sol o pasar por al lado y que me salpiquen es lo peor que me pueden hacer”, admite entre sonrisas la cordobesa de 21 años.
Ante esta revelación, realizada en medio de bostezos por falta de adaptación al cambio de horario, se entiende por qué de chiquita le escapaba a la pileta. “No me gustaba. Comencé a ir a natación a los cinco años, pero me empezó a gustar un poco más el agua recién a los siete”, recuerda Georgina, sin poder terminar de sacarse la vergüenza que le da encarar los micrófonos: “En estos últimos días viví cosas muy fuertes, no me acostumbro”, revela.
Los primeros chapuzones llegaron por la insistencia de papá Jorge, quien hoy tiene derecho a colgarse la medalla. “Le gustaba competir, pero no meterse al agua y así era medio difícil que la dejaran. La llevé tres años al curso, y no arrancaba. Ahora los profes me cuentan que cuando me veían, decían: ‘Ahí viene otra vez este colorado rompebolas con la nena’. Yo iba con Georgina y Yenny, la hermana, e insistía, insistía, no quería dejar de ir. Por suerte, de tanto insistir la pegué”.
Y vaya si la pegó. En poco tiempo, las paredes de la habitación de Georgina comenzaron a decorarse con medallas de todos los tamaños. En total, llegaron a ser más de quinientas, pero hasta el 96, Bardach ni soñaba con los anillos olímpicos. “En realidad, recién supe lo que eran los Juegos cuando vi los de Atlanta. Antes no sabía nada. No es que desde que empecé a nadar quise llegar a ser medallista olímpica. Me pasaba que mucha gente me preguntaba si mi sueño era ganar una medalla o estar en un Juego, y yo decía que no. Mi ilusión era seguir nadando hasta que… A mí me divierte, es lo que más me gusta y el día que deje de disfrutarlo haré otra cosa”.
Hasta animarse a dar las primeras brazadas en la pileta del club Comunicaciones parece que nada le divertía. “Hice tenis y hóckey. Hubiera sido una Leona, ja. No, jugué muy poco tiempo, a los siete años, antes de nadar. El tenis lo dejé a los dos meses, porque no tenía torneos y yo quería competir. Y en el hóckey no me gustaba correr, así que…
–Así que si no nadabas te hubieras aburrido.
–No, no. Igual algún deporte creo que hubiera hecho porque en mi casa algo me iban a mandar a hacer. No para competir, sino para practicar algo. Igual, en el colegio era un desastre, menos mal que nado. Me faltan cuatro materias del secundario. Espero que los profes me aprueben, por favor.
Si bien su papa es gerente de banco y su mamá María Adela es bioquímica, nunca le insistieron para que siguiera una carrera. “Lo que me remarcó mi mamá fue que si me iba a dedicar a nadar, lo hiciera bien; que diera lo máximo”.
Le hizo caso a su mamá. Lo hizo tan bien que aunque al principio no lo tuviera como objetivo, los aros olímpicos se le prendieron al espíritu como piercing. “Cuando vi lo que eran los Juegos decidí que quería estar ahí”, reconoce.
Y estuvo. En Sydney, con diecisiete años, sumó experiencia, y en Atenas se sumergió en la gloria en la mayor fiesta del deporte. Y como ya el primer día de competencia ganó una medalla, el resto de los Juegos nada ni nadie pudo borrarle la sonrisa. Ni siquiera las cumbias y cuartetos que sonaban de la mano de los futbolistas. “A mí me gustan los Red Hot, Coldplay, Oasis, Blur… Y como los chicos del fútbol estaban en otro edificio, zafé bastante de su música. Además, entraban y salían a cada rato, porque jugaban en distintas sedes. Además en la pieza me tocó con las chicas del tenis, y como yo tenía un grabador, escuchábamos buena música”.
–Fue la pieza de las medallas...
–Y sí, fue “la” pieza. Incluso la convivencia con ellas fue re-buena. Yo tenía un poco de miedo. Creí que los tenistas serían agrandados. Pero Paola (Suárez) y Patricia (Tarabini), la verdad, son divinas. Y Mariana (Díaz Oliva) también. Con Gisela (Dulko) mucho no pudimos hablar, pero con los chicos también hubo muy buena onda.
–¿Los pudiste ir a ver, te fueron a ver a vos?
–No, porque teníamos casi los mismos horarios, pero me hubiera encantado. Igual, con David Nalbandian una tarde nos quedamos haciendo crucigramas, matándonos de risa. Y con las chicas estuvimos chusmeando. Son todas divinas.
En la habitacion de la Villa Olímpica la pasó bárbaro, salvo por algunos inconvenientes en el hospedaje. “Teníamos problemas con el baño. Goteaba por todos lados, parecía que llovía. Se inundaba y el agua de la ducha casi pasaba a las habitaciones. Después la convivencia fue buenísima, nada que ver con Sydney. En Australia estábamos separados. Creo que esta vez ayudó la cena del primer día entre todos los deportistas. Estuvo bárbaro. Durante los Juegos me saqué dos o tres fotos con Tevez, las chicas del tenis y los chicos del remo. Además, me crucé con Tommy Haas y Andy Roddick. Que ellos estuvieran como uno más, los hace más grandes de lo que son.”
Además de una medalla olímpica, la natación le dio la chance de conocer a muchas figuras del deporte y de viajar por las piletas del mundo. De esas travesías surgen las mejores anécdotas. “Los chinos y los japoneses tienen costumbres que no me gustaron. En la calle escupen como si nada; cuando comen no usan cubiertos: agarran los pedazos de carne así de grandes con los palitos, los muerden y los escupen en el plato. Además, eructan, se meten los dedos en la nariz… Lo mejor de esos viajes fueron los compañeros que me tocaron”.
Claro que no todas sus experiencias en el extranjero resultan divertidas. En el 2001, no la pasó bien. “Me llegaron a preguntar si estábamos en guerra. Fue un poco chocante. Creo que fue en Brasil, acá cerca. Yo les decía que estaba bien y trataba de explicarles, pero no había forma. Aparte, la prensa de afuera siempre exagera. Fue chocante.”
Tan chocante como algunas “argentinadas” típicas de la clase dirigencial. “El único problema que percibí en Atenas sucedió durante el desfile inaugural. En la Villa no quedó ningún médico ni ningún dirigente por si teníamos algún problema. Son cosas que se tienen que pensar antes de que haya un accidente o algo así. Gracias a Dios no pasó nada.”
Esas actitudes de los dirigentes son las que hacen valorar a deportistas como Georgina, que eligen seguir en el país a pesar de las ofertas del exterior. Hace un tiempo, la cordobesa le dijo que no a una universidad de los Estados Unidos: “Nunca me arrepentí de no aceptar. No implicaba nacionalización, pero sí estar lejos de mi familia, de mis afectos y ni lo pensé. En eso soy medio maricona, extraño mucho. Estar acá es lo que me tocó y así, cuando hay resultados, se disfruta más”.
Cansada pero feliz, Bardach disfruta de su logro y sueña con más. “Creo que todavía me queda muchísimo para mejorar, por suerte. Calculo que en uno o dos años voy a estar en mi máximo nivel. Igual, después espero seguir mejorando más”. Ojalá. Beijing 2008 la espera.
Una chica grande entre las grandes:
El bronce conseguido en Atenas es el mayor logro de Georgina Bardach. Antes de desembarcar en Grecia, la cordobesa había aniquilado una sequía de 55 años para la natación argentina, al obtener la medalla dorada en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo 2003, también en los 400 metros medley. En la misma prueba, en el Mundial 2002, realizado en Moscú, había conseguido el bronce. Además, en Barcelona 2003, fue séptima en la final mundialista en pileta de 50 metros y se transformó en la única argentina en conseguirlo
Por Marcelo Orlandini (2004)