Las Entrevistas de El Gráfico

Leonardo Jara, el más versátil

Revela que este año empezó el curso de técnico y no sorprende. El correntino se destaca en Boca por su arte para rendir de 4, de 8 y de 5. La polifuncionalidad como factor de crecimiento. El desarraigo sufrido. Las enseñanzas de Juanjo Tejeda, Sabella, Verón y Pellegrino. El equipo de Guillermo.

Por Darío Gurevich ·

07 de julio de 2016
Imagen Íntimo, en su casa. Se relaja junto a su familia al mirar series y al tomar mate. "Soy un poco haragán", admite.
Íntimo, en su casa. Se relaja junto a su familia al mirar series y al tomar mate. "Soy un poco haragán", admite.
Su juego posicional llama la atención. Replica en Boca lo que ya hacía en Estudiantes al desenvolverse de gran manera en diversos puestos. Su lectura comprensiva genera estupor en la manada azul y oro. Su versatilidad lo transformó rápido en titular, sea de 4, de 8 o de 5. El Xeneize necesitaba respuestas afirmativas y contundentes durante este primer semestre que comenzó torcido, y Leonardo Jara se las dio. Hasta se movió como rueda de auxilio ante Nacional, en Uruguay, por la Copa Libertadores. Fue el mejor albañil para tapar agujeros. Su polifuncionalidad, en consecuencia, lo eleva y lo distingue; y para entender por qué es así, hay que rebobinar la cinta de la historia hasta un momento clave de su vida: la prueba en el Pincha.

“El Bocha Flores me trajo al club. Yo era número 2 y me iba a probar en esa posición. Pero no lo hice porque vine con un compañero de Corrientes que jugaba de marcador central. Entonces, para poder jugar con él, para poder tirar una pared con alguien conocido porque cada uno hace la suya en las pruebas, dije que era 5. Nunca había jugado de 5; y quedé, y aquel chico, no. No lo podía creer”, cuenta.

Al correntino de Laguna Seca le costó horrores el desarraigo. “Dejé a mi familia y a mis amigos a los 13 años; acá -en La Plata, ciudad en la que vive-, estaba con gente que no conocía. Dormía en la habitación con seis chicos y desconocía el ambiente. Los primeros meses no fueron lindos -asegura-. Encima no jugué al principio, extrañaba y me quería ir. Pero, bueno, mis padres insistían con que me quedara, que iba a estar más protegido acá que en Corrientes. Porque mis amigos no son de la mejor junta; ninguno trabaja. Si hoy hubiera estado allá, no sé qué sería de mi futuro. No sé hacer otra cosa que jugar al fútbol”.

Ultimo en una escalera de cuatro hermanos, sus padres, Aníbal y Teresita, le transmitieron respeto, educación y el valor por el estudio. Leo solo incorporó los primeros dos ítems. “Era vago, andaba todo el día en la calle”, resume. Su inicio en el fútbol se produjo de la mano de una avivada. Su papá no quería que potreara en el club Lipton. Primero, porque le iba mal en el colegio. Segundo, por el gasto económico que implicaba: traslado más botines y canilleras. Pero el benjamín de la familia se salió de la vaina a los seis años. “Tenía que llevar mi documento, y se lo que saqué a mi papá y me fui con las mismas zapatillas que usaba para todo. ¿Qué fue lo que más le molestó? Que le sacara plata para tomarme el colectivo -bromea-. Le jodió, en serio, que no le hubiera avisado porque me podría haber acompañado”.

Mordió el polvo de la derrota en Rosario Central, Quilmes, Chacarita, El Porvenir y Deportivo Español. En ninguno logró juntar los dos extremos de la soga: quedar con pensión incluida. Hasta que se dio aquella situación vital: el testeo en Estudiantes. “Le prometí a mi mamá que iba a ser la última prueba. Nosotros nos pagábamos los pasajes y nos salían carísimos. Era mucho gasto”, sostiene.

El León lo recibió con los brazos abiertos. Vivió en la pensión de 7 y 35 y en la de City Bell. “Estoy agradecido a Estudiantes. En la pensión, me formé como persona. Me enseñaron a ser responsable, porque nadie te cuida, ni te dobla la ropa, ni te la lava, ni te la plancha. Me acuerdo de que no se podía colgar la ropa afuera. Si se secaba tu calzoncillo y no lo sacabas, lo tendría puesto otro chico al día siguiente -se ríe-. Después, como en todas las pensiones, nunca faltaba el que tenía la mano larga. Un día dejé 400 pesos en un cajón, mis únicos 400 pesos, y me robaron 200. Estaba agradecido de que, por lo menos, me quedaba la mitad. Fue un ladrón generoso”, explica.

Empezó en inferiores -en Octava– de 5, y corrió la cancha más adelante de 8 y de enganche. El responsable resultó Juanjo Tejeda, que no se casaba con ningún esquema táctico. “Tienen que aprender a jugar en todas las posiciones y en diferentes sistemas. No saben qué entrenador les puede tocar el día de mañana”, decía el técnico, un formador. Jara lo escuchó y captó rápido el mensaje.

Debutó en Primera el 21 de junio de 2009, en la derrota 3-1 ante Colón. Entró por Gastón Fernández a los 21 minutos del segundo tiempo. Alejandro Sabella le pidió que jugara de doble 5 adelantado. Cumplió. Pero, al otro día, ocurrió lo peor: se rompió los meniscos de la rodilla derecha y estuvo tres meses inactivo, uno sin pisar. “Fue un momento en el que me di cuenta de quiénes estaban realmente a mi lado. Porque, en las buenas, aparecen todos”, dice.

Entre su estreno y 2012, no logró asentarse. “Desaproveché algunas oportunidades -reconoce-. Por ejemplo, en 2010, Sabella me puso de titular contra Colón y me sacó en el entretiempo porque no había tocado una pelota. Ese día jugamos 4-4-1-1, y yo era el enganche. Cuando llegué al vestuario, pensé: ‘No juego más’. Se me había ido la autoestima muy abajo”.

Imagen Leo y su pasado en Estudiantes. Llegó al Pincha a los 13 años y se fue a los 24. Cumplió 25 en mayo.
Leo y su pasado en Estudiantes. Llegó al Pincha a los 13 años y se fue a los 24. Cumplió 25 en mayo.
Su polifuncionalidad, cuándo no, lo condujo a afirmarse en Primera. Leo comía banco como volante por derecha, y la lesión de Matías Aguirregaray le abrió la puerta para ser el 4 en un amistoso ante el Atlético de Madrid. El correntino no quería jugar ahí. Incluso, se lo planteó a Carlos Compagnucci, el ayudante de campo de Mauricio Pellegrino. Tenía miedo a equivocarse. Pero no hubo caso y ocupó el puesto. Se desenvolvió correctamente, colmó las expectativas, y, de a poco, empezó a tomarle la mano a la posición. “Hoy, soy más lateral derecho que otra cosa”, acota.

Nelson Vivas le observó tanto potencial que hasta lo mandó de marcador central, su viejo amor. De hecho, siendo zaguero convirtió su primer gol en Primera. Gabriel Milito también le supo ver su capacidad de adaptación. Lo clavó de 5, de 4, de 8 y de 2. Jara, a esa altura, entendía que su virtud por rotar de manera notable le daba onda verde.

-Te pido una definición sobre Sabella, Juan Sebastián Verón y Pellegrino.
-Sabella me hizo debutar, me dio mucha confianza y aprendí un montón con él. Verón fue el que me enseñó todo, el que me encaminó en el fútbol. Era un excelente jugador y es una gran persona. Se enojaba cuando uno no había invertido su dinero en un departamento y llegaba con un auto caro a Estudiantes. A ellos les estoy agradecido, al igual que a Mauricio. Estoy en Boca gracias a Pellegrino.

-Antes de pisar el Complejo Pedro Pompilio, charlaste con Juan Sánchez Miño y Luciano Acosta. ¿Qué te sugirieron?
-Que no me asuste y que me cuide, porque puede haber un periodista o un camarógrafo que quiera sacar una primicia en cualquier lado. Pero, bueno, creo que eso de que el Mundo Boca es complicado, es invento del periodismo. Cuando llegué al vestuario, me encontré con un grupo de buena gente y de excelentes profesionales. Todos quieren lo mejor para el club.

-¿Cuáles son las tres fichas que te pusiste al llegar a Boca a principio de este año?
-Abstraerme sobre lo que se decía: “Boca es un quilombo”. Traté de no escuchar lo que se hablaba en los medios. Porque todos opinan sobre Boca. Después, ganarme un lugar entre los 11 y conseguir el primer título de mi carrera.

-Retrocedamos en el tiempo. ¿Cuál es tu primera imagen de Boca?
-No sé si es la primera, pero sí la que se me viene a la cabeza. Llegué tarde al bautismo de mi sobrina, porque Boca fue a penales contra el Milan. Caímos una hora y media después, porque nos quedamos festejando que Boca era campeón del mundo.

-¿Quién era tu ídolo xeneize?
-Oscar Córdoba me gustaba. Cuando iba a la cancha, se atajaba algún penal. Pero Juan Román me encantaba. Riquelme jugaba bárbaro. Cuando lo enfrenté como jugador, no me animé a pedirle su camiseta. Soy vergonzoso para eso.

-Regresemos al presente, en el que asombrás por tu capacidad para responder de buen modo de 4, de 8 y de 5 en Boca. ¿Cuál es el secreto?
-Intento hacer lo mismo en cada puesto: quiero quitar la pelota para dársela a un compañero lo más rápido y cómodo posible. Busco dar soluciones adentro de la cancha. Juanjo Tejeda me decía que un jugador así, que se adapta a diferentes posiciones, tiene más posibilidades de jugar; y no se equivocó. Además, soy un poco chismoso. Hoy, miro lo que hacen Pablo Pérez, Fernando Gago, Nico Lodeiro y Gino Peruzzi. También, escucho mucho al entrenador. 

-En una escala del uno al diez, ¿cuánto entendés el juego?
-Un siete, un ocho. Más allá de los videos que nos muestran antes de los partidos, miro siempre al rival. Me gusta saber contra quiénes me voy a enfrentar.

Imagen Polifuncional. Ante River, en la Bombonera, jugó de 8 y de 5, y rindió.
Polifuncional. Ante River, en la Bombonera, jugó de 8 y de 5, y rindió.
-¿Quiénes te inculcaron eso?
-Sabella y el Vasco Azconzábal. Ellos son apasionados por estudiar a los rivales. Querían que supiera todo: quiénes y cómo juegan, si son zurdos o derechos, con qué pierna le pega mejor el tipo que tengo que marcar, y cuántas veces ese mismo jugador engancha para adentro y cuántas para afuera.

-¿En qué posición te sentís más cómodo?
-De 4, porque juego ahí hace dos o tres años seguidos. Al ir al medio, se me complica porque no tengo la línea atrás, me presionan más en esa zona y hay menos tiempo para resolver. Pero, bueno, cuando me paro ahí, sigo el consejo que Sebastián Verón me dio: “Antes de recibir la pelota, tenés que saber dónde jugarla”. Así gano unos segundos. Cuando subí a Primera, era un enganche al que le gustaba parar la pelota y dar un par de vueltas. “Mientras juegues más simple, vas a ser mucho mejor”, me repetía Verón.

-¿Es lo mismo ser el lateral derecho de Boca o de Estudiantes?
-No, porque ahora se me exige más pasar al ataque. Entonces, quizá se me complica el retroceso. Además, todos los rivales quieren mostrarse de la mejor manera frente a Boca. A mí también me pasó cuando lo enfrenté.

-¿Ya diste el salto de calidad?
-No, tengo mucho para dar y para mejorar todavía.

-¿Qué aspectos debés corregir en el corto plazo?
-Pasar al ataque con más criterio. Tal vez no debo desesperarme por atacar en todos los tiros, sino manejar los tiempos. También, tengo que ser más agresivo en la marca. No me gusta pegar, pero a veces hay que darle un correctivo al que está por tu lado.

-¿Ya tuviste algún ida y vuelta con Guillermo y Gustavo Barros Schelotto por el clásico de La Plata?
-¡No! Como todavía no tengo tanta confianza, no me animo a decirles nada. Solo le tiré una indirecta a Gustavo. “¿Qué hora es?”, le pregunté. Porque eran las siete. Pero no pasó de ahí.

-¿Qué te piden ellos?
-Tener la pelota, y, al momento de recuperarla, atacar rápido para agarrar mal parado al rival. En Boca, se exige ser protagonista los 90 minutos. Eso no es tan fácil de lograr.

-¿Cuál es la virtud del equipo?
-La presión porque, como decía, hay que agarrar desacomodado al rival para lastimarlo.

-¿Qué deben mejorar?
-Muchos aspectos. Por ejemplo, no nos puede volver a pasar lo que nos sucedió contra Cerro Porteño, por la Copa Libertadores, en la Bombonera. Entramos dormidos y regalamos el primer tiempo. Eso lo tenemos que corregir, porque hay que jugar todo el partido de la misma manera.

-“Tienen prohibido tirar centros de mierda”, se fastidió Guillermo en una práctica y parte de la prensa se revolucionó, pero dijo algo normal. ¿Coincidís?
-Exacto. Pasa que lo que se dice en Boca repercute y parece como si fuera una cosa extraordinaria. Guillermo lo que quiso decir es que si se llega al fondo, hay que tirar un centro envenenado o un pase a un compañero para generar una situación de gol.

Imagen Muerde en La Boca. Se vistió de xeneize este año y resulta muy útil para el equipo por sus recursos tácticos.
Muerde en La Boca. Se vistió de xeneize este año y resulta muy útil para el equipo por sus recursos tácticos.
Su personalidad, al tratarlo cara a cara, dista a años luz de lo que se observa desde el sector de prensa. Jara no resulta aquel correctito que se luce adentro de la cancha. Leonardo es desfachatado, pícaro y divertido. Cada cuatro o cinco respuestas, intercala un chiste. Afirma que su familia, compuesta por su mujer, Florencia, y su bebé, Benicio, es la base de su felicidad. “Sueño con entrar junto a mi hijo, que casi tiene un año, a la Bombonera”, agrega. Asevera, por otra parte, que le gustaría ser entrenador. Apenas tiene 25 años y ya hace el curso; por lo que se perfecciona aún más desde lo táctico. Adelanta que verá los partidos parado, que gesticulará sin importar el qué dirán, que estará a puro grito y que se mostrará de manera enérgica. “Se lo anticipé a mi mujer: como entrenador voy a ser campeón del mundo”, confiesa. De todos modos, aún está a tiempo de lograrlo como jugador.

Una anécdota de pibe y con los pibes
“Estábamos en la canchita del barrio, en Laguna Seca. La pelota se nos fue a la calle, nadie la quería ir a buscar, y pasó un carrero, uno que juntaba chatarra, y se la robó. Cuando lo vimos, lo corrimos, pero no lo alcanzamos. Era un drama para nosotros que teníamos seis o siete años, lo más jodido que nos podía suceder. Porque el tipo se había llevado la única pelota que teníamos en nuestro pago -anticipa Leonardo Jara, como si resultaran las primeras líneas de un cuento del querido Eduardo Sacheri-. Teníamos que esperar hasta que a uno de los pibes le regalaran una pelota. Eso sí: el que la traía jugaba seguro, era titular indiscutido. Bueno, entonces, pasamos como dos o tres meses sin jugar al fútbol. Esos partidos estaban buenos, y muchas veces pateábamos a oscuras, sin luz. Porque, de día, los más grandes ocupaban la canchita”.

Por Darío Gurevich / Fotos: Maxi Didari

Nota publicada en la edición de junio de 2016 de El Gráfico