¡Habla memoria!

El milagro de Volksparkstadion, 40 años después

Cuando la Guerra Fría se inmiscuyó en el fútbol, tuvo lugar el partido más politizado de la historia de las Copas del Mundo. El 22 de junio se cumplieron cuatro décadas del enfrentamiento entre las dos Alemanias en el Mundial de 1974.

Por Redacción EG ·

23 de junio de 2014
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En 1974 el mundo estaba sentado sobre un polvorín. La Guerra Fría se había reavivado con la victoria de Estados Unidos en la carrera espacial y los diarios se desesperaban por dar la primicia de un inminente conflicto nuclear. En ese marco también existía una Alemania dividida en dos satélites: la República Democrática Alemana -de tendencia soviética- y la República Federal Alemana -alineada con el bloque occidental-. Dentro de esta última tuvo lugar una Copa del Mundo, y también un partido único e inédito que se convertiría en el más politizado en la historia de los mundiales.
 

El morbo comenzó en el sorteo de la primera fase, cuando el Grupo A se encaprichó en unir a las dos Alemanias con el Chile presidido por Augusto Pinochet -que había superado una polémica clasificación ante la URSS- y la debutante Australia. De esta manera no sólo se cruzarían Alemania Occidental y Alemania Oriental, que por primera y única vez disputaba una Copa del Mundo, sino que esta última debería enfrentar también a los sudamericanos, que constituían uno de los bastiones que Estados Unidos había instalado en Latinoamérica como parte de la Operación Cóndor. 

 

Ya con el Mundial dando sus primeros pasos, el desarrollo del Grupo A resultó claramente favorable a los europeos. La RFA derrotó a Australia y a Chile mientras que la RDA salió victoriosa ante los oceánicos y empató con los sudamericanos. Ambas Alemanias llegaron al esperado duelo clasificadas y en medio de un agitado ambiente previo que incluyó la detención de varios hombres en las inmediaciones del Volksparkstadion -el reducto del Hamburgo, en el que tendría cita el encuentro- que fueron acusados de espionaje. La Stasi, órgano de inteligencia de la Alemania Oriental, era una de las policías secretas más poderosas del mundo, y ya había logrado infiltrar varios de sus agentes en cargos importantes del otro lado del Muro. 
 

El 22 de junio de 1974, y ante sesenta mil espectadores -de los cuales mil quinientos provenían del bloque oriental-, las dos Alemanias salieron a la cancha. No sólo era una circunstancia inédita por el simple hecho de que se enfrentaba un mismo país disgregado por los recelos que había dejado la Segunda Guerra Mundial, sino también porque aún el resultado final del extenso enfrentamiento entre el primer y el segundo mundo se vislumbraba difuso. La URSS escondía detrás de la Cortina de Hierro una aparente prosperidad que, luego se supo, no era tal, y Estados Unidos aparecía como el gran dominador del bloque occidental; lo que era equivalente a una especie de demonio para las naciones de tinte soviético.
 

El esperado partido resultó disputado en cada pelota. Alemania Federal era la vigente campeona de Europa y gozaba de la generación de los Beckenbauer, Müller y compañía, mientras que los alemanes orientales se autodefinían como ‘obreros del fútbol’, y todos sus jugadores formaban parte de la Oberliga, la competición más importante en el sector soviético. Sin embargo el minuto setenta y siete marcaría un giro en el partido que se encaminaba hacia el empate: Jürgen Sparwasser recibe un pase largo de Erich Hamann, acomoda la pelota con la cabeza y arremete contra tres defensores rivales y contra la historia para ajusticiar a Sepp Maier. Es gol de los orientales, que terminan ganando 1 a 0, y ‘Spari’ se convierte en un héroe trágico. Nadie festeja del otro lado del Muro.
 

“Aquel gol me trajo más problemas que alegrías”, confesó, más tarde, Sparwasser, que comenzó a ser odiado en silencio por los alemanes del este que esperaban una derrota de la selección que no sentían propia. El régimen soviético convirtió el histórico triunfo en propaganda y el autor del tanto, sin quererlo, se transformó en un embajador de la causa comunista. Además, el triunfo de la RDA mandó a sus vecinos del oeste -por su condición de escoltas- al Grupo 2 de la segunda fase, junto a Polonia, Suecia y Yugoslavia, al tiempo que Alemania Oriental ocupó un lugar en la zona la muerte al lado de Argentina, Holanda y Brasil. La historia que sigue es conocida, la RFA ganó su grupo y clasificó a la final de Munich, donde derrotaría a la Naranja Mecánica de Johan Cruyff. La RDA finalizó anteúltima en el temido Grupo 1 y se despidió del Mundial con el recuerdo del Volksparkstadion como hito. 
  

“Si me dieran dos medallas, una sin dudas sería para Sparwasser. Sin su gol posiblemente jamás hubiésemos llegado a la final del Mundial”, aseguró alguna vez Beckenbauer. Ya finalizada la Copa del Mundo, llegó un telegrama anónimo a la casa de ‘Spari’ que le daba las gracias por el título en nombre de toda Alemania; de una Alemania unida, una pretensión que sonaba imposible por aquellos tiempos. En una entrevista en la que contaba el calvario que fue su vida tras el histórico tanto, Sparwasser, que en 1988 se terminó escapando hacia Alemania Occidental, resumió con más sinceridad que soberbia el lugar que su nombre ocupa en los libros del recuerdo: “Si en mi lápida sólo pusieran ‘Hamburgo 1974′, tristemente todos sabrían quién yace debajo”. 

Por Matías Rodríguez