Las Entrevistas de El Gráfico

2000. Juan Pablo Primero

Juan Pablo Angel llegó a River después de brillar en Atlético Nacional de Medellín y si bien empezó con algunos silbidos, terminó ganándose el corazón de los hinchas. Una maravillosa entrevista.

Por Redacción EG ·

14 de marzo de 2019

La historia de este hombre nacido en Medellín y postulado desde su llegada como sucesor de Marcelo Salas reconoce un antecedente que bien podría haber tumbado a cualquiera. Ocurrió el 25 de marzo de 1999, en el Estadio Monumental. River ya sumaba un año y medio sin campeonatos, demasiado para los tiempos triunfales de la última década. Y Juan Pablo Angel, el protagonista de la historia, se desbarrancaba sin frenos tras un comienzo aceptable pero efímero (fue el goleador de River en la Copa Libertadores de 1998). Frente al equipo de Ramón Díaz estaba el Once Caldas, de Colombia. River debía ganar sí o sí para mantener la esperanza de clasificar para la segunda ronda. El triunfo no corría sobresaltos en el minuto 82 cuando Angel ingresó en el campo de juego en reemplazo de Saviola, porque justamente un minuto antes Cristian Castillo había anotado el tercer gol de su equipo para llevar el resultado a 3-0. Pero la crisis de nervios y desconfianza explotó en menos de dos minutos, lapso en el cual Angel vio una tarjeta amarilla y después otra por una infracción infantil. A los 84 minutos de juego  Angel se metía en el túnel del vestuario, rojo de vergüenza y de bronca, ante el rugido desaprobatorio del estadio.

En ese instante, pareció el final de la historia. Una relación casi imposible de recomponer. Sin embargo, a punta de tozudez y empuje, Juan Pablo Angel consiguió torcer el rumbo y festejar una victoria que hoy goza con merecida alegría.

Imagen Festeja Angel, con el sabor que dan las revanchas. Lo bendicen Gancedo y Coudet. Fue en el 3-2 ante el Atlas, la noche perfecta de Juan Pablo.
Festeja Angel, con el sabor que dan las revanchas. Lo bendicen Gancedo y Coudet. Fue en el 3-2 ante el Atlas, la noche perfecta de Juan Pablo.

–Siempre dije que venía a la Argentina a triunfar y por suerte las cosas ahora me están saliendo tal cual lo esperaba –admite Angel, antes de viajar a su país para concentrarse con su selección–. Encima estoy en el mejor club del país, el equipo del cual era simpatizante cuando estaba en Colombia. Y no lo digo ahora para quedar bien; siempre lo repetí desde antes de llegar a River cuando me tocaba enfrentarlo por la Libertadores o la Supercopa. Seguía la campaña de River desde chico y me fijaba en Francescoli, mi ídolo. Cuando llegué al club  Enzo todavía pertenecía al plantel. A los pocos días, cuando yo estaba en Mendoza de pretemporada, anunció su despedida. Fue una pena no poder jugar a su lado, un sueño que no pude cumplir. Como consuelo me queda su partido-despedida en el que al menos pude jugar 15 minutos. ¡Qué lindo hubiese sido tirar paredes con semejante jugador!

Los comienzos, Ramón Díaz, el amigo Hernán

–¿Cómo empezaste a jugar al fútbol?

–Siempre fui de jugar a la pelota con mis amigos del barrio y un día me vio el hermano de Pacho Maturana y me insistió para que fuera a probarme a Nacional. Fui y quedé, pero a los dos meses no fui más, porque no me divertía tanta exigencia a los 14 años. Después, hablando con mi viejo, me hizo entender que en la vida nada se consigue sin esfuerzo. Y eso que el sueño de mi viejo era que me recibiese de ingeniero. Hablamos y tras esa charla me convencí y volví a jugar. Dos años después debuté en Primera. Fue increíble cómo cambió mi vida. Mi viejo no lo podía creer cuando a los 18 años debuté en la selección nacional. Mi vida ya era el fútbol, de todos modos terminé la secundaria. Eso sí se lo había prometido a mi familia.

–Cuando salió la posibilidad de jugar en el fútbol argentino, ¿qué fue lo primero que pensaste?

–Siempre soñé con jugar en un fútbol tan competitivo. Cuando mi representante me dijo que era River el equipo que estaba interesado no lo podía creer. Yo había jugado en el Monumental –para Nacional, por la Libertadores del año ’95, aquel partido que ganamos en la definición por penales– y me impresionó semejante estadio. Yo ahí ya me imaginé que algún día iba a jugar en esa cancha y que la tenía que romper en River.

–¿Por qué te costó tanto ganarte el reconocimiento del hincha?

–Creo que los delanteros que vinimos luego de Francescoli y Salas tuvimos que pagar el precio de que nos compararan con semejantes monstruos del fútbol. Nos pedían goles y buen juego. No nos dieron tiempo de adaptarnos a esta gran institución. No es fácil ponerse la camiseta de River y salir a la cancha. Así y todo a mí me fue bien apenas llegué, aunque me costó consolidarme.

–¿Cuánto tiene que ver Ramón Díaz en tu actualidad futbolística?

–Mucho. A Ramón le debo agradecer la continuidad que me dio en el primer equipo, pero quien hizo todo el esfuerzo para disfrutar de este presente fui yo. Siempre fui muy cabeza dura y por eso nunca bajé los brazos, ni siquiera cuando me chiflaban. Por suerte tuve en Hernán Díaz a un amigo espectacular, el amigo que me dio el fútbol. Siempre me aconsejó en los momentos que más lo necesitaba, me pedía que entrenara el doble. El me decía: “Yo también al principio fui muy resistido, pero con trabajo y esfuerzo pude dar vuelta esa situación”. Por suerte hoy vuelve a estar con nosotros.

–Pero para que Hernán Díaz volviera se tuvo que ir Ramón.

–No sé qué pasó entre ellos, pero Ramón Díaz se fue porque él quiso; que yo sepa nadie lo echó, cosa que sí le pasó a Hernán. Igual, siempre le estaré agradecido a Ramón: fue el técnico que me pidió y el que me bancó cuando las cosas no me salían bien. Conmigo se portó muy bien.

Gallego, el nuevo River, la Copa

–¿Qué diferencias encontrás entre Ramón y Gallego?

–Veo que Gallego es más ofensivo. Nos pide que ataquemos constantemente y nos exige llegar con mucha gente. Con el Tolo jugamos más corto entre las líneas y nos paramos diez metros más adelante. Los volantes tienen la obligación de acompañar a los atacantes. Y, tácticamente, jugamos igual de local y de visitante.

–¿Antes eran más cautelosos?

–Con Ramón nos cuidábamos más. Jugábamos más de contragolpe aprovechando mi velocidad, la de Javier y la pegada de Pablo. Muchas veces de visitante poníamos tres volantes de marca, los cuatro del fondo en línea y yo quedaba como pescador solo arriba. Bueno, pero tan mal no nos fue. Y Ramón, por todo lo que ganó, es un exitoso.

–¿Qué te pide Gallego?

–Gallego me da más libertad de movimiento. Me pide que rote por todo el frente de ataque y que si tengo la oportunidad de pegarle de media distancia  lo haga sin temor a mandarla a la tribuna. Ramón me pedía que jugara por izquierda con la obligación de marcar al lateral, de seguirlo por lo menos hasta la mitad de la cancha. Ahora como jugamos más corto tengo más obligación de crear que de marcar. Otra cosa en las que estamos trabajando es en distintas variantes para los tiros libres o córners. Gallego le da bastante importancia al trabajo con la pelota parada, cosa que Ramón no hacía.

Imagen La foto es de marzo de 1998, apenas arribado al país. Su cara de niño lo delata.
La foto es de marzo de 1998, apenas arribado al país. Su cara de niño lo delata.

–¿Se puede jugar miércoles y domingo?

–Creo que sí. Por lo menos por ahora el físico está aguantando bien. Sólo falté a dos partidos, así que hablo con fundamento. Además, si ganás seguido, se disimulan un montón de cosas y el cansancio no se siente.

–¿Cómo es afuera de la cancha tu relación con Saviola y Aimar, con quienes te entendés muy bien adentro?

–Yo me llevo bien con todos. Javier y Pablo son dos pibes muy divertidos, aunque a veces se nota un poco la diferencia de edad. Por ejemplo, yo estoy casado y no puedo salir demasiado pero cuando estamos en la concentración nos divertimos bastante. El entendimiento que logramos dentro de la cancha también se da afuera.

–¿Cómo ves tu futuro? ¿Ya pensás en irte a Europa? Mascardi fue para allá para negociar con los clubes italianos.

–Sí, ya sé, pero estoy muy tranquilo porque Gustavo sabe lo que hace. Gracias a él hoy estoy aquí y sé que siempre va a hacer lo mejor para mí. Igual, mi gran objetivo hoy es ganar la Copa Libertadores con River. Eso nos permitiría ir a jugar la Intercontinental a Japón, un sueño que tengo en la mente. Lo mismo que jugar un Mundial con mi país. Ojalá pueda cumplir los dos.

 

EN COLOMBIA ES LA VEDETTE

En Colombia, a los jóvenes les dicen “pelaos”.

“Juan Pablo era un pelao muy profesional. Se preocupaba siempre por superarse y se quedaba pateando fuera de hora. Yo le decía que mirara mucho a Van Basten, le pedía que aprendiera, porque en nuestro país siempre abundaron los delanteros rápidos que van muy bien para adelante; pero también escasearon aquellos pivotes que saben salir de la jugada y aguantar con el cuerpo. Incluso le di un video de Fiorentina-Milan, de 1989, que todavía lo tiene. Así que si lo ves, por favor dile que me lo devuelva”.

El que habla inflando el pecho de orgullo es Juan José Peláez, entrenador que vio crecer a Juan Pablo Angel en las divisiones inferiores de Nacional de Medellín y que lo hizo debutar en 1994. Peláez, que ahora conduce al Junior de Barranquilla, es muy amigo de Pacho Maturana y Hernán “Bolillo” Gómez, con quienes ha trabajado en diferentes ocasiones. Ellos son los máximos exponentes de la escuela “paisa”, como se conoce a los habitantes de la región que rodea a Medellín. Peláez también recuerda muy bien el día que Angel se incorporó a su plantel: “Jugaban un partido una división menor de Nacional contra una escuela de fútbol. A Nacional lo dirigía César Maturana, uno de los hermanos de Pacho, y al otro lo dirigía la mamá de Pacho. Así que jugaban el equipo del hermano de Maturana contra el equipo de la mamá de Maturana. Y ganó Nacional 4-0 con 4 goles de Juan Pablo. A partir de allí empezó a entrenarse con nosotros. Y el gran salto lo dio en la final del campeonato de 1994. Enfrentábamos al Independiente Medellín en la última fecha y lo puse a Juan Pablo en los minutos finales en reemplazo de Alex Comas. La gente reprobó el cambio con silbidos, no quería saber nada. Pero al final ganamos con un gol de Juan Pablo y salimos campeones. Fue su gran salto”.

Juan Pablo Angel es el nombre de moda en Colombia. Los partidos que disputaron hace un par de semanas los equipos argentinos en la tierra del café, por la Libertadores, sirvieron para descubrir hasta qué punto han cobrado trascendencia las actuaciones de Angel. Cada periodista colombiano que lograba toparse con uno de los enviados argentinos pedía una breve “notica” y allí preguntaban “¿cómo anda Juan Pablo Angel?”. En realidad sabían la respuesta, pero necesitaban escucharla de bocas argentinas para levantar el ego que viene algo pisoteado después de las últimas actuaciones de la selección. Todavía se sufre en esas tierras el 9-0 propinado por Brasil en el Preolímpico, Waterloo al que redefinieron como goleada Telecom, ya que las llamadas interurbanas por esa empresa telefónica requieren para todas las comunicaciones el uso del prefijo 09. También se padecen las dos últimas derrotas ante Honduras y Canadá, por la Copa de Oro, y predomina el escepticismo respecto a las próximas eliminatorias. En los días previos al partido con Brasil, que se jugaba este martes, todos los medios daban como único delantero seguro a Juan Pablo Angel, por encima de Faustino Asprilla, Víctor Bonilla, Edwin Congo, Iván Valenciano y Hamilton Ricard. “Aquí la cosa es Angel y otro”, asegura Ramón Pinilla, periodista de la revista Gradería.

El centímil que le dan los diarios a Angel es notable. Sin embargo, antes de emigrar, Angel no era de los jugadores más queridos, sino más bien lo contrario. La transformación se produjo cuando el goleador triunfó en la Argentina. Existe un profundo respeto por el fútbol argentino en Colombia. De todas formas, no será tarea sencilla para Angel calzarse la camiseta de la selección. Hasta ahora jugó poco y no le fue bien. Muchos recuerdan el choque ante Chile en Santiago, por las eliminatorias pasadas, que concluyó con victoria por 4-1 para los locales. Tras aquel encuentro, Angel fue apuntado por gran parte de la prensa, acusado de ser parte de la “rosca” paisa, es decir de la escuela de Nacional que en ese momento tenía a Bolillo Gómez como técnico de la selección. Muchos comentan que en Bogotá no le resultará sencillo triunfar a Angel justamente por eso: por su pasado en Nacional. Pero mientras tanto todos hablan de él. Y hablan mucho. Y hablan muy bien.

ASI LO VEN

LEOPOLDO LUQUE

(Jugó en River entre 1975 y 1980; metió 75 goles)

“En River es difícil jugar como nueve porque todos los rivales se meten atrás. Por eso es muy importante saber bajar y jugar con los volantes, aprender a moverse de espaldas y descargar a un toque. Cuando yo llegué a River desde Unión  noté muchas diferencias, porque ya no tenía que jugar de contraataque y no alcanzaba con ser un punta-punta. Me adapté a la nueva función y eso permitió que Menotti me convocara para la Selección. Esto de saber salir del ataque y jugar con los volantes, Angel lo hace muy bien. El colombiano también vivió algo parecido a lo que me pasó a mí en el período de adaptación. Cuando uno llega a un club grande juega igual que antes, pero un tiempito después, cuando se da cuenta de las responsabilidades, baja el nivel. El colombiano arrancó bien, pero después se cayó y desde hace unos meses viene demostrando que es el delantero más completo del fútbol argentino”.

CARLOS MORETE

(Jugó en River entre 1970 y 1975; metió 103 goles)

“Para mí, el mejor goleador de todos sigue siendo Pizzi. De todas maneras, reconozco que Angel tiene un poco de cada cosa: cabecea como uno de los mejores; no es ningún negado con la pelota; sabe aguantar, tocar, definir y pegarle de afuera del área. Tiene un futuro bárbaro. Lo único que no me gusta es que tiene paso muy corto, o sea: es rápido en espacios reducidos, pero en distancias de 30 metros le cuesta. Además, si triunfás en este puesto en River es porque tenés huevos de verdad. Hubo una época en la que yo me pasé 10 partidos sin hacer goles. Me querían matar. Y la única verdad para salir de ésa y conquistar a la gente fue meter goles y tener moral de hierro. No había otra”.

 

Por Rodolfo Cedeira y Diego Borinsky