2002. Cachito Vigil, el domador
Fue el estratega del éxito de Las Leonas en el Mundial de Australia 2002, el primero que conquistó el Hockey sobre césped nacional. Reflexiones y anécdotas de Sergio Vigil, ex jugador, actor vocacional y docente de alma.
“Lo único que quiero es ir a un lugar con olor a café”, dice. Son las dos de la tarde del domingo. “Todavía no tomé nada desde que me levanté”, agrega Sergio Vigil, el domador de Las Leonas.
Estuvo una hora encerrado en uno de los congelados estudios de América, para el programa Tribuna Caliente. Y ahora sólo quiere tomarse un buen café. Se lo merece. El jueves viajó a Montevideo, en Buquebús, con su mujer, Marcela, para dar un curso. “Se los había prometido hace tres meses.” Regresaron el sábado, a las diez de la noche, y se fueron directamente a la fiesta del SIC, “un club con el que me siento totalmente identificado”. Se acostaron a las cinco de la mañana. ¿No se merece, entonces, un café?
Será él quien elija el lugar. Y mientras llegamos, y como una manera de romper el hielo, divagamos sobre un par de temas. Acepta que esto de dar notas está incorporado como parte de su trabajo. Que algunas entrevistas le gustan más que otras, y que a veces se sintió mal con algún título. “Una vez titularon que yo me iría a trabajar con Adrián Suar. Y era una frase fuera de contexto, lo que yo había dicho, en realidad, es que, como actor que soy, si alguna vez me llamara Suar aceptaría. Eso fue todo, pero el espíritu de la nota era totalmente distinto.”
Hará detener el auto en Avenida del Libertador al 6400: Anyway… se llama el lugar. Café con leche, dos medialunas de manteca y una de grasa, por favor. Afirma que su pasión por el boxeo ahora tiene algunos límites. “La época de los Monzón, Leonard, Galíndez, Ballas, Locche… El boxeo me encanta. Pero ahora, que estoy casado, los sábados a la noche veo un poco menos.” Le decimos algo así como que ha esperado un tiempo considerable para casarse. “Y… sí. Yo me casé en marzo de 2000. Mi esposa se llama Marcela Inés Manes. Entre los 25 y los 31 viví… ¿cómo decirte? Entre la desilusión y la soledad, no encontraba la persona que me acariciara el alma. La conocí en noviembre de 1997. Ella como espectadora, yo como actor en una obra que se daba en el Club Ciudad de Buenos Aires: Prueba de Amor, de Roberto Arlt. Marcela era amiga del esposo de la directora y vino a ver la obra. Esa noche, con la otra pareja, cenamos en Rojo y Negro (por Libertador, cerca de River). Ella volvió y…”
Hace una pausa, Cachito. Menea la cabeza y se ríe.
“Todo empezó con una porción de pizza calabresa. Volvimos a comer a Rojo y Negro. Iba a servir una porción de pizza calabresa y se le volcó en el plato. Yo le dije que era una pizza revolucionaria. Y la charla nos llevó a descubrir que teníamos los mismos valores, los mismos gustos filosóficos, el mismo respeto por los ideales del Che Guevara, por los valores de la izquierda, que a los dos nos gustaba Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Joan Manuel Serrat… Ella es licenciada en bibliotecología, estudió filosofía y, cuando murió el padre, estaba haciendo un estudio sobre Nietzsche, fue muy fuerte para ella. Así que siguió con el profesorado de gimnasia, como una manera de despejarse. Ella y yo amamos la filosofía, es… sentir el bálsamo de Platón y también meterse en la tormenta de Nietzsche. Eso y la lectura, claro: Sabato, Galeano, Cortázar…”
– ¿Y García Márquez?
– ¿Sabés que no? Es un tema que tenemos que revisar, que tengo que revisar.
– ¿Y Vargas Llosa?
–Sí, lo leí. Con él se da el tema de su talento de escritor por un lado y sus tendencias políticas por el otro. Y es un buen tema, porque ¿no es lo importante juzgar el producto final? Digo, la intimidad del hombre le pertenece. No es quizás el caso del Che, que pregonaba lo que hacía y sus valores estuvieron siempre sustentados en la acción. El recorrió la Argentina, vivió las mismas angustias de la gente. Yo creo que con Fidel ese proyecto se limitó a Cuba, mientras que con el Che se hubiera expandido más…”
EL ACTOR EMPEZO cuando Cachito tenía unos cuatro años, apenas. Amaba subirse a los escenarios. Y cantar. “Me subí y canté ‘Yo tengo fe’ y lo canté tan mal que me abuchearon, imaginate, nadie abuchea a un chico de cuatro años, lo mal que habré cantado. Pero antes de cantar, cuando subí y me moví, me aplaudieron mucho. Entonces me dije que no iba a ser cantor, pero sí actor. Y así fue. Y fue también en el Club Ciudad de Buenos Aires, yo tendría 13 años, cuando me arrimé a un grupo de teatro que dirigía Gustavo Bilbao. Yo, para todos, era el Chiquito Narigón. Para entonces ya jugaba al hóckey: arranqué a los 8. Ahí conocí a Marcelo Garraffo, un referente fundamental: por él me hice jugador, de la misma manera que cuando conocí a Luis Jorge Ciancia me incliné por la docencia. Amo enseñar. Mirá: esto me viene de familia. Tengo dos hermanos. Augusto Julián (36), que jugaba al rubgy, y María Agustina (31), que hizo varios deportes. Yo tengo 37, nací el 11 de agosto de 1965. De mi mamá, Lucía, viene mi amor por la docencia, que también ella ejercía. Y de mi papá, que también se llamaba Sergio, por lo deportivo. Hizo de todo. Murió en julio de 1996, así que no llegó a verme como técnico de la Selección, porque me nombraron en diciembre, pero ¿sabés qué? Yo sé que él me acompaña, que sigue a mi lado. Era prudente, medido, cero cholulo –nunca una foto– y no faltaba nunca a los partidos. Y él me acompaña, estoy seguro…”
Cuando tenía 17 años, a Cachito lo llamaron del seleccionado juvenil y dejó el teatro. Para 1997 fue a una clase de teatro al Club Ciudad –en el que, como se nota, han transcurrido algunos de los momentos más importantes de su vida–, y a los diez minutos ya estaba metido en una improvisación. Ahora tenía tiempo para dedicarse al teatro otra vez: ya no jugaba, tenía las tardes libres… Ni lo dudó. Dora Alonso le dijo que tenía una obra “para vos”. Y fue aquélla, la de Roberto Arlt, la que le permitió conocer a la que sería su mujer. Se casaron en la iglesia Santiago Apóstol. ¿Adivinó adónde fueron de luna de miel? A Cuba, obviamente: ninguno de los dos había estado antes. Cinco días en Cayo Largo, otros 5 en La Habana, cinco más en Varadero. Y muchas horas recorriendo el Museo de la Revolución.
–¿Lo viste a Maradona?
–No, y me hubiera gustado. El y Vilas son dos grandes referentes del deporte argentino. Yo jugaba al tenis porque quería ser como Vilas. Esfuerzo y convicción. No era un talentoso, pero ponía garra en cada jugada. Así como cuando era chiquito vi a Julio Cufré y me empezó a gustar el trabajo de entrenador; así admiraba a Vilas. Diego, a su vez, era un regocijo para el alma. Tenía el fuego sagrado, ése que lo hacía correr como el menos talentoso, si hacía falta. Lo querían hasta los contrarios.”
ESO DE “EL EQUIPO DE VIGIL” lo alegra, pero no le agrada demasiado. Es consciente de que no es él, sino todo un cuerpo técnico. Y no lo firma desde la comodidad del compromiso. Se le nota. “Mirá, hay dos chicos, uno el hermanito de Vila y otro de la Segunda División del Banco Provincia que, junto a Damián Angio, el entrenador de arqueros, estuvieron ensayando con Mariela los corners cortos. Y cuando Mariela atajó los penales decisivos, se notó el trabajo de esos dos chicos, ¿entendés? Ellos fueron parte de eso. Mirá el caso de Gabriel Soleiro. Yo lo invité con las entradas al Mundial; él se pagó el pasaje y todos los demás. O Pablo Macana y Daniel Minardo. O Luis Barrionuevo, el mejor preparador físico que tuve en mi vida: trabajé con él de 1987 a 1990, cuando jugaba en el seleccionado. Yo asumí el cargo a los 31 años, continuando a Ciancia. Convivo con Barrionuevo desde el 87 hasta hoy, y tiene un porcentaje altísimo de la mística que tiene esta Selección. Gabriel Minadeo –que es un ser de otro planeta, la nobleza hecha persona–, Lalo y Gaby iban a ver los otros partidos, me pasaban datos… Eso es un equipo, ¿entendés? Mi función es sacar lo mejor de cada uno, pero todos nos nutrimos de todos, yo soy sólo una parte”.
Cuando asumió la dirección técnica, les dijo a las chicas que miraran a su alrededor. Que todo lo que tenían estaba hecho, que había que construir sobre lo que estaba. Odia (aunque es una forma de decir, pues parece imposible que Cachito pueda odiar) a los que arrancan cambiando todo radicalmente.
–Trato de hilar muy fino. No me gustan que me digan obsesivo por los videos que veo, por los rivales que analizo. No es eso. Yo tengo en claro que saber es importante, aunque pensar también es determinante. Yo puedo ver muchos videos, pero no puedo estructurar al jugador, tengo que darle alas para que pueda volar.
–Eso de no cortar las alas me lo dijo Menotti hace un par de meses.
–Es que ése es el punto. No es una ciencia exacta. Lo que se ve en la cancha es resultante del trabajo, de lo que se le transmitió al jugador. Cuando asumí me dijeron: ojo, que la mujer no piensa. Y fue un error. El varón toma el mensaje como lo que es. Si hay una molestia entre dos se agarran a piñas y chau. La mujer se preocupa por las formas; todo lo que pasa, pasa por su intelecto. Si logramos que puedan pensar, se da lo que se da, con estos logros deportivos. Hubo un período de fatiga, de tanto insistir con el “piensen, reflexionen, analicen”. La jugadora tiene que ser… a ver si me explico: responsable para recuperar la pelota, pero “irresponsable” –o mejor dicho– audaz cuando la tiene, ahí es donde tiene todo para crear. La organización que uno le da a la cosa permite la creación. El desorden facilita el caos.
–Pero uno imagina a una jugadora que viene y te dice: “Hoy me peleé con mi novio y…”.
–¡No! ¿Ves? Eso pasa en los clubes, no en la Selección. Cuando la mujer le toma el gustito a la convivencia, cuando logra adaptarse a la esencia de la simpleza del varón sin perder la feminidad, se logra un gran grupo. Nelly Giscafré (la psicóloga del equipo) tiene mucho que ver. Porque nosotros estimulamos, nosotros motivamos, no hablamos de presión. Ella vino a Nueva Zelanda pagándose todo ➤ ➤ y luego tuvo que volverse. Le pregunté qué tenía que mejorar de mí y me dijo: “Tenés que estar activado, pero tranquilo”. Porque te habrás dado cuenta de que soy hiperquinético…
PESA 58 KILOS. Admite que “como cuando me acuerdo”. Duerme un promedio de 5 horas. No usa ni reloj, ni cadenas, ni celular. No tiene ni el anillo de casado. “Pero porque lo perdí barrenando”, aclara. Admite que sí, que no puede quedarse quieto. Y que, durante el Mundial, sólo gritó un gol, el final. Antes de cada partido reza. Le pide a Dios que le de claridad para dar la charla técnica. Que le de claridad para hacer los cambios apropiados. Que le de claridad para potenciar el trabajo de cada jugadora. Antes de cada partido, cuando alza los ojos al cielo, piensa en su padre, y le parece verlo cerca de él, recostado en el alambrado. Se le nublan los ojos cuando lo recuerda. Admite que va poco a la iglesia, pero que es católico y necesita sentir las cosquillas del alma. Un gran amigo suyo, Pablo Moraga, y que ahora es un místico, le dice que “Dios nos da la pelota, pero no juega el partido” y trata de tenerlo muy en claro. Admite que odia el dinero, que apenas posee un departamento chico (va por la cuota número 10) y que no puede entender que haya ricos y pobres con una diferencia tan brutal. Admite que la plata es para gastarla. Gana 3.000 pesos de la Secretaría de Deportes por su trabajo. Da clínicas por la Confederación Argentina de Hóckey, como otros técnicos. Cuando va al interior, procura que todo lo recaudado sea a beneficio. Y que, si algún día llega a tener dinero, le encantaría levantar una escuela de frontera. “Mi mujer piensa igual, y como trabaja en la Biblioteca del Congreso desde hace diez años, haría una biblioteca”.
Todavía no tienen hijos, pero saben que si es nena se llamará Paula y, si es varón, Tiago (“Como nombre no existe, se me ocurrió de golpe.”).
Admira a De Niro, Hoffman, Pacino y entre los nuestros a dos actores “comprometidos, como son Grandinetti y Solá”. Sueña con escribir dos libros, uno sobre hóckey, el otro sobre los desafíos. No le gusta aquello de que “lo más difícil de llegar es mantenerse”. Según sus palabras, “mantenerse es no crecer. Y cuando uno llega a algo lo que tiene que hacer es aceptar el desafío de seguir creciendo”. Subraya que los campeones no son gente extraordinaria, sino gente normal que hace cosas extraordinarias.
MENOTTI, BIELSA Y BIANCHI son sus referentes. “Bianchi es un gran armador de equipos y tiene la bohemia de los maestros. Menotti toma un jugador bueno y lo hace extraordinario; es un artista. Bielsa tiene humildad, ética, solidaridad, coherencia; tiene siempre los ojos húmedos, eso habla de su sensibilidad”.
Le encantan los dichos de Bilardo y se enoja cuando alguien afirmó que él (Cachito) es hincha de River y Boca. “Yo soy sólo hincha de la Selección y si un club juega bárbaro, me encanta; como me gusta, por ejemplo, esa conjunción entre el fútbol y la garra de Boca, o el gusto por lo exquisito de River.”
Se casó con la canción de Mercedes Sosa (“Sube… sube…”, entona desentona) y tomando la lapicera del cronista, escribe con la zurda algunos de sus favoritos: Los Carabajal, Guarany, Cafrune, Los Chalchaleros, Atahualpa, Heredia, Viglietti, Leon Gieco (la lista sigue).
Es amigo de Internet, pero no fanático. Durante las competencias no lee los diarios. Y, a la hora de elegir el momento más importante de su vida, afirma, sin medias tintas, que fue el de su casamiento.
Ya son las cuatro de la tarde. El remise se fue. Nos quedamos en el medio de la Libertador con Cachito. La despedida se hace casi abrupta. Viene el colectivo 15. Toma el colectivo, Cachito. Y se pierde, como uno más, por una Libertador desnuda y pacífica, como corresponde a un domingo a la tarde .
Por Carlos Irusta / Fotos: Martín Sorter (2002)