Las Entrevistas de El Gráfico

Alexander Barboza, pasito a pasito

Despacito, sí, el niño que llegó con 10 años al club y se fue a préstamo antes de debutar en Primera, tuvo su esperada recompensa tras una gran temporada en Defensa y Justicia: integrar el plantel de Primera de River. Ahora, va por más.

Por Diego Borinsky ·

10 de octubre de 2017
Imagen El escudo, en la sala de prensa de Rivercamp, en Ezeiza. Volvió y le costó reconocer el predio.
El escudo, en la sala de prensa de Rivercamp, en Ezeiza. Volvió y le costó reconocer el predio.
La historia de Alexander Nahuel Barboza Ullúa –22 años, bonaerense de Villa Celina– es tan rica, contiene tantos matices, es relatada con tanto entusiasmo y desenfado por el protagonista, que obliga a pensar y repensar cuál de todas sus aristas sorprenderá más. Hay entrevistas que son un dolor de cabeza porque cuesta encontrar un modo atractivo de empezar a contarlas. Hay otras que también lo son, pero justamente por lo opuesto: sobran las variantes. La de Alexander Nahuel Barboza Ullúa es una de estas últimas.

A modo de presentación, y para que nadie crea que se trata de una sobreoferta como las del transporte público, una apretada síntesis lo confirmará en breve. Veamos… Que usa el doble apellido porque su papá es uruguayo. Que su padre tiene 20 hermanos. Que llegó a River con 10 años y el Monumental fue el primer estadio que conoció. Que lo probó Gabriel Rodríguez, el mismo que fichó a Marcelo Gallardo. Que estudió en el Instituto River Plate. Que fue titular en las inferiores pero se tuvo que ir a préstamo sin haber debutado en la Primera. Que el día de su estreno metió un gol (y a River). Que su segundo gol en Primera volvió a convertírselo... a River (es defensor central, no centrodelantero). Que en diferentes momentos de su carrera desechó ofertas superiores en lo económico para privilegiar lo deportivo, a pesar de las carencias de la familia (papá fletero y colocador de alfombras; mamá empleada en la Municipalidad de La Matanza). Que en los festejos de los goles se besa el antebrazo derecho y señala al cielo dedicándoselos a su abuelo. Que se divierte más jugando al pool, al ping pong y al metegol que a la Play. Que no tiene pudor en arrodillarse frente a su novia en un restaurante.

Imagen Gol a River en su debut, con Rafaela.
Gol a River en su debut, con Rafaela.
Bien, arranquemos.
“Esteban, mi viejo, es de Montevideo, del barrio del Cerro. Se vino a los 21 años, a dedo, con dos amigos buscando laburo. Empezó haciendo changas en fletes, dormía en Plaza Once, y después su patrón le hizo lugar en un galpón. Más tarde colocó alfombras y hasta el día de hoy lo sigue haciendo, aunque gracias a Dios le pude comprar un auto y labura de remisero. Es un Polo modelo 98, tampoco un último modelo, eh”.
Alexander muestra los dientes seguido, porque repasa sus orígenes con naturalidad entre sonrisas. Está vestido de jogging gris, sentado en lo que hasta hace un año era el vestuario de la Reserva, en Ezeiza, donde él se cambió durante unos meses en 2015, soñando con tener una chance en la Primera, una chance esquiva que le llegó recién dos años después. Lo que cuesta, vale.
“Mónica, mi mamá, salía a bailar con mi abuelo y con mis tíos. Mi familia siempre fue de bailar salsa, y mi viejo bailaba muy bien, era el típico ganador. Tenía treinta y pico, mi mamá 15, le lleva 20 años, y la sacó a bailar, mi abuelo estaba como loco. Se veían a escondidas hasta que un día formalizaron, se casaron, se fueron de luna de miel a Uruguay, mi mamá quedó embarazada, volvieron y nací acá. De parte de mi viejo son 21 hermanos, todos del mismo padre y madre. Parece que no había televisión en esa casa”, lanza la risotada.
-¿Y cuántos primos?
-Ni idea.
-Vos tenés tonada uruguaya…
-Puede ser, me lo han dicho. Eso sí: mate no tomo, ahí no soy uruguayo para nada.
Sus 193 centímetros lo erigen en el futbolista más alto del plantel. “De pibe, en baby, me pedían documentos todos los partidos, creían que era mayor”, revive El Negro, o El Flaco, o Ale, tal como lo conocen en el barrio. Jugaba al baby en Atlético Lugano y Jorge Isamat, su técnico, le pasó el dato a Hugo Buitrago, ex compañero suyo en San Lorenzo y representante de jugadores. Buitrago lo vio unos partidos y no dudó: lo llevó a River. “Gracias a Dios tuve esa chance por Buitrago, que sigue siendo mi representante, se portó 10 puntos”, explica. Pero no era todo tan sencillo: “Me tenía que tomar tres colectivos, iba todo el viaje parado, estuve cuatro meses con dolores de cintura. Se hizo pesado y mi representante le compró un Peugeot 504 a mi papá, para que me llevara. Lo arreglamos con mucho empeño. Ese Peugeot tuvo mil historias, no le andaba la bocina y yo iba gritando por la ventanilla. Mi viejo levantaba a mis compañeros por General Paz, éramos 3 o 4, pero alguna vez fuimos hasta 8, uno arriba del otro. Para después del entrenamiento mi viejo llevaba una bolsa así de alfajores Fulbito (hace el gesto) y nos daba: ¡terminábamos con un hambre! De ese grupo el único que llegó fue Tomy Martínez, pero me quedaron muchos amigos a los que sigo viendo Fittaoili, Musarella, Parente, Nicolás Ríos, algunos siguen jugando”.
Barboza era delantero, pero a medida que subió en las Inferiores, retrocedió en el campo. “A la Octava le había ido mal en el primer semestre con una línea de tres defensores derechos, y entonces Jota Jota López, que era el coordinador, le comentó al entrenador, Ricardo De Angelis: ‘¿Por qué no ponés a un zurdo?’. Yo estaba en una etapa de mi vida en que dudaba entre el fútbol y salir con mis amigos, en esa locura de las juntas en la esquina del barrio. Entonces, un día me habló De Angelis y me dijo que si quería ser jugador de fútbol, tenía que dejar todo eso de lado. Esas palabras me entraron muchísimo, y de ahí no salí más y fuimos campeones en Octava con Gio Simeone, Kaprof, Tomy Martínez, Carreras, Molina”.

Imagen En inferiores, contra Boca.
En inferiores, contra Boca.
Al año siguiente, con Fernando Kuyumchoglu, dio su gran salto y fue convocado a la Sub 17 mientras cumplía con el mandato paterno: terminar el colegio. “Con lo justo pero lo terminé”, acepta. Fue campeón en la Reserva con Gustavo Zapata, luego siguió con el Luigi Villalba, alternando, porque si por algo se caracterizó la cantera de River en los últimos años fue por promover defensores centrales de calidad. Ese motivo, precisamente, le nubló el horizonte. “Tenía 20 años, y veía que no había posibilidades de subir, pero no porque yo estuviera mal o el técnico no me quisiera o me hubiera peleado con Nahuel Gallardo, como se dijo, sino porque había muchos centrales: Funes Mori, Pezzella, Balanta, Maidana, Mammana, demasiados”, razona, y por eso no llegó a hacer ninguna pretemporada con el primer equipo: “Me llamaban cuando faltaba un central o para completar un reducido, pero cambiarme con el plantel o compartir una semana, nunca”.

Mientras pensaba qué rumbo tomar, le llegó una oferta de Malatya Sport, de la segunda de Turquía, hasta el presidente del club viajó a la Argentina con la camiseta, pero casi a la par recibió la propuesta de Rafaela, dirigido por Astrada y Hernán Díaz, y apostó por la industria nacional. “Aparte, justo había fallecido la mamá de mi novia, y no la quería dejar sola”, agrega, y exhibe sus valores.

“Llegué a Rafaela un martes, el jueves hicimos fútbol, empecé para los suplentes y de golpe, Astrada paró la práctica y me mandó con los titulares. Y el sábado me pusieron de entrada. No llegué a avisarle a la familia, aparecí entre los titulares y no lo podían creer. Y cuando metí el gol, ni te cuento”, detalla. Puntualicemos: fue el 18 de julio de 2015. ¿El rival? Un River alternativo, que se preparaba para disputar la semifinal de la Libertadores ante Guaraní en Asunción. River ganó 5-1, con cuatro de Cavenaghi y uno de Guido Rodríguez. “Nooo, cuando metí el gol fue una locura, se me puso la mente en blanco, pensé mucho en mi abuelo, que había fallecido hacía poco, Oscar Ullúa, me acompañó de chico a todos lados, cuando miro al cielo es para él”, se emociona y muestra el antebrazo derecho donde tiene tatuado su nombre y su fecha de nacimiento y de muerte.
-Mirá si te tatuaras a todos tus tíos…
-Ja, ja, no me alcanzarían brazos y piernas.

Imagen Mete de cabeza el 2-0 ante Sol de Mayo (Río Negro) en la actual Copa Argentina. Pelota deformada.
Mete de cabeza el 2-0 ante Sol de Mayo (Río Negro) en la actual Copa Argentina. Pelota deformada.
Su estadía en Rafaela duró un semestre, porque Jorge Burruchaga, el nuevo DT, no lo tenía en sus planes. Ariel Holan, que le había echado el ojo cuando integraba el cuerpo técnico de Almeyda en River, lo pidió para la Reserva de Banfield, pero no se lo dieron. Con Holan DT de Defensa, a los 3 días de rescindir con Rafaela, Barboza ya estaba manejando su Clío comprado en cómodas cuotas hacia Florencio Varela. “Negrito, al fin te puedo tener, vas a crecer muchísimo, ya vas a ver”, recuerda Barboza que le predijo Holan. “Ariel es muy claro en los conceptos –describe–, te explica la importancia del pase sin efecto, de recibir perfilado para correr, perfilado para achicar, perfilado para todo, te resalta el ‘pre scanning’, como le dice, o sea: antes de que te llegue la pelota al pie ya haber visto todo el panorama para ganar un tiempo”.
Después de un buen primer semestre en el que se ganó la titularidad, le llegaron tres propuestas concretas: Talleres de Córdoba, Newell’s y Atlanta United del Tata Martino, todas por más dinero. La de Estados Unidos, por muchísimo más dinero (“el quíntuple”, estima Barboza). Era un momento de indecisión. Lo habló de frente con Holan.
“Negro, yo no te voy a cortar la carrera, pero acá vas a crecer como en ningún otro lado. Si vas a otro club, no sabés qué técnico te va a tocar, qué idea tendrá y a vos te va a servir mucho jugar como jugamos nosotros, porque los equipos grandes juegan así. Y si vos aspirás a volver a River, lo bueno es jugar como lo hacemos acá”, fue el razonamiento del DT. Dio en el clavo.

Después de charlarlo con su familia, decidió ir contra la lógica de la mayoría: se quedó. “¡Qué bueno, no te vas a arrepentir!”, le expresó Holan. Como premio, le dio la capitanía, aunque Alexander tuviera 21 años. “Tenía razón, no me arrepentí. Quedarme fue lo mejor que me pudo haber pasado”, confiesa. Luego llegó Beccacece e hicieron un campañón. “Un fenómeno Sebastián, me enseñó muchísimo también –afirma–. Cuando se supo que iba a la Selección, lo empezamos a volver loco. ‘Eh, ¿cuándo nos vas a llevar?’, ‘Eh, mirá que estamos acá esperando’, él se cagaba de risa”.
En todo este tiempo, sin embargo, River era una ex novia que le seguía dando vuelta la cara. “Por ahí estaba en casa, prendía la tele y veía que jugaba un pibe que había sido suplente mío en la Reserva, y pensaba: ¡tanta mala suerte puedo tener! Porque me fui y en poco tiempo vendieron a Funes Mori y a Pezzella, enseguida a Balanta y Mammana, y yo estaba en otro club”, se sincera.

El segundo gol de su carrera, como si su abuelo desde arriba se empeñara en ponerle un cartel luminoso para que lo vieran en Núñez, fue justamente ante River, en 2016, en el emocionante 3-3 disputado en Varela. Metió el 2-2 y festejó haciendo con sus manos la “T” de Tamara, su novia. “¿Vos podés creer que mi segundo gol en Primera fuera otra vez contra River? Ahí sí parecía posta que era algo raro”, sonríe. Después de ser titular en 28 de los 30 partidos del campeonato y de meter 7 goles en la temporada, las ofertas se multiplicaron: el Atlanta de Martino volvió a la carga, y el Deportivo La Coruña ya lo tenía casi abrochado: “Al Atlanta iba como jugador franquicia, en dos años me hacía millonario. Al Depor iba como extracomunitario, y si es así, te llevan para jugar. Primera de España, enfrentás a Messi y a Cristiano, un muy buen sueldo, cerraba todo. Además, le habían dicho a mi representante que no me tendrían en cuenta, así que ya estaba con las valijas hechas, pero el llamado de Marcelo cambió todo, porque jugar en River era una deuda que tenía conmigo mismo”.

Sí, Marcelo es Gallardo, quien alertado de que Barboza se iba, anticipó la jugada, como hacía en la cancha. Primero le mandó un whatsapp: “Hola, Alexander, soy Marcelo Gallardo, avisame cuando te puedo llamar”. Barboza no salía de su asombro: “Cuando vi su foto en mi celular, pensé: ‘esto es mentira’, pero contesté”. Y entonces se produjo este diálogo.
-Mi idea era llamarte después del partido en Asunción, pero lo hago ahora porque sé que es inminente tu partida a Europa, y quiero que te quedes. Por todo lo que hiciste en Defensa te ganaste un lugar en nuestro plantel.
-¡Qué bueno, Marcelo! Si vos me decís que tendré un lugar y luego dependerá de mí jugar o no, me quedo. Ahora, si es para que me pruebes en la pretemporada, ya es otra cosa, porque si voy dos semanas a prueba y después no me quedo, todas las opciones que tengo para irme a otro lado, se van a caer.
-No, Alexander, eso no lo voy a hacer de ninguna manera, quedate tranquilo.
-Si va a hacer así, no tengo dudas: me quedo a pelear por un lugar, es un desafío que tengo.

Imagen "Veía a River y por ahí jugaba un pibe que había sido suplente mío y decía: ¡Tanta mala suerte puedo tener!".
"Veía a River y por ahí jugaba un pibe que había sido suplente mío y decía: ¡Tanta mala suerte puedo tener!".
Y aquí está Sir Alex, sintiéndose protagonista de un sueño que tantas veces pareció desvanecerse, con la garganta seca por atrapar ya mismo ese deseo postergado de vestirse de River en un partido de Primera. Ya falta casi nada (al cierre de esta edición había ido 3 veces al banco de suplentes).
-¿Disfrutaste la pretemporada o la sufriste?
-No caía, me sentía en medio de un sueño. Después, los jugadores acá son de elite, por ende, la velocidad de los pases y la calidad de los controles hacen que la pelota nunca se vaya de la cancha y no parás un segundo. Tenía un ahogo terrible, además venía de 20 días de descanso y mis compañeros de 10, se notaba la diferencia, pero en un par de días me adapté.
-¿Revoleabas alguna pelota para tomar aire?
-Noooo, no, acá revoleás una y los tenés a todos gritándote “¿qué hacés?”. No, no, hay que jugar todo el tiempo.
-¿Qué defensores te gustan?
-Siempre digo lo mismo. Mi espejo es Ramiro Funes Mori. Arrancó muy de atrás, con el preconcepto del apellido, zurdo, alto, lo mandaron a jugar de 3, fue suplente de Balanta, y cuando llegó Gallardo dijo: “Juega Funes Mori”, y terminó siendo un central de la Selección.

Ganarse un lugar en el plantel de River le dio el envión que necesitaba para ir a proponerle matrimonio a su novia. Compró los anillos en Orlando, reservó mesa para el mismo día de su regreso en un buen restaurante de Puerto Madero, le pidió con disimulo a un mozo que le trajera dos copas de champagne cuando le hiciera una seña, le mandó un video por whatsapp a Tamara donde le hacía un bonito resumen de la relación, le pidió que lo mirara al terminar, sacó los anillos, se arrodilló frente a ella (o sea: quedaron a la misma altura) y le dijo si quería ser su esposa.
-Por suerte te dijo que sí…
-Se puso a llorar, a mí también se me cayeron unas lágrimas, pero si tuviera alguna duda de que me va a decir que sí, ni se lo propongo.
Baja el telón. Se oyen aplausos. Si la gente lo conociera un poco más, con un añito en la Primera de River bastaría, hasta sería lógico escuchar un “Barbooooza, Barbooooza” con servilleta revoleada al aire. Final de película. Ahora falta el epílogo futbolero.

Por Diego Borinsky / Fotos: Maxi Didari.

Nota publicada en la edición de Septiembre de 2017 de El Gráfico