Las Entrevistas de El Gráfico

1995. Francescoli, el principe de los humildes

Después de una etapa conflictiva con la selección uruguaya, Enzo Francescoli vuelve a ponerse la Celeste para la Copa América 1995 a disputarse en su patria y le cuenta al El Gráfico lo que siente.

Por Redacción EG ·

26 de marzo de 2019

 

Imagen Bar “Luisito”, en Montevideo. La presencia de Enzo gobernando un ambiente rodeado de parroquianos. Francescoli -tal vez-su último gran torneo con la camiseta uruguaya en el pecho.
Bar “Luisito”, en Montevideo. La presencia de Enzo gobernando un ambiente rodeado de parroquianos. Francescoli -tal vez-su último gran torneo con la camiseta uruguaya en el pecho.
 

Ahí va el Príncipe. Con sus botines embarrados y la celeste hecha piel en el cuerpo.

Ahí va el Príncipe. El mismo que le ganó a muchos uruguayos que lo miraban de reojo -desconfiando de su verdadero linaje- a fuerza de sutilezas y toques de distinción.

Ahí va el Príncipe. Y con él camina todo Uruguay en busca del sueño de la Copa América '95. Ya llegaron, juntos, a las semifinales. Con sangre, sudor y lágrimas. Con el sufrimiento inundando el Centenario, con sus virtudes y defectos históricos, con la semilla de la ilusión sembrada en Montevideo. Con la imagen de Obdulio Varela y el resto de los héroes del Maracanazo rondando el estadio en este domingo de triunfo ante Bolivia. Justamente cuando se cumplían 45 años de aquella legendaria hazaña.

 

Imagen Enzo levanta la Copa America con Uruguay
Enzo levanta la Copa America con Uruguay
 

Ahí va el Príncipe. "El Enzo", como lo llaman acá. "El señor Francescoli", para la prensa extranjera. "El capitán", para los paisanos que desafían la helada y se asoman a la concentración de Los Aromos para verlo, al menos un ratito, con "el fóbal" en sus pies...

A esta altura de mi vida, tomo todo con otra filosofía. Si la gente piensa que hice una buena carrera profesional, mejor. Me sentiría gratificado. Pero si no, no me hago drama. Yo sé que entregué todo lo que pude. No me reprocho nada...

-Está bien. Pero digamos que esta Copa América es distinta. Puede significar el reencuentro definitivo entre vos y la gente, luego de todos los líos de la era Cubilla...

-Sí, puede ser. Teníamos que ganarnos a la gente. Lo que pasó antes, afuera de la cancha, ya es parte del pasado. Di la cara en un momento en el que debía hacerlo y no me arrepiento. A pesar de todo lo que sucedió después, tenía que ser así.

La cara de Enzo se pone seria. El "todo lo que sucedió después" fue una inútil lucha intestina entre el técnico anterior -Luis Cubilla- y los uruguayos que triunfaban en el extranjero, representados todos por Paco Casal. Pasó el desastre de las eliminatorias para USA '94, el papelón en el Maracaná -nada más hiriente para un charrúa de ley- y las críticas generalizadas por la falta de diálogo entre el entrenador y los jugadores. Y ahí, en épocas de cuestionamientos, Enzo respiró profundo y le puso el pecho a las balas. "Nunca fui de esconder la cabeza", dice con orgullo.

 

Imagen Con el Burrito Ortega brindando por un año feliz
Con el Burrito Ortega brindando por un año feliz
 

Siempre sintió la camiseta uruguaya como algo especial. La lleva pegada al corazón. Por ella gozó -ganó las Copas Américas del '83 y '87- y sufrió, por ejemplo, aquella durísima goleada de Dinamarca 6-1 en México '86. "Cada vez que teníamos que sacar del medio me costaba más volver", recuerdo hoy. Este cronista aún recuerda las lágrimas de Francescoli cuando allá por marzo del '94, en Turín, no se resignaba a ver el Mundial de Estados Unidos por televisión. "Será el dolor más grande de mi vida deportiva", confesaba hace poco más de un año.

Pero el fútbol es generoso y siempre regala nuevas oportunidades. Hoy, este Enzo Francescoli luce entusiasmado, con un ascendiente impactante en el plantel y con una imagen entre la gente que vislumbra una amnistía por toda aquella historia. Claro, hay un nuevo desafío por delante.

-Esta Copa América nos tiene entonados. Sobre todo porque es la última oportunidad para una generación como la mía, que vivió momentos muy duros. Es algo así como un sueño porque, después, deberíamos adaptarnos más a la realidad. Somos un país chico, hundido en una crisis económica que impide que el mismísimo Centenario esté lleno en los cuartos de final. Nos cuesta organizarnos, nuestra Selección tendría que jugar uno o dos partidos por mes pero no se puede. Después de 1950 hemos ganado poco. Y eso que ya vamos a pisar el año 2000. Navegamos en la inestabilidad. Que todavía surjan jugadores como Fonseca, Sosa, Poyet, Herrera o Dorta ya es un milagro...

Imagen Plasticidad absoluta. Ruggeri mira cómo la mata Enzo en una práctica de 1986.
Plasticidad absoluta. Ruggeri mira cómo la mata Enzo en una práctica de 1986.

-¿No hay que aprovechar ese milagro para transformarlo en resultados y emprender un crecimiento?

-Eso sería lo ideal. Pero es muy difícil... Cuando yo aparecí en Primera, ya surgían jugadores y se iban. Ahora aumentó más ese promedio. El condicionamiento económico es muy fuerte, no se puede contra eso.

-Bueno, tu generación tuvo la chance histórica de levantar nuevamente al fútbol uruguayo. Después vinieron los problemas...

-Yo creo que hicimos cosas buenas. Por supuesto que también cometimos errores. Somos humanos. Pero, después de todo, los únicos que hicieron más que nosotros fueron los seleccionados de las décadas del '30 y '50. Vivimos en un país exitista, acostumbrado a los triunfos de otras épocas.

Aunque a él le cueste reconocerlo -su timidez se lo impide- los ojos candomberos lo ven de otra forma. Cuando entró al bar Luisito -un típico boliche de campo, con sus paredes hermosamente descascaradas, la mesa de billar en el medio, la radio añeja a válvulas, las mesas de madera despintadas para la producción fotográfica, los humildes baquianos del lugar estallaron en un aplauso respetuosísimo. Nada de tirársele encima, lo cobijaron con el cariño y la admiración que despiertan los ídolos. "Ahí vino el Capitán", decía un mulato abrigado hasta las orejas con su gorro gris. Todos lo convidaron con una copa y le pidieron que se jugara un truquito...

-¿Este cariño también es una presión?

-No, es hermoso. Ya lo habíamos palpado cuando viajamos de Los Aromos al Centenario. Hay que acostumbrarse para que no nos juegue en contra.

-¿Qué representa Héctor Núñez, Enzo? Todos los jugadores están entusiasmados con él.

-Es la persona que se alejó de la polémica, el que confió en nosotros cuando muchos dudaban. Además, un gran tipo, con mucho humor, sabe lo que quiere y se preocupa por todo. Ojalá que con él lleguen los éxitos. Aunque, claro, los que definimos las cosas somos siempre los jugadores. El técnico puede influir en la mentalidad o en la organización de un equipo, pero no sale a jugar.

Imagen Recreando en la playa para El Gráfico su legendaria chilena frente a Polonia.
Recreando en la playa para El Gráfico su legendaria chilena frente a Polonia.

-Hasta ahora sufrieron muchos desniveles. Si bien llegaron a las semifinales, les costó muchísimo, sobre todo si se piensa que son locales. Con Venezuela, a pesar del 4-1, no convencieron. Lo mismo pasó con México. Y ni hablar de Bolivia: terminaron pidiendo la hora a los gritos.

-Es que no hubo mucho tiempo para trabajar tácticamente, nos vamos armando sobre la marcha. Encima, contra los bolivianos se nos lesionó Fonseca y ahora no sabemos si estará en lo que falta de la Copa... Pero, ojo, que demostramos no ser menos que Brasil o Argentina, por ejemplo. Estuvo todo muy parejo. Lástima que ustedes se tuvieron que cruzar con los brasileños en cuartos. Si no ésa era una semifinal clavada.

-Nombrá tres cualidades de Uruguay.

-La gran solidaridad del grupo, la garra que pone en los momentos difíciles y el poder ofensivo que le da Fonseca. ¿Es algo, no?

-El asunto es si les alcanza. ¿Si no ganan la Copa será un fracaso?

-No creo. Hay que ver cómo se dan las circunstancias. Fracasaríamos si no dejásemos todo por llegar lo más lejos posible.

-¿Qué jugadores te gustaron?

-Yo destaco a Diego Dorta. Tiene un equilibrio bárbaro: ordena, manda, grita, tiene mucha personalidad.

-Eeehh... ¿No te conformó ninguno de Brasil o Argentina?

-El poder de ellos no se discute. No me sorprendieron. Ya sabíamos que Batistuta y Balbo son dos fenómenos, que Juninho y Roberto Carlos matan, que Fonseca siempre la mete... Somos todos conocidos, siempre los mismos, je...

-Ya asumió Ramón Díaz en River, ¿lo conocés?

-No, nunca jugué con él. Pero le doy mi apoyo incondicional, como lo hice siempre con todos los técnicos que tuve, inclusive Cubilla. Tengo referencias por la gente del club de que el Pelado es un muchacho responsable y trabajador.

-Y con un objetivo excluyente como la Libertadores...

-Así es. Necesitamos ganarla. Para mí sería importantísimo. Cuando la iba a jugar con River, me fui a Europa. Después la ganaron con el Bambino y, si bien yo la sentí como mía, no la jugué.

 

Imagen El capitán levanta la segunda Copa Libertadores de River Plate.
El capitán levanta la segunda Copa Libertadores de River Plate.
 

-Enzo, ¿después de la Copa América te retirás de la Selección?

-Casi seguro. Yo vivo de la realidad. Voy a cumplir 34 años y tengo los pies sobre la tierra. Si dijera que llego al Mundial de Francia mentiría. Me suena a utopía. Le quiero pagar a mi familia el tiempo que no le pude dar. Por ahora, no me cuesta levantarme para ir a entrenar. Pero no sé qué sentiré mañana. No quisiera que otra persona me dijera: "Flaco, ¿no pensaste en largar?" Sería muy duro.

-Cuando a la noche apoyás la cabeza en la almohada, acá en Los Aromos, ¿con qué soñás?

-Con levantar la Copa América en medio de mi gente. Con el Centenario lleno gritando "Uruguay". Sería un adiós hermoso para mi ciclo en la Selección, después de 13 años de haber jugado en ella. Sería hermoso...

Ahí va el Príncipe. Guiando la esperanza de tres millones de personas que lo ungieron como símbolo y que se montan a su espalda en busca del oro perdido.

Ahí va el Príncipe. Recibiendo con orgullo el grito -inédito- de todo el estadio cuando se anuncia su apellido por los parlantes. "Eeenzooo, Eeenzooo..."

Ahí va el Príncipe. Regando con talento el maltratado césped del Centenario. Es la cuota de fútbol de Uruguay, el toque distinto, la humildad. El gol hermosísimo contra Paraguay, la ausencia sentida contra México, la excelente producción del primer tiempo contra Bolivia, la esperanza charrúa que amenaza a los colombianos...

Ahí va el Príncipe...  

 

MIGUEL ANGEL RUBIO

Fotos: GERARDO HOROVITZ y JULIO CASTAGNELLO