¡Habla memoria!

Una época tenebrosa del pugilismo

A mediados del siglo XIX elementos del hampa y la baja política se habían entronizado en el ring. Los sorprendentes hechos reales aquí narrados fueron la base para la película de Martin Scorsese “Gangs of New York”.

Por Redacción EG ·

23 de abril de 2020

En nuestro número 933, del 25 de mayo último, publicamos un relato de episodios boxísticos que databan de un siglo atrás y algunos de más aún, pues entre ellos figuraba uno que hacía mención a un esclavo negro llamado Bill Richmond, que allá por 1777 liquidó a golpes de puños a tres fornidos soldados ingleses, pertenecientes a las tropas que en ese entonces ocupaban Nueva York. En aquella época lejana y pintoresca, muchos detalles de la cual, claro está, se pierden en la bruma de los tiempos, los politicastros y los "gangsters" gobernaban, decíamos, las cosas de los puños y no siempre las peleas estaban rodeadas de un ambiente puramente "deportivo" por cierto, sino que los más grandes escándalos y hasta crímenes se registraron alrededor de combates pugilísticos.

A esa narración que citamos, agregaremos hoy un nuevo relato que dejará sin duda asombrado al lector.

Yankee Sullivan, hasta que sufrió su resonante derrota frente a Hyer, fue considerado como el monarca de los aporreadores de Tammany Hall, pero después de ese desastre su reputación declinó, mientras la de su camarada John Morrisey aumentó considerablemente. Como decíamos en nuestro anterior relato citado, Tom Hyer pertenecía a la "brigada" de fighters que representaba a la colectividad de los nativos-americanos, rival encarnizado de los de Tammany.

Yankee, ansioso por rehabilitarse ante los ojos de sus compañeros, desafió a Morrisey a medirse sobre el ring. Este aceptó y la pelea tuvo lugar el 12 de octubre de 1853, resultando vencedor Morrisey en el 37° round.

Aunque las acciones de Sullivan bajaron así por obra de Hyer y de Morrisey, había que reconocer que él era una tan extraordinaria combinación humana de estructura de mastodonte con músculos y nervios de acero como nunca más saliera otra de la Isla Esmeralda. Tenía 1 metro 80 de estatura, y pesando casi quince libras menos que el límite fijado hoy para los medio pesados, los handicaps de peso no significaban nada para él. Frecuentemente derrotaba a hombres que parecían gigantes a su lado.

Imagen Impresión en color de el nativo de Nueva York Tom "Young America" Hyer y el inmigrante irlandés James "Yankee" Sullivan luchando con los puños desnudos en un ring de boxeo. Espectadores vestidos cálidamente se reúnen alrededor del ring en la orilla del río cubierto de nieve. Los luchadores y algunos espectadores se identifican en una clave debajo de la imagen en ambos lados del título. La lucha tuvo lugar el 7 de febrero de 1849 en Still Pond Heights, condado de Kent, Maryland. Tom Hyer fue el vencedor después de 16 rondas, pero supuestamente solo duró 18 minutos.
Impresión en color de el nativo de Nueva York Tom "Young America" Hyer y el inmigrante irlandés James "Yankee" Sullivan luchando con los puños desnudos en un ring de boxeo. Espectadores vestidos cálidamente se reúnen alrededor del ring en la orilla del río cubierto de nieve. Los luchadores y algunos espectadores se identifican en una clave debajo de la imagen en ambos lados del título. La lucha tuvo lugar el 7 de febrero de 1849 en Still Pond Heights, condado de Kent, Maryland. Tom Hyer fue el vencedor después de 16 rondas, pero supuestamente solo duró 18 minutos.
 

HÉRCULES DERROTADO

Cuando no tenía más de veinte años, dio cuenta de tres pugilistas ingleses de gran renombre: Stewart, Sharpliss y Brady, llegados a los Estados Unidos en el año 1838.

Desafiado por Hammer Lane, un gran pesado favorito inglés, Yankee volvió a cruzar el Atlántico en 1841 y noqueó al británico con un simple derechazo a la mandíbula tan pronto como se inició la pelea. Esta tuvo lugar en Londres, y su capacidad pugilística se elevó a tales alturas que ninguno de los otros pesados ingleses logró proporcionarle una oposición capaz de ponerlo a prueba. De regreso en Estados Unidos, Yankee liquidó a Vince Hammond, en League Island, al año siguiente.

Su nuevo combate lo sostuvo con el profesor Bell, de Brooklyn, un verdadero Hércules en tamaño y potencia. Después de una batalla realmente encarnizada, Sullivan resultó por fin, vencedor en el 24°  round, cuando los segundos de Bell arrojaron la esponja por encontrarse su fighter en una situación verdaderamente desesperada.

El 11 de mayo de 1847, Yankee se midió con Bob Caunt, hermano de Ben Caunt, el entonces campeón de Inglaterra, y fue declarado vencedor en siete rounds. Fue la pericia, la bravura y la habilidad para absorber el castigo que demostró Sullivan en esa ocasión lo que lo llevó a su desastrosa contienda con Tom Hyer, ya descripta en nuestro número citado.

Finalmente, su derrota ante John Morrisey hirió tanto el orgulloso espíritu de Sullivan que resolvió abandonar la ciudad, en la cual el destino le había evidentemente señalado el ingrato rol de fracasado, y siguiendo el ejemplo de muchos otros aventureros de aquella época, que escuchaban el consejo de Horace Greeley —  "¡Vaya al Oeste, joven, vaya al Oeste!" — llegó un día a la turbulenta San Francisco. Con respecto a la edad sin embargo, Yankee no encuadraba dentro del tipo de viajero indicado en la máxima de Greeley, pues tenía ya cuarenta años cuando perdiera frente a Morrisey, y la más terrible disipación que uno pueda imaginarse le había ido minando en gran parte su magnífica potencialidad física.

Sin embargo, su fama de terrible pegador y de probado gallo de riña lo había precedido y era tal la impresión despertada por sus proezas, que se repetían de boca en boca, que un match concertado con un tal Joe Winrow, de Nueva Orleans, se anuló a último momento, simplemente porque los sostenedores de Winrow se rehusaron a que su protegido enfrentara al temible Yankee. Así fue que, finalmente, un nativo, llamado Steve Simmons, accedió a medirse con el Terror del Este, teniendo lugar el combate en el American Theatre, en San Francisco, el 11 de marzo de 1856.

 

Imagen YANKEE SULLIVAN, un personaje sumamente popular en el ambiente boxístico de mediados del siglo XIX.
YANKEE SULLIVAN, un personaje sumamente popular en el ambiente boxístico de mediados del siglo XIX.
 

 

PELEANDO A PESAR SUYO

El ring fue levantado en el escenario, y mineros, marineros, jugadores y hombres de toda laya atestaron la sala. La opinión prevaleciente era la de que Sullivan perdería, pues él concedía una enorme ventaja en peso, altura y alcance a su corpulento oponente.

Simmons apuró las cosas desde el principio y llevó la mejor parte de unos cambios de golpes muy ajustados. En una ocasión, Sullivan cayó al suelo, al parecer sin haber sido tocado, como para evitar el castigo. Este extraño procedimiento desató la ira de los partidarios de Simmons, que formaban un nutrido contingente. Al instante, éstos comenzaron a hacer despliegue de su artillería, lanzando furiosas amenazas contra Yankee.

Pero ocurrió que éste tenía también una espléndida colección de "gangsters" armados a su espalda. Y así, los Sullivanistas numéricamente superiores a los compinches de Simmons sacaron de inmediato sus armas e intimidaron a los amigos del fighter local. Ni un solo tiro fue disparado, sin embargo, pero la oposición subsistió y la pelea siguió adelante. En la segunda vuelta Yankee contraatacó en forma salvaje, y por último, en el tercero, Simmons estaba completamente a su merced.

Sin embargo, la vacilante víctima del bombardeo de Sulliivan resistió en pie hasta el séptimo round, donde el hombre estaba virtualmente "listo” . No fue, por cierto, un fiero coraje el que hizo al infortunado fighter continuar peleando con tanta desesperación, sin embargo, pues Simmons declaró después de la pelea, que él había querido abandonar en el quinto y sexto round. Pero parece que cuando el infortunado muchacho denotaba intenciones de rendirse, los amigos que se habían apiñado alrededor del ring con la evidente intención de defender sus intereses le apuntaban con sus revólveres, como indicándole discretamente que lo mismo podía morir adentro que fuera del ring. Así que, como vemos, los "expertos" en el arte de "presentar bandera" tenían en aquel entonces mucho más serias consecuencias que considerar que en esta época de gracia.

Sullivan fue por fin declarado oficialmente vencedor, pero la contienda terminó en medio de un ambiente de desorden formidable. Varios espectadores fueron heridos en las escenas de confusión y alboroto que sucedieron a la decisión y todo el asunto vino a agregar más "leña al fuego" en un pueblo que ya era de por sí un verdadero infierno, con sus desenfrenadas licencias, su corrupción política, su lascivia y sus crímenes.

Imagen Vieja fotografía de New York de mediados del siglo XIX, cuando las pandillas de gangster eran "la ley".
Vieja fotografía de New York de mediados del siglo XIX, cuando las pandillas de gangster eran "la ley".
 

EL TRÁGICO FINAL DE SULLIVAN

Aquella pervertida comunidad, respaldada por una no menos pervertida política, hizo de San Francisco tal antro de perdición que los hechos ocurridos allí empalidecieron por mucho la sangrienta foja criminal de la New York City. El brazo de la ley estaba temporariamente paralizado e incapaz de controlar aquel infierno. Felizmente, un grupo de respetables ciudadanos de la Golden Gate se levantaron por fin y formaron un Comité de Vigilancias cuya acción comenzó a azotar como un ciclón la corrompida ciudad. Una vez que aquellos inflexibles vigilantes del orden fueron armados y entraron en acción, pocas contemplaciones se tuvieron con los turbadores de la paz. Fue así que, justamente un mes después de su victoria sobre Simmons, un pelotón de agentes hizo irrupción en el cuarto donde Sullivan estaba durmiendo cierta noche y trataron de arrestarlo Yankee se defendió como un loco, dejando tendidos sin sentido a cuatro de sus apresadores, pero por fin fue reducido por un enemigo numéricamente superior y llevado a la "jaula".

Allí que permaneció el fighter, herido y sin que se le prestara cuidado alguno durante días al cabo de los cuales -- el 31 de mayo de 1856  —fue encontrado muerto. La causa de su deceso es algo que nunca se supo. Se susurró que se había suicidado, ya ingiriendo veneno o ya desangrándose por un brazo. Otra versión asegura que fue muerto por los vigilantes en un intento por hacerlo confesar ciertos secretos policiales

Los restos de Yankee Sullivan fueron sepultados en San Francisco, y más tarde, un distinguido caballero inglés, que fue gran admirador del notable pugilista, hizo erigir sobre su tumba un monumento a su memoria. Eliminado Sullivan, nadie había que pudiera disputarle a Morrisey su supremacía entre los gladiadores de Tamnany. Pero, sin embargo, este fighter no pudo descansar tranquilamente sobre sus laureles. En aquella azarosa época las fanfarronadas y las bravatas no bastaban. Un campeón, ya lo fuera del ring o de la calle tenía que mantener su más bien precaria posición por virtud de una acción continuamente vigorosa.

Así fue que un buen día se le ocurrió desafiar al famoso Bill Poole que, como ya saben los lectores por nuestro anterior relato, era considerado un verdadero oso humano, en mérito a su gran estatura, sus brazos larguísimos y sus formidables hombros, y quien pertenecía al grupo de "americanos nativos", vale decir la comunidad que aquellos odiaban a muerte. Como ya dijimos, Poole nunca había conocido los honores del ring, porque él era algo así como un "campeón de la calle", y hasta entonces siempre le había bastado ser considerado como una fiera invencible fuera de las cuerdas.

 

Imagen William Poole, alias Bill el carnicero, en una fotografía de 1855
William Poole, alias Bill el carnicero, en una fotografía de 1855
 

 

"LA GRAN CONFLAGRACIÓN"

Sin embargo, su aceptación del desafío de Morrisey no sorprendió a los entendidos que sabían bien que aquellos hombres tenían que enfrentarse tarde o temprano.

En una fría y clara mañana del mes de febrero de 1855, unos doscientos "hinchas" de Poole se trasladaron al Amos Dock, sítio elegido como escenario de la gran batalla y allí esperaron la llegada de los fighters.

Poole fue el primero en aparecer por la West Street manejando un coche. Con él venían Tom Culkin y Smith Ackerman, ambos renombrados expertos en las artes de los puños y del revólver. Los acompañaba además un tal Theodore Allen, más conocido por el sobrenombre de "El Allen", elemento que más tarde se hizo popular en los círculos políticos de Nueva York y en los grandes escándalos del bajo fondo.

Llegados al muelle, los nombrados descendieron del coche y se embarcaron en un bote en el que remaron un buen trecho hasta llegar a un lugar donde podían conversar sin ser oídos. Finalmente regresaron al muelle cuando ya habían llegado una docena de partidarios de Morrisey. Estos, molestados por la brigada de Poole con respecto a la tardanza de Morrisey, pronto se sulfuraron y al instante se armó la "gran conflagración".

 

Imagen Dibujo de John Morrissey en guardia.
Dibujo de John Morrissey en guardia.
 

 

Fue así que cuando Poole y sus tres acompañantes llegaron a la orilla se encontraron con que la guerrilla desatada allí estaba en todo su apogeo. A esta altura de las cosas apareció por fin Morrisey, acompañado de un tal Johnny Lyng, propietario del "Sporting Headquarters", un salón de vasta y obscura fama. Los relatos de la época con respecto al desarrollo de las cosas, varían fundamentalmente. Se admite, sin embargo, que Poole y Morrisey se "trenzaron" en seguida y pelearon con toda la furia y el ardor esperado de dos rivales tan formidables.

De acuerdo a un historiador, Poole se zambulló ante el "rush" inicial de Morrisey, lo agarró por los tobillos, lo derribó y arrojándose luego sobre su enemigo lo aporreó con tanta fiereza que Morrisey tuvo que rendirse al poco rato. Otro cronista, en cambio, dice que Morrisey no pudo pelear libremente, pues fue trabado y maltratado por los "gangsters" de Poole. Un tercer relato asegura que los hinchas de Morrisey trataron de lanzarse sobre Poole, pero fueron corridos por los leales guardaespaldas de aquél.

 La verdad quizá resida en alguna de esas narraciones, pero lo cierto es que Morrisey se vio obligado a permanecer en cama durante dos semanas como consecuencia de la terrible paliza que recibió, y sus partidarios, grandemente superados en número por los de Poole, llevaron la peor parte en aquel soberano escándalo. Como hay que decir que los aficionados de aquella remota época no se distinguían precisamente por su amor al juego limpio, puede afirmarse con seguridad que Morrisey recibió una gran dosis de castigo extra, aparte del que le administrara su salvaje adversario.

Johnny Lyng, el acompañante de Morrisey, fue casi tan infortunado como el fighter, habiendo sido tirado al suelo, golpeado y pateado hasta quedar casi sin sentido. El hermano de Poole pretendió aún completar la obra intentando arrojar al río a Lyng, pero conmoviéndose por fin ante un agonizante ruego de la víctima pidiendo misericordia, lo dejó que se fuera.

Imagen Pelea a puño limpio. Se luchaba hasta que alguno de los dos boxeadores no podía continuar...o moría.
Pelea a puño limpio. Se luchaba hasta que alguno de los dos boxeadores no podía continuar...o moría.
 

CRIMINAL VENGANZA

Lew Baker, otro fighter de la brigada de Tammany Hall, después de haber sido derrotado en humillante sucesión por Hyer y por Poole, había jurado matar al terrible Bill, en cuanto se le presentara la oportunidad, pues su odio contra él pasaba ya todos los límites. Otros miembros de la brigada de Tammany estaban también ávidos de venganza, especialmente después del episodio del "Amos Dock", y en particular Lyng, quien todavía ostentaba en su magullada humanidad los rastros de la formidable paliza que recibiera en el muelle.

Se supone que fue en el salón de este último, que se tramó un complot criminal que terminó con el asesinato de Poole.

De cualquier manera, se sabe con toda certeza que fue del establecimiento de Lyng que salieron Baker, Huyler, Linn, Van Pelt y Pat McLaughlin, alias "Paudeen", armados hasta los dientes en la noche del 24 de febrero de 1855, con la determinación de eliminar de una vez por todas a su gigantesco enemigo.

Se dirigieron los forajidos hacia Stanwix Hall, situado sobre Broadway, en el mismo paraje donde Poole había retado a Morrisey a un duelo a cuchillo. Tales altercados eran más bien raros en Stanwix Hall, un lugar de diversiones de propiedad de un tal George Bean, bastante bien pues-o y ubicado en un barrio elegante y considerado algo así como un terreno neutral, donde los miembros de tendencias opuestas se reunían pacíficamente.

Imagen Daniel Day-Lewis, encarnando a Bill “The Butcher” Poole en La película de 2002 de Martin Scorsese "The Gangs of New York".
Daniel Day-Lewis, encarnando a Bill “The Butcher” Poole en La película de 2002 de Martin Scorsese "The Gangs of New York".
 

Fue a medianoche cuando los "gangsters" hicieron irrupción en el local de Bean. Poole se hallaba en ese momento parado junto al mostrador bebiendo en compañía de un cuñado, Charles Lozier, y varios amigos. "Paudeen", que cerraba la marcha de los recién llegados, tan pronto como traspuso la puerta se volvió y la atrancó. Esto resultó un signo inconfundible de que había tragedia en el ambiente. El detalle no pasó inadvertido para Poole, pero éste sólo se limitó a hacer una mueca y se volvió hacia el ostensiblemente hostil visitante, quien gritó en voz bien alta:

 —¡Eh, usted, perro maldito, sépase que Morrisey puede liquidarlo cuando se le dé la gana!

Al mismo tiempo tomaba por la solapa a Poole, pero éste se desprendió del forajido con ostentosa facilidad arrojando en seguida un puñado de monedas de oro sobre el mostrador y ofreciendo apostar quinientos dólares a que él podía liquidar a cualquier hombre del bando de "Paudeen".

 —Y en cuanto a usted — continuó dirigiéndose a "Paudeen" — lo despacharé conjuntamente con uno de sus compañeros, pues no vale lo bastante como para pelearlo solo.

"Paudeen" se puso entonces pálido de rabia, pero retrocedió unos pasos. Temía que Poole pudiera estar armado, pero el grandote no tenía ni revólver, ni cuchillo, ni ninguna clase de arma consigo.

Fue en ese momento que Baker extrajo un Colt 45 y exhortando a sus compañeros a arremeter hizo fuego. En su excitación el hombre resbaló, vaciló y por fin cayó al suelo, habiéndose traspasado un brazo con una bala de su propia arma. Agachado aún volvió a hacer fuego, esta vez con más puntería, ya que le atravesó la pierna a Poole. Este, tambaleante se abalanzó entonces sobre Baker, quien esquivándolo y gritando: "¡yo lo voy a liquidar de cualquier manera!", le atravesó el corazón de un balazo.

Imagen Pat McLaughlin, alias "Paudeen", dispara sobre Bill Poole (grabado de un periódico de la época).
Pat McLaughlin, alias "Paudeen", dispara sobre Bill Poole (grabado de un periódico de la época).
 

FUERTE HASTA EL FIN

El campeón de los nativos americanos se desplomó entonces al suelo en medio de un charco de sangre. Descargando rápidamente otro balazo más sobre el herido, Baker corrió hacia la puerta, la abrió y se lanzó velozmente a la calle.

Charlie Lozier se lanzó en auxilio de su cuñado, pero al instante caía con una pierna atravesada por un balazo. A despecho de las terribles heridas recibidas, Bill Poole, recurriendo a todas las reservas de su extraordinario vigor logró penosamente incorporarse y, apoderándose entonces de un cuchillo que había sobre el mostrador se lanzó en persecución de su asaltante. Más en el umbral de la puerta el gigante herido cayó por fin para siempre, murmurando: "¡Ah..., al fin me han vencido!". El resto de los forajidos, pasando por sobre el cuerpo postrado de Poole, salió precipitadamente siguiendo, el mismo camino que Baker.

Poole fue luego conducido a su casa, donde ante el asombro de los médicos duró aún 14 días con una bala de 45 alojada en el corazón antes de expirar, Durante esas dos semanas de sufrimiento jamás se le oyó quejarse, encarando a la muertes que se aproximaba lentamente con aquel temple de acero que siempre había caracterizado todos los actos de su vida.

En su lecho de agonía, Poole blasfemaba contra Morrisey por el complot que había llevado a cabo contra su vida, si bien su antiguo oponente no había participado en el ataque. Esto era también creído firmemente por los simpatizantes de la Congregación de Nativos Americanos, y negado furiosamente por los de Tammany. Los hombres se inclinaban a favor o en contra de la afirmación de Poole y sus partidarios, de acuerdo a sus ideas políticas.

Pero fuera del antagonismo existente antes y después de la famosa batalla de Amos Dock entre el gran Bill y John Morrisey, nada pudo descubrirse a ciencia cierta que pudiera complicar al leader de la brigada del Tammany Hall.

Imagen John Morrisey , fotografiado años después de los hechos relatados aquí.
John Morrisey , fotografiado años después de los hechos relatados aquí.
 

Si en realidad no ocurrieron en New York serios disturbios mientras Poole agonizaba, fue debido a las precauciones tomadas por las autoridades que, previendo lo que podía suceder, dieron órdenes estrictas a la policía de "tirar a matar" a todo aquel que, perteneciendo ya a un bando ya a otro, intentara llevar a cabo cualquier acto que excitara los ánimos, pues los amigos de Poole habían jurado vengar al ídolo caído. También se dieron órdenes al séptimo regimiento de la Guardia Nacional, a fin de que estuviera listo para responder a un llamamiento que las circunstancias hicieran necesario.

La condición del paciente, que se iba introduciendo lenta y penosamente en el Valle de las Sombras, resultaba uno de los más nutridos tópicos de conversación de aquellos días. Su carrera de pugilista era ampliamente comentada y el encuentro fatal con los forajidos discutido mil veces por jóvenes y viejos. Con intervalo de pocas horas se daban a conocer boletines médicos sobre el estado del paciente, para tener informado al público sobre la forma en que Poole luchaba contra la muerte que se aproximaba.

Hoy parecerá casi increíble que el deceso de un hombre cuya única pretensión a la fama en una comunidad civilizada era su habilidad para dar y recibir golpes, pudiera absorber a tal extremo la atención pública. Si hubiera sido Bill Poole un príncipe de sangre azul de alguna nación europea, con toda seguridad que su suerte no hubiera despertado tanto interés entre sus súbditos.

La calle Christopher, donde vivía parecía una feria o un campamento. De día estaba atestada de gente que había caminado kilómetros para ir a inquirir noticias del herido. Y por la noche, numerosos grupos se congregaban alrededor de fogatas, en medio de la calle, esperando ansiosamente el desenlace fatal que sabían estaba próximo

La muerte llegó por fin, catorce días después del alevoso asalto. Desde la hora, en que Poole cayera, su colega Tom Hyer no se había separado del lecho del herido. El campeón de los pesados descansaba  sobre un catre tendido al lado del catre Poole, pero se incorporaba rápidamente al menor suspiro de su camarada.

Llegado el momento postrero, fue hacia Hyer, que se volvió el moribundo murmurando débilmente: "Good bye, Tom…viejo amigo...; dile a los muchachos que muero como un verdadero americano”, y con su mano apretada en el poderoso puño de su amigo, aquel hombre formidable exhaló  el último suspiro.

EL GRÁFICO 1937

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