¡Habla memoria!

1984. ¿Qué es Lectoure?

Un día como hoy, pero en el año 2002, fallecía "Tito" Lectoure. Repasamos en la pluma de Ernesto Cherquis Bialo la importancia de su figura en la historia del boxeo argentino. Pasen y lean, otra joya de nuestro archivo.

Por Redacción EG ·

30 de noviembre de 2019

Yo soy amigo de Tito Lectoure. Lo asumo, lo declaro y lo ejerzo. Se lo he dicho muchas veces, sobre todo cuando a él se le presentan ciertas dudas sobre las fronteras de la amistad y el ejercicio de la profesión de periodista. Tito, como muchos mimados, a veces confunde amistad con obsecuencia, dos cosas tan distantes. No diría que prefiere a los obsecuentes —que los tiene gratuita y voluntariamente— pero le cuesta aceptar la crítica, difícilmente diga "me equivoqué" o "tenías razón". Creo que esas palabras jamás se las escuché en los últimos veinte años.

Imagen Temperamental. Defiende los intereses de los boxeadores arriba y abajo del ring. Aquí amenazando al referí Dekin luego de la derrota de Giménez frente a Pambelé. Sin embargo, fue la primera y única vez que protagonizó un incidente semejante.
Temperamental. Defiende los intereses de los boxeadores arriba y abajo del ring. Aquí amenazando al referí Dekin luego de la derrota de Giménez frente a Pambelé. Sin embargo, fue la primera y única vez que protagonizó un incidente semejante.

Siempre encontrará alguna explicación por la cual él estaba en lo cierto al principio o al final de la historia. Pero es mi amigo porque reúne las condiciones por las cuales uno puede sentir la calidez y el valor de otra persona: es decente —y pongo las manos en el fuego—, es honesto en todos sus procedimientos, es un trabajador apasionado, tiene sensibilidad para ayudar a todo el mundo, aún a quienes declaradamente no quiere, no es interesado, ni avaro, ni desmedidamente ambicioso. Jamás le oí hablar de dinero, ni de negocios personales; por el contrario, siempre que menciona cifras o intereses es en función de los boxeadores. Transita un mundo simple y se barniza de ogro para compensar su timidez.

 

Imagen Lectoure Juan Carlos con Roldán.
Lectoure Juan Carlos con Roldán.
 

En el esquema de su vida, el boxeo constituye el casi todo que lo impulsa. Cuando Roldán, en el único momento en que pudo decidir por su cuenta, resolvió irse del ring frente a Hagler, se volvió loco. Roldán, en ese momento, para Tito era algo más que un peleador argentino frente a su mejor oportunidad: era su obra, su sueño, su gran desafío. No como Accavallo, que llegó hecho; no como Locche, fruto de Bermúdez; no como Monzón, hijo de Brusa; no como Galíndez, un trabajo desde Casanovas hasta de Pradeiro; no como Laciar, consecuencia de la fe de Giordano. Roldán era casi todo producto de él, de su fe, de su trabajo, de su ilusión, de sus desvelos a partir de su despegue internacional. Cuando frente a Hagler lo impulsaba a continuar, round tras round, sabía por qué lo hacía. El padre detrás del alambrado pidiéndole a su hijo un poco más; el padre del otro lado de la puerta del aula rogando por un poco más; el padre en el rincón implorando por un último esfuerzo. No pensaba ni en -el dinero, ni en la corona: Roldán era el escudero de su vanidad, de su egolatría.

Imagen Paternal. No sólo importa el resultado sino lo que siente personalmente por el boxeador. Su gesto junto al derrotado Cañete ante Kobayashi lo dice todo.
Paternal. No sólo importa el resultado sino lo que siente personalmente por el boxeador. Su gesto junto al derrotado Cañete ante Kobayashi lo dice todo.

 

Imagen Lectoure acompañando a Carlos Monzón.
Lectoure acompañando a Carlos Monzón.
 

Imagen Lectoure con Nicolino Locche 1968, año consagratorio para el Intocable.
Lectoure con Nicolino Locche 1968, año consagratorio para el Intocable.

Es lo único que Tito le pide al boxeo: ser el padre de la victoria, compartir la heroicidad. Mientras ésta llega, mientras se engendra en la vigilia divagante de noches dialécticas y quiméricas, a Tito le gusta ser el vocero de la esperanza. Todos los micrófonos —nacionales o extranjeros—; todas las cámaras, todos los grabadores. Es su mundo. Allí deja sin reservas todas sus energías. Y vuelca, sin restricciones, todos sus sentimientos. Se lo verá tierno acariciando la nuca de un peleador, agresivo recriminándole a un árbitro, exigente entrenando a un boxeador, seguro trabajando en una esquina; frágil e impaciente esperando el gran momento; soberbio y feliz viendo al público aplaudir; vergonzoso y tímido frente a un micrófono con audiencia presente; petulante y sobrador ante la opinión de los demás; convencido a muerte de su sabiduría y experiencia inflexible y rencoroso con sus enemigos.

Este hombre, austero y casi modesto, no tiene nada que ver con la personalidad que suelen atribuirle a los promotores de boxeo. Su exigencia a Roldán es más paternal que especulativa. Después de todo no hay oro en el mundo —nunca se lo propuso, ni le importó— que valga más que ser el padre de algo. No es un criminal, ni un inescrupuloso, todo lo contrario: el doctor Paladino y yo, en la más absoluta confianza, solemos llamarlo "Robín Hood". Un poco por su imagen reivindicatoria de la justicia y otro porque él se cree "invencible". Esto último no le desagrada. Si Roldán le hubiera ganado a Hagler, habría sido más Robin Hood que nunca y eso lo hubiese llenado de goce.

Imagen Estratega y "médico". En la dramática pelea Galíndez-Kates (1976) no sólo engaño al médico y referí para hacerla seguir: también curó a Galíndez, empujándolo a ganar por nocaut en el último minuto del combate.
Estratega y "médico". En la dramática pelea Galíndez-Kates (1976) no sólo engaño al médico y referí para hacerla seguir: también curó a Galíndez, empujándolo a ganar por nocaut en el último minuto del combate.

 

Imagen Lectoure con Monzón en Nueva York.
Lectoure con Monzón en Nueva York.
 

 

Imagen Tito con Víctor Galíndez en Johanesburgo. Abril 1975.
Tito con Víctor Galíndez en Johanesburgo. Abril 1975.
 

La primera reacción tras la derrota fue caótica y después de fracturarse la mano golpeando contra una pared por la bronca, fue asimilando la derrota a medida que recibía las felicitaciones de todo el mundo. No era lo que quería, pero en fin, sirvió para amortiguar el impacto. Después ya en Buenos Aires, intentó remontar el barrilete y negó que haya dicho de Roldán lo que ciertamente dijo. Es más: en el programa de Neustadt se mostró ofendido con EL GRÁFICO —sin nombrarlo—por haber contado y publicitado su reacción y dio una explicación confusa en la que pocos creyeron. Es que este hombre, ya cerca de los 50, entiende la vida con más emoción que reflexión y difícilmente cambie. Se lo digo yo que alguna vez fui acusado entre otros colegas de recibir sus coimas o de usar mis influencias como amigo para endiosar a algunos y enterrar a otros.

Para Tito, el boxeo es una actitud de amor, su gran mundo, su vida y como tal se entrega por completo. ¿Qué le pide? Poco, muy poco: ser un cachito de Robin Hood...

 

 

Por  ERNESTO CHERQUIS BIALO (1984).

Fotos: ARCHIVO"EL GRÁFICO".