Las Entrevistas de El Gráfico

Roberto Saporiti, en primera persona

Su primer trabajo, la escuela de la calle, la experiencia en el Ajax, la familia. Frases sin desperdicio.

Por Redacción EG ·

16 de enero de 2009
Nota publicada en la edición junio de 2008 de la revista El Gráfico.

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”Yo creí que sabía algo, hasta que llegué a Europa. Entonces me di cuenta de que en realidad era un analfabeto. Estamos muy lejos en muchas cosas todavía”.

Jamás escuche gritos en mi casa. Eramos cinco: mis viejos y los tres hermanos. Era todo armonía. Mi papá trabajaba de colectivero y con eso podía parar la olla de todos. Mi casa estaba en Caballito: Pedro Goyena 561. Mi viejo jamás nos permitió una mentira, nunca.

Empecé a laburar a los 9 años, en la farmacia Besio, que era de mi maestra. Yo estaba en tercer grado. De mi casa iba caminando a Primera Junta y tomaba el subte hasta Pasco, todas las tardes, de tres a siete de la tarde. La farmacia quedaba en Bartolomé Mitre y Azcuénaga. “Lo que yo te pido es que llegues a horario” me decía ella, y eso me quedó para siempre.

En ese trabajo me acostumbré a estar siempre limpio, bien prolijo. Humilde pero bien vestido. Eso también me lo inculcó ella y hasta el día de hoy sigo ese consejo.

Yo quería ser abogado, no futbolista. Jugaba, sí, pero no pasaba de ahí. A los 15 años empecé a trabajar en una fábrica de zapatos. Cuando tenía 18, un amigo me invitó a su casa en Lanús porque el sábado se probaba en Independiente y quería que le hiciera compañía. Ahí el técnico era Omar Crucci. Mi amigo, Alberto, no pasó. Vino Crucci y me preguntó: “¿Usted es el que juega bien?”. Le dije que jugaba, pero no tan bien. Y que venía de Caballito. “¿Y dónde queda Caballito?”, me preguntó. Igual, me hizo la prueba y quedé.

Yo vi de cerca a algunos gigantes. Cuando entré a Independiente, en la Sexta, allá por el 56, en la Primera estaban Micheli, Cecconato, Bonelli, Grillo y Cruz. Lo bueno de todo es que, encima, yo era hincha de Independiente.

Mi papá nunca fue a una cancha y mucho menos a verme a mí. Pero nunca se opuso a que jugara; siempre me dio toda la libertad del mundo.

¡Cómo no creer en el Destino! Yo estaba en la Quinta división cuando lo vendieron a Grillo al Milan. El que lo vendió fue Félix Latrónico. Eso fue en febrero-marzo del 57. En noviembre, ya estaba en Tercera y Reserva. Un viernes llegó un telegrama a mi casa: tenía que presentarme a las 19 horas en la cancha de Huracán. Mi mamá me lo llevó a la fábrica y me fui a la tardecita. Argentinos jugaba con Independiente en Huracán. El técnico era Adolfo Pedernera. “¿Trajo los botines, pibe?”, me preguntó. Le dije que sí. “Bueno, va a jugar ahora”. Y así debuté, terminamos 0-0.  Después jugué uno más, el último partido del año con Ferro, en Independiente, ganamos 1-0.

Adolfo fue enorme. En todo sentido. Era algo así como El Hombre, sabía todo de la vida y del fútbol. El te decía que no te achicaras ni por los gritos, ni nada. “Juegue a lo que está acostumbrado, pibe”, me decía. Y eso me formó mucho.

La escuela de la calle es importante. Claro, cuando yo era pibe también era otra la sociedad. Pedernera, además de hablarte de fútbol, también te daba consejos de la vida.

Osvaldo Brandao me enseñó mucho. Tenía un gran carácter, hay que recordar que en el 58 se enfrentó a Havelange, y no viajó con una Selección que tuvo a Pelé, a Zito... En el 61 lo tuve de técnico y nos enseñaba incluso a hacer los contratos. Nos contaba hasta lo que él ganaba. Además, era preparador físico y con él aprendí que un buen trabajo físico iba a respaldar a lo más importante del fútbol: la técnica.

Yo era un acompañante en aquel Independiente del 61: jugaban Navarro, Rolan, Silveira, Ferreiro, Acevedo, Maldonado... Pero siempre me ubiqué en mi lugar, porque también me enseñaron que el fútbol te marca la obligación del juego asociado, aunque sepas tener libertad.

Di Stéfano fue extraordinario. En el 60 yo estaba en el Deportivo Español, salimos campeones y nos mandaron de gira por España, 50 días. El último partido lo jugamos contra el Real Madrid ante 50.000 espectadores. Ellos tenían a Kopa, Di Stéfano, Puskas, Del Sol... extraordinario. Lo vi jugar tres veces a Alfredo: contra el Espanyol –en Barcelona– y dos en Madrid. Una contra el Elche y una contra nosotros.

Alfredo jugaba en el 60 y en el 3000 también... Tenía poder de mando en la cancha, un gran despliegue físico, cabeceaba bien, manejaba los dos pies, jugaba de atrás y fue goleador cinco años seguidos. ¿Qué más se le podía pedir?

Los más grandes que vi fueron Di Stéfano, Pelé, Diego y Cruyff, aunque no sé por qué, a Alfredo lo pongo en otro rubro, pero esos fueron los que más me impresionaron.

Jugue contra Di Stéfano, aunque haya sido casi una exhibición; el asunto es que perdimos 5-2, pero los dos goles los hice yo. Cuando terminó el partido, don Alfredo me dijo que quería sacarse una foto conmigo. ¡Inolvidable! Salí en la tapa de Marca...

El mundo no es para los débiles. Hace poco escuché esa frase y me quedó. Incluso, hay una película. El mundo ha cambiado muchísimo en los últimos 15, 20 años y estamos tratando todavía de asimilar el fenómeno.

De nuevo, el destino. Cuando jugaba en México conocí a mi señora, Liliana, que fue a estudiar. Era la hija de don Félix Latrónico, que me había pedido que la ayudara un poco. Estuvo 50 días. Ella tenía que volver a la Argentina y yo me iba a Europa, a Portugal, con una carta de Alejandro Scopelli, para ir al Belenenses de Lisboa. Ya estábamos de novios.

No fui de noviazgo largo. Cuando llegué a Portugal, estuve quince días y, como me podía quedar, lo hice. El 2 de diciembre de 1968 nos casamos por poder y el 9 de diciembre ya estaba Liliana en Lisboa. Y aquí seguimos, juntos como el primer día: tenemos dos hijas, Lorena -nacida en Bélgica- que está casada con Juan Manuel Matheu y nos han dado dos nietos, Santiago (6) y Tommy (4). Vanesa es soltera. La familia es todo para mí, es mi fuerza constante.

No sabía que tenía condiciones para ser técnico. Pero Mario Wilson, que había sido entrenador del Académica de Coimbra y era, además, profesor de Filosofía y Letras de Mozambique, me dijo que podía serlo. En Portugal fue donde mejor me pude exprimir como jugador, jugué contra figuras como José Augusto, Columna, Torres, Eusebio... Actué durante tres temporadas en dos años y medio. 

El Ajax me marcó a fondo. Yo jugué en Bélgica tres años, después de haberlo hecho en el Limoges de Francia. Un compañero me convenció de estudiar para técnico en Bruselas. A medida que empecé a estudiar y analizar lo que hacía el Ajax –había que ir y estudiar a los equipos y luego hacer informes– empecé a descubrir un mundo nuevo; era el tiempo de los Liverpool, Manchester, la Juve, el Barcelona, el Real Madrid, el Milan...

El futbol de Holanda me deslumbró. Cuando vino la Selección con Víctor Rodríguez, José Varacka y Vladislao Cap, me junté con Víctor y le conté todo. “¿Pero ese fútbol existe?”. Claro, ellos creían que solamente jugaba Cruyff. Argentina se enfrentó con Holanda en Rotterdam y perdió 4-1.

Menotti no inventó el fútbol pero inventó a la Selección Argentina. Fue el primero que tuvo un contrato de cuatro años y se juntó con gente capaz, profesional, talentosa. No por casualidad tuvo al profesor Ricardo Pizzarotti o a Rogelio Poncini como ayudante de campo; o a Rodolfo Kralj, que dominaba seis idiomas; o al doctor Rubén Darío Oliva, que era un extraordinario profesional. Menotti le dio un método de trabajo a la Selección que no descuidó ningún detalle.

Jamás fui empleado de la AFA. Estuve allí por amor al fútbol, por pasión: me quedé 8 años –entre el 76 y el 82– y, aún siendo el técnico de Talleres, en el 77, trabajé con la Selección y fueron años muy felices y enriquecedores para mí, que jamás olvidaré.