Las Entrevistas de El Gráfico

Iván Noble, rock, fútbol y Bombonera

El músico, quien acaba de editar su disco Perdido por perdido, habla de por qué Boca lo acompañó siempre, de la alegría que le da compartir la cancha con su hijo y de aquella vez en la que intentó ser jugador de fútbol de Ferro.

Por Redacción EG ·

30 de agosto de 2016
Imagen Noble acaba de editar su disco Perdido por perdido. Las metáforas futboleras son una constante en sus obras.
Noble acaba de editar su disco Perdido por perdido. Las metáforas futboleras son una constante en sus obras.
“Anoche era un empate clavado / de los que se definen por brindis”, canta Iván Noble en su tema “Donde gustes y cuando quieras”. O también, como en su último disco, Perdido por perdido: “La muerte patea / fuerte y al medio”, en “Fuerte y al medio”. Las letras de sus canciones suelen tener imágenes futboleras. Estos son apenas dos ejemplos en los que el músico -ex Caballeros de la Quema- apeló en sus composiciones al fútbol, una de sus pasiones. Pasión pintada con los colores de Boca, del que es hincha desde los tiempos en que jugaba a la pelota en la calle de su barrio de infancia, en Ituzaingó, en el oeste del conurbano bonaerense. Hoy sigue dando rienda suelta a ese gusto, ya sea en La Bombonera, cuando va con su hijo, o cuando sigue los partidos “con el 55 pulgadas y comiendo facturas”, como le dice a esta revista durante la entrevista que sigue.

-¿Por qué sos hincha de Boca?
-Mi viejo no era futbolero, así que no fue por mandato familiar. Se dio porque delante de mi casa, en Ituzaingó, vivía una familia con un hijo que tendría cuatro o cinco años más que yo. Diferencia que ahora no es nada, pero en esa época parecía una eternidad. Con ese chico, Eduardito, jugaba al fútbol en la calle. El me hizo de Boca. Sin embargo, mi papá trataba de ser generoso y de vez en cuando me llevaba a la cancha. A veces a la de Vélez y otras a la de Ferro, que eran las que quedan de paso yendo con el tren Sarmiento. De hecho, mi primera vez en una cancha fue en la de Ferro. Un partido entre Ferro y no sé quién. Pero la primera vez que fui a La Bombonera me llevaron mi amigo Germán y su papá, que también eran de Boca. En ese entonces tendría unos diez años. Ibamos a la platea alta. Eran los tiempos del equipo del Toto Lorenzo: 76, 77 y 78. Luego llegaron los tiempos de la adolescencia, de ir con amigos del colegio. Pero no era una buena época de Boca: los años 84, 85. Y de adulto también fui, aunque no tan asiduamente. En la época de Bianchi fui bastante. Después iba con El Zorrito (Von Quintiero), amigo y colega, con quien sigo yendo. Ir a la cancha era una experiencia casi inconcebible. Hoy, por el contrario, el fútbol tiene una presencia cotidiana enorme. Pasás por un televisor y siempre hay fútbol. Antes había solo dos campeonatos por año y había que esperar a los lunes para ver los goles. O más en los años 80 el programa Todos los goles, el domingo a la noche, siendo yo más adolescente, con Dante Zavatarelli, el del moñito. Mi oficio hace que muchos fines de semana esté afuera, así que cuando estoy en casa me cuesta ir desde Benavídez, donde vivo, hasta La Boca. Hoy me gusta mucho ir con Benito, mi hijo, que es futbolero. Sobre todo a los partidos de Copa, que se juegan de noche. A esta edad, mi vínculo emotivo con el fútbol sigue siendo con mi infancia o con mi hijo.

-¿Se disfruta más ir a la cancha con un hijo?
-Compartir el fútbol con mi hijo… Hay un nudo que cualquier psicólogo intentaría desatar. No le reclamo ni en pedo a mi viejo que no le haya gustado, pero trato de ir con mi hijo, que le guste. Claro que me hubiera gustado también compartir con mi papá. Cuando voy con mi hijo, lo miro más a él que al partido. Es más conmovedor ver sus primeras reacciones en la cancha que el partido en sí. La primera vez que lo llevé fue en la época de Falcioni. Fuimos a un palco, como invitados. Era también mi primera vez en el palco. Desde entonces, fuimos varias veces. Vimos la vuelta olímpica contra Tigre. O sea, ya vi una vuelta olímpica con mi hijo en una cancha. También la final contra el Corinthians (Libertadores, 2012). Hoy en día lo que más me gusta es ir con él. Si es por mí, a esta altura, con 48 años y sobreadaptado a las comodidades burguesas del HD, veo los partidos en casa, en un 55 pulgadas, tomando mate y comiendo facturas. Ya no me sale un domingo arrancar a las 12 del mediodía desde Benavídez a la cancha. Pero la Copa es otra cosa, tiene algo especial.

-Si te digo “Boca”, ¿cuál es la primera formación que recordás?
-La del Toto Lorenzo. Esas cosas quedan incrustadas en la memoria de una forma particular. Se trata de mis héroes. Yo tenía los posters de esos jugadores. Todos sentaditos. Y de aquella época, recuerdo más mis sensaciones que cómo jugaban. Me acuerdo de cosas puntuales, pero a veces desconfío de que hayan sido como las recuerdo. Por ejemplo, una Copa en la que Gatti le atajó un penal a Vanderley, que la vi en la casa de un vecino hincha de San Lorenzo. También recuerdo un Boca 1-Peñarol 0 en Montevideo, con gol de Mastrángelo. No sé cómo me quedó eso en la memoria. También el Boca 3-Borussia 0, que no se televisó. Fue un día de semana a la tarde, en invierno: yo jugaba al tenis y me escapaba para escucharlo por radio en el club. Nunca olvido el gol de Suñé a River en un final, una noche en la que mis viejos me dejaron solo en casa. ¡Te lo juro! Me acuerdo de todo eso. Si me preguntás por el Boca del 94, lo recuerdo pero más confusamente. Los momentos más fuertes son mi primer Boca -el de Lorenzo- y el de Bianchi, por motivos obvios…

-¿Por qué recordás más los equipos que viste de chico que los de adulto?
-Tiene que ver con que el fútbol jamás vuelve a tener el peso específico que tiene en la infancia. Porque el fútbol es la infancia. Tengo una teoría con un amigo según la cual los hombres, cuando nos ponemos grandes, somos rústicos y venimos sin levantavidrios eléctrico y queremos dos o tres cosas: que no nos rompan los huevos, que nos mimen y guardar un poquito de infancia. El fútbol ahí es la metáfora perfecta: ¿qué otra cosa somos, si no chicos, cuando a los 48 años gritamos ante el televisor por una pelota que dio en el palo? Solo un chico tiene esas actitudes. No hay explicación racional. Un tipo que a sus 48 llora por un penal es un niño. Es una pasión tan absurda, y que por suerte tenemos, que permite conservar terrenos de la infancia. Para bien y para mal.

-¿Qué se pierde aquel al que no le gusta el fútbol?
-Tuve charlas con gente a la que no le gusta. No son muchos. Creo que se pierden, y es algo políticamente incorrecto con estos tiempos, una cuestión de masculinidad y camaradería varonil, cierto código del honor, de generosidad. Que no es que se aprenden solo en el fútbol, pero que una cancha los pone en juego todo el tiempo: no se pega de atrás, no se es ventajero, se es responsable, se es generoso, si te tiran una pared, devolvela. Por mi parte, este deporte me dio recuerdos de esos tan vívidos que no se olvidan más. El Boca 3-River 0 no lo olvido más. Esa noche, con el gol de Maradona dejando en el piso al Pato Fillol. Tampoco olvido el gol de Perotti a Ferro, en el 81. Que lo escuché en la cancha de pelota a paleta del club donde escuchaba todos los partidos. De pocas cosas tengo recuerdos tan nítidos de la infancia como del fútbol. Aquel que no le guste el fútbol tendrá, supongo, los recuerdos en otro lado, pero me parece difícil que algo tan enorme y simbólico pueda ser reemplazado fácilmente.

-En términos generales, ¿somos cómo jugamos?
-No lo sé. Pero supongo que el egoísta difícilmente devuelva una pared o dé muchos pases goles. Supongo que el vago en la vida difícilmente sea un cinco que raspa. Aunque puede ser. Sí creo que en la cancha se ven algunos rasgos de personalidad.

-¿Qué aprendiste del fútbol?
-Dudo acerca de si el fútbol fue una gran escuela de vida. Tal vez lo sea para el que se dedicó al fútbol, como un jugador o un técnico. En ese sentido, a lo mejor sí. A mí, en todo caso, me ayudó, primero, a tener héroes en la infancia, que es el momento en que hay que tenerlos. También me dio amigos, porque los primeros equipos de juego era con ellos, es parte de la socialización. Uno tenía la familia, el colegio y el fútbol. Amaba jugar en la calle al fútbol y a los autitos en una época en que no había nada digital. Hablo de un mundo analógico en el que no existían computadoras ni iPods. El fútbol en la calle era fundamental. Lamento que mi hijo no tenga eso. Trato de llevarlo a jugar a canchas, pero no es lo mismo.

-Y cuando se venía un coche se gritaba “auto” y el partido se detenía.
-¿Ves? ¡Esas cosas! Ahí también se veía cómo era uno. Cuando pasaba un auto todos se quedaban en el lugar. Y posiblemente alguno se corría un poco, se ubicaba mejor, más cerca del arco contrario o de la pelota. Se jugaban ahí ciertas reglas de caballerosidad. Pero no sé si me enseñó a vivir. Sí sé que el fútbol fue parte muy importante de mi vida. Hoy me sigue gustando, pero soy más crítico y estoy desencantado…

Imagen "De las cosas que no son importantes, el fútbol es la más importante", avala Noble.
"De las cosas que no son importantes, el fútbol es la más importante", avala Noble.
-Se idealiza menos.
-Son otras épocas. Yo tenía el poster de Mastrángelo o Gatti y sabía que iban a estar diez años en Boca. Mi hijo, cuando le empezó a gustar el fútbol, en la época de Falcioni, tenía todas las figuritas. Al otro año, al volver al colegio, cuando salieron las nuevas figuritas y se disponía a juntarlas, todo cambió. Recuerdo su cara de conmoción cuando veía que eran otros jugadores. “¿Dónde está Silva?”, me preguntaba. Le encantaba Silva porque una vez fuimos a un evento de Boca y él lo llevó al vestuario. Orion le dio unos guantes. Eso de juntar figuritas y que enseguida el equipo cambie a nosotros no nos pasaba. ¿Cómo vas a tener héroes, entonces? Los Riquelme son los últimos representantes del heroísmo. A Benito le tuve que reconstruir la historia de Tevez. Pero no deja de ser un relato mío. El no lo vio jugar antes.

-Además, en los tiempos de tu infancia y adolescencia los partidos se “imaginaban” gracias a la radio.
-Cuando Boca salió campeón con Maradona, en el 81, equipo que recuerdo mucho, consigue un título después de varios años. Porque paso de verlo campeón en mi cuarto grado, en el año 77, a la secundaria. Mi papá, cuando viene Maradona a Boca, me compró una radio chiquita solo para escuchar la campaña de Boca, que la relataba Víctor Hugo. Yo tenía 13 años en ese entonces y todos los domingos escuchaba a Boca y en la semana me encerraba a escuchar Sport 80. Hoy cuando escucho algo de fútbol me acuerdo de eso.

-¿Qué tan importante es el fútbol para vos?
-De las cosas que no son importantes, es la más importante. No sé quién dijo eso, pero lo comparto. No te modifica la vida en nada lo que pase en un partido. Pero de todos modos uno se frustra cuando su equipo pierde, por ejemplo. En esos casos me digo “tengo un hijo hermoso, un lindo trabajo…”, y trato de racionalizar la decepción.

-Pudiste ser futbolista: te fuiste a probar a Ferro.
-Recuerdo haber ido sin demasiada convicción. Eramos 50 tipos a los que nos tiraron una pechera y nos hicieron correr 15 minutos. No tengo aquello como algo glorioso. Ni chances tenía. Fui con dos amigos y nos volvimos. El sueño del futbolista lo dejé hace mucho. Porque a la vez jugaba al tenis, para lo que tenía mejores condiciones. Ahí sí tuve chances de ser tenista. Jugaba en Gimnasia y Esgrima de Ituzaingó en torneos interclubes, torneos de menores. Una vez jugué muy bien contra River y hablaron con mi papá para ofrecerme jugar para ellos. Eso significaba ir a estudiar al Instituto de River. Como vivía en Ituzaingó y mi viejo laburaba y no me podía llevar, era muy complicado ir hasta allá por mi cuenta. Además, en ese momento influía un poco mi condición de hincha de Boca. Igual, abandoné el tenis.

-¿Tus máximos ídolos?
-Gatti y Mastrángelo. Gatti, el prototipo del héroe para la época: colorido, teatral, y además era un arquerazo. Y Mastrángelo porque yo jugaba de delantero y tenía el número 7 en la camiseta, el que me pegaba mi vieja. Recuerdo el equipo de memoria: Gatti; Pernía, Sá, Mouzo y Tarantini; Benítez, Suñé, Ribolzi; Mastrángelo, Salinas y Perotti. También Brindisi, en el Boca de Maradona. Ya de más adulto, el Mellizo Guillermo fue otro héroe. Y Román y Palermo, claro. Pero el Mellizo era mi debilidad, por pillo, por todo lo que significaba.

-¿Y el segundo período de Maradona en Boca qué te pareció?
-Ese año fue muy intenso. Visto a la distancia, hay muchos otros jugadores que me dieron más alegrías boquenses. También porque creo que la vuelta de Maradona a Boca fue demasiado crepuscular, a mi gusto. No tristona, pero sí sin pena ni gloria. Eso empañó un poco la situación. Maradona es más símbolo de la Selección que de Boca.

-En tus canciones solés hacer citas futboleras. En tu último disco, Perdido por perdido, cantás que “la muerte patea fuerte y al medio”, por ejemplo.
-Todo el tiempo. Porque uno escribe de lo que es y cómo es. Escribo así porque suelo hablar así. Confío mucho en el habla coloquial sin sobreactuar. No hay en eso un mérito literario. Así hablo con mis amigos cuando comemos. Entonces uso ese estilo en las canciones porque suelen ser metáforas.

-Hace poco, en una columna tuya en el programa Tocala (TyC Sports) presentaste a George Best como el quinto Beatle. ¿Te gustan esas historias?
-Me gustan, y mucho. También me pasa con el boxeo, que a mi papá le gustaba mucho en la época de Monzón, Galíndez. Cuando se veían las peleas, se paraba el país. Sin saber de boxeo, me parece que es otro gran lugar que ilustra mucho la vida. Me da la sensación de que es un lugar más noble que el fútbol. Más en carne y hueso: dos tipos fajándose y abrazándose con cierta idea de la caballerosidad e hidalguía que excede al fútbol. En el boxeo nadie pide amarilla. Me interesa mucho eso. Y las historias de los personajes: los Best, los Bonavena, los Tyson, los Houseman. Tal vez el fútbol y el boxeo no sean más que el atajo para contar esas historias de vida. El otro día escuchaba la historia del Pichi Mercier, que jugaba en Flandria y se iba a dedo a entrenar. Y no fue hace mucho tiempo, eh. Yo a los 17 ya era músico. Y en siete años él pasó de jugar en Flandria a ser campeón de la Libertadores con San Lorenzo. Creo que el deporte, estos deportes en realidad, tienen esas historias en las que los héroes quedan en carne y hueso muy seguido y eso los hace entrañables para quienes nos gustan las historias de vida.

-¿Creés en el “ganar como sea”?
-Creo que hay que aprender a tener paciencia. Es sentido común, aunque el sentido común no es lo que abunda. En general, lo raro es ganar. Esas frases tipo “Boca es Deportivo Ganar Siempre” están bien como arenga, pero cuando juegan treinta equipos, ¿por qué vas a ganar siempre? No me gustó lo que pasó con Falcioni en Boca y me gustó muy poco lo del Vasco.

Imagen "En el boxeo nadie pide amarilla. Hay cierta idea de caballerosidad e hidalguía, es un lugar más noble que el fútbol", sostiene Iván.
"En el boxeo nadie pide amarilla. Hay cierta idea de caballerosidad e hidalguía, es un lugar más noble que el fútbol", sostiene Iván.
-¿Y lo de Bianchi?
-Entiendo que fue casi una metáfora: el tipo que más alegrías le dio a Boca se tuvo que ir así. Tuve la sensación de que fue como cuando se vuelve a esos viejos amores. En un momento dije que la vuelta de Bianchi a Boca fue como dice el tango “Como dos extraños”, que me gusta mucho, por mi viejo: “Y ahora que estoy junto a ti / parecemos ya ves, dos extraños / lección que por fin aprendí / cómo cambian las cosas los años”. No era lo mismo. No había chances de que fuera lo mismo. Y al Melli hay que esperarlo, hay que bancarlo un mínimo de cuatro años. Creo que los técnicos imponen su sello cuando tienen sus jugadores. Le tengo fe, me gusta su idea. Además me gusta esta tendencia de los clubes a llevar a ídolos contemporáneos como técnicos. Pienso en Gallardo en River, en Milito en Independiente. Sigo creyendo, tal vez ilusamente, que son tipos que, aparte de ser profesionales, tienen el plus de amor que se lo pueden transmitir a los pibes que dirigen. Ese famoso “él sabe lo que es Boca”, “él sabe lo que es River”. Es un plus.

-¿Cómo te llevás con la Selección?
-No soy muy hincha. Soy más bien como el prototipo más hincha de su club que del seleccionado. Me entusiasma en los Mundiales. Sin embargo, en la final perdida en 2014 me dio lástima. Me había acercado emocionalmente a la Selección. Sobre todo por mi hijo. Porque fue el primer campeonato del mundo que, con su razón futbolera, vimos juntos. Me hubiese gustado festejar el título con él en la calle. Pero se quedó angustiado después del partido contra Alemania y tuve que explicarle que ser segundo entre todos los equipos del mundo no está mal. No lo conformó mucho.

Por Alejandro Duchini / Fotos: Emiliano Lasalvia

Nota publicada en la edición de julio de 2016 de El Gráfico