Las Entrevistas de El Gráfico

Lucas Martínez Quarta es Lucas Martínez de Primera

Con 20 años se ganó la titularidad en un puesto caliente del equipo. Además de categoría, mostró recursos para convertir. La historia del chico que alentaba a River en el Minella, que estuvo a punto de irse del club y que muestra un aplomo impropio para la edad.

Por Diego Borinsky ·

02 de junio de 2017
Imagen Cara de niño, sonrisa natural, en la tribuna de la cancha 1 de River camp.
Cara de niño, sonrisa natural, en la tribuna de la cancha 1 de River camp.
“Esperá seis meses mas, cualquier cosa después ves”.
Lucas Martínez Quarta pensaba seriamente en cambiar de rumbo. Aunque le doliera en el alma. Por ser hincha de River, por aquellas noches mágicas de verano compartidas con su banda de primos, todos gallinas, en la popu del Minella, por la ilusión que había construido durante un par de años en semejante escuela modelo de fútbol. Ya habían transcurrido casi dos años desde aquellas primeras prácticas con el equipo mayor dirigido por Gallardo, una esperanza que asomaba a esa altura demasiado lejana y frustrante, por culpa de un par de lesiones y recuperaciones tardías. No jugaba ni en Reserva, mientras varios chicos de su camada se destacaban en el primer equipo y hasta, incluso, habían sido vendidos al exterior. Por eso evaluó buscar otro destino. Y se lo comunicó a su entrenador, Luigi Villalba, otro que de lesiones e ilusiones sembradas en las inferiores de River algo sabía. “Esperá seis meses más, cualquier cosa después ves”, lo aconsejó.

Y entonces todo ocurrió de golpe. El 1° de noviembre de 2016, Luigi le comunicó que debía entrenarse otra vez con la Primera, cuatro días después fue al banco contra Estudiantes en cancha de Huracán (1-1) y el sábado siguiente, el 12, se produjo su estreno en la Primera. Fue en La Plata, ante Olimpia, por la Copa Conmemoración, aprovechando la doble jornada de Eliminatorias. El Muñeco presentó un equipo con juveniles y suplentes. Y lo que ocurrió en el minuto 9 del segundo tiempo fue una síntesis perfecta de la vida del Chino Martínez Quarta (MQ, a partir de ahora). Primero, metió un gol de palomita tras un centro de Rodrigo Mora para marcar el 3-1 (ninguna casualidad). Luego, agarró la pelota y se la puso debajo de la camiseta. Enseguida abrazó a quien lo había asistido, más tarde la cámara enfocó a Gallardo comentando algo con Biscay entre sonrisas cómplices (“te dije que este pibe es bueno”), luego se sumaron todos sus compañeros a la ronda del festejo (le tocaban la cabeza, le decían cosas al oído) y el acto cerró con el chico de 20 años dándole un beso a la pelota/panza dedicado al Chinito por venir, para sacársela unos segundos más tarde con un voleo furibundo a la tribuna. Síntesis: un tocado por la varita (gol en su debut, siendo defensor central), anuncio de paternidad, mimo de sus compañeros porque sabían lo que le había tocado vivir, y descarga. La película en un puñado de fotos. Y a los 8 días llegaría el estreno oficial ante Newell’s en el Parque Independencia y menos de un mes después, el 15 de diciembre, sería titular en la final de Copa Argentina (y no por lesión del ocupante del puesto, sino porque se lo había ganado). Ya después, nadie lo pudo correr, hasta transformarse en el único jugador de campo con todos los minutos oficiales en cancha en 2017 (al 19/4)…

A veces, la vida es así de caprichosa y extraña. Y lo que parece que no se nos dará nunca, chic, de golpe, en un abrir y cerrar de ojos, se transforma en realidad. Ya lo está reviviendo el propio protagonista.

 

El sueño del pibe
Lucas MQ nació el 10 de mayo de 1996 en Capital Federal. Muchos creen que lo hizo en Mar del Plata, y es una pena, porque nos daba justo para el juego de siglas MQ en MDQ, pero es porteño y se mudó a La Feliz con 2 añitos por el trabajo de su padre, que era empleado del Banco Francés (sí, el mismo sponsor que luce el hijo en la camiseta, las vueltas de la vida). Hoy, su familia sigue afincada allí: papá Jorge es empleado de seguridad, mamá Silvina trabaja en el bufete de un colegio y su hermano Gonzalo (24) en el depósito de Open Sport.

Imagen Con Agustina, su novia.
Con Agustina, su novia.
-Y vos, ¿Lucas?
-Bueno, mis tíos tienen un restaurante en Mar Chiquita, se llama Bahía del Sol, y en las vacaciones laburaba un poco de mozo, pero nada… Era un nene, tenía 13 años, era más para darles una mano a mis primos que otra cosa.

-¿Recibías buenas propinas?
-Sí, claro, porque era chiquito y quedaba bien el chiquito atendiendo, mis primos me enseñaban un poco qué decir y esas cosas –sonríe Lucas, y sus ojos achinados nos develan con claridad el origen del apodo que tiene desde la infancia. El problema se da hoy en medio de las prácticas, porque los compañeros gritan “Chino” y se dan vuelta MQ y Ariel Rojas. Pero no nos adelantemos.

Se ve que con la pelotita se destacaba tanto que un profesor del jardín de infantes, Jorge Olguín (nada que ver con el campeón del mundo del 78), le propuso llevarlo al club Urquiza, donde también enseñaba. “Su hijo va a ser jugador de fútbol”, les anunció a los padres. Tenía buen ojo el hombre. Cuando ante el Melgar de Perú, Lucas convirtió su segundo gol en la Copa Libertadores en igual cantidad de partidos (¡y de chilena!), Oscar Frisone, uno de los entrenadores de MQ en Urquiza, le aseguró al diario El Marplatense: “Ya era un defensor goleador cuando jugaba en la predécima. Conservo las planillas y entre 2003 y 2004, Lucas metió 126 goles en fútbol de salón. Y eso que jugaba para una categoría más grande, la 95. Era inteligente para resolver situaciones en espacios reducidos, algo lento en su carrera pero rápido en la ubicación y para decidir. Le gustaba mucho el arco, hacer goles. Siempre tuvo toda la técnica con la cabeza, el pecho y ambas piernas”. Y agregó que se destacaba no solo por sus condiciones técnicas, sino también por su pasión: “Se la pasaba jugando en el gimnasio del club desde que salía del colegio hasta la noche, si vivía enfrente”.

MQ jugó 4 años en Urquiza, luego otro tanto en Argentinos del Sud y de allí pasó a Kimberley, uno de los grandes de la ciudad. ¿Siempre como defensor central? “No, no, en el baby jugaba en el medio, después fui volante por izquierda en cancha de 9, aunque soy derecho, y hasta lo hice de enganche a veces, pero en Kimberley ya era cinco, un cinco de juego con otro que marcaba al lado”.

Lucas repasa su vida mientras se hidrata con una botellita de agua mineral. Está con ropa de entrenamiento, sentado en el banco de suplentes de la cancha 1 de River camp. Justamente River ya formaba parte de su vida antes de que el destino fuera a tocarle la puerta a Mar del Plata. “A mis viejos nunca les gustó demasiado el fútbol –admite–, pero mis primos me hicieron hincha, me regalaban camisetas, me llevaban a la cancha. Tengo tres primos de parte de mi vieja y otros cuatro del lado de mi viejo que son todos fanáticos de River. En los torneos de verano íbamos casi siempre a verlo, detrás del arco, a la popular. También fuimos contra Aldosivi en el Nacional B, que nos empataron sobre el final”.

-¿Vos eras muy fana?
-Lo miraba mucho a River, la verdad que lo seguía mucho –contesta con cierta timidez, sin afirmarlo abiertamente, para que sus compañeros no lo tilden de vendehumo.

A fines de 2012, Lucas vino a Buenos Aires a probarse en Vélez, por el contacto de un conocido. Un par de veces, por cuestiones climáticas. Se tomaba solito el micro, paraba en lo de un amigo de la familia, y regresaba. Una de esas semanas, al volver un jueves desde Buenos Aires, se enteró de que River estaba probando en Kimberley. ¡River! En su ciudad. En su club. Jueves y viernes. Tuvo sentimientos encontrados: bronca por perderse un día de esa oportunidad única, emoción por saber que el sueño del pibe estaba ahí, al alcance de la mano. Pero ese viernes no solo se probaban los de Kimberley, sino también los de los otros clubs de la zona. Había que romperla. Los ojeadores eran Daniel Luaces y Pedro González, aquel reconocido ex wing derecho del River de Labruna. Hizo la práctica de fútbol y a los cinco días, lo llamó a su casa Angel Fulco, su entrenador, para contarle que a él y a un par de chicos más los esperaban en River para tomarles otra prueba de una semana. Habían pasado el primer filtro, pero todavía no podían cantar victoria.

-Estaba en casa con mi hermano, almorzando después del colegio, porque mis viejos laburaban, y no podía creerlo –se emociona con el recuerdo–, así que llamé a mi vieja para contarle. Ella sabía que era lo que yo quería y que era mi decisión, así que ni lo dudé y nos fuimos a la semana con el coordinador de Kimberley y los otros chicos a los que habían seleccionado. Hicimos unas pruebas en el club y también en GEBA, yo como volante central, y después del último partido se me acercó Pitarch y me dijo que había quedado y que el 20 de enero tenía que presentarme en el club.

-¿Y?
-Noooo, no me daban las piernas para llegar a la pensión y avisarles a mis viejos, la verdad que fue increíble.

Imagen Lucas, levantando la Copa Argentina.
Lucas, levantando la Copa Argentina.
-¿Esos días paraste en la pensión de River?
-Esa semana de prueba estuve en la pensión y después viví allí 2 años, entre 2013 y 2014. Al principio me costó. Me acuerdo que llegué el primer día y nos íbamos de pretemporada con la Sexta a Esquel, al sur de país, 27 horas de viaje en micro, y se me hizo un poco difícil, pero me ayudó mucho Elvio Gelmini, un chico que era de Mar del Plata y ya estaba en el club. En la pensión me hice muy amigo de Lucas Boyé, de Zaca Morán Correa, Leandro Ramírez y Fran Ravizzoli.

-¿Cuándo empezaste a jugar de defensor central?
-De arranque nomás, ya en la primera pretemporada, Daniel Messina me mandó al fondo. Además, Mammana subió pronto a Reserva, así que tenía que aprovechar ese hueco. Recuerdo que en 2013, mi primer año, ganamos en Madrid un Mundialito con el Sub 17, superando al Atlético de Madrid y al Barcelona. Ahí estaban Batalla, Driussi, Mammana, Vega, Boyé, Andrade, Morán Correa, y yo entraba algunos minutos.

-Con muchos de esos chicos hoy compartís la Primera, debe estar bueno, ¿no?
-Claro, el otro día lo charlábamos con los chicos: llegar de pibes al club, compartir tantos momentos en distintas categorías y ahora estar juntos es muy lindo, es lo que uno sueña cuando empieza.

Soñaba despierto el Chino MQ. Fue alcanzapelotas un solo partido, en 2013, y en 2014 disfrutó con sus compañeros de categoría y pensión un par de vueltas olímpicas desde la platea del Monumental: la del campeonato local con Ramón Díaz y la de la Sudamericana, ya con Gallardo. “Iba siempre a la Centenario baja con varios de los chicos –revive–, nos daban una entrada a cada uno. Recuerdo el 5-0 con Quilmes que nos dio el título local y la semifinal con Boca, el penal de Gigliotti no lo podíamos creer. Fue en nuestro arco, como los dos goles de cabeza en la final contra Nacional de Medellín. Como el gol de cabeza de Alario contra Tigres en la final de la Libertadores. Estábamos en el mismo lugar. Una locura, explotamos todos”.

Estaba a punto de explotar también en lo futbolístico. Todo parecía indicar que le había llegado la hora. Pero en el fútbol, no todo lo que parece, ocurre.

Fractura, dudas, paternidad
Lucas llamó rápidamente la atención de Gallardo y su cuerpo técnico y tuvo sus primeras prácticas con el plantel profesional a fines de 2014. En enero de 2015 firmó el contrato, en febrero debutó en la Reserva y el 10 de mayo, entre los dos partidos contra Boca por la Libertadores, se sentó en el banco de suplentes ante Racing en el Monumental (0-0). Y dos meses después, cuando tenía serias chances de jugar ante Atlético de Rafaela porque así lo hicieron varios de sus compañeros (Pablo Carreras y Abel Casquete), en aquel 5-1 con 4 goles de Cavenaghi, resulta que se desgarró el día previo a la convocatoria. “Me quería matar, si era por mí, iba desgarrado igual –sonríe Lucas–. La cuestión es que me lo perdí, estuve un mes parado, me resentí del desgarro a la vuelta y cuando empezaba a jugar otra vez llegó el 22 de octubre”. La fecha la pronuncia sin dudar: 22 de octubre. De 2015. “Fue allá atrás, en la cancha 3 –señala, todavía sentado en el banco de suplentes de la cancha 1–, me lesioné solo: la cancha estaba mojada, me tiré a marcar y caí con todo el peso del cuerpo sobre el tobillo doblado de la pierna derecha. Y ahí mismo sentí el crack…

Imagen El chino, con el número 28 que lo identifica. Gran futuro.
El chino, con el número 28 que lo identifica. Gran futuro.
-¿Mucho dolor?
-Sí, sí (piensa) dolor en todo sentido, eh. Dolor físico y mucha angustia, mucha bronca. Estaba muy angustiado y lloraba más de la bronca que del dolor, ¿viste?
El diagnóstico fue rotundo: fractura de peroné; 45 días con yeso, sin ni siquiera ir a los entrenamientos. Después, comenzar a caminar de a poquito, con la sensación de estar pisando sobre la nada misma. Y más tarde, el duro camino para recuperar la confianza y el ritmo. Y ese fue el semestre que casi lo tumba. Ahí le fue a hablar a Luigi Villalba, que también había sido su entrenador en Quinta. “Tranquilo, Chino –lo calmó Luigi–, agarrá ritmo primero y cuando puedas mostrar todo tu potencial en Reserva, ahí sí vas a saber si te tienen en cuenta. No te vuelvas loco, mientras tanto, laburá, que te evalúen en tu nivel, esperá seis meses más, cualquier cosa después ves”.

“En ese semestre posterior a la lesión casi no jugué en Reserva, tampoco entrenaba con la Primera –destaca nuestro hombre–, entonces llegó junio y después de hablar con Luigi, pedí jugar en Cuarta. La Reserva tenía vacaciones, pero quise quedarme para agarrar ritmo otra vez, jugué 3 o 4 partidos y cuando volvió la Reserva, me fui a hacer la pretemporada a San Juan con ellos”.

Lucas jamás olvidará aquella pretemporada  San Juan de mediados de 2016. Recuerda al detalle el momento en que Agustina, su novia, le mandó por whatsapp la foto del evatest.

-¿Eso es negativo, no? –preguntó.
-¡¡¡No, positivo!!!

Y enseguida el llamado y el “¡Vamos a ser papássssssss!”.
 

-¿Cuál fue tu primera sensación?
-Shockeado, estaba shockeado, porque no había sido buscado y la verdad que no llegaba en un momento de mi vida para pensar en tener un hijo. Corté y salí de la pieza cabizbajo y calladito, a contarle a Nico Francese, que era de los que más me llevaba (se levanta del banco y acompaña sus palabras con una mínima actuación), y de ahí volví a mi habitación y lloré un poquito, viste, de la emoción. Y entonces se lo conté a Nahuel Gallardo, que era mi compañero de cuarto y ya se había levantado. Le dije: “Amigo, te tengo que contar algo… voy a ser papá”. Y como yo soy bastante jodón, el otro me contestó “Daaaale”. No me creía. “En serio, salame, voy a ser papá”, le dije. Y Nahuel se quedó más shockeado que yo, contra la cama, sin emitir sonido como 20 minutos. “Por lo menos felicítame”, le dije (risas).

-¿Le contaste al técnico?
-Sí, enseguida le fui a decir a Luigi que tenía que hablar con él. Se le puso la piel de gallina, medio que se sintió identificado porque él también había sido padre muy joven y la verdad que me habló re bien. Primero me preguntó si estaba contento. Le respondí que sí. “Ahora tenés otro motivo para luchar, para salir adelante, para redoblar esfuerzos”, me dijo. Creo que tomármelo de la mejor manera fue algo que me llevó a salir adelante.

Y salió nomás. En ese segundo semestre de 2016 empezó a jugar en Reserva hasta que el Luigi se le acercó el 1° de noviembre con una sonrisa de oreja a oreja.

“Vos sabés, Lucas, que el fútbol da para cualquier cosa, ¿no? –arrancó bromeando–. Bueno, mañana tenés que presentarte a entrenar con la Primera”. Y antes de darse media vuelta, le guiñó un ojo: ”¿Viste que valía la pena esperar?”. El detalle de fechas lo dimos al comienzo: en un mes y monedas debutó, metió un gol y se ganó el puesto para el partido más importante del año.

-¿Por qué Gallardo dijo que jugabas mejor en Primera que en Reserva?
-Bah, no sé (risas), creo que pasa todo por la cabeza. Luigi me jode seguido cuando me ve: “Lo que me hiciste sufrir en Tercera…”.

-¿A qué se refiere?
-Es que en unos partidos de Reserva me mandé algunas cagaditas por salir jugando (risas). Contra Patronato, por ejemplo, ganábamos 1-0, llovía mucho, la quise parar, se me fue por debajo del pie y nos empataron. Ese tipo de cosas. “Me hiciste sufrir en Reserva y ahora andás perfecto”, me jode, pero yo creo que todos esos errores sirvieron para prepararme para la Primera.

(Abrimos un paréntesis y el que aporta su mirada es Luigi Villalba: “La Reserva está para equivocarse y corregir sobre el error, estamos para eso. En ese sentido, somos docentes, intentamos terminar de darle forma al jugador. Al Chino lo veo más jugador en Primera que en Reserva, porque entendió cómo había que jugar al fútbol, que él debe darle seguridad al equipo. Lo veo muy serio. Aparte, no tiene problemas de perfil, y por eso lo he puesto de primer y segundo marcador central. Y tiene un imán cuando va a buscar el gol: no espera que la pelota le caiga, sino que va convencido”. Cerramos paréntesis).

-¿Cómo te dijo Gallardo que serías titular en la final de Copa Argentina?
-No me dijo nada. Perdimos con Boca y a los dos días, en la práctica de fútbol, me mandó directamente con los titulares.

-¿Qué pensaste, que se había equivocado?
-No, no (risas), me nombró y fui con muchas ganas. Después, antes de entrar a la cancha, me dijo que jugara con tranquilidad, como lo venía haciendo hasta el momento.

(Ahora abrimos un paréntesis para que nos cuente Gallardo, con una sonrisa: “Lo mandé con los titulares en la práctica sin demasiadas palabras, para que no se le llenara el cerebro de preguntas, que fuera algo natural. Jugá y después hablamos. Así venía la mano”. Antes de cerrar el paréntesis, digamos que el DT de River no usó la palabra “cerebro” sino otra que empieza con c y tiene cuatro letras. Ahora sí, cerramos).

-¿No te temblaron un poquito las patas?
-No. Fue una mezcla de sensaciones lindas. Solo llevaba cuatro partidos en Primera, y afrontaba una responsabilidad enorme, pero a la vez sentía una gran satisfacción, porque es lo que venía buscando. Mis compañeros me dieron toda la confianza también.

Imagen Rechaza ante Unión, en la reanudación del torneo. Es derecho, pero juega de 2° central.
Rechaza ante Unión, en la reanudación del torneo. Es derecho, pero juega de 2° central.
-¿Con Teo te hablaste en el partido, porque Teo es picante?
-Lo conocía porque había concentrado una vez con él en 2015. En la cancha, casi no hablamos, salvo después del codazo que me dio Ruben y que le valió la expulsión. “No te hagás el vivo”, me decía Teo. Y yo le respondí ahí, cortito.

-Tenés buena técnica, ¿Gallardo te pide que salgas jugando?
-Claro, obviamente, pero me dice que hay que saber cuándo arriesgar y cuándo no.

-¿Pudiste dormir después del error que tuviste contra Lanús en la final de la Supercopa?
-Me quedé triste porque por ahí se podría haber dado otro partido si no me equivocaba con ese pase en la salida. Y porque fue en una final. Pero son cosas que pueden pasar en el fútbol. Trato de masticar bronca uno o dos días, que no dure mucho, y seguir adelante. Y aprender del error: en este caso no dar un pase así, blandito, con la parte externa del pie. Marcelo me pide que dé el pase firme.

-Jugás con naturalidad, no parecés de 20 años…
-Creo que todo lo que me fue pasando me hizo más fuerte. Siempre jugué así, es lo que me gusta y trato de disfrutarlo.

-¿Qué sentís que te falta?
-Siempre hay cosas por aprender. Me gustaría ser más agresivo en la marca, más intenso.

Si algo no le faltó a la vida de Lucas MQ en estos meses fue intensidad. De pensar en irse a ganarse la titularidad y el reconocimiento del público y de la prensa. Su amplia gama de recursos le permitió darse el lujo, de paso, de gritar por triplicado en el arco contrario y celebrar con motivos alegóricos para que todos se enteraran de que sería papá (Olimpia), que Bautista dobla el dedito índice (DIM) y que disfruta del chupete (Melgar). Si sigue así, en breve vienen “pañales cambiados”, “elefante trompita”, “primera gateada”, su ruta...

Andá a conseguir un papá así que te arme el álbum de fotos con festejos de goles.

Por Diego Borinsky / Fotos: Emiliano Lasalvia

Nota publicada en la edición de Mayo de 2017 de El Gráfico